CAPÍTULO 7

N° 7: No permitas que las heridas del pasado hagan sangrar tu presente.

Capítulo siete del libro Reglas para no enamorarse.

Los labios de Sebastien abordaron los suyos con brutal intensidad. Y el mundo de Emily giró violenta y devastadoramente. Por unos segundos, no supo reaccionar, tampoco moverse. Cada uno de sus sentidos estaba subyugado por el roce de sus bocas juntas. Su cuerpo tembló al tiempo que las manos del conde subían acariciando su cintura.

Pronto se encontró devolviendo aquel beso con abrasador ímpetu, sus labios correspondían el hambre que parecía dominar a Sebastien. Un gruñido ronco salió de la boca de Gauss, y el agarre sobre ella se intensificó.

Cuando Emily sintió que sus manos subían por su vientre y se acercaban a su escote, un escalofrío recorrió su espalda. Él se recostó sobre ella, su peso la aplastó contra el colchón y, de inmediato, ella se enfrió. Su cuerpo entero se tensó de terror y el aire abandonó sus pulmones. Sin poder evitarlo, comenzó a sacudirse y revolverse, aterrorizada.

Gauss liberó sus labios justo cuando un agónico grito de espanto escapaba desde su pecho.

¡No! ¡No, no, no! —exclamó, fuera de sí, luchando por liberarse con todas sus fuerzas.

—Santo cielo…, tranquila. Emily, cálmate, no te haré daño —le dijo, desesperado, Sebastien, quitándose de encima y esquivando sus rodillas y pies fuera de control.

Luego de liberarla de su peso, la tomó por los brazos y la sacudió, tratando de que volviera en sí. Pero fue en vano, la joven temblaba con violencia, mirándolo sin verlo realmente. Sus ojos, anegados en lágrimas, parecían traspasarlo, como si no estuviese allí, sino muy lejos.

Aturdido y confundido, Sebastien se apresuró a desatar sus muñecas y, una vez que terminó, ella se abrazó a sí misma. Nervioso, retrocedió unos pasos, intentando comprender lo que estaba sucediendo.

Solo una vez él la había visto así, alterada y destrozada. Solo una vez recordaba a Emily tan conmocionada.

Y solo el rememorarlo hacía que su pecho ardiese y cada latido de su corazón doliera.

Septiembre, 1810, Sussex, Inglaterra.

El carruaje se detuvo frente a la elegante y enorme propiedad del marqués de Landon, y de él bajó un alto joven.

Ansioso y demasiado impaciente, el conde subió la escalinata de piedra sin esperar a que el regio mayordomo lo recibiese.

—Buenas tardes, el marqués espera mi visita —le dijo al sirviente que le abrió la puerta.

El mayordomo lo guio con presteza, pues siendo pariente político de lord Asher, ya había visitado la mansión con anterioridad.

El hombre maduro sentado tras el escritorio lo invitó a pasar tras ser anunciado.

Caleb Asher se puso de pie sonriente, teniéndole la mano con amabilidad.

—Buenas tardes, Sebastien, toma asiento —saludó, sentándose.

—Gracias por recibirme, lord Asher —respondió, sintiéndose un poco nervioso e intimidado por lo que diría a continuación.

—Me sorprendió recibir tu carta. Confieso que me causó mucha incertidumbre el que solicitaras esta entrevista con tanta urgencia —comentó, mirándolo intrigado, el marqués.

—Sí. Como sabes, tío, el verano está terminando y pronto deberé regresar al colegio para cursar mi último año… —comenzó a explicar el conde.

—Claro, lo sé. También Emily partirá en otoño, para iniciar su educación formal de señorita. Ella y mi esposa están muy ansiosas y emocionadas, aunque todavía falten tres años para su presentación en sociedad. Es por eso que no le permití viajar a Francia para pasar el verano con vuestra abuela y Elizabeth —dijo, a su vez, el marqués, asistiendo.

—Verás, tío, eso es lo que me motivó a pedir esta cita. Sé que a partir de ahora, Emily estará lejos y ya no podré verla con asiduidad. Y yo… es decir… creo… —siguió Gauss, tartamudeando dudoso al final.

—Un momento, no te comprendo, muchacho. ¿Qué intentas decirme? Lo mejor es que lo digas de una vez —lo animó Caleb, pareciendo sorprendido y algo divertido.

—Bien, sí, tienes razón. —Suspiró, armándose de valor—. Quiero pedir tu autorización para cortejar a Emily formalmente —soltó Sebastien, sintiendo sus manos y su corazón temblar de anticipación.

¿Tú me estás pidiendo la mano de mi hija? —lo interrogó, atónito, lord Asher, alzando ambas cejas.

—No, señor. No osaría hacer algo como eso, no sin contar con la aprobación de Emily. Ella tiene en claro mis intenciones y está de acuerdo —le aclaró, acomodando los puños de su saco.

