Capítulo 11
Jueves, mediodía.
Los días se habían sucedido con relativa calma desde aquel lunes en que Jason desnudó parte de su pasado. Los clientes habituales notaron de inmediato la ausencia de Arturo y Joaquín… Lamentaron el accidente del primero, y más de alguno le comentó a Jason que era mejor que ya no atendiera el segundo.
Ana avanzaba de a poco, acostumbrándose a ser ella misma, principalmente. No era necesario hacerle frente a la soledad, porque se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que estaba sola. Su relación con Joaquín ni siquiera podía catalogarse como tal. Eran una especie de compañeros de trabajo con ventaja, ni siquiera alcanzaba para ser amigos. Hasta eso había muerto, ya no existía la complicidad.
Solo una cosa le agradecía a Joaquín y su largo paso por su vida. Le agradecía el haberle enseñado a como matar una relación, a aprender de la forma más dura que las personas no cambian, y que si sus defectos son más de lo que puedes aceptar, entonces esa persona no es para ti.
Ana había soportado, no había aceptado… Por eso le fue fácil sobrellevar su noviazgo cuando se tornó rutinario, frío, estúpidamente cómodo. Y su experiencia reciente desmitificaba el dicho que los polos opuestos atraen… Ellos eran demasiado diferentes, tanto que no había terreno neutral, ni siquiera el sexo lo era.
Y ahora lo entendía, ella no era lo que él deseaba. Ana se consideraba una mujer desinhibida y con la mente abierta… Pero con Joaquín, simplemente, no se atrevía a pedir, proponer o exigir. Con el tiempo solo era gimnasia sexual, conservadora, comedida, solo hacer el trámite lo más rápido posible… Ahora entendía tanto, a ella le faltaba un buen pedazo de pene para poder alcanzar las expectativas sexuales de Joaquín.
Sin embargo, se sentía libre, feliz, sin culpas, sin cargar con el peso de una relación muerta, podrida…
Por su parte, Jason podía notar el cambio en ella. Podría decirse que la soltería le sentaba bien a Ana. Ella reía más, a veces lo hacía a carcajadas, sobre todo cuando leía algo divertido. Lo que más le gustaba a Jason cuando eso pasaba, era que ella ocultaba su rostro con el libro y solo se veían sus ojos que también reían con picardía. Ana hablaba con más soltura, no tan empaquetada. Era cada vez más habitual que a ella se le soltara una palabra malsonante, o que fuera más expresiva en sus gestos con el rostro y las manos.
Era más auténtica, más ella.
A Jason le parecía que Ana ahora era una mariposa que fue demasiado tiempo una oruga. Y era un privilegio ser testigo de esa metamorfosis. Era increíble, si antes era bonita, ahora era preciosa.
Definitivamente le gustaba más cuando mostraba todos sus colores. Sobre todo el tono de ese coqueteo sutil, femenino, casi inocente. Casi.
A veces la sorprendía in fraganti comiéndoselo con la mirada —ahora podía identificar «esa mirada»—, de manera flagrante, ¡y no lo disimulaba! Cuando eso pasaba, ella solo sonreía y desviaba la vista con naturalidad y se ponía a hacer cualquier otra cosa.
Y él no se quedaba atrás. El chocolate matutino, el gemido extático de ella al comerlo y su beso en la mejilla de premio. Esa era la parte que más le gustaba, todos los días ella tardaba un segundo más que el beso del día anterior.
Jason disfrutaba de esos roces casuales, de esas miradas furtivas, de compartir anécdotas, vivencias. Conversaban de todo un poco en los tiempos muertos, él se abrió más. Era extraño e increíble a la vez, porque era fácil hacerlo con ella. Desde la primera vez fue fácil.
—Ani… —llamó Jason en un tono neutral—. Mañana necesito que lleguemos antes de las nueve de la mañana. Vamos a depositar al banco antes de la hora de apertura de la librería —solicitó mientras cargaba una caja de libros.
A Ana le sorprendió que la llamara de un modo familiar, pero no dijo nada. Pero por dentro sonreía y le gustaba que él se tomara esas libertades.
—Claro, no hay problema —contestó en el mismo tono que usó Jason. Monocorde, pero amable.
—Dejaré estas cajas en la bodega —anunció.
—Dale —autorizó—. Déjalas al fondo, por favor, donde está la silla. Ahí hay más espacio —indicó.
Jason se internó en la bodega. Había varios clientes mirando libros, él ya los había observado. No había nada sospechoso, por lo que dejó a Ana sola, atendiendo.
