CAPÍTULO 21

N° 21: De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos.

Salmos 72:14

Capítulo veintiuno del libro Reglas para no enamorarse

Cuando Sebastien regresó a la mansión, de inmediato lo asediaron las mujeres de la casa.

—Bienvenido. Dime que trajiste todo lo que te encargamos —le dijo, con urgencia, Lizzy, guiándolo hacia el comedor donde, por el aroma, estaban sirviendo la cena.

—Yo también te extrañé, y a las delicias de tu cocina, también —respondió él tras saludar a las damas mayores y al duque, que había comenzado a tomar su sopa.

—Sebastien, ponte serio, muchacho. Quedan solo dos días para tus esponsales —lo reprendió su tía con su habitual expresión ceñuda.

—Está bien, todo está en orden. Traje la licencia especial y el anillo, el resto vendrá en un carruaje mañana, he dejado todas las especificaciones —contestó finalmente, su atención desviada por el plato caliente que un lacayo le sirvió. Algo inusual, pues la familia Bladeston no solía hacer uso de los sirvientes a la hora de las comidas. Pero tal vez habían hecho una excepción en deferencia a su anciana tía.

—Muy bien, querido. El tiempo es limitado, pero hemos organizado todo para que tu boda salga perfecta —intervino Honoria, la duquesa viuda.

—Lo único que está pendiente, es saber si la novia dará el sí, dada las circunstancias —dijo Nicholas con sardónica diversión, ganándose una mirada fulminante por parte de su esposa.

—Lo hará, he aclarado ese punto con la dama en cuestión —lo cortó Gauss, lanzándole una velada advertencia con la mirada a su cuñado, quien se limitó a encogerse de hombros y apartar su plato, señal para que le sirviesen el principal.

El resto de los comensales guardaron silencio, no hacía falta agregar nada. El panorama no era alentador, era obvio que Emily seguía en su postura opositora. Una vez más, cenaba a solas, y hasta un ciego podía ver que deseaba ese matrimonio tan poco como él. No había participado en ninguno de los preparativos para su enlace. Y él, él estaba con la mente en otro parte. No dejaba de pensar en su padre y en la acusación que pendía sobre el marqués. Miró a su hermana pequeña y la vio devorar su carne con evidente ansia. No estaba seguro de ocultarle lo que estaba sucediendo, pero tampoco de preocuparla cuando ella no podía hacer nada. El duque captó su mirada y le lanzó una seña interrogante. Sebastien le transmitió un «luego», que Stanton pareció comprender porque asintió imperceptiblemente. Lo mejor sería poner al tanto de todo a su cuñado, estar en la ignorancia no sería bueno cuando este se encargaba de proteger a su hermana.

Al día siguiente, la casa se transformó en un caos de preparativos. Muy temprano, llegaron las flores, las provisiones para el banquete y el vestido junto con el ajuar de la novia. Más tarde, arribaron los músicos y la servidumbre contratada para servir especialmente en la celebración. Y al final, los pocos invitados, todos parientes que tuvieron que invitar para guardar las apariencias, a pesar de que era notorio que no se trataba de una boda convencional. Durante todo el día hubo ajetreo para dejar todo a punto. Habían decidido que se celebraría la ceremonia en el comedor de gala, y el banquete, en el salón de fiesta de la mansión.

Sebastien estaba tan tenso que se encerró en su habitación y se saltó la cena, tampoco había intentado acercarse de nuevo a la joven, que había permanecido también en sus aposentos. En unas horas se casaría; si no fuese porque todas sus terminaciones nerviosas estaban activas, creería que era un sueño. Nunca pensó que aquello fuera a suceder, no después de su pasado con Emily. Todavía podía sentir el sabor de sus besos en su boca, podía sentir la suave piel de sus brazos, su aroma embriagante, y solo rememorarlo le provocaba un calor insoportable.

¡Maldición! Odiaba sentir aquello, la odiaba porque ella había embrujado su alma, su cuerpo, su ser y ni siquiera era consciente de ello. Desesperado, tiró del cordón ubicado junto a la chimenea y, cuando se presentó su ayuda de cámara, lo envió por refuerzos etílicos.

Minutos después, se tumbó en la cama y procedió a fortalecer su mente o, mejor dicho, a entumecerla. Necesitaba beber para acallar sus pensamientos, o enloquecería. Tal vez el alcohol lograría mitigar el ardor de su pecho, se sentía miserable y terriblemente desdichado. Y no por tener que casarse con una mujer que decía odiar y detestar, no, su corazón dolía porque esa mujer lo había rechazado una vez más. Fue solo verla, y su resistencia y determinación flaquearon, su amor por ella, resurgiendo de lo profundo de su corazón, destruyó sus defensas y olvidó por un momento su rencor. Él le había ofrecido, no, le había suplicado que confiase en él, y ella se había negado, lo había despreciado una vez más. Su corazón sangraba, y sabía que nada podría redimirla ante sus ojos, Emily era preciosa para él, pero no tenía perdón.

