Capítulo 23

 

 

Ana entró a su hogar cansada —como todos los días desde que había comenzado la FILSA—, saludó con un amoroso beso en la mejilla a Arturo que estaba viendo una película antigua en el cable. Se sentó al lado de él, se sacó las zapatillas y puso los pies arriba de la mesa de centro.

—¡Por fin es viernes!… Ay, no sirve de nada que lo diga si mañana tengo que ir a trabajar —bromeó de una singular manera para darse ánimos, pero Arturo estaba muy concentrado en la película—. Hola, papito. —Le besó la mejilla—. No sabía que te gustaba «Lo que el viento se llevó» —comentó Ana acurrucándose al lado de su padre, que la abrazó en el acto.

—Siempre la daban en la tele, pero nunca la vi. La encontraba demasiado larga y a tu mamá no le interesaba.

—¿Y qué te hizo cambiar de opinión?

—Curiosidad. Estaba pasando los canales y la pillé del principio.

La película ya llevaba más de la mitad. Ana no entendía mucho de qué iba pues conocía solo lo general de la historia, pero se quedó junto a su padre en un confortable silencio. Eran preciosas las actrices de antaño, Vivien Leigh y Olivia de Havilland, y Clark Gable también tenía lo suyo. Era todo un galán.

—Ah, olvidé comentarte que llegó esta tarde un paquete a la librería. Está encima de la mesa —informó Arturo con la vista pegada en la pantalla. La película lo tenía cautivado, tanto por el argumento por el arte en sí, vestuario, ambientación, fotografía. Era una joya.

—¿Ah sí? —Ana se levantó, le encantaba abrir los paquetes, cosa que sabía Arturo, y por ello no los abría.

Era un remitente conocido para ella, siempre encargaba libros y rápidamente recordó qué era. Aun sabiendo aquello, la ansiedad se apoderó de su ser y abrió el paquete con cuidado.

«Lo que el viento se llevó».

Ana sonrió. Era el libro que le pidió Jason que encargara y al fin había llegado, se preguntaba cuando era el cumpleaños de Carmen. Así que no dudó más y le escribió.

«¿Cuando está de cumple Carmencita?»

 

*****

 

Jason estaba en el departamento que compartían sus hermanos y su madre. Era pasada las diez de la noche, solo faltaba Bernardo que estudiaba de noche y estaba a punto de llegar. Solían esperarlo mientras cenaban algo liviano, o tomaban una once tardía. La idea era pasar tiempo juntos, y afortunadamente, al vivir en pleno centro de Santiago, el departamento familiar les quedaba a todos cerca de sus lugares de trabajo y de estudio. Si antes se debían levantar a las seis de la mañana, ahora lo hacían a las siete y media. Bernardo ya no llegaba pasada la medianoche, en veinte minutos ya estaba en casa.

Ya no vivían tan cansados, dormían mejor, destinaban más tiempo al ocio, a la familia, e incluso, Lidia se sentía con la libertad de salir con algunas compañeras de trabajo pues sabía que podía hacerlo hasta un poco más tarde sin correr riesgos.

La notificación de un mensaje hizo sonar el celular de Jason, quien miró de reojo y de inmediato desbloqueó el equipo para leer y contestar.

«El lunes está de cumpleaños», respondió. «¿Por qué?», fue la pregunta que le siguió.

«Hoy acaba de llegar su regalo», fue el mensaje que le llegó de vuelta. «Podríamos hacerle algo lindo para celebrar».

Jason sonrió y miró a su mamá que conversaba alegre con Lidia. Nunca le habían podido celebrar su cumpleaños. Sí, Ana tenía razón, sería una linda sorpresa.

«Mañana podemos salir temprano, antes de la FILSA para que compremos lo necesario. Haremos la fiesta sorpresa en mi departamento», propuso Jason resuelto. «Ah y trae una muda de ropa, quiero estar contigo el sábado y el domingo... Y el lunes. Podríamos dejar a cargo a uno de los chicos para que cierre el stand y salir más temprano para celebrar. ¿Puedes?».

