Capítulo 5

 

  

Jason cerró la puerta de su departamento, acababa de dejar a Ana en el metro, ya era de noche. Estaba cansado. Apenas podía creer que Ana se había disculpado y aceptado el plan que ofrecía para ayudar a que la librería no se hundiera.

Ella lo confundía, el día anterior le pareció que lo odiaba con el alma. Incluso se sintió mal por haber hecho esa jugarreta de ir como flaite y haber puesto en riesgo la continuidad del caso.

Pero eso ya daba lo mismo. Ana y él habían limado asperezas y llegaron a un acuerdo. Uno que en cualquier otra circunstancia no habría sido nada del otro mundo, pero en esta oportunidad en particular, iba a ser difícil para él. Pese a todo lo sucedido, la mujer le gustaba.

Jason rió, parecía ser la historia de su vida, todo lo que le gustaba era inalcanzable. Le hubiera gustado tener un padre que lo quisiera; le hubiera gustado tener una vida relativamente ordinaria; le hubiera gustado que su madre no se hubiera sacrificado por él y, en muchas otras ocasiones, le hubiera gustado ser otra persona, en otro lugar, no un chiquillo metido en una población marginal.

Su destino nunca estuvo en sus manos, hasta ahora.

Había cambiado, por medio de tribunales, su nombre con la escritura correcta y su apellido que le correspondía por sangre, solo por honrar a ese hombre que al menos demostró por quince segundos que fue feliz por saber que él existía. Daba lo mismo que Ramiro todavía figurara como su padre en los papeles, devolvió aquél apellido que les costó tanto a su madre y a él.

Empezó de cero, Ángel, su amigo y mentor, le aconsejó que siguiera su corazón e hiciera lo que él deseara. Se dio cuenta de que la investigación le apasionaba, pero no deseaba seguir perteneciendo a la PDI. Eligió trabajar por cuenta propia.

Eligió seguir en Santiago y vivir en el departamento que había comprado hacía tres años, el que poco y nada había usado.

Eligió invertir en pequeñas propiedades que administraba Rossana, la esposa de Ángel. Aquella mujer había sido una especie de madre putativa para él durante los últimos siete años e irónicamente tenían la misma edad. La adoraba.

Eligió vivir tranquilo, el dinero llegaba casi solo y no era necesario trabajar tan duro como antes, cuando se sentía dividido por lo que era y lo que deseaba ser.

Eligió ayudar a Arturo, porque simplemente el hombre le simpatizó y honraba la tradición familiar de la librería.

Y ahora le gustaría elegir retractarse, pero no podía. Ya había dado su palabra y por mucho que le gustara esa mujer que casi no confiaba en él, debía seguir adelante.

Y él consideraba, que su palabra era lo más valioso que tenía. Era lo que lo definía como persona.

Resopló mirando de soslayo los dos tazones que quedaron encima del mesón. Los tomó y los lavó. El tazón que ella usó estaba manchado con su lápiz labial rosa y había dejado impresa su huella. Jason la emborronó con su pulgar y fantaseó con hacer eso sobre el labio de ella.

—Idiota —se reprendió en voz alta—. No sé qué le ves a esa mina[25], es flacuchenta, blancucha, apenas se peina y si Dios es grande, conoce de vista las pinzas para las cejas. Y más encima, con suerte te traga porque eres flaite. —Lavó el tazón de ella con brío hasta borrar todo rastro del labial—. Las mujeres que usan el cerebro no se fijan en flaites, y peor aún, cuando tienen un pololi[26] rubiecito, cuiquito al peo, salido del Verbo Divino a duras penas —refunfuñó resentido, de lo estúpidamente injusta que era la vida, al mismo tiempo que terminaba de lavar el tazón que usó él—. Un imbécil de pies a cabeza, que fue incapaz de terminar su carrera universitaria… Ni que su viejo cagara la plata, típico de mal agradecido clase media levantao de raja.

Lo investigó, lo siguió. Porque para Jason Joaquín era el sospechoso número uno, y aunque no había encontrado nada que lo incriminara, seguía teniéndolo en la mira. Lo sabía, desde sus entrañas que el tipo ocultaba algo sucio. No solo quería investigar a los clientes de cerca, al tarado también.

