Epílogo
Como todas las semanas, Jason pasó por el exhaustivo control de revisión y se dirigió al sector de visitas del centro penitenciario Colina II, uno de los más peligrosos y con peores índices de hacinamiento del país. Danilo ese día cumplía un año de condena, le quedaban seis años… y un día.
Esos 365 días habían transcurrido demasiado rápido para Jason, interminables para Danilo. Pero él ya estaba resignado y estaba aprovechando cuanta oportunidad se le presentaba en el recinto penitenciario para ser algo más en la vida.
Se lo había propuesto, una vez que saliera de ahí no iba a volver, cada día empezaba con esa declaración de principios, y su amigo que no faltaba nunca a sus visitas semanales, reafirmaba esas ganas de ser cada día mejor.
Ahí estaba Danilo esperándolo sentando en una de las bancas dispuestas para aquellos menesteres. Se le veía más repuesto, sus adicciones totalmente controladas, e incluso había ganado un poco más de musculatura y peso. Hacía calor, Danilo vestía solo una camiseta y pantalones cortos exhibiendo su morena piel tatuada en brazos, cuello, torso y piernas. Fueron su adicción antes de recaer en la pasta base, y ahora eran su recordatorio de la vida que había dejado atrás.
Ambos hombres se divisaron al mismo tiempo y se saludaron con un gesto con la mano.
—Llegas tarde —regañó Danilo evidenciando de a poco su cambio en su manera de expresarse. Todavía había cierto acento marginal, pero con el tiempo se iría borrando. Él había entendido que si algunas cosas no cambiaban para mejor, seguiría siendo discriminado cada vez que abriera la boca, y ya con pasar por la cárcel era suficiente carga para su mochila de antecedentes.
—Ani estuvo vomitando toda la mañana, le sentó pésimo el olor a huevos revueltos.
—Pobrecita. Tienes que aguantártelas calladito, ¿no te gustó hacer ese engendro?
—Ni te lo imaginas —afirmó con una sonrisa, pero la borró al instante, a veces se sentía culpable por ser tan feliz cuando visitaba a Danilo.
—Dale mis saludos a la Anita, ¿ya supieron si es niña o niño?
—Todavía es muy pronto, Ani no quiere saber hasta el parto, es una aguafiestas. «Quiero que sea una sorpresa» —parafraseó en un exagerado y agudo timbre de voz con el que intentaba imitar el de su esposa.
Danilo rio ante la cara de tedio de Jason por no saber antes el sexo de su futuro bebé. Era la cosa más frustrante del mundo para su amigo.
—Trata de hacer que cambie de opinión —propuso Danilo guasón alzando sus cejas—. Supongo que tienes tus trucos.
—He intentado de todo. Es muy dura.
—No sería tu mujer si no fuera dura, te tiene que soportar, ¿no?… ¿Me trajiste mi encargo? —preguntó cambiando de tema, si seguía por ese sendero solo hablaría de bebés y relaciones amorosas.
—Ah, sí. Ani los eligió para ti. Están un poco manoseados y maltrechos, ya sabes, por la revisión. Pero todavía cumplen su propósito. —Le entregó una bolsa de papel pesada.
—¡Bacán[56]! —exclamó contento—. Ahhhh, por lo menos no se soltaron las hojas esta vez.
—Sí, estos sobrevivieron. Nunca más traigo los de tapa dura. Me los hicieron pebre[57] la otra vez.
—No te preocupes, los empasté de nuevo —comentó mientras revisaba el contenido de la bolsa. Eran varios libros de todos los géneros, incluyendo el favorito de Ana, el romance. Danilo debía reconocer que eran muy entretenidos, pero a veces le causaban horribles y duras incomodidades. A Jason le gustaba ver la sonrisa de Danilo al revisar los nuevos títulos.
Gustoso inhalaba el aroma del papel. Aquello era su único escape a esa agobiante y hacinada realidad. Al principio le costaba leerlos, porque no entendía muchas palabras, pero se propuso no claudicar, un libro no se la iba a ganar. Todos los días anotaba las palabras que no entendía y las buscaba en el diccionario de la pequeña biblioteca que había en el lugar. Con el pasar de los meses y de los libros, empezó a consultar menos y a comprender mejor lo que leía.
Eso para Danilo fue como si el mundo se le abriera dentro de la prisión. Incluso ya no se consideraba tan estúpido como para volver a estudiar. Se inscribió en el programa para completar sus estudios básicos y medios. Tal vez en unos años rendiría la prueba de selección universitaria. Se planteó como desafío sacar el mejor puntaje posible.
