Capítulo 8
—¿Estás mejor, Ana? —susurró Jason con voz serena, una vez que se separaron.
Ambos sintieron frío, a pesar de que la temperatura del ambiente era agradable. A Ana le pareció que aquel contacto había sido tan natural, cálido y espontáneo, que le daban ganas de volver a abrazarlo. Pero debía contenerse, no era correcto, su libertad era demasiado reciente.
—Sí, muchísimo mejor… gracias. —Suspiró profundo y sonrió con sinceridad—. Si no fuera por ti, nunca hubiera sabido la verdad… Es liberador, ¿sabes?
—Sí que lo sé. —«No tienes idea de cuánto», pensó Jason. Cuando la verdad salía a la luz era dolorosa pero a la vez sanadora—. Debemos informar a Arturo, y decidir qué acciones tomar respecto al robo.
—Quiero que lo devuelva. Todo. Y no verlo nunca más, se acabó —resolvió Ana con frialdad—. No me interesa cómo va a devolver más de dos millones, pero ese infeliz lo va a pagar sea como sea.
Jason alzó una ceja, el término «no me interesa cómo» acompañado en la misma oración que «sea como sea» era muy amplio, y esbozó una sonrisa maliciosa.
—Crimen y castigo —sentenció—. ¿Lo quieres por la vía legal, o algo menos ortodoxo?
Ana tardó unos segundos en procesar la pregunta de Jason, y abrió la boca sorprendida. Él era literal.
—¿A qué te refieres con «menos ortodoxo? —interpeló intuyendo lo que Jason quería decir.
—Primero voy a exponer mi argumento. Si ese tarado fue tan osado como para robar dos millones de pesos y fracción, es porque no tiene la capacidad de generar ese dinero por sí solo —especuló Jason—. ¿Cuánto ganaba aquí?
—Seiscientos mil —respondió sin entender para donde iba con esa pregunta.
—Bueno, si lo despiden por la vía legal, pueden dejarlo sin indemnización por haber cometido un delito, se ahorran al menos un millón doscientos como costo… Pero todavía quedan ochocientos mil por compensar… Podríamos persuadirlo de algún modo para que se vaya sin cobrar el sueldo de este mes, ni las vacaciones…
—Con eso cubre el monto del robo… —concluyó Ana. La idea era muy seductora. Despedir por la vía legal a Joaquín era costoso y no pretendía, para más inri, esperar a que él pagara lo robado. Era absurdo—. Pero lo conozco, lo va a negar hasta la muerte, y probablemente, nos demandará a la inspección del trabajo si no lo indemnizamos y le pagamos el sueldo de este mes y el proporcional de las vacaciones.
—Tenemos el video como prueba del robo… Y tengo mis métodos para convencerlo de que no haga una estupidez y que se largue sin más.
Ahí confirmaba la parte de «menos ortodoxo».
—¿Lo vas a golpear? —interrogó incrédula.
—Solo un poco —reconoció sin culpa—. Así se convence más rápido.
—¡Pero, Jason! —espetó Ana. Su lado bueno se horrorizaba, el malo se estaba sobando las manos ante la expectativa de castigar a Joaquín.
—¡Se lo merece el pinga[31] loca ese!… Por engañarte, por hacerte llorar y traicionar la confianza de tu viejo… —argumentó. Ana lo miró desaprobando la idea aunque los motivos fueran suficientes para ejecutarla—. Ya, lo admito, sangrará y le va a doler, aunque preferiría patearle las pelotas para que no se le pare durante un año… —Se quedó un par de segundos pensando, encadenando causa y efecto a toda velocidad, y con esa misma velocidad soltó—: te aconsejo que vayas al médico por si te ha pegado alguna…
Tacto y discreción no existían en el vocabulario de Jason.
—¡Jason, basta! Eso es… ¡Arrrgh! Es personal. No me puedes decir algo así.
—Ya lo dije. Por Dios, Ana, somos adultos… Yo que tú, no me confiaría de si usó protección o no con la mulata, y no sabemos si la mulata será una señorita de la calle o una pobre inocente y…
—¡Ya entendí! No es necesario que seas tan explícito. —Resopló, porque no había pensado en ese pequeño gran detalle. Ese hombre era todo un caso, la exasperaba su falta de delicadeza. Pero sabía que sus intenciones eran buenas. Era todo un detalle decirle que probablemente su ex novio la pudo contagiar de una enfermedad de transmisión sexual—. Mira, no sé si tus métodos no ortodoxos serán los mejores, pero no estamos en condiciones de pagarle a ese imbécil si más encima nos ha robado. Tengo que consultarlo con mi papá.
