CAPÍTULO 31

N° 31: Para amar de verdad solo se debe respetar una regla: amar al otro con auténtica generosidad, libre de egoísmo.

Capítulo treinta y uno del libro Reglas para no enamorarse

La puerta del cuarto de Emily se abrió y la despertó, pero ella se negó a abrir los ojos y a mover un músculo del cuerpo.

—Buenos días, lady Gauss —la saludó una doncella, corriendo las cortinas de su cama y las de la ventana.

Emily abrió los párpados y miró a la joven de cabello castaño y piel pálida. Su manera de llamarla le sonaba extraño, todavía no se acostumbraba a su nuevo título de condesa. Aunque debería asumirlo porque algún día sería marquesa de Arden, «¡quién lo hubiese dicho!».

—Buenos días, ¿cómo te llamas? —le preguntó a la doncella, quien se ruborizó.

—Kathy, milady —respondió esta retorciendo sus manos.

—Bonito nombre, Kathy. Puedes llamarme lady Emily, por favor, y dime algo, ¿mi esposo ya ha desayunado? —inquirió ella, sentándose en la cama.

—Así es, milady. Lord Gauss desayunó en compañía de lord Stanton, lord Baltimore y lord Asher. El conde, antes de salir con ellos, me ordenó despertarla —explicó Kathy, depositando la bandeja que había traído consigo sobre las piernas de Emily y comenzando a ordenar el lugar.

Ella procedió a desayunar, pensando que era un alivio el hecho de que Jeremy se estuviese integrando a su familia y a la sociedad. Algo que también debería agradecer a su marido.

—Kathy, puedes retirarte, y gracias —la despidió ella, incómoda al ver la expresión aturdida que había esbozado la sirvienta al levantar su disfraz de odalisca, el corpiño desgarrado y el pantalón hecho jirones, y la estupefacción en su cara al percatarse de las máscaras que llevaban la noche anterior colgando del biombo. Para ocultar su bochorno, se tapó más con las sábanas y se inclinó para beber de su taza de té, mordisqueando después un bollito de canela con placer.

Milady, tiene visitas. La duquesa de Stanton y la condesa de Baltimore han solicitado verla —anunció Kathy ante el gesto interrogativo de su parte.

—Oh, bueno, no tengo nada que ponerme, así que dile al mayordomo que guíe a mi prima y a mi amiga hacia aquí —contestó, ansiosa de ver a sus amigas.

—¡Vaya, veo que te fue peor que a nosotras, prima! —se burló Lizzy ni bien traspasó la puerta, soltando el bulto que llevaba con ella a los pies de la cama.

—Te ves terrible, amiga —acotó, sonriendo con picardía, Clarissa.

Emily no quería ni imaginar el aspecto que tendría, con los pelos hechos un revoltijo y la cara demacrada.

—No querrán saberlo, solo diré que tu hermano se comportó como un salvaje y prácticamente pasé la noche en vela —contestó, riendo ella también.

—Eso ya lo suponíamos. Por lo menos no te asesinó como me temía. Sebastien puede ser muy intratable cuando se molesta —adujo la duquesa, sentándose en la cama.

—Quisimos venir lo más rápido posible para saber si habías sobrevivido. Anoche alcancé a ver cómo te sacaba a rastras el conde —comentó Clarissa, tomando asiento del otro lado.

—Pues ya me ven, se desquitó bastante, pero créanme que no se atreverá a dejarme fuera de algo nuevamente. Creo que aprendió muy bien la lección —respondió, con satisfacción, Emily.

—No puedo decir lo mismo, Nicholas está realmente enojado conmigo. Cuando salimos de la fiesta, me reprochó lo que duró el viaje, sobre todo porque argumenta que soy una insensata que puso en peligro a su hijo —dijo, con pesar, Lizzy, robando un bollo de su bandeja y masticando con mirada atribulada.

—Oh… Eso es mi culpa, no recordé que estás en estado, lo siento. ¿Crees que su enojo durará mucho?

—Bueno, es la primera vez que se molesta desde que nos casamos, pero teniendo en cuenta que se encerró en su despacho, vociferando que no dormiría con una indecente y descarada mujer… —comenzó a decir su prima, bajando la mirada a sus manos, y las otras contuvieron el aliento, esperando ver lágrimas aparecer en el bello rostro de Lizzy. Esta les sorprendió levantando la vista y mirándolas con sus ojos púrpura bailando de risa—. Y solo una hora después, me encontraba acostada intentado conciliar el sueño, cuando oí a mi marido colándose en el cuarto con sumo sigilo y abrazándome con ternura, mientras yo fingía estar dormida. Y ya saben… me demostró que, después de todo, una parte de él se había entusiasmado muchísimo con la bailarina exótica —prosiguió, y las tres estallaron en carcajadas cómplices.

