Capítulo 31
Eran las tres de la madrugada. El sueño finalmente había vencido a Lidia y a Bernardo que dormían abrazados en el sofá. Carmen y Ana tomaban un café esperando a que Arturo y Jason dieran alguna señal de vida.
Estaban en un cómodo silencio que no era necesario rellenar, cada una se dedicaba a sus propios pensamientos y conjeturas y dejar que el tiempo pasara.
Lo único que sabían era que todo había terminado, y cuando era medianoche, Jason se los informó en un escueto llamado telefónico que sembró solo dudas. Solo había una innegable certeza.
Todo volvería a la normalidad.
El sonido del tictac del reloj mural era lo único que indicaba que no estaban sordas, la ciudad afuera estaba prácticamente muerta.
La puerta abriéndose rasgó ese tenso momento, tazas chocaron contra platillos, pasos acelerados se dirigieron hacia el encuentro de ellos… Se detuvieron en seco, divididas, Ana y Carmen no sabían a quién abrazar primero. Esa indecisión solo tardó una milésima de segundo, cuando cada uno de ellos eligió abrazarlas al mismo tiempo.
El sollozo de ambas ahogado en ese par de torsos masculinos, despertó a Lidia y a Bernardo que fueron al encuentro de Jason que no soltaba a Ana, se saludaron con una mezcla extraña de relajo y alivio en el corazón, para luego saludar a Arturo con calidez, cada vez se acostumbraban más a ver a su madre en los brazos de alguien que solo le brindaba amor y respeto. De a poco Arturo se ganaba el cariño de los hijos de Carmen.
Luego del saludo, Ana miró en todas direcciones. Faltaba alguien.
Danilo.
—¿Dónde está Danilo? —interrogó Ana mirando a Jason. El semblante de Jason pasó de la sonrisa al pesar.
—Está detenido… Mañana veré si puedo asistir al control de detención. Ahí el juez determinará si procede abrir una investigación o desestimar el caso.
—¿Crees que salga libre? —preguntó esperanzada.
Jason negó con la cabeza, el caso tenía demasiadas aristas como para que el juez de garantía lo dejara pasar así como así. Los últimos sucesos tacharían a Danilo como «un peligro para la sociedad» y para cualquier juez que tuviera un grado de sentido común, no desperdiciaría la oportunidad de sentar un precedente en un caso mediático en el que estaba involucrada la muerte un narcotraficante relativamente conocido y peligroso a manos de otro delincuente con un prontuario relativamente abultado. Indudablemente era un jugoso caso donde estaba involucrado el asesinato —sea cual sea el motivo—, lucha de poderes, venganza, pandillas y drogas. Cualquier juez estaba dispuesto a aprovechar un caso en el cual se le garantizaba ganar reputación para su propia carrera.
—Haré todo lo que esté a mi alcance para que no sea demasiado tiempo.
—Ojalá. Espero que no sea tan duro para él. —«Y que no salga peor de lo que ya es», prosiguió Ana en su fuero interno. La cárcel por lo general era la universidad de los delincuentes, cualquiera que pasaba por ahí estaba lejos de la rehabilitación.
Se sentaron en la sala de estar a relatar lo sucedido en las últimas horas. Primero Jason, ante una expectante Ana, detalló el esperado, pero no deseado encuentro con Menares. Danilo y él tenían la secreta esperanza de que solo se presentara el hombre de los encargos, pero en realidad, sabían con absoluta certeza de que el obeso narco se iba a presentar a cobrar lo suyo. El solo hecho de que el hombre de los encargos lo usara como una forma de presionar a Danilo ya indicaba que no vendría solo.
Cuando Jason habló sobre los disparos Ana de inmediato le subió la camiseta y cayó en cuenta que no era la misma con la que se había ido esa noche. Con cuidado miró el parche de gasa que era bastante escandaloso para lo que era la herida en realidad. Solo un roce que, en una primera instancia, sangró bastante, pero con presión se detuvo la hemorragia. En el centro asistencial apenas le pusieron cinco puntos y le recetaron analgésicos.
—Suertudo —dijo Ana con alivio, cuando se convenció de que en realidad no era grave.
—No fue suerte —declaró Jason convencido—. Danilo, en cierto modo, ayudó a que no me diera de lleno, él disparó primero, y con ello hizo que Menares errara su tiro.
—Entonces más suertudo aún, tienes un amigo que está siempre hace lo necesario… incluso matar —señaló con pesar.
Arturo con aquellas palabras evocó la esmirriada y encorvada figura de Danilo cuando fueron a su encuentro. El chico lo conmovió, en ese momento se dio cuenta de por qué lo defendía tanto Jason. En el fondo era un buen muchacho, pero no tuvo lo esencial. Y así era tan fácil desviarse del buen camino.
