Capítulo 13

 

 

—Vamos a hacer esto rápido —anunció Jason dejando en el suelo un bolso deportivo. Abrió el cierre y sacó un chaleco antibalas—. Vas a ponerte esto debajo de tu ropa —indicó mostrándoselo—. Es muy fácil, ya verás.

Ana lo recibió sacudiéndose con dificultad la incredulidad de saber que de verdad iban a usar una de esas cosas.

—¿Es necesario? —preguntó con cierto temor—. ¿En serio crees que nos van a asaltar?

—Nunca debemos dar todo por sentado, que hayamos descubierto a Joaquín y tengamos otra línea de investigación no significa que estamos fuera de peligro. Esto es parte de la rutina. La última vez no tomamos tantas medidas porque ustedes hacía rato que no depositaban y usamos el factor sorpresa… en el supuesto caso de que nos estuviesen observando —explicó—. No te preocupes, yo usaré uno también… Si quieres puedo ir solo, de todos modos, cualquiera puede ir a depositar —ofreció sabiendo que ese era una decisión difícil para Ana. Mal que mal, a él lo conocían de muy poco tiempo. No se iba a ofender si ella desconfiaba, pues en el fondo, Jason prefería que ella estuviera segura en la librería.

—¿Tú crees que me quedaré aquí sentada comiéndome las uñas mientras arriesgas el pellejo? No, señor. La librería es mi responsabilidad y somos un equipo. Además, nunca hemos depositado tan temprano, siempre lo hacemos en horario de atención al público. Así que hay bajas probabilidades de que nos asalten. —Ana se rehusó con vehemencia, claro que por motivos diferentes a los que Jason especulaba. Ella se preocupaba por él.

—Bueno, entonces me sentiré más tranquilo si de todas formas usas el chaleco.

—Okey.

—Intenta dejarlo bien firme, lo más apegado a tu cuerpo —instruyó Jason agradeciendo internamente que ella usara camisetas y sweaters holgados que acompañaba sus eternos jeans pitillo y calzado de ballerina. Siempre era práctica y sencilla para vestirse, pero por algún motivo, Ana siempre tenía el aspecto de ser de otra clase—. El efectivo no lo llevaremos en bolsas. Lo llevaré en el bolsillo interno de mi chaqueta.

—Muy bien, no hay problema —afirmó ella con seguridad internándose en la bodega, donde también estaba el servicio higiénico para el personal del local.

Jason se quedó observándola hasta que escuchó la puerta del servicio cerrarse y se quitó la camiseta para ponerse el chaleco con premura como tantas veces lo hizo los últimos años. Desde que Ángel se jubiló, se había convertido en su segunda piel.

Ajustó los seguros y se cercioró que estuviera todo en su lugar. Sacó del bolso deportivo un sweater holgado y delgado para camuflar el chaleco. Por último, se puso nuevamente la chaqueta de cuero.

Ana estaba tardando, lo cual era lógico para una persona que nunca se había puesto un chaleco antibalas. Jason, impaciente, empezó a tamborilear con sus dedos sobre el mesón donde ella trabajaba y se quedó ensimismado mirando hacia la calle. Se sentía ansioso, necesitaba aplacar esa sensación comiendo algo dulce. Abrió su mochila y sacó un paquete de galletas de chocochip y una cajita de leche con chocolate. Se zampó la mitad del paquete en un par de minutos.

—Jodidas galletas, son una puta delicia —celebró solazándose de ese dulce momento matutino en solitario. Abrió la cajita de leche enterrando la pajilla en el agujerito de aluminio y se la tomó al seco—. Mmmmmmmm… Gracias a Dios que a esta marca no la han llenado con malditos endulzantes dietéticos —manifestó mirando al cielo y se comió otra galleta—. Ahora todas las leches saben a mierda.

—¿Te quedan algunas galletitas? —preguntó Ana apenas sofocando sus ganas de reír. Había visto en silencio los minutos de gloria de Jason, era como ver a un niño deslenguado y glotón cuyos sonidos de disfrute eran bastante evocadores.

Jason impávido al verse descubierto le ofreció el paquete a Ana.

—Gracias, me encanta todo lo que lleve chocolate. —Comió la galleta disfrutando casi de la misma manera que Jason—. Nunca te agradecí el detalle que tuviste esa noche en la Confitería Torres. Pudiste haber pedido que le echaran laxante como castigo a mi imprudencia.

Jason la miró ocultando su sorpresa ante ese comentario. Según recordaba, había dicho cosas no tan halagadoras hacia Ana. Sin duda, tendría que ir a la confitería a agradecer generosamente la discreción de don Belisario. Era evidente que él no le había transmitido toda la furiosa perorata que él había lanzado.

—Estuve tentado de hacerlo —bromeó—. ¿Vamos, Ani?