—Vamos entonces y le preguntamos. Aunque sé que su respuesta será hacer todo por la vía legal. Es demasiado bueno Arturo. —«Llegando a ser hueón», pensó, pero Jason se guardó el comentario.
Era verdad, Ana conocía a su padre y él era un hombre que actuaba, ante todo, con rectitud.
Su lado bueno, le decía que le contaran a Arturo y que él decidiera qué hacer. Su lado malo, le decía que no debían perder tiempo, si al fin y al cabo ella estaba a cargo.
Su lado bueno decía que no era correcto convencer a Joaquín a punta de golpes para que se fuera sin más. Su lado malo decía que él se merecía que le bailaran flamenco sobre sus gónadas.
Necesitaba equilibrio.
—¡Ah! ¡No sé qué hacer!
Jason miró al cielo buscando una respuesta. Debía reconocer que los métodos no ortodoxos no eran del todo aplicables fuera del mundo del hampa.
—Ya, Ana. Cálmate. —La tomó de los hombros y la miró a los ojos—. Mira, lo que podemos hacer es ir a la casa de ese estúpido y conversar como seres civilizados. Y si no resulta, lo golpeo hasta que jure que no volverá. ¿Contenta?
¡Qué más da! Ana se cansó de ser la mujer buenita y sensata que solo desea amor y paz. Quería ser el karma de Joaquín devolviéndole todo el mal que había provocado de manera inmediata.
—Vamos —decidió, sintiéndose inusualmente eufórica por estar actuando por impulso.
—¿En serio? —interrogó incrédulo alzando sus cejas.
—Ya dije. Vamos, Jason…
Tomaron sus pertenencias, cerraron la librería y tomaron rumbo hacia el departamento de Joaquín.
*****
—¿Estás lista? —preguntó Jason a Ana, que estaba expectante ante la puerta del departamento de Joaquín.
—Sí. Terminemos con esto de una buena vez. —Sacó la copia de las llaves que tenía, y que pocas veces usó, y abrió la puerta intentando no hacer ruido.
Si Ana no hubiera visto el video esa misma tarde donde se descubría su engaño, se habría paralizado, y estaría impactada ante la imagen de encontrarse con Joaquín follando con furia a una mulata contra el vidrio del ventanal de la sala de estar, totalmente ajeno a la inesperada visita que los observaba.
En cambio, lo único que sintió Ana fue una sed de venganza, y esa culpa que sentía por sentirse atraída por Jason, se desvaneció por arte de magia. Ese amor que alguna vez sintió la había abandonado sin dejar huella. Joaquín no merecía ninguna consideración… ni misericordia.
Jason apretó los puños y hubiera interrumpido la escena hardcore de pornografía interracial, de no ser por el leve toque de Ana en su brazo. Ella estaba al mando, lo vio en su semblante determinado y severo.
Se adelantó un par de pasos, y Ana empezó a aplaudir, Joaquín se congeló.
—¡Bravo! ¡¡Bravísimo, Joaquín!! —satirizó Ana sin dejar de aplaudir—. No te reprimas, Joaquito, sigue con tu asunto, y cuando termines, te vistes que tengo que conversar contigo. Me voy a sentar aquí con mi nuevo amigo para esperarte… —anunció mientras se sentaba en un sofá—. Ven acá, Jason —dio una palmadita al lado de ella señalando que se sentara ahí—. Veamos como siguen follando, es la primera vez que veo porno en vivo, el voyerismo tiene su encanto…
Jason obedeció. Interiormente estaba orgulloso de Ana por tomarse la situación con humor negro y no montar un escándalo de teleserie mexicana.
Se sentó al lado de Ana y en silencio observaron cómo la pareja se vestía. La mujer no mostraba ningún remilgo ni vergüenza, y con cierta altanería exhibió su… pene aún erecto, y le sonrió con lascivia a Jason, que fingió una sonrisa de simpatía y en medio segundo se tornó serio.
Ana no notó ese intercambio y no dijo nada respecto a la perturbadora situación, a esas alturas nada le sorprendía. Sin duda alguna, iría a primera hora al ginecólogo para hacerse todos los exámenes habidos y por haber para saber si le habían contagiado algo.
Se sintió asqueada.
—Joaquincito tiene gustos exóticos —susurró Jason al oído de Ana—. ¿Esto enseñan en el Verbo Divino? —interrogó en voz alta para que lo escuchara Joaquín.
El aludido lo fulminó con la mirada mientras se subía el cierre del pantalón. No se explicaba por qué Ana y ese hombre estaban ahí, todo era un despelote. Pero lo que más lo tenía desconcertado era la frialdad de Ana. Estaba transformada, era una arpía. Nunca hubiera imaginado verla actuar de esa manera.
