N° 6: No sucumbas ante la fuerza del deseo y la lujuria.
Capítulo seis del libro Reglas para no enamorarse
Sentado en una silla un poco apartada de la cama, Sebastien no podía quitar los ojos de la mujer acostada sobre ella. Por fin la había encontrado; después de meses de incesante búsqueda, la tenía justo allí.
A su merced…
Cuántas veces lo había añorado en el pasado. No solo eso, lo había anhelado, deseado y necesitado con cada partícula de su ser.
Mas ya no…
En ese isntante solo quería que aquello terminase. Resolver el misterio que Emily representaba y cumplir con la promesa que le había hecho a su tía. Por más que su cuerpo siguiese deseando a esa mujer, no cedería ante la tentación. Nunca más… No volvería a exponer su corazón ni sus sentimientos. Tenía más que aprendida la lección; Emily Asher no era de fiar. Era traicionera, ladina y peligrosa.
Apenas había dado crédito a lo que oía cuando uno de sus detectives le informó que aquel joven, el que estaba con Emily, rondaba El Halcón. Un lugar que era un sitio en extremo licencioso, pecaminoso y arriesgado. No podía creer la osadía de la joven, ni la tremenda temeridad que venía demostrando.
Un quejido salió de la boca de Emily, al tiempo que ella movía su cabeza con lentitud. Supo el momento preciso en el que cayó en cuenta de su situación, pues su cuerpo entero se tensó visiblemente.
—Bienvenida de vuelta al mundo de los conscientes. Diría que es un placer coincidir contigo, pero no sería cierto —comentó, con sarcasmo, él, disfrutando al ver su mueca de disgusto.
—¿Qué pretendes con esto? Te exijo que me sueltes, ¡ahora mismo! —le dijo, airada, Emily, tirando de sus brazos con fuerza.
Gauss la repasó con la mirada, pasando por sus manos amarradas a los postes de la cama, por su cabello negro, recogido en un rodete medio desarmado, por el cuello y el escote profundo de su vestido azul, para terminar su inspección en sus piernas atadas juntas en los tobillos.
—La verdad es que no me apetece. Así me aseguró de que colabores conmigo, preciosa —le respondió arrogante, y se echó hacia atrás en la silla, cruzando los brazos en el pecho.
—Eres… tú eres despreciable. Termina con esta escena y dime qué quieres —exigió furiosa, con la respiración agitada por intentar deshacerse del amarre en sus muñecas.
—Cosas peores me han dicho, no hieres mis sentimientos, lady Emily. Solo me estoy limitando a devolverte tus atenciones de hace unos días. ¿O acaso olvidaste que me drogaste, querida? Y agradece mi benevolencia, solo dormiste una hora, a diferencia de mí, que estuve inconsciente un día entero —contestó Sebastien, y creyó ver una sombra de arrepentimiento cruzar los ojos verdes de la joven, que fue rápidamente reemplazada por su habitual gesto inexpresivo.
—Está bien, he tolerado bastante su presencia, lord Gauss. Dígame de una vez lo que quiere, necesito salir de aquí. Me están esperando fuera —respondió con voz fría y una mueca de desprecio, imponiendo un trato formal.
Sebastien sintió la furia correr por sus venas, y la locura se apoderó de él. De un salto, se puso de pie y pegó su torso al de la joven, que soltó una exclamación asustada y abrió los ojos como platos, intentando retroceder para despegarse un poco, sin lograrlo.
—¿Ah, sí? Qué pena oír eso, milady. Porque tendrás no solo que tolerarme, sino que deberás mostrarte complaciente y dócil, bonita —siseó, su respiración agitada acariciándole el rostro.
—¡Estás loco! No pienso complacerte en nada. Déjame ir ahora mismo, te lo advierto, Gauss —le exigió, acalorada y furiosa, su pecho subiendo y bajando con rapidez.
—¿Por qué no? Si a eso te dedicas ahora, ¿eres una prostituta, no? Me importa muy poco que tu estúpido amigo esté afuera, puedo hacerte disfrutar más que ese desgraciado y que cualquier otro —dijo con tono grave y ronco, bajando la vista hacia sus pechos y volviendo a encontrar su airada mirada.
