Capítulo 29
Los días transcurrieron con una lentitud que exasperaba. Arturo cumplió con su parte del plan, esparciendo el rumor que le habían robado todas las ganancias de la FILSA, y que si antes la situación era precaria, ahora era peor, porque para más inri su socio había abandonado la sociedad, tornando las finanzas en insalvables números rojos.
«La Chilena», iba a la quiebra.
Durante el transcurso de la última semana de la FILSA, fueron llegando los demás libreros a darle ánimos y ofreciendo su apoyo y solidaridad a la familia Medina. A Arturo le era difícil convencerse de que uno de sus colegas estuviera detrás de los robos, intentaba leer entre líneas las palabras de cualquiera que se acercara tras enterarse de su situación financiera. Pero Jason estaba convencido de que solo alguien del rubro se podía beneficiar con la quiebra.
Aquello confundía a Arturo, Orlando le expresó que si su situación fuera más estable le habría ofrecido asociarse con él. Por otra parte Darío le ofreció comprar parte de la mercancía para disminuir el stock para que pudiera pagar a los acreedores. Julio Aguayo solapadamente le echó la culpa a Ana y su mala gestión, pero le ofreció lo mismo que Darío. Incluso Humberto le deseó lo mejor y le comentó que pretendía abrir una sucursal y que le encantaría que él administrara el local cuando fuera el momento.
Verdaderamente Arturo estaba desconcertado, todos en apariencia expresaban sorpresa y pesar por su pérdida.
—Si no supiera la verdad, estaría convencida de que usted se va derechito a la ruina —comentó Carmen en voz baja.
Arturo frunció el ceño ante esa declaración y la miró con expresión interrogante.
—Pareciera que no estuviera aquí conmigo. Como si la mente la tuviera en Marte… tiene la mirada perdida. ¿Le pasa algo malo? —interrogó Carmen preocupada.
—La verdad es que no puedo creer que alguno de los que me ofrecieron sus palabras de apoyo me pueda estar dando puñaladas por la espalda.
—Pero piense, Arturo, ¿nunca, nunca ha tenido problemas con alguno de ellos? —preguntó con interés.
—He tenido discusiones con Julio una que otra vez, pero nada grave.
Carmen se quedó pensativa por unos segundos. Ella había sido testigo de los acercamientos de los demás libreros, y ninguno daba señales de querer ver hundida a la librería.
—¿Hace cuánto conoce a esas personas?
—Ufffff! Más de treinta años, de hecho a Humberto lo conozco desde que estudiamos, fuimos al mismo colegio, pero él iba en otro curso y nos vinimos a reencontrar cuando tomé el mando de la librería. Al resto, a lo largo de los últimos treinta años, el más joven es Orlando. Lleva unos tres años ya en el negocio.
—Me cae bien ese chico, medio pavo eso sí, debería soltarse más —comentó Carmen—. Ojalá él no esté involucrado.
—Ojalá no sea nadie… —Arturo suspiró. Solo faltaban treinta horas para la noche del día domingo, a las once de la noche sería la hora señalada en que le vería la cara a un enemigo al cual nunca le declaró la guerra.
*****
«Jason, estoy sola en casa», fue el sugerente mensaje de WhatsApp que le envió Ana, que reía a carcajadas mientras lo enviaba. En realidad, sabía que la situación no era para disfrutar ningún interludio sexual con Jason, pues estaba custodiando a Danilo. Pero lo echaba tanto de menos, sintió mucho su falta en la librería. Posterior a las decisiones que se tomaron a causa de su secuestro con suerte se veían un rato en la tarde en el departamento de él, pero la presencia de Danilo, lógicamente, los refrenaba.
Independiente de ello, la relación de ellos cambió. Se volvió más fuerte, más cotidiana, más estable, más paciente. Ambos lo notaron, ese amor que parecía que no podía ser más grande, ahí estaba, inmenso, como un ente casi tangible que los envolvía en manto cálido y acogedor. No era solo la pasión, el deseo, o esa sensación inefable de querer estar siempre juntos. Iba más allá, habían traspasado un límite en el cual no podían concebir su vida sin el otro.