—Vamos. Acá está el dinero. —Ana ofreció un fajo de billetes de distinta denominación para que Jason lo guardara—. Es un millón y medio.

—Bien. —Jason introdujo el dinero en el bolsillo interno de su chaqueta y cerró el cierre para asegurar el contenido.

Empezaron a caminar hacia la puerta, pero Jason atrapó la mano de ella intempestivamente.

—Una cosa más… —dijo él, abrazándola—. Si llegan a asaltarnos, corre, te pones a salvo y llamas a carabineros. No importa lo que suceda y no mires atrás. Puedo defenderme, y si sé que estás fuera del alcance de quien nos esté atacando, podré actuar con más seguridad, ¿vale? Esa será tu misión. Protegerte —decretó mirándola a los ojos, sintiendo un dolor sordo en las entrañas con la idea de que a ella le pasase algo malo.

—Entendido. Lo haré, nada de dárselas de súper héroe para mí —afirmó Ana convencida. Estaba segura que en caso de emergencia ella sería más bien un estorbo en vez de un aporte para Jason. Debía ser realista.

—Mantén tu identidad secreta bajo siete llaves—bromeó Jason para alivianar un poco el ambiente y relajarse a sí mismo. Ana rió y le acarició la mejilla, le gustaba sentir el contacto áspero de la barba de él contra la palma de su mano. Jason cerró sus ojos y apoyó levemente su cara en la caricia, como si quisiera memorizarla por siempre.

A Ana le enterneció tanto ese gesto, era de hecho abrumador ver a un hombre cuyas acciones hablaban más de lo que decía.

Jason abrió los ojos y sin más se perdió en los luminosos iris castaños de Ana. Desde sus entrañas rugió la necesidad de sentirla… No quiso evitar besarla.

Y lo hizo.

Sin prisa, con calma, disfrutando, saboreando el chocolate todavía remanente en aquella lengua femenina que acariciaba la suya al mismo ritmo lánguido y a la vez fogoso.

Sí, lánguido y fogoso, así iba a ser un encuentro entre ellos bajo las sábanas, pensó Jason mientras sentía cómo las manos de Ana se anclaban a su cuello y le acariciaban el cabello provocándole que la piel de la espalda se le erizara.

Esa fue su señal de retirada. Lentamente fue interrumpiendo ese beso hasta que murió por completo.

—Sigue por ese camino, Ani, y te aseguro que en cualquier momento se me quitará lo considerado —advirtió sonriendo, al tiempo que su corazón hacía lo mismo, le advertía a él mismo que cuando eso ocurriera más le valía estar seguro de los sentimientos de Ana hacia él.

Porque a Jason no le bastaba con la mera atracción física, o la efímera pasión del momento. Él deseaba algo más contundente, más permanente. Quería algo de verdad.

Él, de a poco, estaba sintiendo más, pero no tenía miedo. Más bien era curiosidad y estaba, en cierto modo, asombrado por aquello.

—Bueno, espero que lo considerado no sea algo eterno —replicó Ana con picardía robándole un beso fugaz en los labios.

—Eres una mañosa, aléjate de mí, mujer perversa —provocó guasón, separándose del abrazo que los unía, y le ofreció la mano—. Ahora sí, las damas primero…

 

*****

 

Nada pasó, por fortuna. Ana y Jason fueron y volvieron a depositar al banco, de manera expedita y sin contratiempos. Sin duda, lo recaudado había sido lo usual para una semana buena, pero tampoco la suma era extraordinaria como para tentar al ladrón que al parecer prefería robar por sobre dos millones.

¿El ladrón tendría alguna manera de saber cuánta gente entraba a la librería como para pronosticar una verdadera buena semana y dar el golpe?

El día transcurrió con normalidad hasta el final. Hasta ese momento de la semana, Jason no encontró nadie que fuera sospechoso mediante las cámaras ocultas. Se sentía como si estuviera deambulando en un callejón sin salida. Gracias a Joaquín y su robo, se descartaba casi por completo la hipótesis de que la librería era un blanco de alguna organización criminal o parte de algún boicot de la competencia.

Pero el instinto de Jason no le permitía relajarse y decirse a sí mismo que todo fue una mala coincidencia.

No podía, así sin más. Necesitaba una prueba fehaciente e inequívoca de que todo fue una mera y cruel casualidad.

Si sus cálculos eran correctos, los Medina ya llevaban seis semanas sin incidentes. Jason se planteó que si no pasaba nada más en las próximas seis semanas, ahí recién se sentiría en condiciones de determinar que su trabajo investigativo había concluido.

—¿Por qué tienes esa cara, Jason? —interrogó Ana con curiosidad, de pronto él se había quedado estático con un libro en sus manos—. ¿Pasa algo malo?

