Capítulo 28

 

 

—No se preocupe, Arturo. Todo estará bajo control —aseguró Paola desde el otro lado de la línea telefónica—. A la noche, cuando me venga a buscar mi esposo le pasamos a dejar en la conserjería de su departamento el efectivo del día de hoy.

—Gracias por apoyarnos hoy, Paolita.

—No hay de qué, Arturo. Lo dejo, me necesitan por acá.

—Hablamos, cuídate.

Arturo cortó el llamado y suspiró profundo. Se quedó ensimismado mirando el móvil, se dio cuenta de la hora que era. Ya había pasado una hora y media y no había ninguna novedad.

Noventas eternos minutos…

Las manos comenzaron a sudarle, por lo que dejó el aparato sobre el mesón y se secó las palmas sobre sus pantalones.

No se habían movido de la librería. Se quedaron ahí como si les hubieran puesto un conjuro, no era opción esperar en el departamento de Arturo o en el de Carmen… No deseaban caminar, respirar, vivir, si no tenían ninguna noticia de sus hijos.

Carmen en su fuero interno solo se convencía en que su hijo era un hombre capaz y preparado, que evaluaba toda la situación para poder tener un plan que no fallara. Necesitaba creer que Jason era invencible.

Con cada minuto que pasaba, los nervios y la cordura de Arturo y Carmen se iban en una silenciosa caída por un despeñadero sin fin. Cada minuto que pasaba era la señal de que las cosas no estaban saliendo según sus anhelos.

El celular súbitamente empezó a timbrar. El sonido insistente del aparato rompía el silencio en una constante sucesión inquietante de tonos que se les antojó insoportable. Arturo miró a Carmen con una mezcla enorme e indescifrable de sentimientos. Ella le tomó la mano y se la apretó para darle valentía e infundirle toda su fe. No obstante, dirigió con temor sus ojos hacia la pantalla.

Arturo no quería leer el nombre de quien llamaba, pero de todos modos lo hizo.

Lo primero que sintió fue alivio. El nombre de su yerno ahora el sinónimo de ello. Aceptó el llamado y lo puso en altavoz.

—Jason. —Fue lo primero que dijo. Nada de formalidades y buena educación para saludar o hacer preguntas insustanciales.

—Arturo. Ana está bien, está conmigo… —respondió con premura Jason del otro lado de la línea.

Arturo cerró los ojos y soltó el aire de sus pulmones, había olvidado respirar. Carmen lo abrazó emocionada y feliz, y él respondió de inmediato al contacto. Al sentirse rodeada por el calor de Arturo, y sin poder contenerlo, ella emitió un sollozo de alegría por las buenas noticias.

—Por favor, déjame escucharla —pidió Arturo ansioso, las piernas le temblaban.

—Papito… —dijo Ana, y para Arturo fue como volver al pasado y verla de nuevo nacer. En tan solo un segundo su mente se llenó de recuerdos que se sucedían uno tras otro hasta llegar a ese instante.

—Mi niña preciosa —saludó con la voz estrangulada de emoción—. ¿Estás bien?

—Sí, papito, estoy muy bien. Vamos camino al departamento de Jason —anunció Ana evidenciando su llanto, no por el hecho de vivir un secuestro en carne propia, sus lágrimas eran porque se imaginaba el infinito sufrimiento e incertidumbre de su papá—. No me pasó nada —aseguró—. Encontrémonos ahí, llegaremos en una media hora.

—Iremos para allá…

—Anita —intervino Carmen—. Mijita, a Jason… ¿no le pasó…? —No pudo finalizar la pregunta, el haber escuchado a su hijo no era garantía de que hubiera estado indemne de daño. Danilo tenía muy mala fama por su irascible carácter.

—Está entero, Carmencita. Ni un rasguño… —afirmó con seguridad—. Te dejo con él.

—Ya, mi niña… Gracias.

—Mamita… no te preocupes —la tranquilizó intentando transmitirle todo su amor—. Necesitamos informarles algunas cosas importantes que descubrimos y tenemos que hacerlo personalmente. Nos vemos en el departamento en un rato —decretó.