Había personas que abrazaban vivir en aquel círculo vicioso, donde no importaba el prójimo, ni las consecuencias de sus actos sobre los demás. Donde los valores, la moral, las leyes, no existen y les da lo mismo, donde todo, excepto ellos mismos da igual. Pero había otros, como Danilo, que prácticamente estaban resignados a vivir lo que les tocó, que ansían salir de ese hoyo, pero siempre hay algo, alguien —incluso ellos mismos— que les impiden ver las oportunidades, levantar cabeza. Personas que a pesar de todo, todavía les queda humanidad y dignidad.
Arturo tenía fresco en la memoria, cómo Danilo temblaba, y miraba con los ojos enrojecidos el cuerpo de Menares, como si no pudiera convencerse aún de que ese hombre estaba muerto, que él le quitó la vida. Porque sea como sean las circunstancias, había matado, él había jalado el gatillo.
Era un asesino.
—Cariño… Arturo… ¡Arturo! —llamó Carmen—. Anita te está hablando.
—Perdón estaba pensando, disculpen —se excusó parpadeando, y volviendo al momento se dirigió a su hija—. ¿Me decías, Anita?
—¿Quién era el tipo que dateaba a Danilo? —interrogó Ana.
Arturo suspiró, aún no podía creer que Humberto albergó sentimientos tan negativos por tantos años. No había alma que pudiera resistir aquello sin quebrarse y lanzarse a la locura. Para Arturo no tenía sentido, y nunca lo iba a tener.
Pero a decir verdad, Humberto y su venganza no le preocupaba en absoluto, había solo una cosa que le inquietaba. No obstante, debía esperar un poco para hallar el valor y el momento para preguntarle a Ana aquello que lo estaba matando por dentro; a propósito iba a omitir del relato la parte en que Humberto le revelaba que la mulata tenía VIH.
Arturo inspiró hondo y tomó su turno de narrar los hechos en los que participó, y la confesión de Humberto. Ana intentaba mantener el control de sus emociones al enterarse del gran secreto de su madre —a ella sí le sorprendió, lógicamente— y de todas las maquinaciones y motivaciones de ese hombre que, por muy poco, estuvo cerca de lograr su objetivo. Incluso en ese momento sintió un poco de lástima por Joaquín, se preguntó cómo estaría, era la primera vez que lo hacía desde que terminó con él.
Lo más importante era que Humberto estaría al menos durante la noche detenido, lo más probable era que el juez en su caso diera orden de investigar, pero le daría medidas cautelares suaves mientras durara ese proceso dada a su conducta anterior intachable, tal vez —y como mucho— una firma semanal en gendarmería y arraigo nacional.
Pero su reputación en la cámara chilena del libro quedaría hecha un desastre para siempre.
Cuando todo estuvo dicho, Arturo se dio cuenta de que no soportaba la duda y que si se ponía a buscar el momento adecuado nunca lo haría.
—Ana, Jason… Necesito conversar con ustedes en privado, acerca de algo que me confesó Humberto. Es importantísimo —exhortó a la pareja.
—Pueden hacerlo en mi dormitorio —indicó Carmen con gesto interrogante, pero ella era paciente, tarde o temprano se enteraría de todas formas—. Está al fondo del pasillo.
Ana y Jason con la intriga instalada fueron a la zaga de Arturo que internamente bregaba consigo mismo para encontrar la forma adecuada de plantear su inquietud. Su monólogo interior cesó con brusquedad al escuchar el sonido de la puerta al cerrarse.
—¿Qué es lo que pasa, papá? —interpeló Ana con profunda preocupación.
Jason estaba en silencio, sabía que algo andaba mal. Arturo estuvo ido todo el rato sin hablar demasiado. Tomó a Ana de la mano y esperó.
—Humberto me dijo que la mulata tenía VIH —soltó sin más rodeos. Era una necesidad física sacar la duda que tenía dentro de él.
—¿Cómo? —interrogó Jason incrédulo.
—VIH —susurró Ana—. Vaya, eso sí que es una sorpresa —manifestó con soltura.
—¿Es que no entiendes, hija? Joaquín puede estar contagiado y pudo contagiarte a ti… Y tú a Jason —expresó con un terror atroz. Decirlo en voz alta era más perturbador de lo que imaginó.
Ana entornó sus ojos, un poco azorada. Entendía el gran miedo de su padre pero era bastante vergonzoso hablar de su vida sexual con Arturo.
—Papá… papito. Es imposible que Joaquín me haya contagiado.
