Capítulo 15
Lo primero que vio Carmen al abrir los ojos fue el color blanco, todo era borroso. Parpadeó unos segundos y aquel color empezó a cobrar diversas formas irregulares. Sintió dolor en su ojo derecho, en el labio inferior… Se lo tocó y logró percibir una costra y lo hinchado que estaba… El dolor en sus muslos y en su intimidad le hizo recordar.
Empezó a sollozar. Nunca imaginó que Ramiro se pondría así. Supuso que como él hacía vida aparte no le iba a afectar su abandono. Esperaba indiferencia.
Cerró sus ojos, las lágrimas caían sin cesar. El pecho le dolía, intentando reprimirlas.
Se había equivocado, debió haberle hecho caso a Bernardo… Lidia solo se ganó un buen empujón que la dejó paralizada lo suficiente para que Ramiro tomara ventaja de ello y…
—Mamita… —Carmen escuchó la voz de su hijo, su adorado niño—. Mamita linda. —Jason se levantó de la silla en la que se encontraba durmiendo al lado de la cama de ella y la abrazó como pudo—. Ya pasó todo… Ya pasó… —susurraba intentando consolarla.
Carmen se incorporó y se aferró a ese abrazo que tanto anhelaba y que tanto le reconfortaba. Lloró larga y amargamente. Estar en esa cama y al lado de su hijo, eran prueba suficiente de que había obtenido su libertad. Ya no le importaba el precio que había pagado. Solo deseaba olvidar esa vida que muchos años sintió que merecía. Pero ya no.
Sea como sea, estaba fuera de esa casa, al fin.
Lejos de Ramiro.
Ramiro.
Lo último que recordaba era que cuando él terminó «su asunto» se desplomó sin fuerzas sobre su cuerpo. Ella casi no podía respirar porque Ramiro había cobrado demasiado peso y la estaba aplastando. Se estaba ahogando.
Después de aquello, todo se fue a negro. No recordaba nada.
—¿Cómo te sientes, mamita? —preguntó Jason preocupado.
—Me duele too —respondió con honestidad—. Pero verte aquí me hace sentir feliz, hijito… Soy libre —declaró esbozando una sonrisa.
«Soy libre»… Esas dos simples palabras significaron tanto para ambos. Porque era verdad, Carmen al fin era libre de la opresión de vivir al lado de un hombre que le restregaba cada cucharada de comida que se llevaba a la boca, que le sacaba en cara todo el dinero que gastaba en Jason, que debía estar dispuestas a abrir las piernas, que le exigía la cena servida, la casa limpia, la ropa lavada y planchada, y pobre de ella que no preparara el desayuno a las seis de la mañana. Carmen ni siquiera se atrevía a pedir un poco de dinero para comprarse ropa interior.
«¿Pa’ qué?, si ya tení»…
Carmen cerró los ojos, nunca más volvería a escuchar esa voz… salvo en su memoria. Qué no daría por que se la borraran, volver a tener dieciocho y haber huido con su hijo en sus entrañas…
No valía la pena desearlo, era muy tarde. Le costaba desprenderse de la culpa y los remordimientos. El alto precio que pagó por su error.
Se sentía vieja, fea, ignorante, inútil, sin dinero…
Pero libre… después de treinta años.
Y a su lado, su hijo que no la abandonaría nunca… Su amor era incondicional. Tal como el de…
—¿Tus hermanos? —interrogó de pronto Carmen, los había olvidado por un segundo.
—Están viendo los trámites para el velorio y el funeral de Ramiro —contestó Jason con cautela.
Velorio. Funeral.
—¡Dios santo! —exclamó Carmen mientras se llevaba ambas manos a la boca e intentaba recordar cómo había pasado. En el momento que Ramiro se derrumbó, ella solo se preocupó de respirar y tratar de salir de debajo de él, todo era confuso, como si su cerebro se hubiera apagado—. ¿Cómo?
