Capítulo 12

 

 

—Creo que ya es hora de que volvamos a abrir —advirtió Jason acariciando con su pulgar el carnoso labio inferior de Ana—. Voy a comprarte algo rico para que comas.

—Ya me comí algo rico —bromeó probando ser osada. Quería serlo, no deseaba reprimirse nunca más.

—Te volverá a dar hambre —afirmó siguiéndole la corriente a Ana.

—Probablemente. —Sonrió mirándolo a los ojos de un modo provocativo.

Jason era un buen conejillo de indias para experimentar con él a la nueva Ana, la impulsiva, la celosa —en la medida justa—, la que toma lo que desea, la que hace y dice lo que quiere. La que siente.

Había madurado.

Lo besó una última vez, perdiéndose en sus labios, para volver a sentir esa vorágine de sensaciones que él despertaba en ella. Jason besaba tan bien, era suave y a la vez exigente y provocador. La acariciaba con los labios, la devoraba con la boca, la reclamaba con su lengua. Era el perfecto equilibrio entre dulzura y deseo.

Deseo que solo se incrementaba a niveles alarmantes y que podría derretir el Ártico. Ana debía terminar con ese beso ¡ya! Pero no podía, hizo todo lo contrario, se acercó más al cuerpo de Jason para alinearse a él y sentir ese calor que emanaba a través de su ropa.

Y lo sintió. Eso y más. El deseo de él, reflejado en una prominente y tensa erección, que no era fácil de ignorar.

Nada de fácil. A Ana le dieron unas ganas locas de tocar… Se acercó solo un poco más, y lo sintió duro cerca de su monte de venus. ¡Bendita sea la caja sobre la cual estaba de pie!

Jason al sentir ese roce, ese suave contacto le hizo sisear y lo trajo de un tirón al momento, al lugar, e interrumpió el beso como si el cuerpo de Ana quemara.

—No me tientes, Ani, por favor —suplicó Jason ejerciendo todo el autocontrol que no sabía que tenía—. Puedo ser cualquier cosa menos una piedra.

—Lo sé, por eso me gustas. Porque no eres frío como una piedra. —Le dio un breve beso y le acarició el rostro—. Voy a abrir.

—Yo me quedaré un par de minutos acá… Necesito… relajarme un poco.

Ana bajó de la caja que fue su gran aliada, y salió de la bodega con una sonrisa felina de pura satisfacción. Tal vez, era la primera vez que se sentía como una verdadera mujer.

Había crecido. Se había reencontrado con aquella Ana que alguna vez fue y que permitió que Joaquín moldeara a su antojo. Maldijo el momento en que ella misma se perdió, ni siquiera podía recordar cuando había sucedido eso.

Pero no más, había renacido. Quería hacer al fin lo que deseaba.

Por primera vez en muchos años, ella iba a buscar su destino. Solo deseaba alcanzarlo.

 

*****

 

Desde la librería hasta el café Colonia había solo dos cuadras de distancia. Jason y Ana la recorrieron de la mano. Caminaron lento, como aquel beso que se dieron en la bodega de la librería y que repetían —en una versión apta para menores de edad— en cada esquina. Bebiéndose uno al otro mientras la luz estaba en rojo.

Al entrar al local, Jason buscó con la mirada y encontró a Ángel junto con Rossana sentados en una mesa situada en un rincón. Ella le decía algo al oído y él sonreía y le contestaba alzando sus cejas y mirándola de un modo prometedor.

Pero a diferencia de las incontables veces que los vio de esa manera, no sintió esa punzada de envidia y anhelo. A su lado y sin soltar su mano, estaba su Ani.

Se acercaron a la mesa, y Jason tosió para interrumpir aquel coqueteo en público, tan inusual de ver entre marido y mujer. Al escuchar aquella intervención, ambos alzaron la vista y sonrieron. Se levantaron de sus asientos para saludarlos de nuevo.

—Ahora sí, Ani, él es Ángel Larenas, mi mejor amigo —presentó Jason, con orgullo.

—Un placer —aseveró Ángel saludándola con un beso en la mejilla, y luego saludó a Jason del mismo modo cariñoso que al mediodía.

Rossana los saludó con sonoros besos en ambas mejillas, y le sonrió con complicidad a Jason y a Ana. Para ella no pasó inadvertido el hecho de que ellos llegaran tomados de la mano.

—¿Y la enana? —preguntó Jason ante la ausencia de la pequeña hija de Ángel.