—Pero, hija… No soy tonto, es un hecho que ustedes hacían… tenían… Y ahora con Jason… también… —balbuceó incómodo por tocar ese tema tan delicado e íntimo con su hija. Para un padre había límites que no eran agradables de traspasar.
—Tenemos una vida sexual activa —finalizó Ana por él, tomando el toro por las astas, haciendo a un lado su timidez. Debía ser clara y directa, tanto por su padre como por Jason—… Bueno, con Joaquín no era tan activa —pensó en voz alta y se quedó unos segundos en silencio—. Papito, con Joaquín siempre, y en todo lo que hacíamos, usábamos preservativo —explicó rememorando con cierto desagrado que hasta el sexo oral era de esa manera. Nunca fue aficionada al sabor del látex, por mucho que entendiera que era por seguridad. En ese momento comprendía el verdadero motivo de ese afán de Joaquín de preferir ese método adicional de anticoncepción—. Nunca, nunca lo hicimos sin esa protección —continuó—. Cuando lo descubrimos con la mulata, al día siguiente me hice todos los exámenes de enfermedades e infecciones de transmisión sexual, y todos salieron normales. No tengo nada, papito. Joaquín fue un cerdo, pero al menos tuvo la delicadeza de ser consiente… —«Será mejor que le mande un correo para hablarle de la mulata», pensó Ana. «Ojalá no se le haya ocurrido hacerlo alguna vez sin protección, será imbécil, pero no merece contagiarse».
—¿Entonces, no tienes nada? ¿No hay de qué preocuparnos? —preguntó Arturo sintiendo que el alma le volvía al cuerpo. Nunca había sentido tanto alivio y alegría a la vez.
—Nada, papá. Jason lo sabe también, incluso él me dijo que me hiciera exámenes apenas vimos el video de la cámara de seguridad —explicó zanjando el asunto para no dar más detalles y miró de reojo a Jason comunicándose sin palabras, ella sabía que él estaba más que limpio, hacía un tiempo él le confesó a Ana que, aunque estaba seguro de no tener nada sospechoso, se hizo exámenes médicos cuando ella lo besó la primera vez… por si las moscas.
Ese fue uno de los motivos por los cuales él aguantó tanto sin ponerle las manos encima.
«Y cuando lo hizo fue la gloria», pensó Ana libidinosa. El celibato se estaba convirtiendo en una tortura últimamente.
—No sabes la alegría que me da saber eso —admitió Arturo soltando todo el aire que retenía en sus pulmones. Abrazó a su hija con fuerza y le besó con ese infinito amor que solo un padre le puede prodigar a su hija—. Sentía que me moría, mi niñita preciosa. —La abrazó más fuerte aún y Ana correspondía a ese abrazo con vigor, para convencerlo y darle seguridad. Un minuto completo duró aquel contacto hasta que Arturo pudo respirar con normalidad—. Bien, entonces estamos bien —declaró secando la humedad de sus ojos con el dorso de la mano—. Mejor volvamos a la sala de estar antes de que Carmencita se vuelva loca con tanto secretismo.
Y así lo hicieron. De pronto, todo el cansancio se apoderó de todos ellos, Lidia y Bernardo se habían vuelto a quedar dormidos en el sofá. Carmencita, aunque moría de la curiosidad también cabeceaba.
Con ese paisaje se encontraron los tres, y Arturo súbitamente también fue presa de un cansancio que apenas lograba dominarlo para mantenerse en pie.
Carmen se desperezó viendo los semblantes agotados de todos y decretó que fueran a dormir, envió a sus hijos a sus habitaciones porque daban lástima y a Arturo lo mandó a su dormitorio, lo cual le hizo alzar las cejas sorprendido. Pero obedeció sin rechistar, es más, había una sonrisa bobalicona en sus labios.
Ana y Jason también alzaron las cejas, sorprendidos, mas supusieron que, tal vez, mucho no iba a pasar entre sus padres, porque ni ellos que estaban en la flor de la juventud tenían muchas ganas de hacer algo con ese cansancio.
Lo más seguro sería que al día siguiente él despertaría a su Ani con un buen y vigoroso sexo mañanero… eso sin falta, se dijo Jason.
*****
Ana y Jason caminaban de la mano a paso lento, cansado, pero relajado por el rellano que los guiaba al departamento de él. Estaban callados, pero con una sonrisa en los labios.
El tintineo de las llaves abriendo la puerta rasgaba esa tranquila atmósfera, entraron, y sin encender las luces se fueron directamente al dormitorio.
Se desnudaron con pereza, se besaron con ternura. Ella puso su cabeza en el fuerte y sólido pecho de él y empezó a acariciar ese suave vello masculino que tanto le fascinaba sentirlo al tacto.