—Eres un imbécil, un estúpido —se dijo en voz alta, odiándose por haber sido tan débil ante Emily, por haber arrastrado su amor propio en el lodo de su desamor. Por ella, por esa mujer que no merecía nada de él—. Eres una mujerzuela traidora, Emily Asher —exclamó, aventando con ira una botella vacía contra la pared—. Te demostraré que no eres nada, te arrepentirás de todo el daño que me has hecho —balbuceó, destapó otra botella y vació su contenido.

Desde su ventana, Emily avistó que el clima no acompañaba su estado de ánimo, pues el cielo estaba completamente despejado y el sol brillaba con fuerza. Alicaída, soltó la cortina de seda bordó y se giró al oír un golpe en la puerta.

—Adelante —dijo elevando un poco la voz, creyendo que eran las doncellas trayendo el agua para su baño.

Sin embargo, una melena castaña clara se asomó por la puerta entreabierta y por ella apareció la persona que menos esperaba.

—Buenos días —le dijo su prima adentrándose en la estancia.

Emily no contestó, solo la miró mientras las emociones colisionaban en su interior. Hacía largos años que Elizabeth y ella no se dirigían la palabra. Ambas se observaron mutuamente en silencio, hasta que la duquesa adelantó un paso.

—Necesito saber por qué, Emily. En unas horas te convertirás en mi cuñada y necesito entenderte, conocer el motivo de tu desprecio, de tanto rechazo hacia a mí, hacia Sebastien —inquirió Lizzy con tono frustrado.

Emily ignoró su pregunta y, tras dedicarle una mueca despectiva, le dio la espalda, fingiendo ver el jardín de su prima. Elizabeth recibió el desaire con ecuanimidad, no esperaba otra cosa. No después de lo que esta había demostrado, no solo dañando de alguna terrible manera a su hermano, sino intentando destruir su relación con Nicholas. Emily había desaparecido luego de su fallida presentación en sociedad y cuando reapareció, buscó por todas las maneras de comprometerse con su esposo. Incluso había llegado al punto de mentirle y hacerle creer que el duque la había besado y pedido su mano, con la intención de que ella renunciará a Nicholas y aceptase el matrimonio con Fermín de Moine.

No obstante, algo le decía que los actos de Emily escondían un secreto importante. No sabía si era por haberla amado como a una hermana, porque antaño, antes de que su relación cambiase tan drásticamente, ella había sido su amiga, su compañera de juegos, su confidente, por eso no podía odiarla ni dejar de preocuparse por ella. En el fondo, ella y Sebastien no eran muy diferentes, ambos eran apasionados, determinados, impulsivos, arriesgados, pero, sobre todo, orgullosos. Y eso los hacía bastante predecibles y también vulnerables. Con eso en mente, volteó hacia la salida, consciente de que su prima vería sus movimientos en el reflejo del cristal de la ventana.

—¿Sabes? Podría decir muchas cosas sobre ti, pero nunca pensé que entre ellas figurara la palabra cobarde —dijo en voz baja, sosteniendo la manija de la puerta.

¿¡Qué es lo que quieres oír!? —espetó, con furia, su prima. Lizzy giró sobre sus pies y la enfrentó con gesto contenido—. ¿Que los odio a ti y a tu hermano? —siguió Emily, apretando los puños a los costados.

—Eso ya lo sé, lo que intento entender es por qué, qué fue lo que te hicimos —contestó, sosteniendo su mirada fulminante.

¿Y tienes el descaro de preguntarlo, primita? ¡Tú traicionaste mi confianza! Por tu culpa se arruinó mi única oportunidad de obtener una vida normal —la acusó Emily, respirando agitadamente.

¿Qué? ¿Por mi culpa? —preguntó, confundida, Elizabeth.

—Cuando mi madre murió y mi padre enloqueció, me quedé sola, tú eras mi única amiga y sostén. Sebastien y yo estábamos distanciados, confiaba en ti. Hasta que faltaste a tu palabra y le contaste a tu hermano sobre la enfermedad de mi padre. Lo hiciste después de que te suplicara silencio, y no intentes negarlo, sé que fuiste tú, nadie más lo sabía aparte de tía Margaret —declaró, despidiendo rencor y desdén por los ojos.