Entró una mujer hermosa, pelirroja, que miraba en todas direcciones, capturando la atención de los varones e incluso de algunas mujeres. Recorrió la estantería de novelas románticas, pero se interesó más por la sección de libros de cocina.
Ana la miró de reojo, pero rápidamente siguió con su lectura que era más interesante. En ese momento, salió Jason de la bodega y pasó de largo a buscar otra caja sin prestarle atención a la llamativa pelirroja.
—Mi scusi —se disculpó la mujer en italiano, haciendo que Jason se congelara al instante—, dove posso trovare il signor occi di gatto? —preguntó dónde podía encontrar al señor «ojos de gato».
De manera automática Ana volvió a mirar en dirección a la mujer que ahora sonreía. Jason le daba la espalda, y Ana fue testigo de cómo su cara se transformaba a algo que nunca había visto antes.
Sorpresa, alegría… Verdadera felicidad.
Jason se dio media vuelta y abrazó y besó en ambas mejillas a la italiana como si no la hubiera visto en décadas.
—Testarossa! —exclamó con júbilo… ¡Y en italiano!—. Cosa stai facendo qui? —preguntó tomándole las manos y mirándola de un modo que a Ana le provocó una oleada de ira, horror, incredulidad… ¿Quién era ella? ¿De dónde salió? ¿Por qué era tan hermosa? ¿Por qué Jason la miraba así?
Celos…
Malditos celos. Celos que nunca había sentido en su vida y solo aumentaban a medida que Jason seguía conversando animadamente en italiano con aquella mujer. ¿Lo peor? Si antes le gustaba la voz de él hablando en perfecto español, ahora sentía que se le derretían las bragas con escucharlo de forma tan fluida hablar aquel sensual idioma.
Se lo imaginó susurrándole al oído algo sexy y sucio en italiano… Mientras él entraba lentamente en…
«¡Para, Ana! ¡Gobiérnate!», se reprendió mentalmente. Intentó distraerse. Intentó ignorarlos. ¡Pero no podía! Sus ojos se desviaban una y otra vez hacia ellos.
La pelirroja le acariciaba el rostro y lo miraba con adoración y no paraba de sonreír, mientras que él le acariciaba… el vientre con cariño y ternura.
¿¡Está embarazada!? ¿De Jason? ¿Quién diablos era? ¿Su esposa, amante, novia, follamiga? Porque definitivamente esa mujer no era una transexual.
Ana no soportó la rabia y la decepción. Jason no tenía ojos para nadie más que para la pelirroja italiana. De pronto, sintió unas ganas locas de gritar. Pero ella era adulta, no podía salir con pendejadas, ni montar un numerito… Porque ella no era nada de Jason… ¡Nada!
Se tomó la cabeza con ambas manos y solo se dedicó a mirar un punto fijo en el mesón hasta que todo pasara.
Le dolía más ver a Jason hablando con esa mujer que ver a su ex follando con la mulata.
—¿Ana? ¿Te sientes bien? —preguntó Jason que de súbito estaba frente a ella… y con la pelirroja a su lado con cara de preocupación.
—Me duele un poco la cabeza —mintió, «pero me va a doler de verdad dentro de poco por tu culpa», añadió su vocecilla insurrecta.
—¿Quieres un paracetamol? —ofreció Jason con amabilidad.
—No, gracias, ya se me va a pasar. —«Algún día, cuando mi ego se recupere… ¡Soy una idiota!».
—¿En serio? —insistió al ver la mala cara de Ana.
—Sí, no te preocupes. —«No es tu problema, don Juan», le recriminó para sus adentros.
—Pucha[37], qué lástima… —Se quedó unos segundos en silencio, y la pelirroja le dio un codazo poco civilizado a Jason—. Ana, te presento a Rossana. Ella es la esposa del detective que me ayudó cuando era joven. Es como mi mamá postiza —bromeó.
—¡Idiota! —regañó Rossana en perfecto español—. Soy tu segunda mamá, nada de postiza, malagradecido —refutó sin rastro de acento italiano. Sin duda, era casi prodigioso el cambio.
A Ana se le quitaron todos los males de un plumazo. Abrió sus ojos desconcertada. Esa mujer que parecía ser de la misma edad que él, ¿y la consideraba su segunda madre? ¿Cómo era posible?
—Un gusto conocerte —afirmó Rossana—. Vine de paso por Santiago y las malas lenguas dijeron que Jason estaba trabajando en un caso aquí. Tenté a mi suerte.
