CAPÍTULO 4

N° 4: Jamás pongas en riesgo tu presente por un pasado amor.

Capítulo cuatro del libro Reglas para no enamorarse

Dos días después…

Emily miraba por la ventana, intentando refrenar la ansiedad que sentía. Dos meses habían pasado desde que su mundo había vuelto a tambalearse, arrancándole la paz y la alegría.

El día en que vio a su hermano por primera vez. Un hermano del cual no sabía su existencia. Dos años mayor que ella, el joven se había presentado a su puerta de imprevisto.

Cuando lo vio, su estado calamitoso la impresionó. Estaba demasiado pálido y ojeroso, y muy débil. Pero lo que más le había horrorizado, había sido ver signos de tortura en su maltrecho, desvalido y delgado cuerpo.

Eso sin contar la larga cicatriz que surcaba la mitad derecha de su rostro. Y como prueba del maltrato al que había sido sometido, no hablaba, como si la experiencia traumática que había constituido su vida entera le impidiese hacerlo.

Sin embargo, aquello no impidió el informarle sobre su identidad, pues él portaba una carta, una breve misiva donde se le pedía encarecidamente recibirlo. Y esta terminaba de confirmar que no era un error o alguna clase de treta, ya que había sido escrita y firmada por ella… Luego de cinco años de absoluto silencio, de no saber nada sobre ella, volvía a aparecer.

Amanda Timorton, lady Landon. Su madre.

La puerta del cuarto que habían alquilado se abrió y dio paso a su hermano. Cada vez que lo veía, la emoción embargaba su pecho. Conocerlo le había devuelto la esperanza y las ganas de vivir, él había llegado en el momento justo.

Cuando se creía solitaria y perdida, con un padre enloquecido y enfermo, Jeremy había llegado para salvarla, y lo amaba por eso. Todas las personas a las que había amado le habían abandonado o traicionado. Con su hermano a su lado, ya no se sentía sola, en ese momento tenía a alguien a quien llamar familia; y su llegada también había mitigado parte del dolor y el sufrimiento que había amargado su alma todos aquellos años, dándole una misión, un motivo por el cual levantarse cada mañana.

Aunque asumir aquel reto supondría prescindir de lo que hacía poco había conocido: abandonar su vida, su lugar como miembro de la aristocracia. Renunciar a ser una lady de sociedad, para transformarse en la dama del under, y arriesgarse en aquel oscuro mundo, desconocido y peligroso.

Mucho estaba en juego; su reputación, su nombre, su futuro, pero, sobre todo…, sus vidas.

¡Jeremy!, ¿qué sucedió? ¿Diste con algún dato? —lo asedió ansiosa, mientras este se refrescaba tras el biombo.

Él salió y, asintiendo, le extendió un papel, su sonrisa parecía alentadora. Su aspecto había mejorado considerablemente, al igual que su estado de salud. Había recuperado bastante peso y ya podía percibirse el joven tremendamente apuesto que era, aunque ella sabía que la crueldad y la dureza de su infancia y juventud lo habían afectado profundamente, y la cicatriz que atravesaba su varonil rostro solo era la evidencia externa y visible de las heridas que marcaban su interior.

El parecido entre ambos era innegable, aunque Jeremy era mucho más alto que ella. Compartían el mismo cabello negro, idénticos ojos verdes jade e iguales narices, pequeñas y chatas. Los rasgos de su madre estaban presentes en ellos.

Sentándose en la cama, abrió el papel y leyó su contenido.

El Halcón

Su corazón comenzó a latir agitadamente al leer el nombre de aquel lugar, donde procederían con su búsqueda.

—¿Estás seguro de que él figura en la lista de clientes? le preguntó inquieta a su hermano, que la miraba expectante. Este afirmó en respuesta y, después, le hizo señas, diciéndole que iría a por comida. Emily asintió distraída, con la mente puesta en el plan que seguirían aquella noche.

El Halcón no era como los demás clubes y antros a los que habían asistido antes. Allí no podría mantenerse a distancia de la clientela, tampoco tendría la posibilidad de entrar con Jeremy.

No le permitirían el acceso, no sin una tarjeta de socio, las cuales eran muy exclusivas, y sabía de buena fuente que solo podían conseguirse a través de otro miembro. Y lo peor era que no podrían sacar al hombre del lugar para proseguir con el plan.

«¡Maldición! La situación se está complicando, pero no puedo perder esa oportunidad; las posibilidades de encontrar al hombre que buscó comienzan a reducirse», pensó enfurecida.

Junto a Jeremy, habían visitado prácticamente la mayoría de los lugares donde los caballeros nobles iban en busca de placer, y no habían coincidido con su objetivo. Sin embargo, tenía el presentimiento de que aquella noche cambiaría su suerte. Solo esperaba que no apareciese el conde de Gauss para arruinarlo todo de nuevo.

El tiempo se agotaba y no podía permitirse errores ni distracción alguna. Y, definitivamente, Gauss era eso y mucho más. Era un problema, un riesgo y un peligro.

Solo le bastaba pensar en él y su cuerpo se aceleraba por completo. Todavía no se había recuperado de su último encuentro. Nunca pensó verlo allí, creía que no volverían a cruzarse y, por supuesto, jamás pensó que sentiría sus labios o sus caricias otra vez. Aunque esos besos en nada se parecían a los que había guardado como un preciado y maldito recuerdo.

Estar entre sus brazos, sentir su contacto, su olor y su sabor la habían desbastado. Su cuerpo tembló y, furiosa, Emily arrugó el papel que todavía sostenía en sus manos.

Odiaba sentirse así, detestaba que Sebastien Albrigth siguiese teniendo ese poder sobre ella. La frustraba y amargaba que, después de tantos años, después de tanto daño…, el conde siguiese tan arraigado, allí dentro, en sus sentimientos, emociones y sensaciones, en cada una de sus palpitaciones .Y que, pese a todo, continuara haciéndole sentirse débil y vulnerable.

Suspirando contrariada, se puso en pie, caminó hacia el ropero y lo abrió. El traje oscuro la recibió como si de un recordatorio se tratase. Y ella se aferró a él como si fuese un salvavidas y estuviese naufragando en medio del océano. Lo sostuvo contra su cuerpo con fuerza, y se giró para mirarse en el espejo ubicado junto al biombo.

En eso tenía que concentrarse, ahí estaba su única meta a seguir. En su vida, no había lugar para otra cosa, y anhelar o ilusionarse con ello solo le acarrearía desilusión y sufrimiento.

El conde de Gauss era parte de su pasado, y allí debía quedarse, pues traerlo de vuelta, permitirle irrumpir en su presente, solo significaría arriesgarlo todo, desatar el caos y la perdición. Y no podía permitirlo, ese hombre la vinculaba a la Emily del pasado, y esa persona ya no existía, no quedaba nada de ella. Solo estaba aquella mujer que le devolvía la mirada a través del espejo. La mujer que era un reflejo de su propio interior.

Su realidad… la Dama Negra.