La respuesta no llegó de inmediato. Jason bloqueó el celular y se centró en la conversación.

 

*****

Ana se quedó pensativa, ¿pasar todos esos días con Jason? En la semana pasaron la noche el miércoles. Se preguntaba si era correcto dejar a su papá tantas noches solo. Se sentía, en cierto modo, dividida. En su relación anterior rara vez pasaba un fin de semana o una noche con el innombrable. Pero ahora, Jason siempre quería estar con ella y ella siempre quería estar con él, a pesar de verse casi todo el día.

Durante la última semana, algunos de los clientes de Jason lo llamaron para que él los escoltara a sus depósitos bancarios de rutina, por lo que había momentos que pasaban separados. Lo cual era sano para ellos, y a la vez, le hacía extrañarlo.

—Papá —llamó la atención de Arturo—, el lunes es el cumpleaños de Carmencita.

—¿En serio? —respondió quitando la vista de la pantalla y miró a su hija. Su sabiduría y experiencia masculina le dictaba que debía ponerle atención a una mujer cuando habla, más le valía mirarla a ella en vez del televisor.

—Queremos celebrarlo, y Jason quiere que le ayude a organizarlo. Saldremos mañana temprano a comprar algunas cosas y…

—Y van a pasar el fin de semana juntos —intervino Arturo adivinando lo que iba a decir su hija, se le notaba en la expresión de su rostro. En esta vida él venía de vuelta—. Ya te dije la otra vez, eres una adulta y decides lo que haces o no. No te preocupes por mí. Es más, yo me hago cargo del stand mañana y el domingo. Mereces un descanso y mi pierna está casi como nueva.

—¿En serio? ¿No te molesta?

—No, para nada. Incluso, puedo pedirle a Carmencita que me eche una mano y así pueden organizar todo con libertad para no levantar sospechas.

—Eres el mejor, papito. ¿El lunes podemos dejarle el stand a Paola para que lo cierre y salgamos antes? Será una sorpresa.

—Sí, claro. Paolita lleva un par de años con nosotros. Solo hay que dejarle un poco de efectivo para el vuelto y ya. Y tengo otra idea, como Carmencita está de cumpleaños, la voy a distraer y la invitaré a salir por ahí, para que todo les salga perfecto —propuso con naturalidad, como si invitar a una mujer a «salir por ahí» fuera algo que hiciera todos los días.

Ana sonrió contenta, le dio un gran beso y lo abrazó apretado.

—Eres el mejor, papito.

—Lo sé… Jason es un buen muchacho… —«Igual que su padre», pensó Arturo con nostalgia. Últimamente su amigo volvía a su memoria con mucha frecuencia. Cada vez que Jason hablaba, de hecho—. Si no fuera por eso, ya estaría poniendo caras largas y chantajeándote emocionalmente para que no dejes a este pobre viejo solo que ya está quedando poquito de él —bromeó, guiñándole el ojo.

—Ay, papá. Eres terrible.

Arturo riendo volvió su atención a la película y Ana empezó a escribir su respuesta.

«Pasaré toooodo el fin de semana contigo. ¡Prepárate!».

 

*****

 

A Danilo le extrañó escuchar el bocinazo, se suponía que su cliente compraba solo una vez al mes. Lo tenía catalogado como un hombre controlador, lo cual lo convertía en un animal de costumbres y predecible. No preparó ningún paquete, era evidente que no venía por su compra habitual, con las manos en los bolsillos salió a la calle, a su encuentro.

Sin detener el motor, el hombre bajó la ventanilla con el rostro severo y lo miró fijo.

—Todavía no han hecho mi encargo —acusó con acritud y sin saludo de por medio. No eran amigos, en ese momento era el jefe que exigía respuestas.

—Fíjese que la hueaita no es tan fácil como la pintó —respondió Danilo, altanero, sin amilanarse—. Las cosas cambiaron mucho.

—¿A qué te refieres con eso? ¿Vas a echarte para atrás? —interpeló sintiendo ira y desesperación a la vez. Todo se le iba cuesta arriba.