—Limítate a hacer tu pega[27], Jason, y luego, cuando termines, te viras. Chao. Y todos felices y contentos.

Negó con la cabeza, apoyó sus manos en el borde del lavaplatos e inspiró hondo. Necesitaba despejarse unos segundos, pensar en otra cosa, quizás en alguien más que no fuera él mismo.

Se secó las manos, tomó su celular y llamó a su mamá para desearle buenas noches. Escucharla y saber todos los días que estaba bien, lo animaba, lo centraba y lo distraía. Le había pedido que se fuera a vivir con él, pero Carmen se rehusaba, necesitaba preparar a los hermanos de Jason. Para ella, romper con una cadena que la había mantenido atada por treinta años a un matrimonio infeliz era algo difícil de hacer.

Por primera vez su madre quería hacer algo a su manera, y él no se lo iba a impedir.

—Hola, hijito —saludó su madre del otro lado de la línea—. ¿Cómo estai?

—Hola, mamita… —Sonrió de inmediato a escuchar su voz—. Estoy bien, ¿y tú?

—Bien, mi niño… ¿Pasa algo? Por lo general tú no llamái a esta hora.

—¿Qué hora es? —preguntó desconcertado.

—Las once, hijo.

—No me di cuenta de la hora, lo siento, no debí llamar —se disculpó con sinceridad, había perdido la noción del tiempo y no deseaba provocarle problemas a su madre.

—No te preocupí —tranquilizó con cariño.

—Claro que me preocupo, ¿no está Ramiro por ahí?

—Está roncando de lo lindo en la cama, llegó emparafinao[28].

—Pero, mamá…

—Hijo, ya te dije, no te preocupí… —interrumpió con ese tono que ella sabía usar tan bien—. Hace años que no me toca… de ningún modo. Mientras la casa esté limpia y la comida servida, no se enoja —justificó, y era casi cierto. Ramiro se cobraba cada seis meses los deberes sexuales de su esposa. Pero para ella, aquello no era relevante, solo dejaba su mente en blanco hasta que él terminara en cuestión de un minuto.

—Y desde que no existo también —agregó Jason con culpa.

—No digai eso, por favor —rogó Carmen, le dolía lo evidente.

—Pero es verdad, todo cambió cuando me fui a la casa del Rucio —replicó con calma, en ningún momento para reprochárselo a Carmen. Había sido lo mejor.

—Nunca dejaste de existir pa’ mí. Nunca —sentenció firme, como solo una madre puede hacerlo.

—Lo sé, mamita… —Jason sonrió al sentir la fuerza de esa mujer. La admiraba, a pesar de no tener educación, logros académicos o un trabajo de categoría. La admiraba por su fortaleza, por enfrentar el duro día a día, por sacar a tres niños adelante y hacer lo mejor posible, aunque uno se le había descarriado en el camino. La admiraba por haber sacrificado tanto por él… y todos los días lo agradecía—. Lo sé… Mejor te dejo, descansa.

—Tú también, hijo mío.

—Oye… —dijo antes de dar por terminada la comunicación—. Te amo.

—Yo también, mi niño bello. Con toda mi alma.

Jason cortó y se quedó mirando el aparato con una sonrisa. Su madre siempre le decía que lo amaba, él había aprendido a decirlo solo hace poco. Se le llenaba el corazón cuando le decía esas palabras a su madre, casi podía ver como los ojos de ella se llenaban de felicidad.

 

*****

 

Faltaban cinco minutos para las nueve de la mañana. Jason estaba cargando su pesada mochila esperando la llegada de Arturo y Ana en el frontis de la librería que tenía la cortina metálica cerrada. Había acordado con Ana, que todos —a excepción de Joaquín— llegarían una hora antes de la apertura, para afinar algunos detalles que se llevarían a cabo durante el día.

La mañana estaba fresca. Así que decidió ir informal y usar una chaqueta de cuero negra, camiseta azul, jeans negros y zapatillas del mismo color. Simple, anodino… Según él.

Jason escuchaba música en sus audífonos a volumen bajo, para estar pendiente de todo. Su placer culpable era escuchar música en japonés que descubrió gracias a la animación del país del sol naciente. Consideraba que las letras de las canciones eran mucho mejor que las en español o inglés. Para ser una cultura bastante formal y conservadora con respecto a la occidental, transmitían muchos sentimientos con sus líricas.

