Capítulo 9
Jason acompañó a Ana al departamento que ella compartía con su padre. No hablaron durante todo el trayecto hacia el metro. No obstante, estaban fundidos en un abrazo cómodo y reconfortante que solo fue interrumpido cuando cada uno pasó por los torniquetes de metro, y al entrar al vagón.
Ana disfrutaba de aquel contacto, pero con cierto pesar, porque de Jason, solo podía aspirar a besos inocentes y abrazos fraternales de parte de él. De momento se conformaba con eso, solo necesitaba algo sincero, y esas muestras de cariño, eran lo suficientemente honestas para ella.
Tenía la esperanza de que con el tiempo se le pasara esa fascinación que sentía por él.
Era una lástima que fuera gay. Debía reconocer que lo primero que le llamó la atención fueron esos ojos verdes, y lo atractivo que era. Pero para ella no era suficiente el envoltorio. Era cosa de ver a Joaquín, que era un hombre físicamente hermoso, pero finalmente su interior estaba podrido. Su inexperiencia, la rutina, e incluso la inocencia de pensar que él y su relación podía cambiar, le jugaron una mala pasada. Las personas no cambian, ahora lo tenía más que claro.
Y también tenía muy claro, que la manera de ser de Jason era lo que más la intrigaba. Profesionalmente era un hombre muy seguro de sí mismo, correcto, ingenioso e inteligente, y eso le encantaba. Pero cuando Jason Holt era solo un hombre, era tosco, no pedía permiso, no preguntaba, no era delicado, llegaba y decía lo primero que se le atravesaba por la cabeza sin importar nada, y sin embargo, sus detalles delataban su calidad humana. Eran cosas simples, sencillas, que muchas veces pasan desapercibidas, pero que para ella significaban algo mucho más profundo.
Jason era un buen hombre.
Y gay.
Ana se castigó mentalmente con un sopapo por su «buen criterio» para fijarse en los hombres.
—¿En qué estación debemos bajar? —preguntó Jason interrumpiendo los pensamientos de Ana.
—Manuel Montt —respondió—. Perdón, estoy algo distraída, ¿dónde estamos? —interrogó al ver que estaban al interior del oscuro túnel.
—Acabamos de salir de Pedro de Valdivia —señaló—. En la próxima bajamos, ¿no?
Ana asintió y luego suspiró.
—Estoy cansada. Pondré la cabeza en la almohada y moriré.
—Lo mismo digo, estoy agotado… Pero ya queda poco, y lo mejor de todo que hoy es viernes. Mañana dormiré hasta tarde.
—Yo también. Leeré todo el día, hasta quedar ciega.
Ambos rieron, y la luz del andén invadió el vagón, el tren se detuvo paulatinamente y las puertas se abrieron.
Al cabo de diez minutos Ana ya estaba abriendo la puerta de su hogar. Al entrar, saludó a Arturo que estaba viendo una película en el cable y al notar que estaba acompañada de Jason supo que algo importante había sucedido.
Ana con entereza le relató lo sucedido a su padre. No lloró en ningún momento. Ya había vaciado todas sus lágrimas en el pecho de Jason, pero ese detalle lo omitió.
El rostro de Arturo era serio, pero evidenciaba la indignación por el actuar de Joaquín. El muchacho no era santo de su devoción, pero era el novio de su hija, y no le quedaba más remedio que apoyarla. Nunca imaginó hasta donde podía llegar el egoísmo y la maldad de su ex yerno y aprobó la inmediata medida que tomó Ana, porque de todos modos ya estaba hecho.
No era muy ortodoxo, pero Joaquín no merecía consideraciones de su parte.
Agradeció a Jason por todo lo que hizo, que iba más allá del deber, otra persona solo habría entregado el video de prueba y que Ana se las arreglara sola. Jason hizo todo lo contrario.
—Solo nos queda un punto que resolver —indicó Jason metido en su rol profesional—. La hipótesis de que la librería fuera el blanco de una organización criminal, pierde fuerza con el robo de Joaquín. Puede que haya sido solo algo fortuito, lo cual no significa que dejaré de investigar. Pero si no hallo nada durante un mes, bueno, no habrá mucho que hacer. Lo que sí haré será escoltarlos para hacer los depósitos de dinero efectivo.
—Tienes razón, ojalá todo haya sido una mala coincidencia —concordó Arturo—. Muchas gracias por todo, Jason.
—No hay de qué, Arturo. Es lo que cualquier persona haría —respondió con modestia. Para él era normal hacer lo que creía que era lo correcto. Podía tener muchos defectos, pero tenía un sentido de la justicia que pocos podían ostentar.
