N° 8: No cedas ante la fuerza del destino, pues hacerlo significaría apostar tu corazón y perderlo definitivamente.
Capítulo ocho del libro Reglas para no enamorarse
Cuando los temblores empezaron a cesar y el frío que se había apoderado de su cuerpo remitía lentamente, Emily fijó su mirada perdida en el hombre que estaba poniendo su mundo de cabeza… otra vez.
Sebastien la observaba de hito en hito, sus ojos violetas parecían desolados y atormentados. Su postura era tensa, con la mandíbula apretada y las manos cerradas en fuertes puños.
Al encontrarse sus miradas, el gesto de él mutó, y la mirada fría y cínica habitual regresó a sus rasgos masculinos y apuestos.
—Debo irme, si no salgo pronto, vendrán a buscarme —dijo, rompiendo el tenso silencio.
—¿Tu perro guardián vendrá por ti? —contestó, con mordaz desprecio, él, todavía de pie, a unos pasos de la cama.
—Si con eso te refieres a quien cuida de mí, sí, así es. Y no lo metas en esto —le advirtió molesta.
—Pues no creo que tu amante te cuide como debería, teniendo en cuenta que deja que vendas tus encantos a cualquiera y que te expongas en vulgares tugurios —le espetó el conde, arqueando una ceja con tono duro y frío.
Emily sofocó una exclamación ante su comentario y su cuerpo se movió con inconsciente indignación, estampándole con fuerza la mano en la mejilla izquierda.
La cabeza de Sebastien giró por el impacto, y él volvió su vista a ella mirándola con odio.
—¡Te lo advertí, Gauss! ¡Cállate y no vuelvas a dirigirme la palabra! —exclamó airada, conteniendo a duras penas las ganas de asestarle otro golpe, y se distanció unos pasos.
—Así que la gatita tiene sus uñas afiladas… —dijo, con tono burlón, él, acariciando la marca roja que adornaba su mejilla—. Y, además, la Dama Negra tiene orgullo. Bien, me gusta, me atrae eso. Eso sí, mi dama, no vuelvas a golpearme, porque si lo haces, no dudaré en tomar lo que me debes, y nada podrá frenarme —continuó, acercándose a ella con un brillo peligroso y oscuro en sus ojos, acechándola.
—No te tengo miedo, Gauss, y puedes guardar para ti tu vil amenaza, pues es lo único que puedo esperar de alguien tan ruin, cruel y pervertido como tú —contraatacó, con desdén, ella, manteniéndose firme en su lugar, negándose a retroceder ni dejarse amedrentar.
—Tal como yo espero de ti frialdad, mentiras y traición. Sin embargo, tu juego terminó, ahora mismo vendrás conmigo y regresarás a tu casa. Solo así podré librarme de ti y volver a mi vida —respondió con desprecio y resolución; se había detenido muy cerca, pero no la tocaba.
—¡Estás loco! No iré a ninguna parte contigo. ¡Lárgate y deja de entrometerte en mi camino! Vuelve a tu vida banal y hedonista —respondió enojada y, a la vez, nerviosa, pues no sabía cómo deshacerse de él.
—No me iré, Emily. No sin ti, le hice una promesa a Margaret. Nuestra tía está angustiada y desesperada por ti; se esforzó mucho para que, a pesar de los rumores sobre la salud de tu padre, tú pudieses reinsertarte en sociedad y buscar un esposo, ¿y así se lo pagas? Mintiendo y engañando. Yo prometí llevarte de vuelta, y eso haré —afirmó Gauss con decisión, interponiéndose cuando la joven se dirigía hacia la puerta.
—¡Ah! Resulta que ahora el conde sí sabe lo que es cumplir una promesa. ¡Vaya, quién lo diría! —contestó ella, respirando con agitación luego de observarlo unos segundos. Su voz no pudo ocultar la amargura y rencor que guardaba en su interior.
—Tú… tú, no puedes reclamarme nada. Justo tú, que no sabes lo que la palabra promesa significa —rebatió Sebastien, su cara convertida en una máscara dura y su voz teñida de odio y algo más que no logró discernir.
Abatida, Emily se alejó, dándole la espalda, y caminó hasta la ventana. Miró sin ver el exterior oscuro, iluminado solo por la luna.
—No puedo ir contigo, Gauss, no puedo regresar todavía. Si me llevas a la fuerza, no lograrás nada, solo que escape nuevamente en cuanto tenga la mínima oportunidad —le informó con tono cansado y resignado, sin voltearse.
Un silencio sombrío cayó sobre ellos. Y luego lo sintió detrás, respirando muy cerca.
—¿Por qué? Dame alguna razón para no llevarte a rastras de aquí. Algún motivo que me permita entender qué sucede contigo, Emily. ¿Por qué has huido y estás desperdiciando tu vida de esta manera? Hazlo, y tal vez desista y te deje seguir. —Su tono fue suave y tranquilo.
Emily se debatió en silencio, indecisa y confundida por su repentina amabilidad. No sabía si podía confiar en ese hombre, puesto que no tenía un buen concepto de él, no desde hace un par de años; antes le habría confiado su vida. Pero ya no… ya no.
No obstante, se hallaba en una encrucijada, en un callejón sin salida. Pues, por un lado, estaba la misión que tenía, su objetivo de hallar a ese hombre y en lo que venía fallando miserablemente. Y por otro, tenía el constante asedio del conde de Gauss, del que sabía que no se libraría. Lo conocía lo suficiente como para saber que él no cejaría en su persecución y determinación de llevarla a casa, no por nada lo habían apodado el Halcón blanco. Y, definitivamente, no era nada bueno, no para su misión. Quizás, el momento de pedir ayuda había llegado, aunque fuera a un hombre que no quería junto a ella y al que despreciaba.
Estaba cansada de luchar sola, había recorrido demasiado desde que se había enterado de la verdad. De esa terrible y devastadora verdad. Ya no sabía por dónde seguir, de qué manera continuar. Sus esperanzas de hallarla, de volver a verla, disminuían con cada día que pasaba, al contrario de su desesperación, que no dejaba de crecer.
Tal vez, podría arriesgarse y ceder solo un poco. De todas formas, el destino parecía haber decidido por ella cuando los juntó en Place Club y el conde apostó por ella. Quizás fuera hora de redoblar la apuesta y hacer una jugada arriesgada.
Su corazón comenzó a acelerarse al ritmo de sus emociones desbordadas, pues sentía que estaba por dar un temerario salto a un profundo y negro abismo. Y que hacerlo sería un hecho definitivo y trascendental.
—Bien. Te lo contaré, Gauss —anunció, tomó aire y giró hacia Sebastien, tratando de juntar valor y rogando no arrepentirse de la locura que estaba a punto de cometer.