—Nos vemos —respondieron Carmen y Arturo al unísono.

—Adiós a los dos.

El llamado finalizó. Arturo inspiró hondo evidenciando su gran cansancio. Emocionalmente estaba exhausto.

Pero inmensamente feliz.

—Vamos, mi Carmencita… —Esbozó una sonrisa que reflejaba toda su angustia aplacada, volviendo a ser él mismo. Le enjugó las lágrimas a su hermosa pareja y le dio un suave beso en los labios—. Caminar nos tranquilizará… Nuestros hijos están bien…

 

*****

 

El taxi atravesaba raudo la capital circulando por la autopista. En el asiento trasero, Ana estaba recostada y acurrucada sin pudor en el regazo de Jason, mientras recibía las suaves caricias que él le prodigaba. Estaba más relajada ahora que había hablado con su padre para darle tranquilidad.

Ella, a pesar del gran susto, estaba serena. No se sentía particularmente histérica, se había forzado a mantener la calma, a ser fría, a ver más allá.

¿Qué si tuvo suerte? Sentía que sí, el destino había sido muy retorcido en conectar todos los hechos que acababa de presenciar y ponerlos a su favor. Por eso mismo no sentía algún tipo de rencor contra Danilo, solo una profunda compasión. Era el ejemplo vivo de una persona con mucho potencial, pero que en los momentos críticos necesita el apoyo fundamental de un amigo. ¿Y quién no necesita en algún momento a los amigos? Cuando no existe la familia, ellos son cruciales. Lamentablemente para Danilo, no contar con el apoyo de Jason lo hizo hundirse sin remedio.

Cerró los ojos, disfrutando del contacto de su hombre, y sonrió al recordar la voz furibunda de Jason diciendo «Suelta a mi mujer. Ahora».

Sí, era su mujer y él su hombre.

Jason ajeno a los pensamientos de Ana, cavilaba concentrado, ya tenía en mente un plan para descubrir al sujeto que encargaba los robos, miró de soslayo el asiento del copiloto. Ahí iba Danilo, con la vista perdida, acababa de dejar la población para siempre. Le dio la opción de quedarse ahí o seguirlo con lo puesto y ayudarle a atrapar al que hacía los encargos de robo.

Danilo, sin dudar, tomó todas sus pertenencias —que no eran muchas— y salió con él.

En los próximos días, Jason pretendía develar el misterio de una vez por todas. Y después, ingresaría a Danilo a un centro de rehabilitación de drogas, para darle una real oportunidad de encauzar su destino. Esperaba de corazón que la aprovechara, pues todo lo que le sucediera en el futuro, solo estaría en sus manos y voluntad.

Y él estaría apoyándolo.

—Jason —susurró Ana, tomándolo por sorpresa, estaba absolutamente concentrado en sus pensamientos. El dirigió sus ojos castaños hacia ella… Todavía no se quitaba los lentes de contacto que cambiaban radicalmente el color de sus iris. Ana frunció el ceño, extrañada, ahora se daba cuenta del cambio—. Eso era lo raro que veía en ti. Eras tú y a la vez no, te ves diferente con ese color de ojos.

—¿Perdí toda mi gracia? —interrogó guasón sin cambiar el tono íntimo de la conversación, el sonido del motor del automóvil entrelazado con la música noventera que tenía puesta el taxista les daba la suficiente privacidad. Jason necesitaba relajarse, olvidarse por unos minutos de todo lo sucedido ese agitado día.

Ana sonrió y le acarició el rostro, cerró y abrió sus párpados con lentitud.

—Todavía conservas algo de tu encanto. Te ves como una versión menos exótica de ti mismo —contestó siguiéndole la corriente.

—Soy uno más del montón, ¿eso quieres decir?