—No… todavía. Solo le digo que no es tan simple, se volvieron impredecibles, y más encima está esa hueá de la estación Mapocho.

—La FILSA, por eso te dije que sería jugoso. Se gana mucha plata ahí. Supuse que lo iban a deducir solos.

—Debió ser más claro, ‘eñor. Perdí una semana completa por culpa de esa hueá. No me bastaba con un hombre y usté no dijo naa.

—No es mi culpa que sean tan ignorantes y no conozcan los eventos culturales. Solo asegúrate de avisarme cuando todo esté hecho —sentenció, y sin decir más, alzó la ventanilla y echó a andar el auto, dejando a Danilo con la palabra en la boca.

Lo único que delataba el estado de cólera de Danilo eran las aletillas de sus fosas nasales que se dilataban y contraían con cada respiración. Apretó los puños con fuerza. Si no fuera porque necesitaba con urgencia esa plata, le habría puesto sus buenos pepazos a ese hueón o tal vez lo habría apuñalado. Detestaba a esos cuiquitos con aires de superioridad, al final, sangraban igual que él…

 

*****

 

Jason estaba esperando con las manos en los bolsillos mientras Ana estudiaba concentrada en el vestido que estaba en el colgador. Frunciendo el cejo, tocaba la tela, daba vuelta la prenda para ver las terminaciones, luego miró el maniquí que exhibía el mismo vestido y sonrió.

—Este —sentenció contenta—. Es perfecto para Carmencita.

—¡Al fin! —suspiró Jason, aliviado. Había sido la hora más tortuosa de su vida—. Pensé que lo descartarías, como los otros veinte.

—No es mi culpa que no hubieran vestidos decentes. Todos parecían de señoras de la tercera edad, y tu mamá es muy joven… ¿Cuántos cumple?

—Cuarenta y ocho —respondió Jason después de hacer un rápido cálculo mental.

—Sí que es joven, era apenas mayor de edad cuando te tuvo —comentó—. Va a romper unos cuantos corazones cuando ande por la calle con este vestido.

«Probablemente a Arturo le dé un infarto cuando la vea», pensó Jason. Todavía no hablaba de sus sospechas con Ana sobre la cercanía de su madre con su suegro. Prefirió dedicarse a observar esos pequeños gestos que delataban a Arturo sobre sus intenciones. Con el paso de los días cada vez más se iba convenciendo de que su suegro estaba empezando a cortejar de una manera muy sutil a su mamá, la cual, a propósito, no quería darse por aludida. No porque le resultara incómodo o no le gustara ese velado flirteo.

Carmen era tímida.

Jason nunca la había visto ruborizarse y sonreír discretamente. Era una faceta desconocida para él, y siendo objetivo —en la medida de lo posible—, la encontraba encantadora. Y esa timidez no era por falta de seguridad, ni por baja autoestima, lo más probable era que Carmen no estaba acostumbrada a ser halagada, a que le hicieran reír, o le llevaran pequeños presentes camuflados en un inocente bombón de licor de guinda, los favoritos de ella. Bastó con que Carmen hiciera el comentario de que le encantaban y al otro día Arturo empezó a regalárselos a pito de nada, aprovechando las horas en que se encontraban a solas.

¿Cómo lo sabía Jason? En el papelero que había tras el mesón de la librería aumentaba el número de envoltorios de bombones conforme pasaban los días.

En base a todas esas pruebas, era cada vez más evidente —para Jason, porque Ani al parecer no notaba nada— las intenciones de Arturo eran de establecer algún tipo de vínculo amoroso con su mamá.

Y Carmen se lo estaba poniendo difícil, bien por ella.

Pero debía poner las cartas sobre la mesa y hablar con Ani respecto a sus fundadas sospechas.

Jason miró el vestido de nuevo. Sí, estaba seguro, a Arturo le daría un patatús cuando viera a Carmen con ese vestido.

—Creo que le va a causar un infarto a una persona en particular —aseguró mirando de soslayo a Ana para medir su reacción.