—Fue un paro cardiorrespiratorio, según nos informaron los del servicio médico legal —afirmó Jason, sintiendo que la muerte de ese infeliz había sido demasiado benevolente para todo el daño que causó.
Pero también tenía el inmenso alivio de saber con certeza que su madre no tenía nada que ver con ello, no sería sometida a que le tomaran declaraciones, ni que le pusieran un par de esposas o que la procesaran por algún delito —aunque fuera en defensa propia—, ni nada por el estilo. Y para sus hermanos este hecho también significó tranquilidad.
—¿Bernardo? ¿Lidia? ¿Los viste? —preguntó Carmen rogando al cielo de que todo haya ido bien ante la situación que acababan de pasar.
—Lidia me llamó y me avisó desde tu teléfono cuando sucedió todo. Llegué una hora después de ese llamado… Bernardo llegó unos veinte minutos más tarde. —Jason suspiró—. Se tomaron bastante bien mi presencia, les conté en qué trabajaba y por qué me hice pasar por muerto. Son tan diferentes a él, mamita. Bernardo y Lidia se parecen mucho a ti. Hiciste un gran trabajo con ellos… Por un instante creí que me echarían a patadas…
—Ay, hijo. No digai eso… Ya te lo había dicho, ellos se dieron cuenta de muchas cosas…
—Lo sé, mamita… lo sé. Pero es diferente verlos, hablar con ellos, a reconectar y sentir de verdad que no me odian, ¿entiendes?
Carmen sonrió, que sus hijos establecieran un nuevo lazo fraternal la llenaba de esperanza, de vivir aquello que nunca pudo gracias a Ramiro.
Tener una familia unida, que se quisieran, sin diferencias, sin resentimientos.
—Sí, te entiendo, hijo… —aseguró mirándolo con ternura y le acarició el rostro—. ¿Cuándo podré salir de aquí?
—El doctor te dará el alta al mediodía. Mientras tanto descansa.
—¿Qué hora es? —preguntó. Se podía ver el cielo despejado y luminoso de la mañana, pero así y todo estaba desorientada.
Jason miró la hora en su móvil… Las nueve de la mañana y una llamada perdida de Ana que no sintió cuando se había quedado dormido.
—Las nueve… —respondió—. ¿Me das un segundo?, debo devolver un llamado.
—Anda, de aquí no me muevo —bromeó de buen humor.
Jason salió, y una vez estando en el pasillo, marcó de vuelta el número de teléfono de Ana. Timbraba, timbraba, pero ella no contestaba.
Jason frunció el ceño. Volvió a marcar.
—Hola, Jason. —Escuchó nítida la voz de Ana. Demasiado nítida, y era extraño dado que el aparato todavía no conectaba el llamado.
Jason dio media vuelta y se encontró con una encantadora y ojerosa Ana, sonriéndole. Y él sonrió también, sorprendido, y con una sensación de felicidad que no podía explicar. Y era solo por el hecho de que ella estuviera ahí sin que él se lo pidiera.
La abrazó por la cintura, al tiempo que ella se colgaba de su cuello y la alzó unos centímetros separando sus pies del piso. Necesitaba sentirla, de algún modo, entera. Su calor, su toque, su aroma, su peso. Era su consuelo. La apretó contra su pecho por unos segundos y la dejó nuevamente y con suavidad en el suelo.
La besó con dulzura, acunando su rostro entre sus manos que de pronto se le antojaron demasiado enormes y toscas para esa piel tan delicada. Pero no le importó, prefería seguir saboreando esos labios carnosos y tentadores, hasta saciar —en parte— su necesidad de devorarla.
—Gracias por venir, no debiste, Ani —dijo Jason en cuanto terminó de besarla
—Claro que sí. Me importa lo que te pasa, es lo mínimo que puedo hacer —declaró vehemente—. Apoyarte en lo que necesites.
—¿Y Arturo? —interpeló interesado. Mal que mal todavía estaba convaleciente de una fractura.
