Capítulo 14

 

 

La última vez que Jason había escuchado la voz de su hermana, fue cuando Lidia lloraba y le gritaba sus ruegos para que no siguiera golpeando a Ramiro. Doce años habían transcurrido desde ese entonces. La voz de Lidia era la de una mujer adulta, y cómo no, si solo era cuatro años menor que él.

—¿Qué le paso a mi mamá? —preguntó Jason sin más preámbulo.

—Mi mamá le dijo a mi papá que se iba a ir de la casa. Lo hizo hace un rato. —Lidia comenzó a sollozar—. Nunca imaginé que él volvería a hacerlo. Estaba como loco. —Jason sintió que la sangre se le helaba—. Le pegó y se encerró con ella en el dormitorio… Mamá solo gritaba, «llama a Jason, llama a Jason». Ahora todo está en silencio, no sé qué mierda pasa… ¡No sé qué hacer! —relató Lidia.

—¿Bernardo dónde está? —interrogó moviéndose. Miró a Ana, no fueron necesarias las palabras. Ella asintió.

Jason empezó a caminar, salió del local y emprendió rumbo a aquel lugar al que nunca imaginó volver.

—Está en el instituto, pero su celular está apagado —respondió Lidia rompiendo en llanto.

—¿Llamaste a carabineros…?

—Ya sabes cómo son las cosas acá —interrumpió—, llamé, pero nadie viene.

—¿Y a algún vecino?

—¿Crees que ya no lo hice? —increpó—. Nadie me abre la puerta, acá viven puros volao’s[39]. Toda la gente más o menos decente se fue con el tiempo.

—Voy en camino. —Hizo parar un taxi—. Intentaré llegar en menos de una hora. Estoy en el centro, así que tardaré… Mantenme informado —ordenó mientras entraba al asiento trasero del vehículo.

—Lo haré… Nos vemos.

—Nos vemos.

Jason cerró la puerta y miró al chofer por el espejo retrovisor.

—Necesito ir a La Pintana, a la altura del paradero treinta de Santa Rosa, después lo seguiré guiando —indicó al taxista con un tono severo—. Lo más rápido que pueda y tome la autopista central.

 

*****

 

Jason no se sentía cómodo. El taxi lo dejó justo en frente de la casa donde vivía su madre. Miró en todas direcciones con la paranoia —totalmente justificada— de ser descubierto. Agradeció que las luminarias estuvieran en mal estado. El pasaje donde estaba, se encontraba tan oscuro que parecía una boca de lobo. Solo se escuchaban a lo lejos los ladridos de perros callejeros.

Miró la pequeña casa de dos pisos que, a su vez, colindaba con otras dos a cada lado, y que también, esas dos casas colindaban con otras dos más, y así sucesivamente. Diez casas en total conformaban ese conjunto habitacional. Todos amontonados, como si se tratara de una especie de barraca cinco estrellas.

Entró volviendo al pasado, pudo volver a sentir esa rabia incontrolable, esa rebeldía, ese resentimiento, esa sed de amor paternal que nunca fue saciada. Volvió a tener diecisiete, después de vivir un siglo.

Traspasó el porche. Golpeó la puerta de la casa con firmeza. Jason pudo escuchar que alguien se apresuraba a su encuentro. Con brusquedad la puerta se abrió de par en par.

Lo primero que vio Jason fue a una hermosa mujer, muy parecida a su madre, pero con la mitad de su edad. Lidia lo miró de pies a cabeza, como si no pudiera reconocer al hombre que tenía al frente con el que recordaba y que solo vio a lo lejos en contadas ocasiones.

—Soy yo, Lidia… Soy Jason —aseguró firme. Para convencerla, para convencerse de que él era Jason… Yeison había muerto hacía unos meses cuando lo llevaban al hospital.

—Dios mío, eres tú —susurró todavía intentado procesar que lo único que tenía ese hombre en relación al recuerdo de su hermano eran esos intensos ojos verdes que podría reconocer en cualquier parte—. Has venido…

—¿Dónde está mamá?

—Todavía están encerrados… Está todo en silencio, no logro escuchar nada… Traté de abrir, pero no pude, casi me disloqué el hombro.

—Voy a subir —anunció poniendo un pie en el primer peldaño de la escalera.

—Jason…

—Dime.

—Por favor… no pierdas el control.

Jason asintió firme, no debía hacerlo. Ya no era aquel chiquillo al cual le importaba un pepino las consecuencias de sus actos. Ahora tenía un presente y un futuro por preservar.

Los dormitorios estaban en el segundo piso, el matrimonial era la última puerta que se encontraba al fondo de un estrecho pasillo al terminar de subir la escalera.

Golpeó la puerta firme. Nada.

Volvió a golpear más fuerte. Nada.