—Se quedó con su tío Alessandro y su tía Liber para cuidar a su prima —respondió Ángel alzando las cejas y sonriendo con malicia.

—Te gusta probar el límite de su paciencia —advirtió Jason conociendo la aversión del hermano de Ángel de ser llamado por su nombre completo y no por su diminutivo, que es Sandro.

—Ya se está acostumbrando —intervino Rossana—. Además, solo se va en amenazas, «perro que ladra...»

—Un día le va a dar un buen puñete a tu marido y ahí lo quiero ver, Testarossa.

—Eso no va a pasar —respondió Rossana con suficiencia.

—¿Y supieron que van a ser su par de retoños? —interrogó Ana interviniendo en la conversación. A Rossana se le iluminó el rostro.

—Uno y uno —respondió tomándole la mano a Ángel y él le besó la mano

—¡Qué maravilla! ¡Felicidades! —celebró Ana sintiendo un auténtico júbilo.

—Ya no habrán debates de cómo les van poner si eran niños o niñas —comentó Jason guasón ante la eterna disyuntiva de sus amigos cuando empezaban a barajar nombres.

—Todos ganamos —admitió Ángel fingiendo alivio.

La reunión de viejos amigos fue algo especial para Jason. Todos compartiendo y conversando alrededor de una abundante mesa de café, sándwiches, galletas y chocolate caliente.

Ana prestaba atención, hacía preguntas y opinaba acerca del trabajo de escritor independiente de Ángel. Y negociaron todo lo relacionado para poder vender sus libros, llegando a rápidamente a un acuerdo.

Pronto la conversación se decantó por ponerse al día e, inevitablemente, tocaron el tema de los robos a la librería. Tras darle todos los antecedentes a Ángel, este llegó a las mismas conclusiones que Jason.

—Hasta el momento, las cámaras dentro de la librería no han revelado nada sospechoso —comentó Jason—. Y han tardado en responderme en aquellos lugares donde hay registro del robo de Arturo.

—Insiste en ello, a veces hay que ser majadero con las personas —aconsejó Ángel en base a la experiencia—. Sin embargo, no deja de ser sospechosa la situación. Ana, ¿cuándo los asaltaron a ti y a tu padre, fueron directo a un objetivo o te exigieron que entregaras todo?

—No lo recuerdo bien… Estaba muy asustada, fue demasiado rápido y el tipo era muy agresivo —rememoró, volviendo a sentir ese miedo atroz e impotencia.

—Por eso mismo no he descartado del todo que solo sea una mala coincidencia —añadió Jason—. Puede que se nos esté escapando algún detalle que sustente la hipótesis.

—Solo queda esperar a que cometan un error, o que vuelvan a intentar asaltarlos —sentenció Ángel mientras apoyaba su cabeza sobre su dedo índice. Su mente empezaba a trabajar con afán, era un caso interesante—. Mantenme informado, por si acaso. Ya sabes que puedes contar con Sandro e Isidora por si necesitas ayuda especial.

—No lo dudes que lo haré… Mañana temprano iremos a depositar al banco dinero en efectivo. Esta fue una semana buena. Si ellos saben de algún modo que es una cantidad de dinero considerable, intentarán robar —argumentó Jason, poniendo nerviosa a Ana.

—Es una posibilidad. Pero bueno, tú podrás plantarte muy bien, Jason. No por nada le haces la competencia a Isidora, aunque no le guste para nada a la señora forense —bromeó Ángel para aligerar el ambiente.

—¿Quién es Isidora? —preguntó interesada Ana. Ya era segunda vez que la nombraban ese día.

—Una amiga que tenemos en común… —respondió Jason relajado—. No sé si recuerdas el escándalo del senador Goycolea.

—¿Al que mataron en Punta Peuco? Claro que sí, quedó la escoba cuando se destapó que mandó a matar a la foren… —Ana se interrumpió—. ¿Isidora es «esa forense»?

—Así es —afirmó Jason—. Cuando escapó del primer intento de asesinato, se escondió en la casa de Ángel —relató—. Bueno, yo no estuve ahí. Estaba metido en la población investigando unos incendios que encubrían unas quitadas de droga en la villa donde trabajaba.

—Te perdiste toda la diversión, Jason. No puedo negar que fue emocionante, pero no fue nada gracioso andar detrás de un sicario. Aunque al final, el trabajo sucio lo hizo su esposo, Manuel tiene una puntería envidiable.

