N° 2: Nunca pierdas el control de tus emociones.
Capítulo dos del libro Reglas para no enamorarse
Las rodillas de Emily se aflojaron cuando escuchó las palabras del conde. Su pulso se desbocó aún más y se sintió mareada.
Él continuaba parado frente a ella, mirándola con una expresión casi animal, primitiva. Era intimidante, inquietante, incitante… todo al mismo tiempo.
El iris de sus ojos casi no se veía por lo dilatados que estaban, su varonil rostro endurecido. Él arqueó una de sus cejas al ver su titubeo.
—Yo… yo necesito… Un momento a solas —dijo finalmente Emily, lanzando una mirada al biombo ubicado a un costado, en un intento de alargar un poco más la situación.
Sebastien entrecerró los ojos un poco y la observó de arriba abajo. Ella trató de no retroceder ni de mostrar reacción alguna ante el intenso escrutinio. No quería delatarse, y era consciente de que con cada segundo que pasara con él, se exponía a que la descubriera. Por lo que intentó conservar su posición en la zona del cuarto donde menos luz había.
—Está bien, te dejaré unos minutos. Pero cuando regrese, espero que estés preparada —le advirtió el conde, y salió del cuarto.
Emily suspiró aliviada, corrió hacia la ventana y la abrió. Se asomó nerviosa, rogando que Jeremy la estuviese esperando fuera.
—Jeremy… Jeremy, aquí… —lo llamó en voz baja. «Si no ha podido seguirme, no sé qué haré», pensó, comenzando a desesperarse, hasta que lo vio trepar a un árbol ubicado a la altura de la habitación contigua.
—¡Jeremy! ¡Ten cuidado, te matarás! —siseó al verlo saltar de la rama y sostenerse de forma precaria del canto de la ventana.
Él la miró con una expresión tranquilizadora y procedió a caminar hacia ella por el borde, manteniendo un efímero equilibrio. No sabía cómo saldrían de allí, pues estaban en un cuarto piso, y ella no podría realizar la hazaña que Jeremy estaba llevando a cabo tan temerariamente. Cuando llegó hasta ella, le hizo un gesto para que se apartara y luego se deslizó hacia el interior con agilidad.
—Jeremy… ¿qué haremos? Es Sebastien Albrigth, no sé cómo no me ha reconocido. Ni siquiera llevo la peluca rubia, creo que está algo borracho y agotado. Pero solo salió un momento, pronto estará aquí y no creo poder manejarlo tan fácilmente como a los demás. Y tú tampoco podrás, él es fuerte... y... ¡y es enorme! —soltó, susurrando frenética y atropelladamente, Emily.
Jeremy la tomó por ambos brazos, la abrazó fuertemente y le transmitió la tranquilidad y calma que había perdido. Se escucharon unos pasos acercándose hacia la habitación. Emily lo miró alarmada, y Jeremy metió una mano en su chaqueta oscura y sacó algo pequeño. Luego, abrió su mano y lo depositó allí, diciéndole con aquel gesto que todo estaba bajo control.
Antes de que la puerta se abriera, él se coló tras el biombo y ella se apresuró a girarse y ocultar el objeto en su corsé. Alterada, fingió mirar el jardín trasero de la casa de Gauss.
El conde caminó hacia ella con paso lento pero firme, hasta detenerse a su espalda. Emily podía sentir su inquietante proximidad erizando cada uno de sus vellos. Su masculino aroma le colmó la nariz y el aire que sus labios despedían acarició su nuca, lo que le provocó un estremecimiento.
Sebastien no dijo nada, solo podía oírse el sonido de sus respiraciones agitadas. Emily procuraba conservar la compostura y recordar quién era aquel hombre y quién era ella, dónde estaban y cuáles eran las circunstancias. Y, aun así, se sentía arrastrada por una fuerza superior.