—Mamita —llamó sintiendo que la voz se le quebraba temiendo lo peor—. Ábreme, soy yo, Jason.

Nada.

El silencio que reinaba en ese lugar era horriblemente lúgubre.

Jason no soportó demasiados segundos. Retrocedió un par de pasos, observó la estructura de la puerta y la cerradura. Avanzó un paso, alzó su rodilla derecha y movió todo su cuerpo en dirección a la puerta y descargó un golpe duro, fuerte y seco con el talón sobre la madera, próximo al cerrojo.

La madera crujió en el acto, pero no cedió del todo. Jason repitió la misma operación y la puerta se abrió con violencia.

Al entrar, Jason se encontró con algo que no estaba preparado para presenciar.

En la habitación no había nadie más, aparte de la figura corpulenta e inerte de Ramiro tirado sobre la cama, boca arriba y con los ojos abiertos. Los pantalones y los calzoncillos le llegaban a las rodillas, exhibiendo sus genitales. Entornó sus ojos con fuerza solo esperando que ese hombre no hubiera violado a su madre. Inspiró profundo y continuó.

Se acercó cauteloso y puso sus dedos sobre la yugular de Ramiro. La temperatura apenas era un poco más baja de lo normal.

Pero no tenía pulso.

En ese instante decidió no tocar nada de la escena, ni intentaría una maniobra para revivirlo. Debía llevar muerto, al menos, hora y media. Se dirigió al viejo y enorme ropero de roble, el único lugar donde podría estar su madre.

Abrió la puerta con lentitud, haciendo crujir las bisagras y rogando al cielo que su madre estuviera a salvo.

Y lo estaba. Hecha un ovillo con la vista perdida, el labio partido y el ojo derecho hinchado. El vestido estaba hecho jirones y apenas le cubría el busto.

Jason debió contar hasta mil para no ir al cadáver de Ramiro y desfigurarle la cara a golpes.

—Está muerto, está muerto, está muerto… —repetía Carmen en una incesante letanía que apenas susurraba. Se mecía a sí misma, totalmente ajena a todo lo que pasaba a su alrededor.

—Mamita… mamita linda —murmuró Jason—. Soy tu niño, Jason… Vamos, mamita.

Carmen dejó de murmurar y dirigió sus ojos llorosos hacia esa voz y esos ojos tan amados y familiares.

—Freddy —llamó confundiendo a su hijo con su eterno amor. Su mente totalmente perturbada estaba mezclando el presente con el pasado—. ¿Viniste a buscarme, mi amor? —interrogó con una triste sonrisa—. Te esperé tanto… tanto, tanto.

A Jason se le partió el corazón… Su madre todavía amaba a aquel hombre que le dio la vida… Nunca lo pudo olvidar

—Vine a buscarte. —Jason le siguió el tenor la conversación—. Vamos, estarás bien, Carmencita. —La tomó en brazos, la figura de su madre la sentía más frágil y menuda de lo que recordaba de la última vez que la vio. A pesar de los años y de su difícil existencia, Carmen se conservaba casi igual que hacía treinta años atrás, salvo que ya no era el cuerpo de una jovencita, sino el de una mujer madura.

Carmen se arrimó a aquel pecho fuerte que solo le daba protección y calor. Cerró sus ojos sin que se le borrara la sonrisa de sus labios.

Jason bajó la escalera con cuidado, sentía que él había crecido demasiado para ese espacio tan reducido. Abajo esperaba Lidia sentada en el sofá de la sala de estar, abrazada a sus rodillas.

—¡Mamá! —exclamó apenas escuchó que Jason bajaba pesadamente los peldaños—. ¿Está bien? —preguntó inquieta al ver que su madre no se movía.

—Está en shock —respondió Jason—. Se pondrá bien…—señaló con suavidad mientras entraba de lleno a la sala de estar.

—¿Y mi papá? —inquirió Lidia sintiendo miedo de la respuesta de su hermano mayor.

—Lo siento… lo siento mucho, mi niña —respondió apesadumbrado, no por Ramiro, sino por su hermana—. ¡No subas! —Ordenó al ver que Lidia se levantaba e iba directo a las escaleras—. No debes verlo de esa manera.

Lidia lo miró con los ojos desorbitados, no sabía qué pensar, qué decir.

—No sé qué mierda pasó allí —continuó Jason mirándola a los ojos—. Solo saqué a mamá en este estado, se encontraba encerrada en el ropero.

Lidia en ese instante se dio cuenta del real estado de Carmen y de su ropa. Ahogó un grito y se tapó la boca nerviosa al imaginar que su madre había matado a su padre en defensa propia.

—Mamá no hizo nada, al parecer —aclaró Jason firme—. Debemos llamar a carabineros —agregó.

Debía mantenerse frío, entero. Por el bien de su hermana y de su madre.