—Me temo que no muchas personas harían eso, hombre. Al mundo le faltan más «Jasons» —afirmó Arturo, contento. Porque veía la luz al final del túnel.
—Sí, claro —ironizó alzando las cejas a tiempo que su frente se surcaba—. Bien, me retiro —anunció al tiempo que se levantaba del sofá—. Espero que tengan un buen fin de semana, y cualquier cosa, no duden en llamar o ir a mi departamento. —Estrechó la mano de Arturo como despedida—. Nos vemos el lunes.
—Nos vemos, muchacho —se despidió agradecido.
—Te acompaño a la salida —intervino Ana levantándose de su asiento. Jason le respondió guiñando un ojo.
A Ana se le aceleró un poco el corazón con ese gesto, pero lo ignoró. Mientras caminaba hacia la puerta, Jason iba tras de ella contemplando el delicado movimiento de sus caderas.
Ana abrió la puerta intentando tranquilizar su repentina taquicardia, Jason cruzó el umbral.
—Gracias, por todo.
—De nada… Ya no sigan, por favor —espetó por tanta demostración de gratitud—. No es para tanto escándalo.
Ana negó con la cabeza, ese era Jason, el hombre.
—Nos vemos el lunes. —Se empinó sobre la punta de sus pies y Jason se inclinó de manera natural para recibir aquel beso que sintió que se demoró un segundo más de lo normal—. Descansa.
—Tú también. Adiós.
Jason se fue caminando relajado con las manos en los bolsillos. No tomó el ascensor, bajó por las escaleras. Cuando se perdió de vista, Ana suspiró y cerró la puerta.
*****
—¡Concéntrate, Jason! —ordenó el maestro de karate—. ¡No bajes la guardia!
Por un pelo esquivó una patada en la cabeza.
Pero no vio la siguiente, era doble.
Trastabilló y cayó a la lona.
—¡Stop time! —decretó el maestro—. ¿Estás bien? —interrogó a Jason que se levantaba.
Jason asintió con brío, meneó la cabeza y miró fijo a su contrincante. Golpeó sus puños enfundados con guantes y dio unos saltos.
—¡Isidora, controla tu fuerza! —reprendió el maestro frunciéndole el ceño, pero internamente reía a carcajadas. Ella era incorregible—. ¡Point! —Dio el punto bueno a Isidora—. ¡Two points! —indicó para Jason—. ¡Four points! —Era el marcador de ella.
La mujer se puso en guardia. Jason también
—¿Listos? ¡Fight!
Jason se metió de lleno en el combate, esquivó un derechazo y aprovechando un espacio libre en la guardia de ella, asestó con el puño izquierdo. Pero erró.
Patada en el abdomen y besó la lona de nuevo.
Un «uuuuuuuuuhhhh» de los presentes se escuchó como un coro.
Jason se levantó lo más rápido que pudo, intentando respirar. El maestro le dio la victoria a Isidora y alzó su brazo. Ambos contrincantes se inclinaron saludando a su maestro, luego a ellos mismos, chocaron sus puños y se abrazaron.
No existía el resentimiento.
—Andas en la luna, cabrito —acusó Isidora mientras se quitaba el cabezal—. Usualmente te gano por menos —señaló con suficiencia.
Isidora era una de las amigas de Jason. Cinturón negro de karate, forense de la PDI, madre de gemelas y casada con un bombero que tenía la particularidad de tener el mismo tono de voz que Elvis Presley. La conocía desde hacía un año. Y disfrutaba de sus entrenamientos que eran esporádicos dada la reciente maternidad de ella.
—Eres una engreída —replicó también quitándose las protecciones—. Te he ganado varias veces.
—No las recuerdo —negó con descaro, destapó una botella de agua mineral y tomó un buen trago.
Jaso entrecerró los ojos y resopló.
—¿Y Manolito? ¿Cómo les va con las gemelas? Recuerdo que él tenía unas ojeras que eran la envidia de un panda, cuando los vi en el bautizo de la hija de Sandro y Libertad. —Extendió su mano exigiendo la botella—. Dame agua, por favor.
—La noche anterior durmió poco. —Sonrió ladina, le entregó la botella y Jason se bebió todo el resto—. Y no por culpa de las niñas.
Jason hizo un gesto con su rostro como si estuviera diciendo «esa información no me incumbe», mas solo dijo un elocuente…
—Ah.
Ambos se sentaron en el suelo mientras miraban distraídos otros combates de karate de los alumnos regulares.