—Se las puede arreglar solo por unas horas, lo dejé bien aprovisionado de alimento y televisión mientras llega mi tía Nancy —aseguró con ligereza.
—Debe ser una santa para soportarlo todo el día —apostilló, recordando lo infumable que estaba el lunes cuando ayudó a Ana a trasladarlo desde la clínica al departamento.
—Con ella no le dura lo gruñón, es su hermana mayor.
—Uy, con razón.
—¿Cómo está tu mamá? —interrogó cambiando de tema—.¿Ya despertó?
Jason asintió con la cabeza, de pronto la voz no le salía al recordar la avalancha de emociones que encerraba el actual estado de su madre.
Tosió para disipar esas sensaciones y poder hablar con propiedad.
—Al mediodía le dan el alta —informó con voz atona.
—Me alegro mucho. —Suspiró—. Jason… gracias por haber confiado en mí y llamarme.
—Lo necesitaba, Ani… Te necesitaba a ti —confesó, porque sabía que pudo haber llamado a Ángel, a Rossana… o a cualquiera de sus amigos en Santiago. Pero, tal como él decía, la necesitaba a ella. A nadie más.
Su voz femenina y clara dándole consuelo, sus silencios cuando ella escuchaba atenta y sin interrumpir. Incluso, sus sollozos al compartir el mismo pesar.
Y esa confesión desarmó a Ana, nunca nadie le había dicho que la necesitaban, al menos, no de la manera en que Jason lo hacía.
—Oh, Jason… —susurró intentando contener el frenético latido de su corazón. Esos ojos verdes que siempre la miraban con intensidad, ahora eran transparentes y vulnerables—. Siempre estaré para ti.
—Gracias, Ani. Eres la mejor. —Le dio un beso casto y fugaz en los labios y le tomó la mano—. Mi mamá me va a colgar si no te presento con propiedad —aseveró dirigiéndose a la puerta de la habitación de Carmen.
—¿En serio? ¿Ahora? —preguntó poniéndose nerviosa. No esperaba algo así de su parte. Pero qué más daba, con Jason nada era predecible.
Jason abrió la puerta e ingresó a la habitación. Carmen estaba sentada y miraba distraída por la ventana. Al notar que Jason entraba de nuevo, volvió sus ojos en su dirección, y se abrieron asombrados, en cuanto se dio cuenta que traía de la mano a una bella, sonrojada y elegante señorita.
Definitivamente, era de otro mundo esa niña. Parecía ser el karma familiar fijarse en una persona inalcanzable. Solo esperaba que su hijo pudiera realizar todos sus sueños a plenitud y no fueran truncados por el destino como a ella le sucedió.
Carmen sonrió, a pesar del dolor que sentía en el rostro. Estaba contenta, su hijo de apoco empezaba a experimentar lo que debió vivir hace muchos años atrás.
Ana intentó ser natural y ocultar el impacto de ver el rostro de esa mujer menuda y con una belleza que, ni los golpes, ni los años, parecían afectar. Su lado malo deseó que el infeliz que le puso un dedo encima y, lamentablemente algo más, estuviera revolcándose en las llamas del infierno. Tenía la misma opinión que Jason, su final había sido demasiado benevolente.
—Mamita —dijo Jason sin avergonzarse del apelativo—. Ella es Ana Medina… mi novia.
«Mi novia»… Reverberó en la cabeza de Ana por varios segundos, preguntándose en qué momento Jason le había pedido ponerle nombre a lo que ellos tenían.
No, eso no pasó en ningún momento, pero no debía extrañarle, Jason no pedía permiso a nadie.
Y tampoco a ella le molestaba para nada ese repentino cambio en su relación. Tampoco le daba miedo, y era extraño. Una reacción natural sería estar reacia a tener una relación formal de nuevo si apenas había salido de otra. Sin embargo, si se ponía a analizarlo con más profundidad, esa cosa que tuvo con Joaquín el último tiempo, difícilmente se le podía catalogar como una «relación».