En ese instante, la puerta principal de la casa se abrió. Era Bernardo que entraba distraído y, al alzar su mirada, se encontró con un hombre en medio de la sala de estar, tan alto que le podía sacar una cabeza, y que cargaba a su madre en sus brazos.

Sus ojos se desviaron hacia Lidia, que estaba estática al pie de la escalera en un estado que él no podía descifrar.

—¿Qué pasó aquí? —interrogó sereno, pero dejando en claro que exigía una respuesta inmediata. Lidia se echó a los brazos de su hermano y comenzó a llorar sin consuelo. Bernardo acariciaba la espalda de su hermana sin dejar de mirar a ese hombre que le resultaba vagamente familiar.

Jason con alivio comprendió que su hermano no había heredado el carácter explosivo e irascible de su padre. De lo contrario hubiera demandado respuestas a gritos y descargándose contra su hermana. Al menos Ramiro había sido un buen padre con ellos.

—Mamá le anunció a Ramiro que se iba a ir de la casa —contestó Jason, reproduciendo lo que su hermana le había explicado por teléfono.

—Mierda —siseó Bernardo—. Le dije que lo hiciera cuando estuviera yo presente para evitar… —Frunció el ceño y le prestó atención a la voz de ese hombre… Sus ojos eran verdes, pero apenas podía reconocer el resto de su fisionomía y de su manera de expresarse, cosa que Lidia había pasado por alto por los nervios—. ¿Jason? ¿No estás…?

—No, no lo estoy, Bernardo… Eso no importa ahora —señaló Jason—. No podemos perder más tiempo. Debemos llamar a carabineros —insistió.

—Está bien, pero necesito saber qué diablos pasó —pidió sintiendo una inusitada sensación de confianza hacia su hermano. Era otro hombre, muy diferente al que recordaba, pero sabía que era él. Siempre le pareció sospechosa su muerte y la asombrosa pasividad de Carmen respecto a ello.

—Ramiro golpeó a mamá… Se encerró con ella en el dormitorio, no sé si alcanzó a violarla —relató Jason intentando mantener el temple—. Lo único que sé es que él falleció, pero aparentemente no fue mamá.

Bernardo se quedó paralizado intentando procesar las palabras de su hermano mayor. Él y Lidia sabían que su madre iba a dejar a su papá, la entendían y la justificaban, sabiendo que Ramiro no cesaba de tener relaciones extramaritales, e incluso sabían que había otro medio hermano de la misma edad de ellos. Imaginó que su padre se lo tomaría a mal, pero no a ese nivel. Hacía muchos años que no golpeaba a Carmen, y que como mujer tampoco la tomaba en cuenta, supusieron que se enfadaría, no que haría semejante aberración.

—Llegué recién, acabo de sacar del ropero a mamá en estado de shock —informó Jason—. Bernardo, lo siento mucho… pero debemos hacer esto ahora… No te recomiendo que subas, de verdad, no me gustaría que la última imagen que tengas de tu padre sea la que yo vi.

—¿Tan mal está?

—No, pero no te gustará verlo en esas condiciones… Hazme caso, te lo suplico —dijo Jason como hermano mayor.

Bernardo no insistió, sacó su celular, maldijo al notar que estaba apagado. Lidia le facilitó el suyo en silencio y llamó a carabineros, relatando los hechos que Jason le había descrito. Cuando terminó, se dedicó a consolar a su hermana, puesto que veía a su madre que —a pesar de estar en cualquier parte menos ahí— estaba segura hecha un ovillo en el regazo de su hermano, que se había sentado en el sofá junto con ella.

Jason estaba en silencio meciendo el cuerpo de su madre que se había quedado dormida. No se atrevía a despertarla, ni tampoco deseaba hacerlo. Miró todo a su alrededor. El interior de aquel lugar que fue su casa más de la mitad de su vida, había cambiado. Habían cambiado los muebles y habían pintado las murallas, y en ellas las fotografías y diplomas de sus hermanos. No había nada de él.

Como si nunca hubiera existido.

—Mi papá botó todas tus fotografías cuando te fuiste —dijo Bernardo cuando notó que Jason miraba las paredes plagadas de recuerdos y logros que no eran de él—. Mamá lloraba todas las noches por ti a escondidas de papá… Te odiamos por hacerla sufrir, por derrochar tu vida como un imbécil… —Jason no intentó defenderse o explicar, después de todo, Bernardo tenía razón, y su odio era justificado—. Después de que el Rucio te llevara… desapareciste para luego volver convertido en un narcotraficante. Y eso a nosotros no nos importó porque las cosas se calmaron aquí casi como si fuera magia. Papá dejó de golpear a mamá, pero se encargaba de insultarla cuando eras nombrado… No lo ordenó directamente, pero era evidente que estaba prohibido mencionar tu nombre en frente de él.