También se inscribía en los programas de trabajo y cursos para aprender oficios. Hablaba lo justo y necesario con los reos que eran compañeros de estudio, e intentaba aislarse y abstraerse del resto de la población penitenciaria.
Un ermitaño en la cárcel.
Todas las semanas Jason le llevaba libros y diarios que Danilo devoraba con avidez y lo conectaba con el mundo exterior. Prefería aquello en vez de ver televisión.
Conversaron un rato más, hasta que el tiempo —como todas las semanas— se terminó.
Se despidieron con un abrazo fraterno y sentido, prometiendo verse en siete días más.
Jason al traspasar las puertas de Colina II inspiró profundo y soltó el aire lentamente. Siempre tenía sentimientos que se traslapaban unos con otros. Si hubiera torcido su camino un día más, si no hubiera tomado la oportunidad cuando la tuvo, probablemente sería un reo más de ese lugar.
Estaría viviendo el mismo destino que Danilo, pero con la gran diferencia de que no contar con el apoyo de nadie.
Su madre estaría sufriendo por su causa, sería un delincuente, un drogadicto… Un paria, pasaría más tiempo ahí adentro que en libertad.
Sí, se sentía satisfecho por tener lo que siempre deseó… Tardó, pero su destino que tanto buscaba con afán, llegó sin más, entregándole generoso todo lo que él anhelaba. Y más.
Caminó al estacionamiento y se subió al automóvil que parecía un horno por el calor reinante. Encendió el aire acondicionado, puso su música japonesa y emprendió rumbo a su departamento.
Sí, lo ñoño no se le había quitado, y Ana se lo fomentaba, por lo que Jason empezó a tomar casos más pequeños y que no significaran algún riesgo para su integridad física y le dio prioridad al arte. Después de todo, se lo podía permitir y hacía cuadros por encargo, ya había hecho un par de ilustraciones para las cubiertas de unas novelas de su amigo Ángel.
Tarareaba esas letras que trataban de amor, y golpeteaba el volante con sus dedos, haciendo chocar la alianza de oro que llevaba en su anular izquierdo. Volvió a sonreír satisfecho, estar casado con su Ani y tenerla todos los días en su cama y en su vida era lo mejor que le había pasado en toda su existencia. Pretendían tener hijos en un par de años más, pero una indigestión provocó una mala asimilación de las hormonas de las pastillas anticonceptivas, sumado a la hiperactiva vida sexual de ellos y ¡pum!, embarazo.
No llevaban ni cinco meses de matrimonio y ya habían agrandado la familia. Ani estaba por la duodécima semana de gestación, apenas se le abultaba el vientre y vomitaba como la niña del exorcista, pero eso eran solo detalles. Jason estaba pletórico de felicidad, a veces pensaba que era un sueño y por eso le hablaba todas las mañanas a su pequeño engendro, como le llamaba de cariño a su retoño.
Su feliz rutina era acompañar a Ani a la librería, asegurarse de que desayunara apropiadamente, saludaba y conversaba un rato con su madre y su suegro, y a la postre, se iba a hacer lo que tuviera planificado para ese día ya sea avanzar en un caso, pintar, e incluso, colaborar como consultor para la PDI en casos muy especiales. A eso de las siete y media volvía a buscar a Ani a la librería y tomaban once con sus hermanos en familia… sin Carmen.
Ella llevaba un mes viviendo con Arturo, decidieron hacerlo de esa manera para probar cómo les iba avanzando un paso más en su relación. A juicio de Jason, se lo estaban tomado con demasiada calma, pero su madre y su suegro aseguraban que lo preferían de esa forma, total, nadie los apuraba. De todos modos, eso no le impedía a él bromear con que anduvieran con mucho cuidado, porque su madre todavía era joven y podía salir con un encargo a París o un repollo berrinchudo. Esa idea era rara para Jason, en ese caso hipotético, como le diría a ese bebé, ¿«hermañado»?, ¿«cuñimano»? Iba a ser su hermano y cuñado a la vez.
Iba a ser algo bastante loco, sí, mejor que se cuidaran… o que le llegara pronto la menopausia a Carmencita.
Así y todo tenía una sonrisa en los labios, no importaba nada de eso, su familia iba a apañar en todo… como siempre.
Aquel pensamiento le hizo tomar una decisión. Sí, hoy sería el día.
Se desvió de su destino final, sentía el apremio por hacer algo que tenía pensado desde hacía unas semanas, exactamente ocho, cuando se enteró de que iba a ser padre. Enfiló su rumbo hacia el Cementerio General.