Y además, con Jason era todo tan distinto, partiendo de la base de que él no era un hombre típico. No encasillaba en ningún estereotipo. Él le fascinaba.
—Buenos días, señora… «Mamá de Jason». Él solo se refiere a usted solo como «mamá» o «mamita» —bromeó Ana—. No me sé su nombre.
Carmen rió por broma y quedó encantada por la sencillez y naturalidad de aquella mujer. Sí, era educada y hablaba de buena manera, pero no tenía ese acento tan peculiar de las personas de estrato social alto y tampoco la miraba por sobre el hombro. Y esa sensación de que eran de mundos diferentes se desvaneció por completo.
Las apariencias engañan.
—Carmen… —replicó, sin dejar de sonreír—. Cuando una se convierte en mamá, el nombre pasa a un segundo lugar. Jason no supo mi nombre hasta que tuvo cuatro años —recordó con dulce nostalgia.
—Tiene toda la razón… Un gusto conocerla, señora Carmen —dijo Ana acercándose a ella y dándole un beso en la mejilla.
—Pa’ mí también, mijita —afirmó con cierto orgullo por la elección de su hijo—. Es la primera vez que este chiquillo me presenta una polola.
Esa aseveración reconfirmó los dichos de Jason el día anterior. Ella era la primera. ¡La primerísima!
Ana intentó reprimir sin grandes resultados la sonrisa bobalicona que amenazaba por emerger de sus labios. Era extraño y ridículamente gratificante ser la primera para un hombre.
—¿Ah sí? ¡Qué bien! —ironizó Ana, sonriéndole a Jason que sentía la cara caliente—. Su hijo es un hombre muy especial.
—Estoy muy orgullosa de mi niño —expresó mirando a su pequeño, que era ya un hombre hecho y derecho—. ¿Y cuánto tiempo llevan juntos ustedes dos? —interrogó Carmen con curiosidad, mirando a la pareja.
—Tres días —respondió Jason, rascándose la cabeza evidenciando su nerviosismo. Era una situación surreal presentar a Ana como su novia ante su madre.
Fue un impulso, pero no se arrepentía de nada. Lo haría mil veces por ver esa sonrisa de Ana adornando sus labios.
Y lo mejor es que su madre, en apariencia, la aprobaba.
—Uy, llevan tan poquito. Les falta too un camino que recorrer. Hacen bonita pareja.
En ese instante se interrumpió la conversación cuando golpearon la puerta y entró una técnico en enfermería haciendo su ronda. De manera amable le tomó la temperatura y la presión a Carmen e hizo las anotaciones pertinentes. Le dio analgésicos y le retiró la vía que la conectaba al suero.
Carmen sentía que prácticamente había cambiado de país ante esa atención tan personalizada, amable y eficiente. No había caído en la cuenta de que estaba en una habitación para ella sola.
No era un hospital público.
Luego de que se retirara la señorita anunciando que avisaría para que le trajeran desayuno a Carmen, todo quedó en silencio.
—Hijo, ¿dónde estoy? Esto no es el Padre Hurtado —afirmó seria, claramente no era el hospital público que quedaba cerca de la población.
—Es la clínica Santa María, mamá —contestó Jason con indulgencia.
—Pero, Jason… ¿Cómo voy a pagar esto? —reprendió Carmen preocupada. Su sistema de salud apenas le daba para atenderse en consultorios y hospitales estatales.
—¿Y quién te dijo que lo ibas a pagar tú? No iba a permitir que estuvieras en un hospital público donde te dieran una atención ambulatoria y ni siquiera podía acompañarte. Me puedo permitir tenerte un mes entero en este lugar si así lo quiero —declaró Jason ante una atónita Carmen—. Pero solo te quedarás hasta mediodía. Luego te vas a mi departamento a vivir conmigo.