—En realidad Estela y Eliana se portan bien. Ya duermen de corrido mis manzanitas —relató con orgullo. Todos bromeaban con lo difícil que sería criar gemelas, pero ella y su marido se las estaban apañando muy bien.
—¿En serio, tan chicas?
—Duermen juntas, cuando lo hacían por separado era un quilombo... Uy, esa patada debió doler.
—¿Y qué te dio por llamarme? Hace como tres meses que no lo hacías —interrogó. La noche anterior, cuando llegó a su departamento a eso de las diez de la noche, Isidora lo llamó para entrenar karate a la mañana siguiente en el gimnasio.
—Necesitaba moverme un poco, el trabajo es estresante a veces… Estoy pensando seriamente en dejarlo, echo mucho de menos a las niñas y mi mamá apenas puede con las dos. Manuel se queda trabajando en casa algunas veces, pero también debe ir a reuniones y ver cosas en terreno… En fin, te llamé porque Leo está ocupado comprándole cachureos para la pieza de Mili y Sandro está en Codegua visitando a Ángel.
—¿O sea que soy tu última opción? Eres como las pelotas, Isi. Ese par nunca te gana, por eso no me llamas. Reconócelo, eres mala perdedora.
Isidora puso los ojos en blanco.
—Búscate una polola[32], camaleón. Y sabrás que a las mujeres debes dejarlas ganar si quieres obtener todos los beneficios —aconsejó entrando en terrenos poco conocidos para Jason.
—¿Qué tienen que ver las pololas con que seas mala perdedora? —interpeló intentando cambiar el tema.
—Nada, me gusta hincharte las pelotas. —Sonrió socarrona y luego miró el rostro adusto de Jason, y elucubró—. ¡No me digas que eres virgen!… No me extrañaría, mi hermano todavía lo era a los 27, era tan re pavo. Ahora con la Jesu se le soltaron las trenzas. No hay manera de que deje tranquila a la pobre.
—¿En serio estamos teniendo esta conversación, Isi? —espetó Jason incómodo, no eran frecuentes las conversaciones del tipo emocional y relacionadas con el sexo opuesto.
—No te funcionan las evasivas, tengo papá, hermano y marido. Escúpelo, ¿eres virgen o no? —insistió.
—Obvio que no —respondió altanero, «y me defiendo bastante bien… a menos que todas las mujeres me hayan fingido sus orgasmos», pensó no tan altanero.
—¿Entonces? ¿Eres gay? —interrogó sin tacto.
Jason se restregó el rostro con ambas manos, absolutamente frustrado. ¿Cuál era el gusto de esa mujer en acorralarlo?
—¡No! —negó con vehemencia, e internamente sintió un tétrico escalofrío imaginándose en algún interludio homosexual—. ¿Cuál es el punto de todos ustedes de meterse en mis pantalones?
—Digamos que todos notamos, y fue tema de conversación, que nunca llevas acompañante a nuestras juntas en Codegua —explicó Isidora con suficiencia. Pero ocultó muy bien sus intenciones, todo estaban preocupados por él y su cambio radical, incluso de nombre, adoptando el que le correspondía. Sí, esperaban a que dejara de ser un detective encubierto algún día. Pero nunca imaginaron la forma que lo empujó a dejar su trabajo. Su papel de narco se estaba volviendo demasiado peligroso como para salir ileso. Querían mucho a Jason, deseaban que fuera feliz, y todos sabían que tenía una vida solitaria por la fuerza, no por simple convicción de proteger su soltería.
Casi todos los meses, en la parcela de Ángel Larenas, varios amigos se juntaban durante un fin de semana para conversar, dejar que sus hijos respiraran aire puro, desconectarse de la ciudad y pasarlo bien jugando póker, donde apostaban con monedas de a peso. Todos eran matrimonios jóvenes y el único que iba solo era Jason que, aunque disfrutaba mucho de esas reuniones, sentía su cuota de envidia de lo felices que eran sus amigos. Los conocía hacía poco, pero tal como una vez lo hizo Ángel, ellos lo acogieron como si lo conocieran de toda la vida. Eran sus únicos amigos, de hecho.
—¿Será que no he conocido a nadie? —ironizó Jason evidenciando estar a la defensiva.
—No sé, dímelo tú. Andas distraído, sé que algo te pasa. ¿Echas de menos tu otro trabajo?
—La verdad no, me gusta mi nueva vida —manifestó con genuina satisfacción.
—¿Entonces?
Jason suspiró y la miró de soslayo. En realidad, necesitaba hablar.