Un jadeo involuntario salió de su boca al sentir la caricia de sus labios en su cuello. Él beso su hombro y fue deslizando su boca por toda la suave piel que la parte posterior de su corsé dejaba al descubierto. No la tocaba, pero el roce de sus labios bastaba para enloquecerla.
Un pequeño chasquido resonó en la habitación y Gauss se alejó de ella. Totalmente conmocionada, Emily se giró y lo encontró mirando el cuarto con expresión alerta.
«¡Diablos!». Había olvidado la presencia de Jeremy por dejarse envolver en aquella burbuja de seducción. Realmente estaba perdiendo la cordura, si hasta se había borrado de su mente el hecho de que detestaba a ese hombre. Se reprochó a sí misma y se alejó de la ventana y del biombo, antes de que Gauss descubriera a Jeremy.
—Ehh… se… señor. Si no es molestia… ¿puedo servirme un trago? —dijo con timidez, amparándose con disimulo en las sombras.
—Claro, encanto. Pero te dije que me llamaras por mi nombre —contestó con seriedad, dejando de examinar el cuarto y señalándole el aparador de bebidas apostado en un rincón.
Emily se situó frente al mueble y, dándole la espalda, comenzó a servir la bebida en dos vasos de cristal. Por el rabillo del ojo, vio que el conde se estaba desprendiendo los botones de la camisa. Y cuando esta se abrió, dejándole ver un magnífico pecho musculoso, su garganta se secó.
Tragando saliva, se volvió y trató de concentrarse en lo que debía hacer. Las manos le temblaron al sacar el pequeño frasco de su corsé y proceder con el plan.
Una vez servidos los tragos, caminó hasta Gauss, que estaba sentado en la cama, concentrado en quitarse las botas. Guardando una distancia prudencial, y aprovechando que su atención no estaba puesta en ella, le extendió el vaso.
Sebastien lo agarró y le sonrió con tal calidez y sensualidad que su estómago se sacudió en respuesta.
—Por esta noche y por la belleza de mi Dama Negra —dijo él con voz ronca, levantando su vaso, y sus ojos penetrantes y abrasadores repasando su cuerpo.
—Por este excelente whisky, digno de un conde —correspondió ella, justo cuando él bebía. Sebastien frunció el ceño al oír sus palabras y su cara se convirtió en una máscara de confusión.
—¿Cómo sabes mi título? No te lo he dicho —soltó, intentando pararse, pero se tambaleó y volvió a sentarse—. ¡Acércate! ¡Quiero verte bien! —exigió, con expresión enfurecida, pero las palabras salían con dificultad de su boca.
Sus ojos se abrieron pasmados al percatarse de lo que pasaba. Y, de inmediato, se levantó tomándose del poste de la cama, y se aferró a ella, con el rostro pálido y la respiración dificultosa.
Antes de que aterrizara en el suelo alfombrado, Emily lo asió por los hombros. Su peso era como el de un hombre muerto, por lo que, seguramente atraído por su gemido, Jeremy salió de su escondite para auxiliarla. Juntos, lo recostaron en el colchón. El conde permanecía con los ojos cerrados y el semblante ceniciento. Jeremy ya la esperaba en la puerta y la llamó con un ademán urgente.
Emily se volteó y observó al hombre que yacía inmóvil en la cama, con el alma y la mente inquietas. No pudo evitar inclinarse sobre él, una última vez. Respirar su olor y repasar la textura de su barbilla y mejilla con un dedo.
Pensar… que alguna vez aquel hombre lo había sido todo para ella. Su mundo entero y su esperanza
Las emociones contradictorias la desbordaron en aquel instante suspendido en el tiempo. Cediendo a los deseos de su corazón traicionero, posó los labios cerrados sobre los de él.
Y las palabras parecieron querer brotar desesperadas. «Te amo con la misma inquebrantable fuerza con la que siempre te odiaré».
Para su vergüenza, una lágrima resbaló de sus ojos cerrados y cayó sobre él.
—Hasta nunca, Bastien —dijo y huyó… otra vez.