Carmen no sabía qué responder. Ante eso, solo guardó silencio y sonrió. Al fin y al cabo, a la casa que compartió con Ramiro, no pretendía volver.
Si fuera por ella, quemaría esa casa.
—Ya que tanto insistí, no me queda otra opción —aceptó Carmen guasona—. Tengo un problemilla eso sí.
—¿Y cuál sería?
—Creo que no tengo ropa… o sea, no sé dónde está la ropa con la que llegué.
—Ah… No estaba en condiciones para que la volvieras a usar. Voy a llamar a Lidia para que te empaque tus pertenencias, pero no sé si alcanza a llegar. Debe estar con Bernardo viendo lo del velorio y los trámites legales.
—Si quieres puedo ir de una carrera al Costanera Center a comprar ropa de emergencia —propuso Ana—. Puedo ser rápida si me lo propongo, solo dígame su talla de ropa y de lencería y me las arreglo.
Carmen sintió vergüenza, hacía tanto tiempo que no se compraba ropa nueva que no sabía si todavía usaba la misma talla. Y de ropa interior ¡ni hablar!
—No sabría decirte, mijita… —admitió abochornada.
—Eso no es problema… —Ana hizo un gesto restándole importancia al asunto—. ¿Se puede levantar para echarle un ojo y calcular su talla?
Carmen miró de soslayo a Jason que asintió levemente con la cabeza sin que Ana se diera cuenta del intercambio. Él agradecía internamente la iniciativa de Ana, Jason no tenía idea de asuntos femeninos de esa índole.
Ana era como un ángel caído del cielo. Probablemente, él solo hubiera conseguido un saco de papas.
Carmen se levantó de la cama afirmando su bata que se abría por atrás —malditas sean—, con la ayuda de su hijo.
—Permiso, señora Carmen —pidió Ana con mucho respeto ajustándole la bata para poder observar mejor su silueta.
—No me molesta pa’ naa si me decí Carmencita, odio el señora —indicó
—Mucho mejor, así le diré entonces —declaró Ana con una radiante sonrisa, mientras calculaba el ancho de las caderas de Carmen y el busto. Su flamante suegra tenía una figura que ya se podrían envidiar algunas mujeres de veinte.
—Debe ser una o dos tallas más grande que yo… y mucho más pechugona, qué envidia, Carmencita —expresó con jovialidad Ana y que le transmitía simpatía y confianza a la mamá de Jason—. ¿Qué prefiere, pantalón o vestido?
—No sé… —contestó vacilante—. Me gustan mucho los vestidos, pero… No sé si me sentará bien —argumentó Carmen, reviviendo los fantasmas del pasado en los que Ramiro le decía que con vestidos parecía maraca[41] o puta.
—Se va a ver espectacular. Además, es más fácil con el tema de la talla. Déjelo en mis manos… ¿Su número de calzado?
—Treinta y siete.
—Perfecto. Entonces, me voy. Jason —estiró la mano sin pudor—, ¿efectivo o tarjeta?
Jason rió, le iba a comprar un camión de barras de chocolate a esa mujer.
Sacó una tarjeta de su billetera y se la ofreció. Ana la tomó con sus dedos y tiró. Jason no la soltó, sonriéndole de esa manera que a ella le derretía los calzones.
—Con devuelta —advirtió socarrón al tiempo que soltaba la tarjeta. Y Ana se ponía a juguetear con ella entre sus dedos.
—Por supuesto, ¿y la clave?
—19, 06 —enumeró.
—Qué poco original, ¿es tu cumpleaños, cierto?
Jason confirmó entrecerrando sus ojos, como si la estuviera reprendiendo.
—Nos vemos en un par de horas. Intentaré llegar antes de las doce —anunció Ana entusiasmada.
—Perfecto, se supone que a esa hora viene el doctor a darle el alta a mi mamá.
—Entonces me apuro. Nos vemos, Carmencita. —Le dio un beso en la mejilla a modo de despedida—. Adiós, morenazo —piropeó Ana envalentonada dándole un fugaz beso en los labios y se marchó dejando la habitación en silencio.