La mulata «multisexual» sin decir nada, se encerró en el dormitorio, ella no estaba haciendo nada malo, así que no iba a salir arrancando como criminal.
—¿Sabes, Joaquín?, me has facilitado toda la tarea —sentenció Ana cuando sintió que la puerta del dormitorio se había cerrado—. Supongo que asumes que no volverás a poner un pie en la librería y que nuestra relación se acabó.
—Mañana iré a buscar mi finiquito —anunció resuelto, no había nada que decir, ni defender, solo iba a negociar lo que le correspondía por derecho.
—Me temo que no —replicó Ana.
—Ana, una cosa son los asuntos personales. No voy a renunciar por esto, me vas a tener que despedir —advirtió sentándose en un sitial que estaba frente al sofá donde estaban los inesperados visitantes. No iba a irse con las manos vacías.
De todas maneras iba a terminar con Ana, estaba aburrido de su relación, y había descubierto que tenía gustos mucho más diversos que su ex pareja no suplía.
Como tener pene y tetas.
Ana sonrió con malicia.
—No va a ser ni lo uno, ni lo otro, Joaquincito. No vuelves y punto, no cobrarás un puto peso —decretó firme, serena.
—Ana, tu sabes que eso es ilegal, puedo ir a la inspección del trabajo y…
—¿Sabes por qué vine con Jason? —interrumpió la amenaza de Joaquín.
—Supongo que él va a ser con quien te vas a desquitar, ayer no le quitabas los ojos de encima —acusó con sorna.
—Me encantaría desquitarme con él como si fuéramos animales, pero eso no es de tu incumbencia —admitió sabiendo que era un imposible, pero ella quería herir su orgullo. Jason alzó una ceja, y esbozó una leve sonrisa—. Primero tengo que ver si no me has pegado sífilis, gonorrea, o cualquier otra asquerosidad… Pero ese no es el punto. Jason es un detective privado, lleva más de una semana investigando los robos de los que fuimos víctima. ¿Y a que no sabes qué descubrió?
Joaquín palideció.
—Tengo en mi poder un video de la galería España, ¿te suena? —continuó Ana—. En ese registro se observa claramente como le entregas a la «señorita»—subrayó haciendo un gesto de comillas con los dedos—, que está en tu dormitorio, la bolsa con el dinero que ibas a depositar. No pagarte será una forma de compensar tu robo. Te vas sin un peso y yo no tendré que denunciarte a carabineros. Porque pruebas tengo. A tu papito no le gustará que, aparte de ser un fracasado con complejo de superioridad, le saliste rarito y ladrón. Seguro que con eso traspasa a tu hermana todas sus propiedades y el negocio que ha levantado con tanto esfuerzo, para no dejarte nada.
Silencio.
Cuando Ana se lo proponía, lograba ser una infame sin corazón.
—Cuando te peleaste con tu papá y renunciaste a seguir en su pastelería, él le pidió a mi papá que te diera trabajo… Nunca he sabido a ciencia cierta porqué se pelearon, pero sé que él se preocupaba de ti… No me provoques y no hablaré para que no te dé la espalda del todo. Yo que tú, intentaría volver con el rabo entre las patas si quieres seguir viviendo en este departamento que te cuesta casi todo tu sueldo solventar.
Joaquín estaba en un callejón sin salida. No era capaz de decir nada.
Cobarde.
—Todo esto ha sido demasiado fácil, Ana —intervino Jason harto de lo pusilánime que era Joaquín. Ya no quedaba rastro de su desdén. Ana lo había humillado a más no poder—. ¿Cómo sabemos que no está detrás de los otros dos robos?
Jason se levantó del sillón, y amenazante, se acercó a Joaquín haciendo crujir sus nudillos y prepararlos para dar un efectivo incentivo.
—Confiesa. ¿Mandaste a robar a Ana y a Arturo? —interrogó cuando llegó frente a él
Joaquín intentó ponerse de pie y escapar, pero Jason no lo permitió presionando su hombro en un punto de su clavícula que era doloroso y le arrancó un chillido nada varonil.
—No te muevas o dolerá más —advirtió con dureza, y su rostro solo reflejaba que cumplía lo que prometía—. Confiesa.
—No, yo… yo… no tuve nada que ver… —aseguró hiperventilando y sudando como cerdo en baño sauna. Jason apretó más fuerte, Joaquín dio un alarido—. ¡Te lo juro! ¡¡Yo no fui!! ¡¡Lo juro!! —sollozó—. Por favor…
—No te creo, imbécil. —Jason volvió a apretar hasta que le tembló la mano, Joaquín chillaba como si los estuvieran desollando vivo. Intentó moverse, zafarse, pero el dolor era más intenso aún.