—¿Y a ti?, ¿cómo te fue con el encantador Hamilton? —preguntó Emily a su amiga, que no tardó en ruborizarse con fuerza.

—Pues… yo… no volví a casa de inmediato —vaciló la condesa, sonriendo al ver sus gestos desconcertados—. Steven me sacó del salón y, una vez que estuvimos dentro del carruaje, se inclinó hacia adelante y su cuerpo comenzó a temblar con violencia, lo que hizo que me asustara mucho. Creí que al fin había terminado por hacer colapsar a mi marido con todas las locuras que cometí desde que estamos juntos —siguió Clarissa, divertida ante sus caras expectantes.

¿Y qué pasó después, se descompensó el conde? —la apremió Elizabeth tan intrigada como ella.

—No. Lo que creía que eran temblores de ira y nervios, resultaron ser sus hombros sacudidos por una irrefrenable risa. Algo que me contagió, y no pudimos parar de reír hasta que nos dolió el estómago y tuvimos que quitarnos los antifaces bañados en lágrimas —aclaró, con sorna, Clarissa, con la mirada azul brillante por el recuerdo.

—Entonces, ¿por qué no regresaste a casa? —dijo, con hilaridad, Lizzy.

—Porque… porque Steven se antojó de una función privada de la odalisca y después… ya saben, no me dejó escapar. Eso sí, antes de dormir me obligó a prometerle que no volvería a engañarlo así y tampoco a ponerme en riesgo —explicó con las mejillas ardiendo, acompañando sus reacciones de burla.

El bulto que había traído su prima resultó ser el equipaje que había preparado ella cuando partieron con prisas de Sweet Manor y con lo que se vistió rápidamente para reunirse con sus compañeras. Juntas abandonaron la casa y se dirigieron a dar un paseo por Hayde Park.

Reunidos frente al escritorio del marqués de Arden, Sebastien y sus acompañantes pusieron al tanto a su consternado padre de su misión fallida. La noche anterior, el Diablo no se había presentado, y el tiempo se agotaba. El plazo que el Rey le había concedido a su padre para demostrar su inocencia llegaba a su fin; en unos días, el marqués sería ejecutado, Elizabeth perdería a su padre, al igual que él, que además debería renunciar a su título y a su posición.

—Algo se nos tiene que estar escapando —dijo, frustrado, su cuñado, estirando las piernas en el sillón y tirando de su cabello negro.

—¿Cuáles eran las características físicas de nuestro objetivo? —preguntó el duque de Riverdan, enfocando sus ojos oscuros en Jeremy, y luego en él, puesto que todos estaban al tanto del mutismo de su cuñado.

—Alto, por lo menos de más de un metro ochenta y cinco. Cabello castaño claro, color de ojos, probablemente, grises. Delgado, pero de constitución fuerte y grande. Y lo más distintivo, la marca en su brazo. El dibujo pequeño de un halcón en la cara interna de su muñeca izquierda —enumeró Bastien, recordando las señas que Emily le había dado.

—¿Edad aproximada? —apuntó Steven con gesto concentrado.

—Alrededor de cincuenta años —contestó, escuetamente, Bastien.

—Pues, salvo el tatuaje, acabas de describir a la mitad de los hombres de Inglaterra, incluyendo a tu padre, aquí presente —argumentó, irritado, Ethan.

¿Y este joven es hermano de tu esposa? No estaba enterado de que los marqueses de Landon hubiesen tenido un hijo varón —intervino su padre, observando pensativo a Jeremy.

—Así es, y nadie lo estaba. Jeremy fue apartado de su madre por el Diablo, y se le dijo a sus padres que había nacido muerto. Hace algunos años, lady Asher descubrió que ese bebé vivía y se entregó para estar junto a él, y así logró ayudarlo a escapar —explicó Sebastien, y la sorpresa tiñó el semblante del marqués.

—Bueno, por su aspecto, doy fe que tanto él como tu dama son la viva imagen de Amanda —comentó, asombrado, William, sin quitar la vista de Jeremy que, con su habitual gesto serio, asentía en silencio.

—Hay algo que no comprendo, ¿cómo se enteró tu suegra de que su hijo no había muerto? Y, sobre todo, quién se lo llevó —preguntó Nicholas, lo que provocó que todos lo miraran con asombro y que, luego, voltearan a mirar al aludido.

Jeremy soportó el expectante escrutinio, pero levantó sus hombros y sus manos al tiempo que negaba con la cabeza, dando a entender que no tenía la respuesta. El resto suspiró derrotado, y el silencio volvió a dominar el lugar.

El sitio de paseo predilecto de la aristocracia londinense estaba bastante concurrido, teniendo en cuenta que transitaban la temporada veraniega y la gran masa de nobles se había retirado a sus propiedades campestres.