Y sí la hubo, las cejas alzadas de Ana con sus ojos muy abiertos, mirándolo con la curiosidad instalada en sus vivaces iris avellana.

—¿A qué persona te refieres? ¿Carmencita está saliendo con alguien? —interrogó Ana sin rodeos.

—Técnicamente no está saliendo con nadie, pero, ¿no lo sospechas? —replicó, esbozando una sonrisa para no hacerle sentir a Ana que era algo terrible lo que iba a decir.

—No… bueno, sí. Pensé que eran ideas mías —respondió relajada, en sus ojos brillaba la picardía.

—¿Estamos hablando de la misma persona? —interrogó Jason sintiendo un inusitado alivio—, ¿cierto?

—Puede que sí. —Ana sonrió coqueta—. ¿No te molesta?

—Si estamos hablando de quien creo que hablamos, pues la verdad no, ¿y tú?

—No… Mi papá lleva demasiados años solo, sé que mamá fue el gran amor de su vida. Pero creo que se merece amar de nuevo, ser feliz como alguna vez lo fue. Los últimos días me ha gustado verlo más jovial, más contento… más vivo y es gracias a Carmencita —argumentó Ana intentando sonar despreocupada, pero su voz se tiñó de pena—. Cuando murió mamá, no solo la perdí, una parte de mi papá se fue con ella. Nunca más fue el mismo. Con el pasar de los años jamás dejó de mirar con una tristeza infinita su fotografía, y ahora he vuelto a verlo a cómo era antes y eso me hace feliz —afirmó con sus ojos húmedos. Un sentimiento agridulce embargaba su corazón—. Carmencita también merece una oportunidad.

Jason la besó con suavidad y luego la abrazó, cada vez la admiraba más, ahora por su generoso corazón.

Él también veía en su madre los mismos cambios, pero un poco más acentuados. Se dio cuenta en ese momento de que ya no notaba en Carmen esa intensa mezcla de nostalgia y felicidad cuando lo miraba. Tal vez, al fin, le estaba dando a Frederick el lugar que debía tener, en el pasado. Dejarlo ir, porque por primera vez Carmen tenía la esperanza de un futuro, uno que estaba eligiendo. No había presiones de nadie, era libre de aceptar o rechazar el cortejo de Arturo. Era libre de darle una oportunidad a su corazón.

—Ambos la merecen —concordó, esbozando una sonrisa.

—Va a ser un cumpleaños muy especial para Carmencita… ¿Tus hermanos qué dicen?, ¿has hablado con ellos respecto a esto?

—Sí, ayer precisamente… —Jason tomó de la mano a Ana para caminar hacia la caja para pagar por el vestido—. Ambos están preocupados por todo lo que sucedió con Ramiro que, a decir verdad, es muy reciente. Y tienen razón, pero lo que no ven, es que mamá y Ramiro, básicamente, no tenían una relación amorosa. Nunca lo fue. Siendo frío y duro, mi mamá no fue esposa de Ramiro, más bien era una esclava.

Ana se quedó en silencio, viéndolo con ese enfoque, era escalofriante la vida de Carmencita.

—Es cosa de que se hagan la idea de que mamá es una persona que siente, que es mujer, que merece amor… amar —continuó Jason—. Pero más allá de sus preocupaciones, mis hermanos la dejarán ser. Es hora de que ella tome las decisiones sobre su vida —declaró convencido—, sin que nadie interfiera.

—¡Qué bueno! Es lo mejor —afirmó Ana dándole un apretoncito a Jason.

—Sí… Y ahora, ¿qué nos queda por comprar?

—Mmmm… ¿La torta?

—Ya lo tengo listo, encargué una de panqueque chocolate en la pastelería Mozart… Ojalá le guste.

—Son buenísimas… entonces, ¿tendremos la tarde libre? —interrogó con semblante ladino.

—Si quieres ponerle el nombre de «tarde libre» a retozar como salvajes, pues no me opondré.

Ana rió, iba a ser una tarde muy entretenida.