Hablaban muchas veces del amor de una forma desgarradora que él no conocía… Sabía lo que decían esas canciones, se había tomado la molestia de buscar las traducciones en español. Pero para cualquier otra persona, solo eran sílabas violentas sin ton ni son. Intentó aprender algo del idioma, pero había que tener demasiado tiempo y dedicación para hacerlo a la perfección, y a él, el tiempo se le escurría como el agua entre los dedos, por lo que se conformaba con saber qué decían esas canciones y lo básico de aquella cultura.

Ana y su padre llegaron diez minutos después, iban sonrientes tomados del brazo. Jason se alegró de que Arturo haya perdonado a su hija, y que Ana hubiera hecho lo correcto. A todas luces habían hecho las paces.

Jason se concentró y se metió en su papel. Lo importante era no dejar que les volvieran a robar para que la librería no cerrara. Era hora de trabajar duro.

Arturo saludó a Jason, estrechando su mano, y le palmeó el brazo de forma paternal. Ana lo saludó con un fugaz beso en la mejilla, cosa que sorprendió un poco a Jason. Pero se convenció de que, así es la gente normal cuando entra en confianza. El saludo de beso en la mejilla de una mujer es tan normal como el estrechar las manos entre los hombres.

Arturo levantó la cortina metálica con ayuda de Jason solo hasta la mitad, señal de que el local aún estaba cerrado e ingresaron todos al interior que estaba en penumbras. Ana fue tras el mesón donde estaban los libros más costosos y la caja, y encendió las luces iluminando todo el lugar. A Jason le pareció que súbitamente la librería había cobrado vida.

Arturo se acercó al mesón y Jason lo imitó. Ana quedó del otro lado, imponiendo una barrera en sentido literal y figurativo.

—Okey —inició la conversación Jason—. Arturo, supongo que Ana te puso al día.

—Así es, estoy de acuerdo en todo y entiendo el punto de alejarme una temporada para que tomes mi lugar —respondió Arturo, relajado.

—Bien, me interesa que les quede claro que ustedes están descartados como sospechosos por distintos motivos, que me reservo. Pero a la única persona que no conozco es a Joaquín, por ende, no puedo descartarlo solo por el hecho de que sea novio de Ana y trabaje aquí desde hace un par de años. Necesito que les quede claro que no es algo personal, sino todo lo contrario.

—No hay problema —aseguró Ana—. Si es inocente, no tardarás nada en descubrirlo —declaró tajante, lanzando un velado desafío a Jason.

—Exacto —afirmó mirándola a los ojos aceptando el reto—. Ahora, debemos tener una explicación coherente para que Arturo deje su puesto y yo lo reemplace —señaló rompiendo el contacto visual y dirigiéndose a ambos indistintamente.

—Stress —propuso Ana—. Galopante —enfatizó alzando las cejas—. Por los problemas económicos que provocó el tercer atraco. Hoy le revelaremos esa información. Papá lleva semanas con el ánimo bajo, cosa que le he comentado a Joaquín en varias ocasiones.

—Eso suena convincente —manifestó Jason—. ¿Y cómo entro yo?

—Eres el hijo de un amigo que está sin trabajo —respondió Arturo al instante.

—Entonces la historia es esta, como Arturo está tan estresado, Ana le propone que se tome unas semanas libres para descansar. Arturo se acuerda del hijo de su amigo que está cesante, o sea yo, y me llama para que lo reemplace de manera temporal. Hoy harás ese anuncio y te quedas para enseñarme lo que debo hacer. ¿Suena convincente?

—A mí me suena bien —aprobó Ana—, Joaquín no conoce a los amigos de papá, que son pocos. Lo demás se justifica por sí solo.

—No tengo objeciones —sentenció Arturo.

—¿No creen que me reconocerá? —Jason cuestionó el único detalle en la historia que los podía delatar.

—No, Joaquín es muy mal fisionomista —aseveró Ana con convicción—. Además, ese día hablaste muy diferente, estabas afeitado, y tenías otro estilo de vestir y de peinarte. Te crece muy rápido la barba —observó Ana con ligereza—. Te cambia la cara al instante.