—Miren, allí van las hermanas Thompson —señaló Clarissa, apuntando a dos jóvenes que caminaban hacia el lago tomadas del brazo y a las que se las distinguía a distancia, sobre todo por los vestidos marrones y cofias oscuras que la hermana menor acostumbraba a llevar.

—Vayamos a saludarlas. Cuando me volví a presentar en sociedad y nadie me miraba debido al escándalo que significaba ser la hija de marqués loco, lady Clara fue una de las pocas que me mostró simpatía y amabilidad —recordó, con una sonrisa melancólica, Emily.

—Entonces les debo mi gratitud también —coincidió, alegre, Lizzy. Y las tres se dirigieron hacia las muchachas.

—¡Emily! —dijo una voz masculina de pronto, lo que hizo que ella frenara y se volteara con curiosidad hacia atrás.

—¡Padre! —exclamó, pasmada y eufórica, Emily al reconocer la figura de su padre detenido junto al camino, al lado del carruaje de la familia.

Rápidamente, caminó hacia él y lo abrazó con cariño. Caleb le devolvió el gesto y la apretó contra su enorme pecho. Todavía atónita, se separó para observar la cara de su progenitor. Estaba distinto, si bien hacía cerca de seis meses que no lo veía, algo en su aspecto lo hacía parecer muy diferente. Para empezar, no estaba despeinado, con su bata y camisón de dormir, sino con un impecable traje gris. Su cabello castaño estaba pulcramente estirado y su abundante barba había desaparecido. Tampoco estaba temblando ni vociferando fuera de sí.

¿Cómo es que estás aquí? —inquirió perpleja, observando los ojos calmos de su padre que, rodeado de vegetación, habían tomado un matiz verdoso, pues su color era ambiguo.

—Estos meses, en los que te mudaste con tu tía para encontrar un buen marido, los he empleado en recuperarme, hija —contestó, con su voz grave, el marqués, y su mirada se desvió brevemente hacia sus acompañantes, que observaban el encuentro a poca distancia.

—Oh, eso es bueno. Ven, te presentaré a una amiga, ya conoces a Elizabeth por supuesto —musitó, todavía alucinada, Emily al tener a su padre junto a ella y repuesto. Estaba tan acostumbrada a la versión del marqués desquiciado y recluido en su casa de campo, que se había quedado impresionada por la transformación.

¿Saben?, es imposible que nadie haya visto nunca la cara del Diablo —comentó Steven, aceptando el vaso que Bastien le ofrecía.

—Nadie no, Jeremy lo vio en repetidas oportunidades durante los años que duró su cautiverio —refutó Gauss, cerrando los ojos e intentando suprimir el inminente dolor de cabeza que hormigueaba en su cráneo.

—¡Eso es! —proclamó, repentinamente, Nicholas, enderezándose, lo que ocasionó que los demás se sobresaltaran y lo mirarán alertas—. La clave está en el lugar en donde estuvo Jeremy encerrado —aventuró con urgencia, y todos asintieron entusiasmados.

Quince minutos después, Jeremy se alejó del rincón en donde se había apartado para tratar de hacer lo que Sebastien le había pedido y se detuvo frente al escritorio, depositando sobre este un papel estirado. De inmediato, los hombres se agruparon alrededor del bosquejo que el joven había realizado y se asombraron por la calidad del dibujo.

—Es un trabajo magnífico —admiró Steven, pasando su dedo por el contorno de un gran roble dibujado frente a una enorme edificación de piedra.

—Nunca he estado allí, aunque el paisaje en general me resulta familiar —acotó su padre, frunciendo el entrecejo, pensativo.

Sebastien contuvo el aliento y desvió la vista del rostro expectante de Jeremy, para volver a concentrarse en el plano. Su sangre se congeló cuando en su mente todo se aclaró y el acertijo por fin se resolvió.

—Yo sí, y estuve muy cerca en numerosas ocasiones —confesó con el semblante desencajado y el estómago contraído.

¡Eso es bueno!, ¿dónde demonios es? —pregunto, aliviado, Stanton, mientras su amigo y Hamilton chocaban los puños victoriosos, no así su padre y cuñado, que observaban su palidez inquietos.

—Es en Sussex, es una antigua edificación que se incendió y fue abandonada por sus habitantes, que construyeron la nueva residencia de la familia en otra parte de la propiedad —contestó Gauss, tirando de su rubio cabello con angustia.

—Pero ¿cuál es el problema? ¿A quién pertenece? —inquirió Ethan, tan confundido por su reacción como el resto.

—Pertenece a… Son las tierras del marqués de Landon. Es la propiedad de campo de Caleb Asher —sentenció, con tono lúgubre, Sebastien. William jadeo incrédulo y Sebastien volteó, oyendo por primera vez a Jeremy gritar una palabra.

—¡No! —exclamó, trastornado, el heredero del marqués loco, el hijo del Diablo.