—Solo pensaba… Siempre estoy elucubrando —respondió dejando el libro en la pila ordenada de la sección de novelas clásicas. Era la última tarea de la jornada, la librería estaba cerrada.

—Es parte de tu trabajo elucubrar. Dime, qué hay en esa cabeza —indagó Ana interesada.

—Solo pensaba que llevamos varias semanas sin incidentes.

—Y eso es fantástico, pero, hay algo más, ¿cierto?

—Solo eso —respondió lacónico.

—¿Seguro? Con que me pongas cara de nada no significa que no pasa nada —presionó Ana. Si bien lo conocía hacía poco, pasar ocho horas ininterrumpidas, multiplicadas por los cinco días de la semana laboral, era como un curso intensivo para reconocer todas las caras que Jason ponía, sus estados de ánimo… o sus sentimientos.

Jason resopló, Ana se estaba tomando a pecho el consejo de Rossana y empezó a presionarlo para sonsacarle lo que pasaba por su mente. Igual que todas las mujeres que formaban parte de su círculo íntimo. Era como un maldito requisito para ellas, extraerle con tirabuzón sus pensamientos.

—Ya po’h, estoy esperando —insistió Ana cruzándose de brazos, realzando su busto sin querer. Los ojos de Jason se desviaron de inmediato a esa provocativa zona de la anatomía de Ana y se quedaron pegados por un instante—. Jason, mi cara está un poco más arriba —increpó.

Jason parpadeó y la miró un tanto azorado, y nervioso, se rascó la cabeza por haber sido sorprendido cometiendo aquel delito de manera flagrante.

—Solo pensaba que si no pasa nada en seis semanas, daré por terminada la investigación —confesó, más por compensar su pequeño exabrupto de lujuria que por ceder a externalizar sus pensamientos.

—Pero solo la parte de la investigación… Estarás para escoltarnos para los depósitos… ¿o eso también se acaba? —preguntó Ana sintiendo pesar, como si él fuera a desaparecer de su vida. No le gustó esa sensación.

—De ninguna manera, eso será permanente, tanto tiempo como me sea permitido —aseveró Jason otorgándole alivio a Ana con esa respuesta—. Recuerda que si durante un año impido que vuelvan a ser robados, recibiré el 20% de la librería como pago por mis servicios profesionales. Así que, básicamente, estaré ligado a ustedes por mucho tiempo más… a menos que…

—A menos que, qué.

—A menos que lo nuestro no funcione y no quieras verme nunca más la cara. —Se encogió de hombros—. Nunca se sabe… Sé que te parecerá ridículo, pero esto que tenemos es lo más cercano a una relación amorosa. Nunca he tenido una en mi vida —admitió sin saber por qué lo hacía.

Sorpresa e escepticismo se reflejó en el rostro expresivo de Ana, abrió un poco la boca y alzó sus cejas hasta crear leves surcos en su frente.

—Dudo que seas casto, Jason Holt. —Fue lo primero que escupió su mente y que Ana no fue capaz de reprimir. ¿Cómo era posible que, un hombre como él, jamás tuviera una relación sentimental con nadie?

—No lo soy, Ana —contestó frunciendo el ceño—, solo hablé de relaciones amorosas y formales… —aclaró con acritud—. Es difícil elegir a una cabra más o menos decente, entre tanta que solo quiere el status que da entre sus pares el hecho de follarse al narco de la población, y ojalá, encajarle un hijo para que la mantengan —ironizó molesto ante la incredulidad de Ana.

—Bueno, perdóname la vida por no saber cómo es la cosa en una población. Lo siento por haber nacido en otra parte de la ciudad que es un poquito mejor —contraatacó ante el ácido tono de voz de Jason.

Se quedaron en un tenso silencio mirándose a los ojos. Ninguno quiso decir nada más para no iniciar una escalada que podría terminar en una discusión mucho más acalorada.

Jason estaba molesto, Ana estaba molesta… Ambos lo estaban y no dejaban de mirarse.

Jason rompió primero el contacto y sin moverse de su lugar, empezó a ordenar otra pila de libros que no estaba necesariamente desarmada. No sabía cómo diablos una conversación civilizada se había transformado en una discusión. Le molestaba la incredulidad de Ana, él le estaba diciendo la verdad…

Aunque si lo pensaba mejor, era razonable que ella no le creyera de buenas a primeras. Era extraño que un hombre de treinta años nunca hubiera tenido una relación amorosa con nadie. Solo folló mucho cuando fue adolescente, y se calmó cuando se hizo adulto y se llenó de responsabilidades, haciéndolo de manera esporádica y siempre siguiendo su regla de oro desde la primera vez: sin condón, no hay acción.

Hasta un viejo de setenta años tenía más acción que él.

Y, lógicamente, ella no tenía idea de nada.

—¿De qué te ríes? ¿Qué es tan gracioso? —interpeló Ana sin que el mal humor la abandonara.