«Y Joaquín odia a los flaites con su alma. Ni siquiera debió tomarse la molestia de mirarte por más de dos segundos», pensó Ana. Pero omitió ese comentario, no quería herir los sentimientos de Jason, que, a pesar de ser un hombre muy educado, se seguía considerando un flaite.

—Al final del día, quiero que nos quedemos un rato más —demandó Jason con amabilidad, intentando pasar por alto el comentario de Ana respecto a su barba y de lo mucho que se había fijado en su apariencia—. Necesito que Joaquín se vaya primero.

—No tienes que decirlo, él siempre hace eso —manifestó Arturo, con un leve tono de ironía que a Jason no le pasó desapercibido.

—Mejor todavía. Instalaré las microcámaras de seguridad inalámbricas cuando él se vaya. Con ellas iré registrando la actividad del local en el computador que tengo en casa. Asumo que tienen internet.

—Por supuesto —confirmaron padre e hija al unísono.

—Perfecto. Entonces, ¿quedamos claros? ¿Alguna pregunta?

—Ninguna —respondieron nuevamente al mismo tiempo.

Se quedaron en silencio, por un segundo.

—¿Alguien quiere desayuno? —preguntó Arturo con entusiasmo.

—¡Yo! —contestó Ana contagiada por el estado de ánimo de su padre—. ¿Me traes un mocaccino y un chocolate? Estoy antojada.

—¿Y tú, Jason? —consultó solícito.

—Nada, Arturo. Desayuné en casa. Gracias de todas formas.

—Voy y vuelvo, entonces. —Arturo salió del local en busca del desayuno con una sonrisa iluminando su rostro.

Otra vez el silencio se cernió entre ellos. Pero ahora era denso y tangible como el mesón que los separaba.

—Tienen buenos libros —comentó Jason para llenar el vacío, señalando los libreros que tenía al frente.

—Sí, aparte de los bestsellers, lo que más vendemos son los saldos de romántica. Tenemos varias clientas frecuentes que compran todas las semanas —respondió Ana animadamente. Había sido todo un acierto traer novelas de ese género.

—Yo no leía novelas románticas, pero tengo un amigo que es escritor, y aparte de las policiales, tiene un par de novelas de ese género. Debo admitir que me gustaron mucho —reconoció distraído viendo las portadas de las novelas que mencionaba Ana. No pudo ver la cara de sorpresa de ella al mencionar que le gustaban las novelas románticas.

«Definitivamente es gay», pensó ella, volviendo a sentir esa punzada de decepción. «¿Por qué todos los buenotes son gay?», interrogó su inconsciente rebelde que la instaba a ir por el mal camino.

—¿En serio? ¿Quién es? Tal vez tenemos sus libros acá, ¿de qué editorial es? —acribilló con preguntas para acallar su mente, esa traidora que le jugaba malas pasadas desde que Jason Holt se hizo presente días atrás en ese mismo lugar.

—Miguel Trapetti —respondió hojeando un libro de Lisa Kleypas—. No tiene editorial, él es independiente, pero le va bien. —Lo dejó en su lugar y volvió su atención a Ana.

—Podría traer algunos de sus libros acá y venderlos si le parece bien —propuso resuelta—. Empezamos a traer libros románticos cuando salió el boom de novela erótica por ahí por el 2013. Y cada vez compran más o piden títulos. Los lectores están mucho más informados que nosotros.

—Tienen su gracia, además de las de Miguel, he leído un par por ahí. No me vuelven loco, pero me distraen cuando leo demasiada novela negra. Son interesantes. Me llama la atención en como desmenuzan los sentimientos. Los hombres somos más… brutos —comentó ya más relajado. Hablar cosas triviales era fácil con ella. Aunque si se ponía a pensar, era raro hablar trivialidades con alguien del sexo opuesto, porque sus relaciones eran nulas, salvo sus amistades—. Sí, somos mega brutos.

—Ni que lo digas —concordó Ana.

Ambos rieron por motivos diferentes. Ella pensando en lo absurda que era esa cosa que sentía por ese hombre 100% gay. Y él, por lo ridículo que se sentía darse cuenta de que no tenía idea del romance… salvo por aquellas novelas que leía a veces.

