Capítulo 21
La feria internacional del libro de Santiago era uno de los eventos que más ganancias les reportaba a los libreros y editoriales que participaban en ella. Cuando Jason asistió a la reunión de la cámara chilena del libro, se dio cuenta de lo importante que era ese evento. Era como apostar a un número de la lotería ganador sin temor a equivocarse. Él desconocía todo ese mundo, si bien disfrutaba de la lectura de manera esporádica, nunca tuvo la oportunidad de asistir a esa feria.
Y ahora tenía un muy mal presentimiento.
La FILSA en su versión número 56, al igual que todos los años, se llevaría a cabo desde el 20 de octubre hasta el 6 de noviembre del 2016 en el Centro Cultural Estación Mapocho, lugar emblemático del casco histórico de Santiago donde se realizan desde fiestas privadas hasta conciertos de música. Construida para celebrar el centenario de la independencia de Chile en 1910, contaba con la arquitectura del estilo neoclásico y era parte de la red ferroviaria de ese entonces. Pero en el año 1987 quedó en desuso y siete años después se convirtió en un centro cultural.
Era imposible que un robo se llevara a cabo en ese lugar, dadas las medidas de seguridad que había, el ladrón tendría que ser el imbécil más grande de la tierra. Eso no tenía intranquilo a Jason, no, lo que lo ponía nervioso era la cantidad de dinero en efectivo que se manejaba a diario.
Después de unos cuantos días de feria, Jason dimensionó el verdadero peligro. Ese dinero había que depositarlo, ojalá, todos los días, porque a su juicio era demasiado como para ir acumulándolo. Y después de la reunión de la cámara le quedó más que claro que muchos se verían beneficiados con el cierre de la librería, tanto como para eliminar a un local tradicional y fuerte en la competencia, como para expandirse y abrir otra sucursal usando la privilegiada ubicación de «La Chilena».
Jason no le había tomado el peso a la importancia de la feria pues desconocía la magnitud del evento, y eso fue un error que no se perdonaba. Estaba paranoico.
Y ese estado de paranoia se acentuaba por cada hora que pasaba. Debía estar atento, no podía relajarse y dormirse en los laureles, porque estaba segurísimo de que había más de alguien esperando a que cometieran un error. No tenía ninguna prueba tangible, pero su instinto le decía que debía ser cauto.
El plan de acción que determinó para los siguientes días, mientras se celebraba la FILSA, era pasar la mañana junto a Arturo y su madre en la librería, durante esas horas hacer el depósito bancario de lo ganado en el local y la feria, y después, un poco antes del mediodía, se iba con Ana a la Estación Mapocho para ayudarla y vigilar cualquier movimiento sospechoso hasta la hora del cierre.
Ya era el cuarto día de la feria, estaba estresado, cansado, y faltaban doce días más.
Todo estaba recién empezando.
Pero no todo era tan malo y peligroso, Ana era suficiente aliciente para los pensamientos tormentosos de Jason. Ella se movía como pez en el agua estando a cargo del stand. Verla de esa manera lo llenaba de orgullo, tan segura, tan vivaz y llena de energía, con una autoridad que no era necesaria ser demostrada de una manera explícita o dominante. Los chicos que trabajaban para ella la respetaban como lo que era, la jefa. Y él no quería fallarle a la jefa, porque la adoraba.
Y ahí se encontraba observando como un halcón a todo lo que se movía disimulando muy bien, fingiendo distracción y paseándose indolente entre los mesones llenos de libros y atendiendo al público si era requerido.
—¡Buenas tardes, Ani! —Fue el alegre llamado de una voz masculina a espaldas de Jason, que le hizo dar una media vuelta automática… ¡Solo él podía llamarla así!... Bueno, tal vez no porque era un diminutivo común. Así y todo era su Ani a quien llamaban, y para empeorar la situación, era un hombre que aparentaba tener la misma edad que él. Y no era feo.
Se acercó un poco más para escuchar mejor.
—Hola, don Orlando, qué bueno verlo por acá —respondió Ana, animada—. Se le extrañó en la reunión de la cámara —añadió con el mismo tono de voz.
«Así que es el librero desaparecido…», pensó Jason entrecerrando sus ojos. Tomó un libro y empezó a hojearlo. ¡Diablos! era uno erótico, no era el momento adecuado. Se alejó de ese mesón y sacó otro que era de cocina.
—Nada de «don Orlando», Ani, si apenas soy mayor que tú —reprendió desenfadado, las pocas veces que trató con Ana, ella lo trataba de usted—. Tenía que resolver unos asuntos de último momento que no podía postergar. Me di unas buenas vueltas por todo Santiago, y cuando me desocupé, era demasiado tarde para asistir a la reunión.
—No se perdió… —se interrumpió Ana, Orlando tenía razón, no era necesario el trato formal. Era cierto que eran casi de la misma edad—. No te perdiste de nada importante —corrigió—. A menos que no hayas estado atento a los correos o asistido reuniones previas.