—Imposible que seas del montón, nunca lo has sido —aseveró empezando a hablar en serio—. Gracias, mi morenazo por ir a buscarme. Sé que tuvimos una suerte enorme de que Danilo estuviera involucrado en todo esto y no Menares… Pero eso no le resta mérito a tu forma de hacer las cosas, viniste por mí arriesgando todo —declaró Ana emocionada, sintiendo que ese amor que sentía por ese hombre crecía más con cada latido—… De todo lo que sucedió hoy, solo una cosa me aterró por sobre las demás. —Ana se mojó los labios con la lengua, y tragó saliva para deshacer el nudo en su garganta, de pronto estaba reviviendo nuevamente ese horrible instante—. Me dio tanto miedo perderte, y no decirte cuanto te amo, Jason. Te amo tanto, tanto, tanto.

Jason no tenía idea hasta ese momento de que necesitaba escuchar aquello, a pesar de que era consciente de la profundidad de los sentimientos de Ana.

Esas palabras lo hacían real, eran la prueba fehaciente de que no soñaba. Ahora estaba seguro que no despertaría solo y descorazonado, todavía viviendo hastiado de todo en la población que dejó atrás. Solo, muy solo, sin sentir nada.

Ellos eran uno, sentían lo mismo. Él también sintió un infinito pánico de no poder decir…

—Yo también te amo, mi Ani. No tienes idea de cuánto. Te amo, te amo, te amo… —Se cernió sobre sus labios y la besó voraz, invadiendo su boca para sentir su sabor. Atrapó su tentador labio inferior para morderlo, solo un poco y volver al encuentro de su lengua. Se deleitó como nunca con tan solo sentir cómo los dedos de ella se enterraban en su nuca provocándole escalofríos, arrancándole la necesidad de tenerla para él solo y amarla de la única forma en que podía expresarle una mínima parte del infinito amor que le tenía.

Estando hundido en ella, y darle todo el placer que era capaz de arrebatarle con cada embestida.

Pero no era el momento, no era el lugar.

Interrumpió lentamente el beso, sin ganas de hacerlo en realidad y con una dolorosa erección. La miró a los ojos, admirando cómo las pupilas habían ganado terreno al iris avellanado, evidenciando su deseo y haciendo la promesa de que apenas todo acabara, iban a dar rienda suelta a toda esa pasión que apenas podían contener.

Jason le guiñó el ojo y acarició el carnoso labio inferior de ella con su pulgar, sentía una fijación por él, como si fuera un fetiche. Sus labios estaban como el carmesí, le encantaba ver ese color en ella, gracias al producto de sus besos.

Volvieron a las suaves caricias, disfrutando del momento encerrados en su burbuja, hasta que inevitablemente se rompiera al llegar a destino.

Danilo, en silencio, sintió una punzada de envidia de la nueva vida de su amigo; lo tenía todo, familia, amor, trabajo, dinero. Aunque no vio nada de lo que sucedía en el asiento trasero, sí escuchó retazos de esa conversación de pareja sintiéndose casi un intruso. Se maldijo por ser tan débil, por no comportarse como un hombre, por tocar fondo de la peor manera. En la última hora fue brutalmente consciente de que estar solo y tener esa vida miserable, era únicamente culpa suya.

Ya era hora de dejar de culpar a sus padres drogadictos, delincuentes y alcohólicos por no darle una familia de verdad. Era hora de dejar de culpar a las pocas oportunidades que tuvo en la vida, porque simplemente no las aprovechó cuando se presentaron. Era hora de dejar de culpar a los que, por el simple hecho de tener más que él, le hacían sentir inferior, estaba en él salir de la mierda. Era hora de hacerse cargo de todo, y si era necesario cumplir condena, lo haría. Era hora de controlar su adicción a como diera lugar, no quería volver a ser un esclavo. Era hora de hacer lo correcto, aunque fuera difícil, porque lo fácil lo acercaba inexorablemente a una muerte prematura.

Porque a pesar de todo, se dio cuenta de que él quería vivir… con desesperación ansiaba estar vivo. No importaba la carga de todo su equipaje de experiencias, sentía que le faltaba demasiado por vivir.

Decidió ser hombre, madurar, crecer, tenía veintitrés años… Todavía estaba a tiempo, aún no era tarde.

Sí, era hora.

*****

 

El sonido de la cerradura al abrirse atrajo de inmediato la atención de Carmen y Arturo, dirigiendo expectantes sus miradas en esa dirección. Ambos estaban sentados uno al lado del otro en el sofá de la pequeña sala de estar. La puerta se abrió en seguida, Jason permitió que Ana entrara en primer lugar a la estancia.

