Capítulo 20
—Uno, dos, ¡tres! ¡Dale, Bernardo! —exclamó Jason haciendo fuerza. Ambos hombres estaban instalando un refrigerador nuevo en la cocina del departamento que iban a habitar Carmen, Bernardo y Lidia.
Después de una larga conversación, Carmen decidió que viviría con sus hijos menores en vez de Jason. El motivo era simple para ella, su hijo mayor necesitaba privacidad con Ana. Era un adulto que estaba empezando a hacer su vida sentimental, como cualquier persona, y ella prefería no convertirse en alguien que él tuviera que eludir en ciertas ocasiones.
Carmen no era tonta, solo tenía que ver a su hijo cinco segundos con Ana para saber que su relación era de todo menos platónica. Y lo entendía, ella fue joven, conoció el amor y sabía las implicancias de ese sentimiento cuando se traspasaban ciertos límites. Y sí que sabía cuanta libertad y privacidad necesitaba una pareja que estaba enamorada.
Y su hijo estaba muy enamorado.
De todas formas, Carmen iba a vivir dos pisos más arriba, no era una distancia insalvable. Convenció a Jason que podían verse y estar juntos cuanto quisieran.
Carmen observaba junto a Lidia cómo sus hijos trabajaban en conjunto. Era la primera vez que los veía de esa manera, se sentía orgullosa, cada día que pasaba sus hijos se compenetraban y unían más. Procuraban verse en la noche cuando todos ya volvían de sus trabajos, incluyéndose ella misma, que había estado trabajando, haciéndose cargo del cuidado de Arturo los últimos tres días.
Todos sus hijos empezaron a notar cambios de humor en Carmen, y para mejor, se le veía más segura, con más aplomo en su manera de expresarse. El trabajo le sentaba bien, sentirse útil y apreciada obraba milagros en su personalidad.
—¿El lunes tienes que ir donde don Arturo, mamita? —preguntó Lidia también con la vista perdida en sus hermanos, a la vez que alzaba las cejas al ver cómo se les marcaban los bíceps por hacer fuerza y preguntándose, por qué no habían en la tierra más hombres como ellos. Siendo muy objetiva y, apartando el hecho de que amaba a sus hermanos y a veces eran unos pesados con ella, los hallaba guapos, varoniles, maduros e inteligentes. En la notaría solo veía a viejos y a imbéciles con complejo de superioridad.
—Voy a trabajar hasta el 6 de noviembre, que es cuando termina la FILSA que empieza el jueves que viene. Ya que Arturo tiene poca movilidad, le conviene estar en la librería y que yo trabaje echándole una manito allá. Anita se hará cargo del stand y Jason picoteará entre ambos locales.
—Nunca imaginé a Jason trabajando para una librería —comentó—. Es tan raro, como ver a una culebra con patas —argumentó mientras se escuchaba cómo sus hermanos se quejaban de una manera un tanto vulgar por el peso del refrigerador.
—Arturo me contó que Jason en verdad da servicios de detective privado. Les está ayudando con unos robos que les hicieron.
—¡Vaya con el detective, se come a la hija del jefe! —bromeó Lidia, guasona—. Ya me parecía raro, Jason es más del estilo de estar siempre moviéndose.
—Sí, es muy inquieto. Siempre ha sido así —afirmó Carmen con nostalgia de esa época en que Jason era apenas un niño, antes de que perdiera la inocencia.
—Me acuerdo cuando lo veía a lo lejos en la población. Me iba dando cuenta de sus cambios, casi nadie los notó, en su forma de vestir, en las expresiones de su cara. Se fue poniendo más serio… Lo único que no cambió fue su risa, esa podía escucharla a una cuadra de distancia —relató Lidia. A veces, le costaba relacionar al adolescente rebelde y perdido con el hombre que era ahora su hermano. Sin duda, debieron pasar cosas muy significativas para transformarlo de esa manera tan radical.
—En esa época pensaba que en cualquier momento me iban a llegar la noticia de que él estaba muerto. Hasta que finalmente le dispararon, fue terrible fingir que no pasaba naa, mentir pa’ poder justificar esa noche que pasé con él cuando estuvo herido en el hospital.
—Lo recuerdo bien —respondió Lidia escueta, porque inevitablemente recordó a Ramiro y ese odio que siempre le profesó a Jason y los maltratos que recibía Carmen. Una punzada de rencor atravesó su corazón. La vida de todos hubiera sido tan diferente si su padre no hubiera sido mezquino en sus afectos—. Mamita, ¿estás bien? ¿Te acostumbrarás a vivir aquí? —preguntó con un injustificado miedo a que su madre no pudiera vivir sin el maltrato del que fue víctima toda su vida.