¡Oh, Dios, Emily! Yo… yo me enojé mucho con Sebastien cuando me enteré de los chismorreos sobre tu padre. Pero solo le conté porque creí que eso los acercaría nuevamente, aunque ustedes nunca me confesaron nada, yo sospechaba que entre ustedes había algo más que amistad —le explicó, angustiada.

—Pues no funcionó, todo lo contrario. Él utilizó la información para humillarme de la peor manera y arruinar mi presentación en sociedad —replicó, con brusquedad, Emily.

—Lo siento, lo siento tanto —soltó, con tristeza, Lizzy, intentado acercarse más.

—Es demasiado tarde para pedir perdón. Yo también me encargué de hacerlos sufrir, ya no hay manera de retroceder el tiempo —la frenó ella levantando una mano; su tono fue un eco de dolor.

—Tienes razón. Es tarde para remediar el pasado, pero no para redimir el futuro. Puede que las heridas estén todavía abiertas y sangrando, pero todos merecemos una oportunidad, incluso tú. Espero que algún día puedas perdonarme, yo ya te perdoné, Emily. Deseo que tu matrimonio sea próspero y que junto a mi hermano encuentres paz, amor y felicidad —respondió Lizzy, luego, abandonó la habitación.

Y dejó a la joven mucho más vulnerable y desgarrada que antes.

Las piernas de Emily temblaban cuando se detuvo ante las puertas cerradas del comedor. Podía oír los murmullos por encima del atronador repiqueteo de su acelerado corazón. El lacayo le abrió y la música comenzó a sonar, lo que dio pie para que la novia hiciese su entrada.

Fingiendo seguridad, traspasó las puertas de madera y se detuvo en la entrada. Podía percibir la mirada de los invitados sobre ella. Su vestido era una exquisita creación de encaje y organza[5] verde jade, al igual que los guantes. El vestido no tenía mangas, y su escote estaba cubierto por encaje que rodeaba su cuello. La tela se ajustaba a su silueta y se abría a la altura de las rodillas, para terminar en una cola no muy larga. Su cabello había sido recogido en un alto rodete y una diadema de esmeraldas decoraba el peinado, siendo su único accesorio. Sintiendo su estómago contraído, inició la trayectoria por el pasillo de sillas que habían improvisado. Sus ojos se posaron en el hombre que la esperaba de pie al final de este.

El conde la miraba con labios apretados y postura tensa. Estaba devastador en su traje a medida negro, su camisa y chaleco del mismo color, y solo destacaba un elegante pañuelo verde. A su lado, se encontraba un hombre que en un principio no reconoció, pero que después identificó como aquel que conoció en El Halcón, quien le había tendido una trampa y la había llevado hasta Gauss. Del otro lado permanecía su tía, con su expresión gruñona. Supuso que serían los testigos del enlace. Cuando llegó hasta Sebastien, vaciló mirando su expresión fría. El conde tomó su mano con bastante brusquedad y tiró de ella hasta ubicarla a su lado. Emily notó que sus ojos estaban brillosos y enrojecidos.

El vicario que solía oficiar las ceremonias de la familia ducal carraspeó y comenzó la liturgia. Antes de darse cuenta, ambos habían pronunciado sus votos, el conde le había colocado un anillo que era sencillo pero hermoso, con una única esmeralda. Firmaron el acta de matrimonio y, después, los testigos hicieron lo propio.

Entonces el párroco juntó las manos y abrió su boca para sellar la unión.

—Los declaro marido y mujer. Puede besar a la… —dijo el hombre, pero se interrumpió, palideció y abrió los ojos como platos.

Los gritos de alarma fueron lo último que se oyó, antes de que un cuerpo impactara contra la espalda de Sebastien y que ocasionara que este cayese con fuerza al suelo. La figura se cernió sobre él y le propinó un puñetazo en pleno rostro. Sin poder creer lo que sus ojos veían, Emily retrocedió tambaleante, observando la espalda del hombre que golpeaba sin piedad a su reciente esposo. El duque y el amigo de Gauss se apresuraron hacia los contendientes, pero fallaron en su intención de frenar la escarnecida refriega. Sebastien, que había logrado esquivar una violenta acometida, recuperó fuerza y, dando un cabezazo a su atacante, giró hasta posicionarse sobre el intruso, lo inmovilizó y presionó una navaja contra el delgado cuello del hombre, dispuesto a rematarlo allí mismo. Y al ver el rostro del atacante, la respiración de Emily se cortó y, sin pensar en las consecuencias, se abalanzó hacia adelante y dio un escalofriante grito de terror.

¡No, detente! —bramó fuera de sí.