—¡¡¡¡¡Yo no fui!!!!! ¡¡¡Lo jurooooo!!! —gritó desgañitando su garganta.
Ana se levantó con frialdad y se acercó para mirarlo a los ojos.
—No te quiero cerca de la librería, ni de mí, ni que andes reclamando dinero que no te corresponde. Si no, ya sabes las consecuencias. Porque puedo hacer que Jason te encuentre y te dé lo que realmente mereces. —Miró de soslayo a Jason, su nuevo mejor amigo, y esbozando una perversa sonrisa volvió su atención a Joaquín—. El dolor que acabas de sufrir es ínfimo al lado de lo que él puede hacerte sentir en realidad. Y no desearás haber nacido.
Jason volvió a presionar mucho más fuerte todavía, enterrando sus dedos en la carne de Joaquín, haciendo que diera un alarido rasposo, y asintió temblando. Un hedor extraño invadió las fosas nasales de Ana y Jason, seguido de un sonido de líquido cayendo.
Ana desvió la mirada al suelo, una poza de orina sobre el reluciente piso de madera.
—Jason, vámonos —decretó volviendo su mirada a Joaquín—. Agradece que todavía me queda algo de humanidad, porque ganas de que te den una paliza no me faltan. Tómalo como una cortesía por los viejos tiempos.
Jason soltó a Joaquín con brusquedad, la orina era prueba irrefutable de que él no estaba detrás de los otros robos. Pero seguía sintiendo que el castigo era demasiado benevolente para su gusto. No obstante, no iba a mover un dedo. En ese momento, Ana era la que mandaba, y no iba a arruinar su actuación magistral frente a Joaquín haciendo algo que ella no había ordenado.
—Hasta nunca, Joaquín… Aquí están tus llaves. —Se las lanzó sobre el regazo y se dio media vuelta—. Vamos.
Ambos salieron del departamento, en cuanto Ana cerró la puerta tras de sí, todo el cuerpo le empezó a temblar.
La adrenalina había abandonado su torrente sanguíneo y sus piernas flaquearon. Jason la sostuvo, ella apenas podía caminar, pero sus manos se aferraron a él con fuerza.
—¿Estás bien, Ana? —preguntó, ella negó con la cabeza—. Debemos salir de aquí, sé fuerte. Eres fuerte —afirmó mientras la instaba a que avanzara y se acercaron al ascensor—. Lo hiciste muy bien. —Pulsó el botón de llamado sin soltarla—. Vamos, Anita. Hablaremos con tu papá. Ya pasó todo… —Sin pensar le besó la coronilla. Las puertas se abrieron y entraron.
—Gracias, Jason… Haces más de lo que deberías.
—Me gusta mi trabajo. —«Y tú», pensó. Y sonrió.
Jason se dio cuenta de que le gustaba Ana más en ese instante que en la mañana. Ser testigo de sus facetas le mostraron un cuadro de su personalidad difícil de reproducir; verla decaída al empezar el día, asumir con entereza el trabajo sin desquitarse con nadie, ser vulnerable. Ante la pena se permitió llorar, y sin culpa se permitió reír, decidió hacer justicia con sus propias manos, porque era humana y quería vengarse por la traición de aquella persona que fue su pareja por tanto tiempo. Era una buena hija, y adoraba a su padre, defendía lo suyo con uñas y dientes… Todo lo hacía con pasión.
En apenas un día ella, sin querer, había capturado su corazón. Y él no quería aceptarlo, porque si lo hacía, la realidad lo alcanzaría como siempre pasaba en su vida.
No importaba lo que ella había insinuado minutos atrás, todo era parte de su actuación. No era prueba suficiente de que Ana lo mirara con otros ojos.
—Parece que te gusta demasiado tu trabajo —ironizó Ana un poco más repuesta apoyada sobre el pecho de él
—Más de lo que quisiera —respondió con cierto pesar.
Era extraño, tener a Ana entre sus brazos le recordaba lo solo que estaba. Su memoria vagó entre los recuerdos, nunca había tenido pareja, sí compañeras de cama, por un par de noches, y porque a ellas les daba estatus follarse a un narco. Pero nunca nadie que estuviera a su lado, que conectara con él en todos los sentidos posibles.
—Entonces tengo suerte. Gracias. —Sin previo aviso Ana se alzó sobre la punta de sus pies, y le besó la mejilla áspera por la barba que cada día era más espesa y larga—. Pica. —Y sonrió.
El ascensor abrió sus puertas, Ana ya estaba recuperada, y sentía que podía caminar con normalidad y sostener su peso, solo sentía frío.
No quiso separarse de Jason.
Jason no la soltó.