Carmen rio, y abrazó a su hija.
—Los cambios siempre son pa’ mejor, sobre too este… En too caso, cualquier lugar es mejor que la población donde había que esconderse por balaceras a las once de la mañana o ver cómo los cabros se pierden y echan a perder sus vidas.
Lidia sonrió, pero solo sus labios se curvaron, sus ojos estaban llenos de pesar. Era terriblemente cierto e increíble estar acostumbrado a ello, sentir que en ese entorno aquello es normal; la violencia en todas sus formas, la mala vida, las drogas, el alcohol.
—Es verdad, y no olvides los fuegos artificiales que lanzan para avisar que llegó la droga —agregó intentando deshacerse de esa molesta sensación. Estaban empezando una nueva vida, en familia—. En todo caso, eran mejor que los disparos al aire.
—Sí, el Rucio usaba bengalas, pero tu hermano instauró la costumbre de los fuegos artificiales, era mucho menos peligroso, y no se corría el riesgo de que una bala loca le diera en la cabeza a un cabro chico. A lo mejor no te acordai, pero cuando niño Jason tenía una fijación con los fuegos artificiales.
—¿En serio?
—Sí, ¿por qué crees que vive tan cerca de la torre Entel?
Lidia rio a carcajadas cuando comprendió que su hermano mayor tenía una ubicación privilegiada para presenciar el espectáculo pirotécnico de fin de año que se daba a solo un par de cuadras.
—Ya, ahí está el refrigerador… qué hueá más pesada —rezongó Jason pasando el dorso de su mano sobre la frente sudada.
—A ustedes nomás se les ocurre comprar el armatoste más grande que encontraron —reprendió Carmen.
—No te servía el que estaba aquí, era muy enano —argumentó Jason—. ¿Cierto, Bernardo, que era muy chico?
—Es cierto, y este tiene un congelador enorme. Acuérdate de mí, Jason. Cuando vayamos al supermercado, la mamá lo va a llenar igual —aseveró Bernardo de buen humor.
Los tres hermanos rieron, era cierto. Carmen tenía una especie de mal de Diógenes con la comida, siempre acumulaba todo tipo de ingredientes, «por si acaso». Era una de las cosas que más le criticaba Ramiro, pero de manera injusta, si a él se le antojaba algo especial, Carmen tenía de todo para prepararlo, porque pobre de ella si ponía alguna excusa para no hacerlo.
Pero sus hijos no sabían aquello, eran demasiado pequeños para ser conscientes de ese comportamiento que ya era algo inherente a Carmen, era parte de ella, tanto así que ella había olvidado por qué era de esa manera.
—Ya, córtenla con sus cahuines[45], niñitos pesaos. Si ya terminaron con eso, me podré a hacer algo de almuerzo.
—No, lo hago yo, mamita —rechazó Jason.
—¿Así que cocinas, hermanito? —interrogó Lidia socarrona—. Qué bueno saberlo
—Por supuesto, los primeros años que estuve con el Rucio era prácticamente un empleado doméstico. Me defiendo bastante bien, enana. ¿Qué se te antoja? ¿Comida italiana, china, japonesa, o algo más nacional?
—¡Pero si eres todo un chef, manito! Anita se sacó la lotería… —Lidia chasqueó la lengua—. Italiana, anda, lúcete nomás. Hazme subir algunos kilos con algo de pasta.
—Nada de lúcete, me vas a ayudar. Esta receta la hacía la señora Gloria, ¿te acuerdas, Bernardo, de la abuelita del Rucio?
—Sí, la italiana. Era muy simpática esa señora —afirmó Bernardo con una sonrisa, recordando que era la única vecina que devolvía la pelota cuando caía en su jardín—. Es imposible olvidarla.
—¿Han probado los sorrentinos? —interrogó Jason a su madre y a sus hermanos.
—No —contestaron los tres al unísono.
—Entonces, eso comeremos.
*****
Ana buscó con la mirada a sus amigas. Después de muchos intentos al fin lograron ponerse de acuerdo para citarse ese día sábado y juntarse en el «emporio de la Rosa» en el Drugstore de Providencia, y tener una tarde de mujeres. Tenía una deliciosa sobredosis de testosterona, pero era justa y necesaria una conversación femenina para ponerse al día.
Vio que Daniela la saludaba y Ana sonriendo se acercó a la mesa donde ya estaban sus tres amigas.