»Y con los años nos dimos cuenta de que era injusto negar tu existencia. Sí, eras rebelde, desafiabas a papá, desobedecías sus reglas… Pero aguantabas los castigos, nunca le faltaste el respeto a la mamá… Eras buen hermano, incluso cuando eran evidentes las diferencias que hacían todos. No te desquitabas con nosotros… Incluso, a pesar de ser narcotraficante, todos te respetaban… Todos decían que eras derecho, que no les vendías droga a los niños, que no ofrecías muestras gratis… Había reglas.

Jason no expresaba nada ante lo que Bernardo le decía. No percibía el rencor en su voz, era una especie de recapitulación de los hechos vistos por parte de sus hermanos.

No era el mejor momento para tener esa conversación, pero al final nunca es el momento ideal para ello.

—Cuando Lidia y yo nos enteramos de tu muerte, de verdad lo lamentamos… nos dolió. Le pregunté a mamá si sabía dónde estabas enterrado y ella solo decía que no tenía idea de nada… ¿Ella sabía, Jason? ¿Sabía que estabas vivo?

Jason asintió con la cabeza sin poder hablar.

—¿Por qué? ¿Por qué dejaste que todo el mundo creyera que habías muerto?

—Era un rati[40] infiltrado —confesó—. Luego de que muriera el Rucio, yo era el candidato ideal para reemplazarlo y continuar con su labor.

—El Rucio era…

—También era infiltrado, pero murió en Valparaíso —confirmó—. Y esa información no debe salir de aquí —advirtió—… Mamá se enteró de todo cuando me encontraba en el hospital. Pero decidí retirarme y dejar que todos creyeran que había muerto. Danilo probablemente pensó que uno de los tres tiros que me dio por la espalda, había sido en la cabeza. Supongo que por eso me remató con un tiro en el pecho… estaba con chaleco antibalas, pero casi morí por la pérdida de sangre de una herida en el brazo y un corte que me hice en la cabeza al caer al pavimento.

—Por eso mamá te llamaba cuando papá la arrastraba por las escaleras —recordó Lidia interviniendo ya más calmada—. Pensé que se había vuelto loca, que pensaba que estaba en otro tiempo y que tú vivías… Te llamó tanto, tanto entre sus gritos, los golpes, y los insultos de papá… Yo golpeaba la puerta… lo intenté. Y luego el silencio… Tomé su celular que había quedado en la mesa y en los contactos no había ningún «Yeison Barrios», solo uno que decía «Jason Holt» y probé suerte… y eras tú, tu voz… como un fantasma. Pensé que estaba alucinando, tal vez soñando… y llegaste… y ahora entiendo que es peligroso para ti si descubren que estás vivo… Y viniste por mamá, no te importó el riesgo… Gracias —dijo a pesar de sentirse dividida, porque el corazón se le destrozaba por saber que su padre había muerto, pero que también fue un mal padre con su hermano mayor y que tampoco fue el mejor esposo, y que su madre merecía más.

Unos golpes en la puerta los alertaron a los tres. Bernardo se separó de su hermana y abrió.

Todo se tornó en una especie de caos, de declaraciones, procedimientos policiales, constatar lesiones e internar a Carmen por unas horas para observación y luego tomar su testimonio.

Jason estuvo tenso por unos momentos al reconocer a algunos carabineros que lo conocieron como Yeison el narco. Y que, al parecer, no lo relacionaron con el señor Jason Holt, medio hermano de Bernardo y Lidia Barrios.

Con el pasar de las horas Jason ayudó y orientó a sus hermanos en todo lo que pudo por medio de llamadas telefónicas. Alguien tenía que hacer todo el procedimiento legal y el papeleo para organizar el velorio y funeral de Ramiro, y esa persona no iba a ser él. Sin embargo, les ofreció e insistió pagar los gastos del servicio funerario. Así no sentía que le debía ni un peso a Ramiro por todos los años que lo mantuvo, su deuda estaría saldada.

A mano.

Jason no dejó ni a sol ni a sombra a su madre, la llevó a una clínica particular donde constataron sus lesiones, y, lamentablemente, confirmaron que fue violada. Todo el informe médico quedó registrado por carabineros. Luego de ello, Carmen fue sedada y, tal como lo hizo ella meses atrás, Jason se quedó con su madre toda la noche. Se permitió llorar, se permitió sentir, se permitió sentir la necesidad de ser consolado…

Y simplemente a las cuatro de la madrugada, Jason llamó por teléfono a Ana. Ella contestó al instante con su voz clara y sin rastro de sueño porque no podía dormir y no se atrevía a llamarlo. Presentía que no debía hacerlo, y confió en que él lo haría cuando la necesitara.

Y lo hizo…

Durante una hora, él no se guardó nada.