—Hay alguien. Es la hija de la persona que me contrató en el caso que estoy trabajando ahora. Una librería que queda en Huérfanos con Mac Iver.
Silencio. Isidora le estaba prestando toda su atención.
—No es del tipo de mujer que me llama la atención, por lo general me gustan rellenitas. Ana es todo lo contrario, es como un palillo, ni siquiera hace dietas, come chocolates como marabunta. Tiene la piel blanquita, y el cabello castaño claro, no es muy alta, pero tampoco es bajita. Si la ves en la calle dirías que es una cuiquita, pero no lo es. Es como tú, en cierto modo, pero sin ese carácter de mierda que tienes.
»Ella es del tipo de mujer que nunca se fijaría en un flaite como yo. Es inteligente, sensata, educada, se ve frágil, pero es muy fuerte…
—¿De dónde sacaste que eres flaite, ridículo? —interpeló Isidora con severidad, ignorando la florida descripción de Jason respecto a la mujer que le quitaba la calma.
—Vivir en una población durante treinta años te hacer ser flaite, y de esos treinta, dieciocho siendo un bueno para nada… —explicó con demasiada dureza—. Puedo hablar bien, tener educación, pero en el fondo soy uno más.
—Necesitas trabajar mucho con tu autoestima, camaleón. Lo único flaite que tienes es cuando te da la chiripiorca y hablas de la cintura para abajo —aseguró—. Pero eso lo hacen todos los hombres en general cuando se enojan… —murmuró más para sí misma que para él, recordando a todos los hombres de su vida—. Está bien que tengas orígenes humildes, todos partimos así. Pero has crecido como muy pocas veces se hace. Un flaite nace, y muere de esa manera. Y, créeme que estás lejos de morir como uno.
Jason se quedó pensativo, todos le decían lo mismo. Tal vez no era una mera coincidencia.
—De todas formas, tengo cara de flaite —rebatió el argumento de Isidora.
Ella no le dijo nada, en vez de eso le dio un artero sopapo en la nuca.
—¡Eres terrible, Jason! ¿Que no te miras al espejo? ¿No te fijaste en la recepcionista del gimnasio? Casi te violó con la mirada.
—No, solo dijo buenos días.
—Y luego te pasó la lengua de los pies a la cabeza… mentalmente. La vi con estos ojitos que me dio mamá y papá… Puedo ver cuando a una mujer se le derriten las bragas en cuanto te ve y abres la boca. ¡Qué idiota eres! Apuesto que Ana te mira de esa misma manera.
—No lo creo, acaba de salir de una relación… y no en muy buenos términos. No debe estar buscando nada…
—Claramente, pero no es ciega, sorda, muda, y mucho menos muerta. Deberías mostrarle cómo eres tú, el hombre y no el detective. Ser su amigo. Aprovecha tu oportunidad, ahora que no tiene a nadie, demuéstrale que sí le importas. Pero, solo hazlo si lo que pretendes es tener alguna relación con ella, para follar te sirve cualquiera con solo chasquear los dedos —aconsejó seria. Deseaba que él tuviera una buena mujer a su lado. Pero bueno, él era hombre y a veces no podían evitar ser imbéciles.
—¿Y si no me pesca? —interrogó dejando entrever su inseguridad.
—Entonces, Anita no es tan inteligente como dices, mi estimado Jason. Si nosotras no fuéramos casadas estaríamos todas encima de ti. —Rio coqueta—. Pero bueno conocí antes a mi Elvis particular… Te salvaste.
—Pobrecito, ser violado todo el tiempo por ti. Me compadezco de su pobre alma —satirizó.
—Te corroe la envidia, ya quisieras ser violado con frecuencia —espetó guasona—. Ya me vas a dar la razón cuando tu Anita se lance a la vida de nuevo y te requete viole.
—Cállate, ridícula.
—Cállame, vo’h po’h —provocó riendo. Su celular sonó, era un mensaje que ella leyó y le hizo sonreír de una manera que a Jason le pareció familiar—. ¿Vamos a la pizzería de al frente? Manuel llegó con las niñas, y así aprovechamos de almorzar.
—Ya, po’h. Nunca le digo que no a la comida cuando es gratis.
*****
Ana cerró el libro con brusquedad, no podía seguir leyendo. El protagonista de su novela romántica era un atractivo hombre moreno de ojos verdes y solo podía imaginar a Jason.
Era horrible. Estaba encendida, frustrada… ¡Iba a explotar! Necesitaba hablar con alguien.