«Sei una donna malvagia, ¿cómo se te ocurre tentarme de esa manera?», fue la respuesta que Jason le envió como mensaje de voz a sabiendas del efecto que provocaba el italiano en su Ani.
Si ella era malvada, él podía serlo el doble.
Ana entornó los ojos cuando escuchó el mensaje, rememorando todos esos momentos de éxtasis que él le provocaba. Casi podía sentirlo acometiendo entre sus piernas, y tampoco ayudaba mucho a la causa que llevasen seis días sin hacer el amor.
Sí, llevaba la cuenta de cada día que pasaba. Era un suplicio.
Para Jason también lo era, cada vez se le hacía más imperativo tener a Ana en cada momento, en su hogar, en su cama, en su vida, aún más, si era posible. A veces se desconocía esa faceta tan posesiva, que intentaba mantener a raya dándole espacio a Ana, que tomara sus propias decisiones, que hiciera lo que quisiera. En fin, que fuera una mujer independiente, libre. Básicamente, intentaba darle el mismo trato que él esperaba de ella hacia su persona, porque su trabajo, su vida requería de independencia. Era un hombre que debía estar en constante movimiento, aunque debía reconocer que desde que conoció a Ana toda su existencia se volvió patas arriba, de una forma que no imaginó y que estaba muy lejos de ser estática. Cada cosa por trivial que pareciera era importante y revolucionaria para él. Sus objetivos, sus prioridades cambiaron radicalmente. Antes no le importaba demasiado arriesgar su integridad física, ahora se lo pensaba dos o tres veces antes de tomar algún caso. Tal vez debía empezar a pensar a enfilar su trabajo en algo más moderado para él y no matar de los nervios a Ana y a su madre, ella ya había tenido suficiente.
«Lo sé, te extraño mucho, mi morenazo. Ya podremos desquitarnos cuando todo esto acabe… Por favor, no te arriesgues en vano». Con un estremecimiento Ana envió el mensaje, sabía que debía ser positiva, pero el asunto de la emboscada, por muy bien planificado que estuviera, no estaba exento de sorpresas. Confiaba en Jason y en sus capacidades, en quien no confiaba era en el destino que, últimamente, era muy impredecible, caprichoso y retorcido.
«No haré nada estúpido… No te preocupes, mi Ani. Cuando esto termine, te secuestraré una semana completa, así que lee un montón de novelas eróticas para que apliques todo ese repertorio en mí», respondió Jason con ligereza.
Una semana, un mes, un año… La quería con él hasta volverse un viejo mañoso, pretendía vivir con Ana muchas décadas y debía alejarse de cualquier riesgo innecesario, y ello significaba que los inciertos eventos que ocurrirían a la noche siguiente, serían los últimos en donde arriesgaría su pellejo.
*****
Las manos de Danilo temblaban, tenía la boca seca. Se despertó sobresaltado en la mitad de la noche. Miró todo alrededor. Estaba desorientado.
No era su casa, no estaba en la población. Lo había olvidado por completo.
De pronto, sintió la apremiante sensación de ahogo, que aquella habitación era una jaula, el pecho se le oprimía.
¡Necesitaba aire! ¡Estar en la calle!
¡Necesitaba tan solo un poco!
Deseaba con ansia una probada.
Solo una…
Sería tan fácil escapar. Escabullirse en medio de la noche y desaparecer.
¿Y después, qué?
¿Volver a la población como si nada? Imposible.
Ya habían pasado cuatro días desde que salió de ese lugar. Había podido mantener a raya la compulsión, pero en ese momento la angustia se hizo insoportable.
Solo uno más.
¡No!
Una calada de un mono, tal vez una jalada de falopa. Cualquiera de los dos le servía.
¡No, no, no! ¡Basta, Danilo!, se reprendía severo. Deja de cagarla, se reprochó.