Arturo impelido por las ganas de abrazar a su hija, se levantó y caminó hacia ella con los ojos anegados en lágrimas de felicidad por verla sana y salva, como si todo lo ocurrido en las últimas horas hubiera sido producto de un muy mal sueño. La abrazó fuerte, sintiendo el cuerpo de su pequeña que le aseguraba que estaba bien, que lo amaba, que ya todo estaba bajo control.

Casi al mismo tiempo, Carmen hizo lo mismo, fue al encuentro con su hijo mayor. Lo abrazó fuerte y él respondió del mismo modo, besándole la coronilla y susurrándole que todo estaba bien, que ya había pasado lo peor.

Carmen se separó un poco para mirar a su hijo, pero la presencia de un hombre le llamó la atención, y sin más, dirigió su vista hacia él y lo reconoció.

La naturaleza de la madre de Jason siempre fue pasiva, resignada, estoica. Pero ya no era la misma, con el rostro pétreo lo fulminó con la mirada.

—¿Qué mierda hace este tipo aquí? —increpó iracunda y sin quitarle los ojos de encima, avanzó hacia Danilo, quien en ese preciso instante, sorprendido, la reconoció, dándose cuenta que era la madre de Jason ¡por eso le había parecido familiar! Carmen lo abofeteó con fuerza sintiendo cómo parte del dolor le repercutía en el brazo—. ¡Mocoso malagradecido, con qué cara vienes aquí! ¡Después de todo lo que hizo mi hijo por ti!

Arturo al escuchar la voz de Carmen cargada de reproche desvió su atención y al notar quien estaba en el umbral de la puerta, la sed de venganza se apoderó de él y en dos segundos ya estaba propinándole un duro golpe a Danilo en la mandíbula haciéndolo trastabillar y caer al suelo. Danilo no intentó detener el golpe, ni defenderse, solo dejó que se descargaran y recibió su castigo en silencio.

—¡Arturo, basta! —exigió Jason sosteniendo a su suegro que estaba enfurecido y forcejeando para poder volver a golpear al captor de su pequeña—. ¡Todo tiene una explicación! —Arturo no hacía caso, Jason apenas podía sofocar su furia—. ¡Arturo, él conoce a quien encargó los robos a tu librería! ¡Todo tiene una explicación! —insistió bramando.

Esa declaración dejó de una pieza a Arturo y paró de luchar de inmediato. Observó al hombre que estaba sobándose la quijada con un hilo de sangre manando de la comisura del labio. Era el mismo que esa mañana le había quitado a su hija y había amenazado con abusar de ella, no comprendía cómo podía haber una justificación plausible para que Ana y ese sujeto respiraran en ese momento el mismo aire.

De un tirón Arturo se zafó del agarre de Jason y lo miró severo. Ambos se desafiaban con la mirada sin decir palabra alguna.

—Papá —intervino Ana tomándole con suavidad el brazo, pero su padre no atendía—. Papá —insistió más firme—, hazle caso a Jason, de verdad, todo tiene una explicación… Por favor, papito… Carmen. —Miró a su suegra intentando persuadirla de que le ayudara, pero su suegra tampoco cedía—. Sé que es imperdonable lo que hizo Danilo, pero deben escuchar antes, por favor.

Arturo resopló molesto y se dirigió a la sala de estar tomando de la mano a Ana por un lado y a Carmen con la otra y las instó a sentarse junto con él.

—Estoy esperando, Jason.

 

*****

 

Dos horas después, todo estaba dicho. Jason le reveló en detalle a su familia —porque él ya los consideraba de esa forma, incluyendo a su amigo— lo sucedido desde que salió inconsciente de su casa a los dieciocho años hasta lo ocurrido un par de horas atrás.

Impresionado, incrédulo, sin habla, Arturo no podía articular ninguna frase coherente, todavía estaba digiriendo la historia de Jason, que se entrelazaba caprichosa con su existencia, la de su hija junto con la de Carmen, Danilo, los robos a la librería y la crema y nata del narcotráfico de la población donde vivió toda su vida su yerno.