Tomó su móvil, abrió la aplicación de mensajería y buscó a su grupo de amigas. Sonrió y frenéticamente empezó a escribir.
«¿Hay alguien ahí? Bueno da igual. Terminé con Joaquín…»
Sus tres amigas, Mabel, Daniela y Marta contestaron con un triple «¿¡¡¡Quéééééééééééééé!!!?».
Ana sonrió aliviada, estaban las tres disponibles, empezó a escribir su respuesta y envió.
«Robó más de dos millones a la librería y me estuvo engañando, quizás, por cuanto tiempo con una mulata espectacular y que se gasta tremendo pedazo de pene».
Mabel respondió al instante «Mira qué hijo de puta, y tan feo que me miraba el infeliz. Todo porque me gustan las minas. Este hueón salió más degenerado que la cresta».
Daniela… ella escribía su mensaje…
Pero Marta comentó, «No sé por qué no me sorprende, ¿cómo estás, Ani?».
Daniela intervino «Ay, Ani… qué pena. ¿Vamos a castrarlo? Puedo hacer que parezca un accidente».
Ana rió, tanto por la propuesta, como el saber que ya tenía a alguien que podía hacer ese trabajo sucio.
Sin duda, Jason lo castraría sin asco. Lo sabía.
Tenía que sacar sus pensamientos, decirlos en voz alta, no era buena escribiendo, por eso mejor leía, solo algunos se expresaban bien con la palabra escrita.
Pulsó el botón para grabar un mensaje de voz y empezó a relatar.
—Pero eso no es todo. Descubrimos el robo y el engaño de Joaquín gracias a un detective privado que contrató mi papá… —Suspiró hondo—. Se llama Jason Holt, es muy, muy atractivo, tiene un cuerpo que ya quisieras rasguñar y su voz… ahhhhh, es un dulce suplicio. Me llamó la atención desde la primera vez que lo vi —admitió para ella misma, él entró a la tienda y sus ojos automáticamente se desviaron hacia su persona—. Al principio no nos llevamos bien, pero solo fue por mi culpa. Desconfiaba mucho de él, pero era porque me provoca cosas y me hacía dudar de mi relación con el innombrable —reconoció—. Él es muy inteligente y un amor de persona. Ha hecho tanto por nosotros, más de lo que dicta su profesión. Es un poco tosco en su trato, pero sus gestos, sus detalles, poseen una ternura que te desarman. Me gusta, me despierta cosas que nunca antes había sentido. De hecho, lo de Joaquín me afectó solo en el amor propio, en la traición a la confianza que depositamos en él, no me duele como pareja, ni como hombre… ni siquiera en lo que tuvimos. Lo nuestro ya estaba muerto, solo que no me di cuenta. Pero, ¿saben qué es lo peor? —Rio burlándose de sí misma—. Estoy 90% segura de que Jason es gay.
Soltó el botón de grabado de voz y se envió el mensaje.
Sintió cierto alivio decir lo que sentía por él, y sus miedos. Al cabo de un minuto llegaron las reacciones de sus amigas.
«A rey muerto, rey puesto… ¿Cómo estás tan segura de que es gay? ¿Lo viste besuqueándose con un hombre?», interrogó Mabel.
Daniela replicó «Ya ni se sabe quién es quién, ya viste a Joaquín, tan machote que se hacía ver y resultó que le gusta la onda trans».
Luego una respuesta por mensaje de voz de Marta…
—Primero, debes chequearte si ese puto no te contagió algún bicharraco mutante. Dos, cuando estés segura de que no tienes nada contagioso le preguntas derechamente al papurri si se le derriten los helados o no. Y tres, si te dice que no es gay, le plantas el mejor calugazo[33] del mundo y lánzate a la vida. Ese hueón de Joaquín no merece ni siquiera un duelo. Hazlo por mí que no le veo el ojo a la papa[34] hace como mil años. ¡Soy virgen otra vez! —exclamó como lunática.
Ana rio jocosa por los mensajes y contestó «Hoy fui temprano al ginecólogo y ya me hice todos los exámenes. En la semana sabré los resultados. Eso es lo que más me preocupa. Menos mal que en su consulta particular atiende los sábados, sino estaría desesperada».
Después de recibir los ánimos de sus amigas y de desahogarse, Ana se sintió mucho mejor.
Sacó en limpio que debía averiguar mejor si Jason era gay o no, dado que no podía conjeturarlo con unos cuantos indicios que podían ser fácilmente malinterpretados.
Debía ser directa y no mortificarse.
Ya no estaba para esperar, ella quería vivir.