—Ah, sí he ido a todas esas soporíferas reuniones y leo todo lo que me llega al correo… ¿Y tu viejo? No lo veo por acá —preguntó con interés mirando de soslayo por el local.
—Tuvo un accidente, una fractura leve de peroné, tiene poca movilidad, pero ya está casi recuperado —informó Ana resumiendo las últimas semanas de manera escueta—. Se encuentra atendiendo en el local.
—Oh qué mal, pero qué bueno que esté mejor. Había escuchado que iba a jubilarse y vender el local.
—¡No, eso no! —replicó Ana sorprendida de hasta donde llegaban los comentarios truculentos—. Mi papá nunca haría eso, la librería tiene casi cien años, así que esa opción es imposible siquiera considerarla —explicó con vehemencia.
—Estos viejos conventilleros, salen con cada cosa. Tienen del año que le pidan —aseveró con una sonrisa y negando con la cabeza.
—¿Quién te dijo tamaña tontera? —interrogó Ana. Jason que estaba atento, aprobó mentalmente la pregunta que ella formulaba.
Para Jason, José Aguayo cada vez juntaba más puntos encabezando la lista de sospechosos, junto con Orlando, el cual no había sufrido robos y le convenía expandir su emergente negocio. En el caso hipotético de que los robos fueran un encargo de la competencia.
—José Aguayo —confirmó Orlando las conjeturas de Jason, cuyos labios eran solo una línea delgada mientras escuchaba atento—, hace rato que anda hablando huevadas, la otra vez dijo lo mismo de la librería de Humberto. Lo más seguro es que quiere que alguno de ustedes quiebre para hacerse del local. Si te pones a pensar, le conviene tomar un lugar que ya es conocido como librería, tendría la mitad de la pega hecha. El viejo mañoso no es tonto, cahuinero sí, eso le resulta de las mil maravillas.
«Y hacerte el lindo también te sale de las mil maravillas, idiota», pensó Jason con un inusitado ataque de celos que mantenía bajo un férreo control para no arruinar la conversación de Ana. Se lamió el dedo y volteó la página del libro que tenía en sus manos, la siguiente receta era «Creadillas de Orlando en rodajas».
Inspiró profundo, debía ser objetivo, o si no podía mandar al carajo todo el trabajo. Sospechoso o no, él no debía delatarse ni espantar a Orlando bajo ningún punto de vista.
—Ese viejo de mierda... —Ana se masajeó la frente, de pronto un dolor sordo invadió su cabeza—. Un día me va a pillar atravesada y le diré hasta de lo que se va a morir.
—Dios nos pille confesados… Oye, ¿y Joaquín? Tampoco lo veo…
—Y no lo vas a ver, ya no es parte de la librería.
—¿En serio?... —Se quedó unos segundos pensativos—. ¿Acaso, ustedes?... —dejó en el aire la pregunta.
—Sí, y no en buenos términos —confirmó lo que Orlando insinuaba.
—No voy a decir que lo lamento, y creo saber el porqué —comentó con un cierto aire de secretismo.
—¿Con qué chisme te salió don José?
—Chisme no es, lo vi con mis ojos… Bueno, en su momento creí que no era él, pero ahora que me dices que terminaron… Hace unos meses lo vi deambulando en la plaza de armas tratando con las «chiquillas con tarifa».
Ana cerró los ojos, menos mal que ese tarado no le había contagiado nada. Si no, ya lo habría matado… No, Jason, lo hubiera hecho.
—Por eso mismo le di la patada en el culo —reconoció Ana con un resoplido.
—Bien por ti… —animó con una sonrisa, que podría interpretarse como seductora—. ¿Qué harás después de la FILSA?
—Saldré con mi novio a cenar —respondió Ana con un tono natural. Jason solo hacía cabriolas de celebración interna por la respuesta de su Ani. Menos mal que no se le había ocurrido intervenir.
—Debí suponerlo, siempre llego tarde —bromeó ante la derrota obtenida sin haber luchado. Sonrió y se encogió de hombros—. Que nadie diga que no lo intenté. —Se metió las manos en los bolsillos y dio una sonrisa de niño bueno.
—Hay más peces en el mar, Orlando. No te preocupes —respondió Ana con un leve toque de lástima. Jason llegó primero y la tenía completamente cautivada.
—Metido en una librería todo el día no es una forma de pescar ninguna pececita. Pero ni modo —expresó resignado—. Bueno, te dejo, Ani. Debieron vocear la firma de libros que tengo organizada hace rato. Nos estamos viendo. —Con un gesto con su mano se despidió y se alejó a paso veloz directo a la zona donde estaba el locutor anunciando las actividades.
—¡Dale, cuídate! —se despidió del mismo modo y miró de reojo a Jason que llevaba un buen rato escuchando—. Jason —llamó esbozando una sonrisa. El aludido dio de inmediato media vuelta y se acercó a ella—. ¿Notaste algo raro?
—Solo que te estaba mostrando los cagaos[48] de manera descarada —respondió, evidenciando sus celos.