—Esa mala lengua fue Isidora —conjeturó Jason—. Es una copuchenta[38]… Ani, ¿te acuerdas que te comenté que tengo un amigo escritor? —preguntó Jason ajeno a la montaña rusa emocional de Ana, la cual afirmaba con un gesto de cabeza como respuesta. Los ratones le habían comido la lengua—. Bueno, es el esposo de ella. Usa un seudónimo.
—Miguel Trapetti. —Logró articular Ana. Todo lo que Jason le contaba se le grababa en la memoria.
—Ese mismo.
—¿En serio? ¡Qué bien! —«¡Es casada! ¡Pero qué mensa eres, Ana!», pensó autoflagelándose por perder los estribos. «Pero no es ciega, ni está muerta», espetó su lado sedicioso que ella apenas podía acallar—. Le comentaba a Jason que tu esposo puede vender sus ejemplares aquí, siempre y cuando puedan extender facturas.
—¿Es posible eso? —Rossana sonrió—. ¡Maravilloso! Tenemos para facturar, así que no habría problema —respondió con entusiasmo.
—Rossana, encontraste a… —interrumpió un hombre sin que nadie se diera cuenta de que estaba ahí—. Ah, aquí está.
—¿¡Ángel!? —exclamó Jason—. ¿Qué haces acá, «Rucio»? —interrogó Jason mientras le daba un abrazo y él le palmeaba la mejilla, tal como los padres lo hacen.
Era raro. Ana imaginaba que su mentor era al menos quince años mayor, pero aquel hombre tenía solo unos pocos años más que Jason. Solo se evidenciaba su edad en sus rasgos un poco más maduros y unas canas que veteaban sus sienes.
—Rossana tiene control de embarazo. Su ginecólogo es de acá —explicó—. Hace tiempo que no volvía a Santiago. Pero bueno, ella no cambia a su doctor —comentó resignado.
—¡Jason! —exclamó una vocecilla infantil que apenas se notaba su cabeza por sobre el mesón—. ¡Hola, hola, hola! —gritaba dando saltitos.
—¡Glori! ¡Qué grande estás, creces como la mala hierba! Mírate, te dejo de ver unas semanas y ¡puf! Dos centímetros más. —Tomó a la pequeña en brazos y le besó la mejilla provocándole cosquillas.
—¡Pica! —rezongó rascándose la carita—. Aféitate esos pelos —ordenó.
—No —respondió mañoso.
—Que sí.
—Que no.
—Que sí.
—Que no.
—Basta ustedes dos —cortó Rossana autoritaria y ambos «niños» guardaron silencio aguantando una risilla burlona—. ¿A qué hora cierran la librería? —interrogó Rossana centrando su atención en Ana.
—A las siete —respondió ella que estaba todavía desorientada por toda la escena.
—Entonces, pasaremos a esa hora y vamos al café Colonia, y ahí nos explicas los detalles para poder vender a través de ustedes ¿te parece? —invitó Rossana con amabilidad.
—Claro, no hay problema —aceptó Ana sintiendo que esa mujer era un verdadero huracán.
—Entonces, nos vemos a la tarde. Ciao, occi di gatto. —Le dio un par de besos a Jason—. Fue un gusto, Ana. —Repitió la misma forma de despedirse con ella.
—Nos vemos —dijo Ángel—. A la tarde nos presentaremos con mayor propiedad —se despidió de Ana guiñándole un ojo—. Nos vemos, mi estimado Jason… Vamos, Gloria. Hoy veremos a tus hermanitos. —Entusiasmó a la pequeña para que se despidiera sin objeciones.
—¡Ciao, gatto! —La pequeña se despidió en perfecto italiano con un gesto con su manita.
—Ciao, piccola.
—Adiós, nos vemos —dijo Ana con una sonrisa.
Las inesperadas visitas abandonaron la librería y todo quedó en silencio. Ana sin dejar de sonreír, apenas procesaba qué diablos había pasado los últimos diez minutos.
—¿Me puedes explicar que acaba de pasar? —exigió de buen humor.
Jason rio a carcajadas, muy sonoras. Él tampoco entendía mucho.
En resumen, Jason le explicó que Ángel Larenas era el detective infiltrado que lo ayudó cuando su padrastro lo echó de su casa cuando cumplió dieciocho. No entró en demasiados detalles acerca de los motivos y circunstancias que provocaron aquel suceso, pero para Ana era fácil imaginar que Jason le había colmado la paciencia a su padrastro. A pesar de que habían transcurrido doce largos años desde ese entonces, a Jason le era difícil abrir el baúl de los recuerdos. Nadie sabía en realidad lo que vivió, solo Ángel que, básicamente, fue un testigo y artífice del hombre que era Jason en la actualidad. Y aunque él se sentía cómodo conversando con ella, no quería entristecerla con cosas que ya habían pasado y ya estaban enterradas.