A Carmen solo le impresionaba la última parte de la historia, el resto lo conocía a la perfección.

Ana escuchaba con avidez algunos detalles de la vida pasada de Jason que desconocía. Pero ya a esas alturas del día estaba curada de espanto. No le sorprendía la extraordinaria existencia a la que estaba ligada gracias a Jason.

—¿Qué haremos entonces? —interrogó Arturo después de unos segundos de silencio.

—Danilo tiene el contacto del que hizo el encargo. Por lo que tenemos algo de tiempo para preparar una emboscada —respondió Jason—. Hoy llamé a unos amigos y me aseguraron apoyo para lo que fuera. Mientras tanto, vamos a esparcir el rumor de que nos robaron y que esta será la última FILSA de la librería. Estoy seguro que el culpable de todo es alguien de la competencia, el objetivo es la quiebra de tu negocio y sacarte del mapa. Con eso bastará para que el tipo se relaje y vaya a darse una vuelta a la población a constatar la veracidad del rumor… Pero no podemos arriesgarnos a volver allí con Menares vuelto loco buscando a Danilo que ha desaparecido sin pagar lo que debe, y dejando el negocio tirado. Danilo tendrá que llamar al sujeto para citarlo en otro lugar para repartir el dinero.

—¿Y no sospechará cuando este joven lo llame y le cambie el lugar sin explicación? —cuestionó Arturo esa parte del plan, evidenciando que todavía no confiaba en Danilo.

—La última vez que el tipo se me apareció, andaba impaciente por los resultados del encargo —terció Danilo mirando a los ojos a Arturo—. Naa ha salido como él espera. No va a sospechar esta vez —aseguró Danilo con convicción.

—Tenemos todo a nuestro favor —continuó Jason—. Solo debemos ser precavidos, lo ideal es obtener pruebas y una confesión.

—¿Y cómo tengo garantías de que el joven no va a faltar a su palabra? —Volvió a cuestionar Arturo, le costaba aceptar que Danilo en el fondo era una buena persona.

—Va a ser custodiado por mí a toda hora —prometió Jason con solemnidad—. Ustedes se encargarán de seguir con normalidad y esparcir el rumor, y yo desapareceré de la librería y la feria para hacer más creíble toda la historia de que te vas a la quiebra a causa de los robos y que, a raíz de ello, me retiro de la sociedad. No les extrañará que me comporte como una rata abandonando un barco que se hunde, es lo que esperan de mí… Necesito que confíes en mí y en mi criterio, por favor, Arturo.

—Te he confiado lo más sagrado que tengo en la vida, muchacho —señaló Arturo mirando de soslayo a su hija que súbitamente se ponía colorada—. En quien no confío es en el joven.

—Eso es algo que se gana, por mi parte lo ha hecho —declaró Jason con convicción—. Sé que es difícil para ti, pero Danilo cuenta con mi confianza y sé que no me traicionará…

—Ya lo dije, confío en ti. Se hará lo que tú digas —zanjó Arturo—. Bien, creo que ha sido demasiado por hoy, me voy a mi departamento a descansar —anunció Arturo levantándose de su lugar, y estrechando la mano de Jason, se despidió—. Mañana en la mañana definamos los detalles. Hoy apenas tengo cabeza… Hija, vamos —instó a Ana a que lo siguiera, ella resignada, y a la vez dividida, accedió a ir con su padre para evitar problemas. La situación era frágil de por sí, por lo que secundó a Arturo sin chistar dándole un casto beso en los labios a Jason y esbozándole una sonrisa compasiva a Danilo que él respondió con timidez del mismo modo.

Carmen también hizo lo mismo, se despidió de su hijo con cariño, y con una mirada que rezumaba desconfianza se despidió de Danilo con un gesto de cabeza.

El departamento se quedó en silencio.

—¿Quieres un té helado y un sándwich? —ofreció Jason relajado.

Danilo cansado asintió. En ese momento se dio cuenta que el hambre le quemaba el estómago.

Sí, era una buena señal sentir hambre.