—Bueno, me alivia saber eso. A pesar de que te tengo aprecio, y de que me tranquilice pensar en entregar a mi hija en manos del sobrino de mi hermana, quisiera saber cuáles son tus sentimientos y qué piensa Emily al respecto —inquirió el marqués, observando penetrantemente al joven.

—Yo amo a su hija, señor. La amo desde… desde siempre y por siempre. Y, afortunadamente, Emily me corresponde —declaró Sebastien con seguridad, viéndolo con abierta sinceridad.

—Bueno, por supuesto que deberé conversar con Emily. Pero si lo confirma, tendrás mi apoyo. Solo te pido que recuerdes que mi hija solo tiene quince años. Ambos son muy jóvenes y no podrán prometerse hasta que ella sea presentada en sociedad —contestó después de un minuto de tenso silencio, en el cual el hombre mayor pareció evaluarlo y analizarlo en profundidad.

Media hora más tarde, Sebastien caminaba por la campiña, pues le habían informado que Emily se encontraba en la cabaña junto al lago, pintando como hacía cada tarde.

Apreciando el pintoresco paisaje, Sebastien recorrió las tierras campestres de lord Landon. Pronto arribó a la pequeña casa de madera que su dama utilizaba para practicar su arte.

Estaba muy ansioso por verla, no podía esperar para contarle lo que el marqués le había dicho. Llevaban meses planeando ese momento y, aunque se comunicaban regularmente por carta, necesitaba verla con urgencia. Todos esos meses lo había anhelado con locura. Moría por ver sus hermosos ojos color jade, oler su exquisita fragancia y besar sus dulces labios.

«Emily…». Solo su nombre hacía que su corazón se desbocara y las palmas de sus manos sudaran.

Al girar para tomar el camino empedrado de acceso a la cabaña, alcanzó a ver a un hombre partiendo a galope por el camino lateral que bordeaba el lago. No reconoció al jinete, pues solo pudo vislumbrar que vestía una camisa y calza marrón y que el resto de su ropa la llevaba en una mano. Ralentizó sus pasos y, extrañado, vio el caballete donde Emily pintaba volcado en el césped y las acuarelas de la joven esparcidas por doquier.

Alarmado, corrió hacia la puerta, la abrió de golpe y se encontró con la imagen menos pensada. Estupefacto, Sebastien observó desde la entrada, tan aturdido que sus miembros se habían paralizado.

¿Em?… ¿qué demonios sucede? —inquirió desencajado, adentrándose un poco en la estancia.

¡Sebastien!, ¿qué… qué… hac… haces aquí? —balbuceó ella. Su voz llegó desde atrás de un biombo ubicado al fondo.

¿Qué hago aquí? ¡Qué haces tú aquí! —le increpó dolido e incrédulo, acercándose a la cama.

Las sábanas estaban revueltas y una gran mancha de sangre podía verse en el centro de estas.

El aire abandonó los pulmones de Sebastien y, mareado, volteó hacia la figura delgada de la joven que se acercaba dando un respingo nervioso y tapándose con la sábana apresuradamente, su cabello despeinado y su cuello marcado.

—Yo… yo… Oh, Dios —balbuceó Emily, con las mejillas encendidas, sus ojos mojados y su rostro tenso.

Pasmado, Sebastien retrocedió tambaleante, sintiendo la bilis subir por su garganta y el cuarto girar descontrolado.

¡No, Bastien, espera! —gritó, frenética, la joven, alcanzándolo en la puerta.

El conde se giró y encontró sus ojos verdes bañados en lágrimas, la mano que lo retenía temblando, al igual que sus labios hinchados y rojizos.

—Solo… respóndeme una cosa. ¿Te entregaste a él? —le preguntó desgarrado, su voz solo un sonido ronco y torturado.

Emily derramó más lágrimas, cerró los ojos un segundo y, luego, su mano soltó lentamente su brazo.

Sebastien sintió su alma quebrarse y una lágrima descender por su mejilla. Aun así, aguardó en esperanzado y agónico silencio.

La joven abrió los ojos y ya no estaban mojados, solo había un frío y desolador vacío. La muchacha de la que se había enamorado, no estaba. Todo había sido una ilusión, una farsa, un engaño.

Emily afirmó con la cabeza y, con ese gesto, destrozó su mundo entero. Una herida atroz y sangrante se abrió en su pecho y el dolor impregnó cada rincón.

Entonces la odió… la despreció con tanta fiereza que temió de sí mismo. El frío que sintió en su alma se coló hasta sus extremidades, por lo que, haciendo una reverencia fingida, volteó y salió de la casa. No miró atrás, se alejó sin detenerse. Abandonando allí su ser, su corazón y esperanza irreversiblemente. Cada paso dado lo alejaba de aquel futuro soñado, enterrando su presente bajo el peso de la traición de Emily Asher.

Su pasado.