Una tos masculina interrumpió las risas. Ana y Jason de inmediato miraron hacia la entrada donde estaba Joaquín con cara de pocos amigos. Ana se tensó e irguió su espalda, como si la hubieran pillado in fraganti cometiendo algún delito grave. Jason, por su parte, esbozó una sonrisa fingiendo amabilidad.

—Hola, Joaco —saludó Ana absurdamente nerviosa.

—Tú debes ser Joaquín. — Jason se acercó hacia él con una sonrisa que desconcertó el mal semblante del novio de Ana—. Soy Jason Holt, mucho gusto. Arturo y Ana me han hablado mucho de ti. —Le ofreció la mano de manera amistosa y Joaquín respondió el gesto con un agarre flojo, pero mirando de soslayo a Ana como si estuviera pidiendo explicaciones.

—Hola, Jason… Bourne —intentó bromear con sorna.

—Holt —corrigió severo. Se mordió la lengua de decir «Holt, colabora imbécil. Estoy siendo amable, tarado».

—Me suena tu apellido, ¿no estudiaste en el Verbo Divino? —interrogó con interés. Cuando conocía a alguien, Joaquín siempre tenía la mala costumbre de preguntar de manera indirecta en qué colegio había estudiado su interlocutor, para medir el status.

—No. Mi mamá nunca me hubiera puesto en un colegio católico. Es atea —mintió a medias con un tono jocoso. Un colegio católico era un privilegio prohibitivo para el escaso presupuesto de los Barrios-Lara.

—Ah.

—Hola, Joaquín —saludó Arturo entrando al local con el café y el chocolate para su hija, y un jugo de naranja para él—. Ya veo que has conocido a Jason.

—Sí, estábamos conversando —respondió Joaquín presintiendo que algo malo sucedía. Centró su atención en Arturo.

—Tenemos que contarte algo…

Arturo se hizo cargo de la situación contando los hechos de principio a fin, los asaltos, el remesón financiero, el stress que provocó en él y la presencia de Jason. Lo hizo de manera convincente, sin titubear. Joaquín estaba en silencio y solo hacía preguntas ocasionales evidenciando preocupación por su suegro.

Se tragó toda la historia, porque él mismo lo había visto desanimado, ojeroso, e incluso el día anterior, Arturo había estado callado y de mal humor.

—¿Y qué pasa con ese tipejo que te iba asesorar? —preguntó Joaquín con curiosidad.

Ana y Jason no imaginaron que Joaquín había escuchado esa parte de la conversación casual que sostuvo Ana y su padre respecto al flaite del otro día. Al mismo tiempo aguantaron la respiración.

Estaba todo a punto de irse al carajo.

—Ah, él. Me iba a averiguar con la gente que conoce si da con los ladrones —respondió Arturo de inmediato—. Pero ya sabes, no es nada seguro.

—¿Y de dónde lo conociste? —interrogó con suspicacia, ¿cómo era posible que Arturo conociera a un flaite?

—Se llama Kevin. Es un vendedor ambulante que me ayudó cuando me asaltaron.

Ana estaba sorprendida con la capacidad y rapidez mental que tenía su padre para inventar excusas creíbles. Jason, internamente, lo aplaudía de pie.

—Bueno. Creo que tienes razones suficientes como para estar un tiempo de vacaciones, las mereces, Arturo —dijo Joaquín con un tono de perdonavidas que a Jason le provocaron ganas de ahorcarlo.

—Sí, necesito descansar. Todo se solucionará mientras no perdamos más dinero. Ana estará a cargo de todo. Las decisiones las tomará ella, Jason será el apoyo de ustedes en mi ausencia. Así que hoy le mostraré el funcionamiento de la librería, y ya de mañana en adelante aprenderá de ustedes —sentenció Arturo con autoridad, pero actuando de manera magistral su cansancio y pesar.

Ana no podía salir de su asombro, pero su rostro no revelaba nada.

—Bueno, no me queda más que darte la bienvenida Jason —expresó Joaquín animado, pero sin dejar de usar ese tono de voz que enervaba a Jason, y hacía que Ana rodara sus ojos para sus adentros.

Esa era una de las cosas que a ella no le gustaba de Joaquín. Usualmente no usaba ese tono de superioridad, solo lo hacía cuando se sentía amenazado.

Lamentablemente para ella, lo iba a escuchar durante todo el maldito día.