—Es too un huracán esa chiquilla —declaró Carmen mirando a su hijo.
—Te juro que no se comporta así normalmente —replicó Jason con una sonrisa de niño.
—Pero te encanta que sea así, ¿cierto? —Jason asintió con una inusitada timidez—. A mí también, hijo…
El móvil de Jason vibró en su bolsillo. Carmen lo supo, por el brusco cambio en el semblante de su hijo.
Se trataba de un escueto mensaje de Bernardo, quien durante el transcurso de la noche fue siendo informado por Jason de la condición de Carmen, incluso ya conocía el diagnóstico de la constatación de lesiones. A Bernardo y Lidia se les partió el alma saber que su madre había sido violada, y la imagen trizada que tenían de Ramiro terminó por hacerse añicos en su corazón. Su labor de realizar los servicios fúnebres se les volvió titánica, debido a sus sentimientos que se volvieron más contradictorios a los que ya sentían antes por su padre.
Amor y odio. Agradecimiento e ingratitud. Dolor y alivio. Pérdida y reencuentro… Decir adiós.
—Es un mensaje Bernardo, quiere saber si despertaste. Voy a llamar para que hables con él —anunció Jason a su madre.
Carmen asintió sin poder dimensionar el real estado de ánimo de sus hijos.
Jason marcó el número de su hermano. Solo timbró una vez.
—Hola, Bernardo —saludó Jason.
—Hola… hermano —respondió Bernardo—. ¿Cómo está mamá?
—Ya despertó, te la paso.
—Gracias.
A Carmen los nervios le invadieron el cuerpo, recibió el móvil entre sus manos y se lo puso al oído. Inspiró profundo…
—Bernardito…
—Mamita… —Fue lo único que le pudo decir su hijo. Bernardo al escuchar la voz de Carmen, se quebró como no lo hizo en toda la noche. Rompió en un llanto repleto de pesar.
—Hijito… estoy bien. No te preocupí, mi cielo —pidió Carmen sintiendo impotencia por no poder consolar la congoja de Bernardo.
—Fue un animal contigo, mamita… No lo puedo perdonar… no puedo —expresó entre lágrimas—. Perdóname, mamá…
—No hay naa que perdonar, hijo. Ya pasó… ya pasó. Lo voy a olvidar… como siempre.
Solo se escuchaban los sollozos de Bernardo del otro lado de la línea telefónica. Estaba desconsolado, pero no tenía alternativa, no podía echarse atrás y desligarse de los asuntos funerarios de ese hombre que desconocía, que a duras penas podía llamarlo padre.
Carmen logró notar que Lidia estaba al lado de Bernardo, preguntándole si era mamá con quien hablaba. Su hermano estaba destruido.
—¿Mamá?
—Mi niña preciosa —saludó Carmen intentando sonar calmada—, ¿estás bien?
—Sí, mamita —aseguró con la voz quebrada—. Mamita… perdón… fue tan rápido, yo no pude… Te juro que no pude. —Intentaba explicar Lidia en medio de un explosivo llanto—. Me paralicé y… y…
—Lo sé, mi niñita —sollozó Carmen, no por ella, sino por el dolor de sus hijos. Finalmente, Ramiro los había dañado a todos de manera irreparable—. No fue tu culpa, fue mía —aseguró con convicción—. Lo provoqué y…
—¡No, mamá! —interrumpió Lidia con rabia—. Nunca, nunca digas eso. Él fue un animal, un infeliz que solo debió dejarte ir. Lo odio, mamá… ¡No puedo perdonarlo! ¡No puedo! ¿Por qué tenía que hacerte eso? No tenía ningún derecho —declamó con su voz llena de dolor.
Había perdido a su padre. En todo el sentido de la palabra… No solo de forma física, esa imagen que Lidia tenía de él, tan frágil, tan llena de virtudes y defectos, que terminó deformándose hasta convertirse en algo monstruoso que no deseaba ver, ni recordar.