Se levantó de la cama, sus piernas flaquearon, todo su cuerpo temblaba y sudaba frío. Su cuerpo le exigía una probada, su mente se rehusaba a que se precipitara nuevamente a la perdición.
La primera vez que dejó la pasta base, cuando conoció a Jason, no le costó tanto dominar su adicción. Ser mucho más joven y entusiasta le hizo fácil la tarea. Pero ahora estaba más sometido a las sensaciones eufóricas, y de saciar la angustia que venía después con otra dosis, haciéndolo cada vez más adicto a ese infinito círculo vicioso.
Ahora comprendía a cabalidad esa expresión.
Cerró los ojos, intentó tragar saliva. Tenía la boca tan seca.
Sus rodillas finalmente cedieron y cayó al suelo pesadamente, haciendo un ruido seco que era amortiguado por la alfombra de la habitación, se ovilló en el suelo tiritando. El corazón estaba a punto de estallarle en el pecho. Sentía que moría.
Danilo desesperado y presa de miedo empezó a sollozar. Intentaba ahogar su voz, pero hubo un momento en que no lo soportó. Empezó a llorar como un niño, estaba abrumado por estar perdiendo el control de su voluntad.
Débil, débil, débil….
Tal vez era mejor desaparecer, dejar de sentir, descansar. Por un momento, la sensación de que el peso de su vida estaba cerniéndose implacable sobre su cuerpo, lo ahogó.
Inspiró profundo, debía centrarse en respirar. El pecho se inflaba, las costillas se pegaban a su piel, había perdido mucho peso. Demasiado, casi ni comía.
Hace unos días sintió hambre, creyó que estaba bien porque la mayoría de las veces casi ni tenía. Pero no. No estaba bien si no sentía hambre. No sentirla era el indicativo del extremo de su adicción.
No se podía mover, era débil. Siempre lo fue.
No quería serlo, pero la oscuridad lo engullía.
No quería ser débil… ya no.
*****
—¡Danilo! ¡Despierta! —Escuchó la voz lejana de Jason—. ¡Despierta, hombre!
Una palmada firme en su mejilla, un zamarreo.
Con dificultad abrió los ojos. El cuerpo le dolía, sus músculos estaban tensos, sus articulaciones, rígidas.
Era de día.
Jason lo miraba reflejando una mezcla de alivio y miedo.
—¿Estás bien? —interrogó preocupado.
Danilo negó con la cabeza.
—¿Puedes ponerte de pie?
Danilo sopesó su respuesta, intentó estirar las piernas. Dolía un montón. Ignoró la sensación y asintió.
Jason se pasó un brazo de Danilo por sobre su hombro y con el otro le sostuvo el torso para ayudarle a impulsarse. Las rodillas protestaron con un dolor agudo que fue remitiendo con lentitud.
—¿Puedes caminar?
Danilo asintió, todavía tenía la boca seca y una sed horrorosa. Jason empezó a caminar lento y Danilo cojeaba cargando el peso de su cuerpo en la pierna que le dolía menos.
Jason lo guió hacia el mesón de la cocina americana y lo instó a sentarse en un taburete. Sin decir ni una palabra rodeó el mesón y del refrigerador sacó una bebida isotónica.
—Bebe, tienes los labios resecos. Estás deshidratado, mocoso —exhortó Jason intentando aparentar frivolidad ante el dantesco espectáculo que le tocó presenciar.
El síndrome de abstinencia era el infierno en la tierra. Por un segundo creyó que Danilo iba a morir ahí mismo.
Pero el muchacho, aunque él mismo no lo creyera era fuerte. A Jason le sorprendía que a esas alturas no hubiera escapado.
Danilo bebió en unos segundos ese jugo un tanto viscoso y de sabor asqueroso, pero que, milagrosamente, le calmaba la sed. Al fin sentía que podía tragar. Dejó la botella vacía sobre el mesón y se pasó el dorso de la mano por la boca.
Sí, se sentía un poco mejor.