—Solo pensaba… Es difícil creer que, en cierto modo, eres la primera. ¿Cómo es eso posible?, ¿cierto? —Dejó de ordenar y la volvió a mirar.

—Eres un hombre atractivo, deberían lloverte las minas

—Es lo que ves ahora, Ani… —intervino ya más sereno—. Si me hubieras conocido hace quince años atrás, habrías encontrado a un chiquillo flacucho con mucha rabia y que robaba a personas como tú. Era marihuanero, alcohólico, fumador… Todo un gran partido para las chiquillas decentes —satirizó—, pero ideal para otro tipo de señoritas más… ignorantes, estúpidas, hormonales y casquivanas… Ellas sí me llovían. En una fiesta si tenían que elegir entre el moreno de ojos castaños y el moreno de ojos verdes… —alzó las cejas para completar sin palabras lo que quería decir.

—Ah —afirmó lacónica, entendiendo que, cuando era adolescente, Jason era casi un conejo follador.

Follar de manera casual no es sinónimo de tener una relación sentimental.

Jason rió, ante la elocuencia de Ana.

—Antes de que mi padrastro me echara de la casa, me golpeó con una manopla. Perdí estos dos. —Se tocó los incisivos superiores con su dedo índice—. Ahí sí que me veía rico y sabroso —bromeó—. Intentar acabar con tu vida de una manera lenta y ridícula como lo hice con mis excesos cuando era cabro, le pasa la cuenta al cuerpo. Así que guapito no era. Esto que ves ahora ha sido el producto de siete años de trabajo. Cuando entré al programa de la PDI, me dediqué cien por ciento a ello. Mi aspecto mejoró bastante pero, francamente, no tenía tiempo ni ganas para tener una relación amorosa con nadie y menos con alguien del círculo en el cual me movía. Mis horas y días se iban entre estudiar y ser un infiltrado… Prefería aprender italiano con Rossana que follar con una señorita que no me quería por mi cara bonita, sino para asegurarse, por lo bajo, una buena pensión alimenticia… Eso no quiere decir que era un santo, pero sí me volví mucho más selectivo y precavido.

—Ah. —Ana volvió a derrochar elocuencia.

—Cuando salí de la PDI y de la población, solo quería tener una vida ordinaria, trabajar, disfrutar de lo que tenía, hacer lo que quisiera con mi tiempo, y tal vez si tenía suerte, conocer a alguien. Así como lo hace todo el mundo. Solo eso…

Silencio…

—Eso explica mucho. —Logró articular Ana, comprendiendo los motivos de la inexplicable falta de experiencia amorosa de Jason.

De la otra le sobraba.

—¿Es plausible mi explicación? —interpeló Jason, notando el evidente cambio de humor de Ana.

—Absolutamente… Lo siento —declaró con sinceridad. Si Ana no hubiera conocido a Ángel y Rossana el día anterior, probablemente no habría creído con tanta facilidad como en ese momento.

Habría dudado, porque las vivencias de ese hombre que tenía al frente eran casi sacadas de alguna novela. Parecía que había vivido mil vidas en comparación a la suya que siempre fue tranquila, a pesar de la repentina pérdida de su madre cuando era una adolescente.

Pero no era el caso, ella le creía. La confianza estaba intacta.

—Yo también lo siento… No debí hablarte en ese tono, pero me molestó que no me creyeras.

Ana sonrió, cuando Jason se abría lo hacía con ganas.

—Bueno, nada mal para tener nuestra primera discusión. Fue bastante civilizada.

Jason rio a carcajadas ante el comentario de Ana. La abrazó y le besó la frente.

—Tienes del año que te pidan, Ani.

—¿Sabes lo que dicen de las peleas de pareja?

—Ehhhhh… No.

—Que lo mejor es el sexo de reconciliación —respondió provocativa.

—Esta discusión no alcanzó a ser pelea. Moción denegada… por el momento. Es demasiado pronto, señorita.

Ahora era Ana la que reía a carcajadas.

—Algún día me la voy a cobrar… En una de esas te invito a mi casa a ver Titanic —propuso Ana.

—¿Titanic? —preguntó con interés.

—Dura tres horas, imagina las posibilidades —alzó las cejas socarrona.

—Ani, como dice Ceratti «la imaginación todo lo puede…». En ese caso, tendríamos que ver Titanic dos veces seguidas, aunque a mí me…

El fogoso coqueteo se vio interrumpido por un llamado del celular de Jason. Lo sacó de su bolsillo y vio que era Carmen. Aceptó el llamado sin vacilar.

—Mamita…

—Hola… ¿Jason? —saludó una voz femenina y desconocida.

—Soy yo. ¿Quién es? —interrogó serio.

—Dios, eres tú… De verdad estás vivo… Soy Lidia… tu hermana.