—Así que terminó todo, ¿no? —externalizó esa pregunta que siempre se hacía, quería saber lo que vendría.
Jason frunció el ceño y empezó a acariciar el brazo de Ana para perderse en la suavidad de esa piel nívea que le encantaba.
—El caso, sí. Solo quedarían los asuntos legales y nada más. Lo más seguro es que tengamos que ir al juicio a testificar en los dos delitos en los que está involucrado Danilo.
—Es una lástima…
—Él sabía perfectamente el riesgo que estaba corriendo, sobre todo si intervenía Menares. —Inspiró entrecortado y tragó saliva evidenciando que estaba reprimiendo sus rebeldes lágrimas—. Se ha comportado como todo un hombre. Pudo haber huido en cualquier momento y no lo hizo. Pudo volver a consumir y no lo hizo… Lo que se le viene, mi Ani, va a ser más duro de lo que imaginas. Espero poder ayudarle en lo que más pueda.
—Es lo mínimo que esperaba de ti… ¿Ya no vendrás más a la librería? —interrogó ya sintiendo nostalgia por aquella rutina en la que él estaba siempre presente. Sin duda, durante ese breve tiempo él se convirtió en una parte esencial de su vida. Pero debían avanzar, era absurdo, pero ella sentía que era una especie de despedida a la época más reveladora de su vida.
—Mantendremos el tema de la escolta para los depósitos, e invertiré para que repunte la librería. Pero el resto de mis servicios ya no los necesitan. Tengo una inesperada y eficiente reemplazante, mi mamá está contenta con ese trabajo, le ha hecho tanto bien —determinó Jason reafirmando que no se desligaría del todo de su rutina, pero finalmente ya no volvería a ser lo mismo.
—Te echaré mucho de menos —admitió Ana acurrucándose todavía más a esa morena piel que adoraba.
—Te iré a buscar todos los días que me sea posible para que pololiemos. Este hombre tiene que trabajar y ganar su sustento —prometió e intentó alivianar el humor de Ana, la notaba sensible.
Lógico, si le habían disparado por segunda vez en el mismo año. Jason era como un imán de pólvora.
—Prométeme que no volverás a arriesgarte, amor. Te quiero entero, Jason. Esta última semana ha sido horrible.
—No lo haré, mi Ani… puede que cambie de rubro.
Jason besó a Ana con ternura, quería aplacar sus temores, no permitir que ella sufriera de algún modo. Tenía que darle una vida tranquila y feliz. Se juró a sí mismo que haría lo humanamente posible para lograrlo.
Ana acarició la mejilla de Jason. En la penumbra podía percibir cómo él cerraba los ojos y se entregaba al suave toque de su mujer.
—¿Por qué no pintas? —preguntó de pronto, sorprendiendo a Jason.
—¿Por qué me dices eso? —replicó desconcertado. Intuía de lo que ella hablaba, pero prefería hacerse el loco, eso era una tontería que hizo mientras estuvo aburrido pensando qué hacer cuando se retiró, ¿cómo sabía ella?…
—Esos cuadros de personajes de animación japonesa que tienes en tu sala de estar… los pintaste tú, lo sé —aseguró con un leve tono acusador.
—Solo son réplicas que hice de ocioso —confirmó a la defensiva lo que ella afirmaba. De hecho, estaba sintiendo la cara caliente.
—Pero debes reconocer que ahí hay un gran talento con mucho potencial y que no debe ser desperdiciado —aseveró Ana convencida. Según su criterio, esas réplicas eran un trabajo de gran calidad—. Imagina, incluso puedes ser ilustrador o algo por el estilo, solo debes perfeccionarte. Apuesto que si haces una exhibición en alguna embajada asiática encontrarás más de un comprador… —propuso entusiasmada, ella ya se lo imaginaba y sentía un gran orgullo por él—. Nuestra generación está llena de ñoños por la animación como tú y con poder adquisitivo.
Jason rio a carcajadas, esa mujer se atrevía a decirle ñoño sin ningún asco. ¡La adoraba!
—No soy ñoño —negó riendo.
—Claro, y esa monstruosa colección de bluray de animación japonesa ¿qué significa? Acéptalo, eres un ñoño… uno muy divertido y adorable. Mi niña interior adora a tu niño interior… Debo confesarte que aparte de leer a mí me gustaba ver Sailor Moon y Card Captor Sakura incluso coleccioné unas muñecas —admitió Ana evidenciando que aunque no fuera tan explícita en sus gustos como Jason, sí disfrutaban del mismo placer culpable.
Les quedaba tanto camino, tanto por descubrirse, y tenían toda la vida para ello.
—Ahhhhh… eres una en un millón, Ani. Te amo.
—Yo también, Jason Holt.