Compró unas flores, lirios blancos, y se dispuso a caminar entre las históricas tumbas. De su billetera sacó un papel y verificó donde estaban escritas las indicaciones para encontrar el lugar que buscaba. Vagó entre las calles, pasó por el lado de la tumba de Violeta Parra y no evitó tararear su canción más famosa y que en ese preciso momento de su vida era el fiel reflejo de su realidad y de cómo la percibía…
—«Gracias a la vida… que me ha dado tanto» —susurró caminando—. «Me ha dado dos luceros… que cuando los abro… perfecto distingo, lo negro del blanco…»
Los versos de Violeta seguían en sus labios agradeciendo a la vida, por un par de minutos más hasta llegar a una intersección. Verificó de nuevo su ubicación, mirando en todas direcciones y releyó el papel para asegurarse. Sus luceros verdes empezaron a buscar entre las lápidas, sabía que estaba cerca. Su corazón empezó a latir más rápido, siguió tarareando la canción que no podía despegar de su cerebro, necesitaba tranquilizarse.
—«Gracias a la vida que me ha dado tanto… Me ha dado la risa y me ha dado el llanto… Así yo distingo, dicha de quebranto… Los dos materiales que forman mi…». —Sus palabras de pronto murieron.
Encontró lo que buscaba.
«Frederick Jason Holt Undurraga»
—«Amado hijo, sobrino y amigo» —leyó en voz alta—. «19 de Junio de 1945 - 12 de diciembre de 1985»… Nacimos el mismo día —murmuró sorprendido y emocionado—. Hubiera sido un bonito regalo de cumpleaños.
Se agachó sobre la abandonaba tumba, limpió una cuantas hojas secas y dejó los lirios blancos sobre ella y se alzó de nuevo. Sacó del bolsillo de su pantalón un paquete de pañuelos desechables y secó las lágrimas que emergieron de sus verdes ojos sin permiso.
—Soy Jason Holt… tu hijo… —declaró en voz alta, estaba solo, no había nadie cerca—. Nací el mismo día que tú, mi madre hasta hace muy poco todavía lloraba tu pérdida, pero se tuvo que casar unos meses después de tu muerte para poder conservarme. Ese hombre no fue digno de ella, nos trataba muy mal, no era bueno con nosotros.
»He sido delincuente, un rebelde a causa de un padrastro que nunca me quiso. Iba directo a la ruina y me salvó un amigo, que fue casi mi padre. Me educó en muchos sentidos y enderecé mi camino. Fui detective, un narcotraficante infiltrado, me retiré en el momento justo y empecé mi negocio propio… Conocí a una maravillosa mujer, la amo con todo mi corazón, es preciosa por dentro y por fuera.
»Ahora soy pintor, no de murallas, de cuadros y esas cosas más artísticas… —especificó riendo por su ocurrencia, pero todavía estaba nervioso, se aclaró la garganta y continuó—... Mamá enviudó hace más de un año, pero ahora es muy feliz junto a un buen hombre… Arturo, ¿recuerdas a tu amigo? Él también enviudó hace muchos años, y mi esposa es su hija… El destino nos reunió a todos… Vas a ser abuelo... Espero ser un buen papá, quiero serlo. Pero a veces me da miedo porque en realidad… —Enjugó sus lágrimas, nunca imaginó lo duro que era enfrentar la última morada de su padre—. Solo vine porque lo necesitaba. Es raro, me hiciste falta de tantas maneras, pero sé que las cosas tenían que ser como fueron y nada fue en vano… Gracias, por ser feliz por mí aunque fuera por unos segundos. Ese breve tiempo en que tú supiste de mi existencia significó y significa mucho para mí. Hizo que aceptara mi destino, lo que fui, lo que soy… lo que seré.
Se quedó en silencio, asimilando lo que acababa de decir. Jason al fin sentía que había cerrado una parte importante de su vida de una manera justa.
Sintió que estaba en paz, con su pasado. Su presente era dichoso y su fututo, prometedor.
Desvió la mirada hacia la tumba que estaba al lado de la de su padre y se dio cuenta que era la de la madre de Frederick. Alzó las cejas sorprendido.
Había fallecido solo hacía dos años.
Sí, todo fue como tenía que ser.
—Me voy… Pero antes, hay que hacer un poco de justicia para ti. También vine por eso. —Sacó un marcador indeleble de color negro y tal como lo haría un pandillero escribió sobre la lápida de color gris—. Ahora sí resume de mejor forma tu paso por este mundo. Volveré un día de estos a retocarlo para evitar que se borre.
Jason sonrió satisfecho con su obra. Dio media vuelta y se fue al encuentro de su familia.
Ahora la lápida decía:
«Frederick Jason Holt Undurraga
»Amado hijo, sobrino y amigo… amante y padre»
Fin