—Ay, hijita mía… Por favor, no llorí. Estaré bien… Me iré donde Jason y me voy a recuperar.
—Yo no quiero estar aquí. No lo soporto —confesó Lidia entre sollozos—. Bernardo ni siquiera se atreve a pasar la noche en esta casa.
—Mi Lidi… —se lamentaba Carmen, dando rienda suelta a su llanto.
Jason estaba con sentimientos encontrados. Ramiro siempre sembró la distancia entre los hermanos haciendo diferencias y tratos especiales. No obstante, ese hombre no logró que sus hijos rechazaran del todo a Jason y viceversa. Cuando fueron mayores todo se tornó evidente, y la noche anterior, cuando Jason volvió, se dieron cuenta de que su hermano mayor era mucho más de lo que Ramiro siempre vociferaba.
La habitación estaba en silencio. Jason pudo escuchar prácticamente toda la conversación entre sus hermanos y su madre.
—Mamá, dame el teléfono, por favor. Déjame hablar con mi hermana —pidió Jason con suavidad.
—Hijita, tu hermano quiere decirte algo. Te lo paso —avisó Carmen, secando sus lágrimas con el dorso de su mano.
—Ya, mamita… te amo, te amo con todo mi corazón.
—Yo también. —Carmen sorbiendo su nariz le entregó el móvil a su hijo mayor que se encontraba estoico ante esa terrible situación.
—Lidia… Hola, hermanita —saludó Jason, como cuando lo hacía cuando era un niño.
—Hola… manito —saludó riendo entre el llanto, imitando el gesto de Jason, y lo llamó de la misma manera en que lo hacía cuando era pequeña y no podía decir hermanito.
—Cuando terminen todo por hoy, necesito que me traigas las pertenencias de mamá… y las de ustedes dos a mi departamento —decretó—. No quiero que vuelvan a esa casa. Nos acomodaremos ahí de manera temporal. Tengo que ver con mi administradora si alguna de mis propiedades no está arrendada para que puedan ocuparla lo más pronto posible.
—Jason… No es necesario —rechazó Lidia, pensando que era demasiado lo que ofrecía su hermano. Apenas llevaba unas horas de vuelta a su vida y estaba ahí, dándolo todo, sin importar nada del pasado. Pero no le extrañaba, él siempre fue generoso con ellos cuando era pequeño, antes de volverse rebelde. Antes de perderse.
—Sí lo es, no quieres vivir ahí. Punto. Te vas de ahí y se acabó —dispuso Jason con autoridad—. ¿Dónde van a velar a Ramiro?
—En la iglesia «Siervos de Jehová»… Bernardo no quiso hacerlo en la misma casa —explicó Lidia.
—Fue lo más sensato. Pásame a Bernardo, por favor.
—Ya, altiro[42]… Jason, gracias.
Jason volvió a conversar sobre lo mismo con Bernardo, quien ya estaba un poco más sereno, y le comunicó lo decidido. Bernardo también intentó negarse por los mismos motivos que Lidia, pero en realidad, no tenía alternativa. No deseaba pasar en aquella casa ninguna noche más en lo que le restaba de vida, por lo que aceptó la propuesta de su hermano mayor que, literalmente, de la noche a la mañana había tomado el rol a cabalidad.
Lamentablemente, Ramiro con sus acciones, había ensuciado con sangre cualquier buen recuerdo que albergaban sus hijos. Dejando solo un legado que ellos deseaban olvidar.
La venda se había caído de los ojos de Lidia y Bernardo, y pudieron apreciar en toda su magnitud, la horrible naturaleza de su progenitor.
Al día siguiente lo iban a despedir sin lágrimas, sin ofrendas florales —al menos no de ellos—, sin discursos alabando y atestiguando su existencia.
No iba a ser un adiós, iba ser un hasta nunca.