—Justo estábamos pelándote[46], Anita. —Fue el peculiar saludo de Mabel—. Nos preguntábamos qué onda con el gay.
Ana alzó las cejas y su sonrisa ladina la delató, luego saludó a todas sus amigas con un beso en la mejilla y se sentó.
—Uy parece que el gay era lesbiano, le gustan las minas —bromeó Marta dando una risotada.
—Mírenla, ya sabía que tenía algo raro esta cabrita, se le nota en la cara, hasta tiene la piel brillosita —ironizó Daniela de buen humor—. Ah no, solo es su sonrisa que nadie se la quita ¿no se te entumen los cachetitos?
—Ay, que son pesadas. ¿Cómo les ha ido? —preguntó Ana sintiendo que la cara se le ponía colorada.
—No, no, no. No nos cambies el tema que lo tuyo es más interesante que mi sequía sexual —terció Marta—. ¿Ves? Eso es todo lo que tengo que contar.
—Así es, Martita —coincidió Mabel—. Lo tuyo es mucho más candente que contar que mi jefe cada día se vuelve más imbécil.
—Sí, sí… queremos todos los detalles —agregó Daniela.
Ana rio, sus amigas eran curiosas en extremo.
—Bueno, oficialmente Jason no es gay. Está muy lejos de serlo, de hecho. Todo fue una serie de desafortunadas malinterpretaciones de mi parte —explicó.
—¿Ya te lo comiste? —interrumpió Mabel ansiosa y con un poco de sorna, dado el conocido pudor de su amiga respecto a los hombres y el sexo.
—¿Ustedes qué creen? —respondió socarrona regalándoles una risita que confirmaba la respuesta.
—¡Ooooooooooohhhhhh! —exclamaron todas al mismo tiempo con caras de sorpresa y alegría.
—No, esta no es la Ana que conocemos. Tienes que mostrarnos una foto del hombre que te está convirtiendo en una zorra —declaró Daniela.
—Mmmmmm… solo tengo una foto de él, se la saqué a escondidas —admitió Ana.
—¡Muéstrala! —exigieron las tres amigas al mismo tiempo.
—Ya, bueno —accedió con un poco de vergüenza, no por él, sino por sacarle fotos a escondidas.
Buscó la imagen en su móvil y sus ojos se perdieron por unos momentos recorriendo las facciones varoniles de Jason. Se veía muy guapo atendiendo a una clienta, justo en ese momento se veía su rostro de tener todo el interés en lo que le preguntaban.
Le entregó el móvil a Marta que al ver la foto, abrió mucho los ojos y una «o» se dibujó en sus labios. Mabel curiosa le quitó el aparato a su amiga.
—Por Dios, pedazo de hombre que te estás sirviendo, Ani. Le pega diez mil patadas en el culo al insípido de Joaquín, el rarito —aseveró Mabel mirando con interés la fotografía.
—Déjame ver. —Daniela le quitó el móvil a Mabel y alzó las cejas—. Impresionante, está potente el muchacho —comentó Daniela devolviéndole el celular a su dueña—. Con razón te preocupaba que fuera un gay encubierto, si se ve que es todo un machote.
—Sí, pero él es mucho más que lo que se ve en la foto —aseguró Ana—. Como persona es un ser maravilloso.
—Obvio que es maravilloso. Todas las escobas barren bien al principio —aseveró Marta un tanto escéptica de ese desechado de virtudes, guapo y maravilloso.
—Joaquín nunca barrió demasiado bien al principio. Jason es diferente, nos ha tocado vivir situaciones complicadas y se ha comportado a la altura.
—Es demasiado perfecto —comentó Daniela—. ¿Tiene algún defecto?
—Es mal genio en ciertas situaciones. A veces se manda unos rosarios que te escuecen los oídos. Llega y hace las cosas sin pedir permiso, pero he podido lidiar con ello porque siempre es bien justificado. Claro que llevamos súper poco. Lo demás es cuestión de tiempo —respondió Ana resuelta a las justificadas reticencias de sus amigas.
—Tal vez es el indicado —dijo Mabel en un extraño trance soñador y romántico, muy inusual en ella—. Con el innombrable no se te escuchaba hablar de él con admiración, siempre era como justificándolo todo, a la defensiva. Ahora eres capaz de decir «el tipo es mal genio y chucheta[47]» y lo aceptas, no lo defiendes. Eso un buen indicio —concluyó.
—¿Y cómo es el sexo con él? —interrogó Marta ávida de información picante.