—Basta, Gauss. ¡Apártate y libérame! —gritó la joven con furia y rechazo, sus mejillas ruborizadas y sus ojos fríos clavados en los del hombre.
Sebastien la observó unos segundos en silencio.
La imagen que ella representaba era hermosa. Emily lo había hipnotizado, lo seguía cautivando en cualquiera de sus facetas. Y eso lo desgarraba por dentro. Lo desquiciaba, irritaba, frustraba y enfurecía desearla así.
—¿Por qué? ¡Dime por qué me has rechazado siempre! ¿Acaso no me consideras suficientemente bueno para ti? ¿Tan poca cosa… en tan baja estima me tienes, Emily? —soltó sin pensar, completamente enloquecido por su desprecio.
—No… no sabes lo que dices. Creo que es mejor que me desates, déjame ir. No te entrometas en mi camino, Gauss —espetó ella después de un segundo de estupefacción, apartando la vista para mirar sobre su hombro, y pareció distante e impávida.
—Creo que es tarde para eso, no me iré a ningún lado. No sin obtener lo que quiero antes; será mejor que comiences a colaborar conmigo, encanto —negó mordaz, concentrado en el perfil de la joven.
—Estás perdiendo tu tiempo, no te daré nada. No me interesa lo que demonios quieras —contestó inflexible y terca ella.
—Negarte solo alargará más este asunto, pero no te librará de cumplir —dijo, chasqueando la lengua—. Quiero respuestas, Emily. No estuve siguiendo tu rastro hasta la extenuación para dejarte ir así. No obstante, eso puede esperar un poco; primero, debemos tratar algo más urgente e inmediato —adujo Sebastien, negando con parsimonia y continuando con tono hilarante.
—¿Qué cosa? ¡Dilo de una vez! Solo te recuerdo que no eres nada mío y que no te debo nada —le increpó rabiosa.
—¡Ah, ah! —Volvió a chasquear la lengua, con una expresión burlona en su rostro—. Lamento tener que corregirte, milady. Sí me debes… me debes mucho. Y esta noche pienso cobrar mi deuda —rebatió con la voz convertida en un murmullo gutural.
—¿Disculpa? ¿De qué estás hablando? Has perdido la cordura, tú has… ¡oh! —Su protesta furiosa se cortó a media frase al sentir las manos desnudas de Gauss subir despacio, acariciando sus piernas cubiertas por unas medias de seda.
—Hablo de que tú, Dama Negra, tienes una deuda conmigo. Me debes cinco mil libras y me las pagarás ahora mismo —aclaró él, deteniendo su caricia en el contorno externo de sus muslos.
Sus respiraciones estaban agitadas y, estando tan cerca, Sebastien podía apreciar el nerviosismo de la joven. Su hermoso cuerpo temblaba bajo el suyo, lo que acrecentaba y alimentaba el ansia que estaba quemándole por dentro.
—Yo… yo no tengo el dinero conmigo. Pero puedo conseguirlo, solo permíteme… —pidió, temblorosa y ansiosa, la joven, mordiéndose el labio inferior.
—No —la cortó el conde con un gruñido ronco, clavando los ojos en sus carnosos labios y sintiendo la lujuria golpear con fuerza su cuerpo.
Su pulso se alocó y su corazón latió frenético en su pecho. Apretando el agarre sobre sus muslos suaves y delicados, se cernió más sobre ella, hasta que solo los separó un suspiro de distancia.
— ¿No? —graznó pasmada y desencajada ella, inhalando aire con dificultad.
—No, no quiero tu dinero. Deseo otra cosa —declaró Sebastien, encontrando sus ojos verdes, inquietos, vulnerables—. El pago serás tú. Esta noche, te tendré a ti, mi dulce dama —terminó con tono jadeante y enardecido.
Y el jadeo de la joven fue amortiguado por la potente boca del conde apoderándose de sus labios.