—No sé cómo puedes decir que fue emocionante, Ángel. Me tenían con el corazón en la mano —rebatió Rossana frunciéndole el ceño. Pero no estaba realmente enojada.

—Las malas costumbres son difíciles de desarraigar —justificó Ángel, encogiéndose de hombros.

Ana estaba pasmada, estaba compartiendo una deliciosa once, en medio de detectives retirados hablando de sicarios, escándalos políticos, crímenes truculentos como si se tratara del clima.

—Ustedes sí que tienen historias. Dan miedito… ¿De verdad has podido sobrevivir de estar rodeada por estos «señores»? —bromeó Ana interpelando a Rossana.

—He visto cosas peores —respondió alzando las cejas.

Todos rieron ante ese comentario y continuaron con la conversación por temas menos escabrosos.

Ana, sin saberlo, estaba entrando al círculo íntimo de Jason, sus amigos eran su familia, y ella se sentía muy a gusto entre ellos. Cálidos, sencillos, y con un gran sentido del humor. Y gracias a ellos pudo conocer a Jason, el amigo. El bueno para hacer bromas —la mayoría las hacía él, tanto inocentes como en doble sentido—, el que se explaya para contar cosas cotidianas y las hace parecer extraordinarias, el preocupado por los demás… Jason como amigo era leal e incondicional.

Ana por momentos lo miraba embelesada cuando él hablaba o reía, y para sus acompañantes no les pasaron desapercibidas esas miradas cargadas con algo más que admiración. Se alegraron por Jason, merecía una oportunidad de tener a alguien a su lado.

Es más, no la merecía, la vida se lo debía.

—Hola, Anita, tanto tiempo —saludó un hombre de unos sesenta años acercándose a la mesa donde estaba ella con los demás—. ¿Cómo has estado?

—Hola, don Humberto —saludó Ana con amabilidad—. Las cosas han ido bien, no nos podemos quejar. ¿Y usted, todo bien?

—Todo ha ido estupendo. Oye, chiquilla, ¿tu padre va a ir a la reunión de libreros de la Cámara? —consultó con un tono paternal.

Ana se dio un sopapo para sus adentros, el miércoles siguiente era la mentada reunión y la había olvidado por completo.

—No va a poder ir. Tuvo un accidente y se fracturó el peroné —informó pesando en lo agobiante que son esas reuniones rodeada de señores que sobrepasan la cincuentena de años.

—¡No me digas! ¡Qué lástima! Entonces, irás tú —supuso Humberto.

—Probablemente —respondió sin querer dar una respuesta clara, debía preguntarle a su padre.

—Es una reunión importante, no puedes faltar —aconsejó haciendo un breve contacto físico, tocándole el hombro levemente—. Se discutirán los últimos detalles de la FILSA.

Pucha, si todo se da bien, asistiré, pero no puedo prometer nada, don Humberto. —Ana se excusó ante la insistencia del hombre.

—Sin duda, debe ser complicado llevar todo lo de la librería sola con tu novio —aseveró Humberto—, y más de un día para otro…

—Ex novio, él ya no trabaja con nosotros —subrayó Ana teniendo la imagen mental de Joaquín follando con la mulata a la que le había regalado las ganancias de la librería. No era un recuerdo del todo grato—. Pero me las apaño bien con Jason, quien lo reemplaza —afirmó palmeándole con suavidad el hombro al aludido que estaba silencioso como una tumba.

—Muy bien, así se habla… Bueno, no te quito más tiempo, chiquilla. Cuídate y dale mis saludos a Arturo. —Volvió a tocar el hombro de Ana a modo de despedida y le sonrió con cariño.

—Gracias, don Humberto. Le daré sus saludos en su nombre. Que le vaya bien —se despidió Ana devolviendo la sonrisa.

Humberto se despidió de todos de forma general y se retiró del local acompañado por un hombre que Ana no conocía —y tampoco le causaba curiosidad por conocer—.

—¿Y el señor es? —interrogó Jason con curiosidad, siempre intentando ver más allá y leyendo entre líneas.

—Humberto Díaz, es dueño de la librería «La Mundial» —respondió Ana.

—La que está en San Antonio.

—Sí, podríamos decir que es nuestra competencia, también trabaja el rubro de los saldos.

—Tengo una pregunta, y espero que no te moleste… ¿Por qué no nos lo presentaste? —interrogó Jason ese detalle que no pasó por alto.