Ana ahogó un grito al tiempo que se tapó la boca y abrió los ojos de manera desmesurada. Las amigas de ella se quedaron quietas pensando que se les había pasado la mano con el tipo de información que pedían.
—¡Marta! ¿Cómo te atreves a hacerme una pregunta así? —replicó Ana fingiendo de una manera muy convincente de estar escandalizada y herida en lo más profundo de su pudor—. ¿Qué pretendes que te diga, que es fenomenal? Bueno, sí es increíble. Las hace todas, todas, todas —contestó Ana sin pizca de vergüenza, más bien lo hacía con orgullo. Se inclinó un poco e instó a sus amigas con un gesto con su dedo índice para que hicieran lo mismo que ella y susurró—: Me dice cosas sucias en italiano y me mata en dos segundos. A veces no entiendo un carajo, pero ¡Dios! Aunque me hablara del alcantarillado en ese idioma me provocaría un orgasmo… o dos… ¡o tres!
—¡Noooooooo! —chillaron las tres amigas al mismo tiempo, estaban asombradas de la entusiasta respuesta de Ana y de los detalles morbosos. Definitivamente, era otra mujer.
—Dime que tiene un hermano —rogó Daniela—. Porfi, porfi…
—Tiene un hermano que se llama Bernardo, lo conocí ayer de hecho, es bastante guapo y un poco más delgado que Jason —respondió Ana recordando la noche anterior en que le presentaron a los hermanos de Jason en una once familiar que compartieron con ella y su padre—. Aunque físicamente no se parecen, pero tienen formas de ser parecidas.
—¿Tienes una foto de él? —interrogó Daniela con diversión. Ana asintió siguiéndole el juego, justamente Carmen le pidió que le sacara unas fotos con sus tres hijos.
Nuevamente buscó en su móvil hasta dar con una buena foto y se lo entregó a Daniela. Marta y Mabel se inclinaron con curiosidad para ver también y las tres alzaron las cejas. Bernardo tenía lo suyo… y muy bien puesto. Era más bajo que Jason, y lo que más llamaba la atención en esas facciones anguladas era aquella mirada penetrante de color avellana, y la sonrisa que esbozaba, irradiaba gran confianza, lo que le otorgaba un aire de autoridad.
—¡Ese es mío! —declaró al instante Daniela con vehemencia—. Yo lo vi primero —aseveró bromeando, pero en el fondo, de verdad le encantó el hombre. Esos ojos, eran tan corrientes como los de ella, pero tenían algo que no podía explicar.
Ana rió por lo que decía Daniela. Era tan expresiva y enamoradiza, así que no le extrañó esa reacción. Siempre se apropiaba de actores de Hollywood, personajes de libros, cantantes, etc.
Miró a sus amigas e inspiró profundo, necesitaba conversar y exteriorizar de alguna manera lo que sentía en su corazón y lo feliz que era. Es más, quería gritar a los cuatro vientos que estaba profundamente enamorada y que amaba con su alma a ese hombre de ojos verdes.
Pero no podía hacer aquello, sino le pondrían una camisa de fuerza y la internarían en el siquiátrico.
—¿Y has sabido algo de Joaquito? —interrogó Marta con sarcasmo sacando de sus locos pensamientos a Ana.
—No, afortunadamente desapareció de mi vida —respondió Ana con tranquilidad—. Y no me contagió ningún bicharraco venéreo. A pesar de que siempre usamos preservativos, no me podía fiar. Nunca se tiene la seguridad de saber dónde puso la lengua o sus dedos.
—¡Aleluya! —celebró Mabel—. Al menos ese imbécil no perdió la costumbre de usar condón… o tal vez folló con alguien que está tan limpio como una sábana de hospital.
—Amén por eso —agregó Marta.
Todas rieron contentas junto con Ana, por su nueva relación y lo bien que le hacía, pues le recordaban a aquella muchacha con la que compartieron en sus años de enseñanza media. Desde los catorce a los diecisiete pasaron más tiempo juntas que con sus propias familias y eso creaba un lazo indestructible sin importar el paso los años, ni los rumbos que habían tomado cada una de sus vidas. En el fondo, eran las mismas niñas soñadoras, pero Ana había cometido el error de transar su personalidad en pos de una relación que no valía la pena para hacer ese sacrificio.
Ella había aprendido, esa era la idea de caer, levantarse y continuar sin importar lo duro de los golpes.
En muy poco tiempo era más fuerte, más decidida, más mujer, más ella.
Ana había vuelto a su esencia.