A pesar de beber más de medio litro de jugo, sentía el estómago vacío… Una buena señal.
—¿Quieres comer algo? —preguntó Jason estudiando las expresiones de Danilo, calibrando su estado de ánimo. Los cuatro últimos días se había convertido en su sombra, llegando a la conclusión de que a su amigo lo único que lo mantenía relativamente cuerdo era la voluntad de cambiar.
Danilo asintió, para él era bueno sentir hambre y ganas de comer… Prefería eso antes que vivir esas crisis, la de la noche anterior fue la más fuerte, por poco y no sale corriendo, menos mal que sus piernas lo traicionaron. Había prometido que no volvería a probar ni pasta base, ni cocaína e intentaba con todas sus fuerzas no ceder a la tentación. Jason sabía que no eran palabras vacías, cada cierto rato veía un atisbo de alguna crisis que Danilo intentaba reprimir inspirando hondo, para luego encerrarse en su habitación. Como si el claustro fuera la solución para no sentir el impulso para salir corriendo.
Jason le había dejado en claro que no lo iba a retener, que él lo iba a apoyar en todo, siempre y cuando él quisiera recibir su ayuda. Que era libre de decidir qué camino tomar. Pero que se olvidara de tener otra oportunidad si pretendía seguirse hundiendo en la miseria, porque no quería ser testigo de su debacle.
Pero más allá de esa advertencia, Danilo soportaba su infierno personal estoico porque no quería volver a ser el de antes. No ser un esclavo.
—Jason —dijo de pronto Danilo, interrumpiendo el silencio que se había instalado en ese momento—. Si llego a caer en cana[53], quiero pedirte que me vayái a ver… aunque sea una vez al año —declaró—. Sé que te estoy pidiendo caleta, pero me gustaría que alguien me visite.
Jason frunció el ceño ante esa petición y lo miró severo.
—¿Por qué crees que vas a ir a la cárcel? —interrogó sintiendo pesar; en realidad sabía que era absurdo pensar que Danilo tenía opciones de evitar ser juzgado.
Danilo se encogió de hombros, era un delincuente que en su juventud tuvo un nutrido prontuario policial, y una vez que fue mayor de edad también estuvo involucrado en algunos delitos menores, y ya lo habían fichado.
No era una blanca paloma ante la ley. Nunca lo sería.
—Tengo antecedentes, estoy seguro que por estar metido en lo de esta noche me van a dejar en cana.
Jason sabía que Danilo tenía razón, cuando todavía era infiltrado intentó postularlo para al programa especial al cual perteneció Ángel y él mismo. Pero Danilo nunca fue apto, tenía el gran problema de que no tenían antecedentes personales ni familiares intachables. Eso lo descartaba automáticamente como candidato. La PDI podía obviar ciertas carencias, con la promesa de cumplir con sus requisitos en el mediano plazo, pero Danilo nunca tuvo la opción.
—Haremos lo posible para que eso no suceda —respondió Jason no muy convencido, era muy probable que Danilo pasara una temporada en la cárcel. Eso echaba por tierra sus intenciones de llevarlo a un centro de rehabilitación.
La cárcel era el peor lugar del mundo para un hombre que quiere rehabilitarse… Danilo la iba a tener muy difícil.
El muchacho esbozó una sonrisa que no llegaba a sus ojos, en el fondo estaba resignado y se preparaba sicológicamente para pasar una larga temporada encerrado en uno de los peores sistemas carcelarios de América.
De hecho, estaba agradecido de vivir las crisis de angustia bajo la custodia de Jason, esperaba en los próximos días sortearlas de mejor manera cuando ya no contara con su apoyo constante. Diablos, necesitaba una distracción que no fuera la televisión que le hiciera pensar en otra cosa.
Jason preparó un rápido, pero contundente desayuno que devoró con avidez, junto con Danilo. Era el día último de la FILSA y también esa noche pondrían fin al caso de los robos a la librería descubriendo al autor intelectual.
Todo estaba preparado, solo faltaba que la noche cayera y se levantara el telón.