—Se me fue… Cuando estoy cerca de ese señor como que me bloqueo. Bueno, me pasa con cualquier librero mayor de cincuenta, no solo con él. Son todos unos viejujos machistas y conventilleros —explicó dándose cuenta de que no lo había hecho. Se sintió torpe y maleducada.

—Interesante… —Tamborileó los dedos, pensativo—. Cuando estuve haciendo el estudio previo del caso de ustedes, averigüé que hay tres o cuatro librerías acá en el centro que son competencia directa de ustedes…

—Sí, la de don Humberto, otra que se llama «Proa», «Leyendo ando» y «Textos y más» —enumeró Ana descartando de plano que la competencia estuviera detrás de los robos. Era ridículo, todos los dueños de los negocios tenían una relación cordial e incluso compartían información de proveedores y tendencias. Al menos, eso era lo que le había dicho su padre en más de una ocasión.

—Debemos ir a esa reunión —decretó Jason—. Es bueno ir probando nuevas líneas de investigación.

—¿En serio? Son horribles esas reuniones, las odio —interpeló Ana haciendo pucheros, gesto que a Jason le pareció adorable, pero no lo iba a convencer de lo contrario—. No me mires así y no te rías. ¡Es verdad! Las evito a toda costa —insistió.

—No podrás evitar esa —señaló Jason socarrón.

—Te odio.

—Mentira, me adoras.

—Engreído, arrogante, pesado.

—A veces… Pero iremos igual.

Ángel y Rossana observaban el intercambio en silencio, y aprobando la sensata decisión de Jason. De hecho, era imperativo asistir a aquella reunión. Se debía descartar cualquier posibilidad.

—Ana, ¿has sabido si a los otros locales les han robado? —interrogó Ángel para obtener más información.

—Es inevitable que eso suceda —respondió—. Por lo menos, una vez al año nos roban a nosotros o a los otros libreros. Hace unos dos meses asaltaron a don Humberto en su mismo local cuando estaba a punto de cerrar. Se llevaron toda la ganancia de ese día.

—Pero es otro modus operandi —señaló Jason.

—Pudieron cambiarlo para despistar —advirtió Ángel—. Y de los demás, ¿has sabido algo puntual? —insistió.

—A don José de la librería Proa, lo asaltaron del mismo modo que a nosotros a principio de año —contestó Ana haciendo memoria—. A don Orlando de Leyendo Ando, mmmm, creo que también lo asaltaron en el local, pero eso fue antes de que nos asaltaran la primera vez, pero no estoy segura si fue así.

—¿Los locales vecinos? ¿Los que no son librerías? —interrogó Jason.

—Siempre pasa algo así en mayor o menor medida, independiente del rubro. Nadie se salva —afirmó Ana.

—Entonces, no sabemos del todo si ha sido algo sistemático como tal vez les pasa a ustedes. Interrogar a todo el mundo nos haría perder el norte… Pero podríamos enfocarnos en los demás libreros… —analizó Jason—. ¿Ves que hay que aprovechar y asistir a esa reunión? Así los tenemos a todos en el mismo lugar.

—Si lo hubieras dicho de esa manera, no hubiera reclamado —accedió Ana haciéndose la idea de tener que ir por mucho que le desagradara la idea.

—No le pidas peras al olmo, Ana —intervino Rossana mirando a Jason como si lo estuviera reprendiendo—. Este niñito suele decidir y después explica… Siempre lo hace con fundamento, nunca hace algo sin pensarlo dos veces. Pero eso es algo que debe mejorar si quiere que algunas cosas funcionen —agregó esperando a que el aludido captara el mensaje.

—Tendrás que aprender a ser más comunicativo con las personas indicadas —continuó Ángel siguiendo el ejemplo de Rossana—. Si no la cosa no progresará.

—¿Todavía estamos hablando de los robos, cierto? —preguntó Jason con suspicacia.

—Definitivamente —contestaron al unísono, riendo.

Ana dirigió su atención a Rossana y sus miradas se cruzaron, la esposa de Ángel le guiñó el ojo y comprendió.

El mensaje no era solo para él, era para ella también. Y entendió que a Jason había que empujarlo, cuestionarlo, desafiarlo, ponerse a su altura y él empezaría a ceder y a transar partes de su naturaleza reservada y cautelosa.

Jason era más que ese hombre que le alocaba las hormonas y sus instintos femeninos, o el detective experimentado y sagaz. Jason era más, mucho más…

Y Ana se dio cuenta de que lo quería todo.