Ana rio, sin querer había tenido su pequeña venganza, Jason había probado el trago amargo de los celos. Pero ella no se vanagloriaría de aquello, ¿para qué poner de mal genio a su morenazo? Total, internamente se estaba regodeando con el semblante de «grumpy cat» de él.
—Bueno, que quede claro que no lo animé a nada. Le dije que tenía novio.
—Lo sé.
—Claro que lo sabes, si estuviste con la oreja parada todo el rato… ¿Sacaste algo en limpio?
—No me gusta para nada ese tipo, José… Ni tampoco Orlando… En realidad, no me gusta ninguno de esos viejos misóginos que son del mismo sector y rubro que ustedes. Todos se benefician de algún modo si ustedes se van a pique —respondió con acritud y se quedó pensativo por unos segundos—. Mañana es… —dejó las palabras en el aire, no recordaba qué día era.
—Lunes. —Ana completó la oración, era fácil perder la noción del tiempo cuando se desarrollaba la FILSA
—Entonces iremos al banco depositar temprano, hay demasiada plata para mi gusto. Lo suficiente para ser la tentación de cualquiera —dictaminó—. ¿Estás muy cansada?
Desde que su rutina cambió por la feria y el retorno de Arturo a la librería, Jason siempre le preguntaba lo mismo a Ana, a lo que ella le contestaba siempre con un «estoy muerta», lo cual le hacía retractarse de su intención de invitarla a pasar la noche en su departamento porque, básicamente, estaba seguro de que no la iba a dejar descansar cómo se lo merecía. Así que para evitar ojeras, bostezos o dolores musculares, prefería guardar todas sus ganas de hacerle el amor.
—Estoy muerta —respondió Ana reafirmando lo que Jason supuso—, pero te echo tanto de menos… ¿Podemos aunque sea dormir juntos esta noche? No sé si me dé el cuero para otra cosa —agregó ladina—, pero necesito estar contigo. Los dos solos.
Jason esbozó una sonrisa y la abrazó. Le besó la coronilla con ternura. Sí, podía darle eso a Ana, una noche en la que solo descansarían juntos. Se reprendió mentalmente por ser tan bestia, pero ella le despertaba todos sus instintos primarios con tan solo tocarla.
Tal vez debía explotar su lado tierno si pretendía tenerla a su lado hasta que se volviera un vejete baboso por su vieja.
—Por mi parte, mi cama es tu cama —accedió, alzando las cejas con picardía—. Estaremos acostaditos tomando tecito de sabores y comiendo unas galletitas. Total, me dan igual las migas en la cama.
—Yo las odio, pero con una buena sacudida basta.
—Claro, va a ser muy divertido verte sacudir las migas —bromeó Jason, imaginando ver a Ana inclinada de manera sugerente sacudiendo la molesta suciedad sobre las sábanas, exhibiendo y meneando toda su retaguardia.
Diablos, era incorregible.
Dormir, dormir, dormir, ¡dormir!
A ver si le entraba en la cabezota.
*****
—¿Y, cómo te fue? —preguntó el hombre a su compinche, hacía días que no hablaba con él ni tenía novedades.
—Naa todavía. Estos hueones todavía no van a ningún banco —respondió rascándose la cabeza. Andar parado toda la mañana echando el ojo no era algo que disfrutaba en demasía. Pero valía la pena, era dinero fácil.
—Qué raro —comentó, siempre bastaba con un par de días de vigilancia y listo—. ¿A qué hora te poní a vigilarlos? —interrogó desconfiado de la capacidad de razonamiento de su cómplice.
—Desde las diez, hasta las dos —contestó firme, era la rutina de siempre cada vez que les daban el dato.
—¡Que erí hueón! Los bancos los abren a las nueve, hay sucursales con depósitos en cajeros fuera del horario del banco. Pudieron depositar a cualquier puta hora y ni siquiera te habriai dao cuenta, ahueonao[49] —explotó iracundo, tomándolo de la camiseta y zamarreó su raquítico cuerpo.
—Pero si siempre lo hacen después de las diez y no después de las dos —explicó asustado. Cuando el jefe se enojaba de esa manera, nunca se sabía si le iba a dar un balazo.
—«Pero si siempre lo hacen después de las diez…» —parafraseó usando una voz de retrasado mental y lo soltó con brusquedad—. ¡Me vai a hacer perder sus buenos palos por andar pajareando[50], gil re culiao! ¡Y vo’h también vai a perder si no te avispai! —amenazó harto de la ineptitud de la gente que lo rodeaba. Necesitaba urgente ese dinero, reponer lo que faltaba, su error le estaba costando caro. Había comprobado aquello que era una verdad universal, pero ya estaba metido hasta el fondo.
Nunca te drogues con tu propia mercadería.
—Mañana voy a…
—Raspa, hueón —interrumpió con beligerancia—. No quiero verte ni en pintura. Si no volví con la plata, más te vale que ni te aparezcai por aquí.
El sujeto lo obedeció en el acto y se alejó como si hubiera visto al diablo en persona. Ni loco iba a seguir provocándolo. Mejor se iba a vigilar desde más temprano y durante todo el maldito día, y esperaba dar al fin, el ansiado gran golpe.