Lo que sí le relató con más detalles fue que, durante los años que él estuvo alejado de su madre, Rossana cumplía ese rol. Lo aconsejaba, lo mimaba comprándole galletas de chocochip, lo retaba cuando decía groserías y lo invitaba todos los sábados a almorzar en familia. Esa rutina se mantuvo mientras Ángel seguía siendo un infiltrado. Cuando él se retiró, las cosas inexorablemente no fueron las mismas, dado que él se fue de la ciudad.
Ángel y Rossana fueron lo más cercano que tuvo Jason a una familia funcional. A ambos les debía mucho. Intentaba visitarlos una vez al mes. Pero a la luz de sus últimos cambios en su vida, había dejado de hacerlo el último tiempo y solo hacía unas semanas había asistido a un bautizo de la sobrina de Ángel donde no pudieron conversar demasiado.
Ana escuchaba con atención a Jason. Ahora entendía todo, pero los celos la enceguecieron a tal punto de no querer saber nada. No había notado que Jason no miraba con lascivia a Rossana, con admiración sí, porque así los hijos miran a sus madres. Y también se dio cuenta de que Rossana miraba a Jason como un hijo. La diferencia se notó con suma claridad cuando llegó su esposo, era como si Rossana quisiera comérselo en frente de todos. Cuando Ángel hizo acto de presencia, los ojos de su esposa se iluminaron y su sonrisa se ensanchó. No dejaba de tener algún contacto con él, le abrazaba de la cintura, le tomaba la mano. Nunca dejó de tocar a Ángel.
Sus celos y el mal rato fue por nada… Lo único provechoso fue lo revelador de aquel sentimiento y esa fantasía fugaz que atravesó su cerebro y le hizo reaccionar algunas partes de su cuerpo que estaban aletargadas.
—Me queda esta última caja…—anunció Jason cuando finalizó su relato—. Cuando vuelva, ¿quieres que vaya a comprar sándwich para almorzar? —preguntó alzando la pesada caja.
—Sí… Me estás cambiando los horarios de mis comidas —observó.
—No es saludable almorzar a las cuatro de la tarde, Ani —reprendió Jason con un tono casi paternal.
—Lo sé, el horario continuado hace que me olvide de comer.
—A mí no —aseguró caminando hacia la bodega con una sonrisa de suficiencia.
Ana era una muy mala actriz. Si se hubiera visto la cara la pobre… Jason la miraba de reojo cuando conversaba con Rossana en italiano…
—¿Cómo están tus mellizos? ¿Ya saben qué son? —preguntó Jason tocándole el vientre por si se movían.
—A eso mismo vamos, a ver si se muestran —contestó ilusionada—. Así que es ella —comentó socarrona—. Tienes buen gusto, Jason, es muy linda… Serían una linda pareja, como la bella y la bestia —bromeó mirando de soslayo a la aludida—. ¡Uy! Me está fulminando con la mirada, debe estar mega celosa.
—No lo creo, no es tan impulsiva. —Miró de reojo para asegurarse—… Bueno esa cara larga no se la había visto.
Rossana rió.
—Me quiere asesinar —manifestó guasona.
—Eres mala, pelirroja.
—Eres lento, ¿por qué no das un paso adelante? Se nota a leguas que lo de ustedes es mutuo.
—No lo sé… Hace menos de una semana que terminó su relación anterior. Creo que no es prudente todavía hacer algún tipo de avance —reconoció lo que sentía ante Rossana, era inútil hacerse el tonto con ella.
—No seas idiota, si te mira así está más que preparada… Además, cuando se trata del corazón da lo mismo el tiempo. Es irrelevante.
—Lo dice la mujer que se casó con diez días de relación. No sé cómo lo de ustedes ha perdurado.
—Nos amamos, así de simple… Y trabajamos para que se mantenga de esa manera… Pero esa es otra lección que debes aprender más adelante, hijo mío. Anda, preséntamela que ya se está mortificando demasiado.
Jason rio. Los evidentes celos de Ana le hicieron sentirse halagado y a la vez extraño. Pero no deseaba presionarla, quería que ella avanzara en la medida que se fuera sintiendo cómoda con él.
Pero esa declaración de principios autoimpuesta iba debilitándose día a día. Si ella no daba el primer paso, inevitablemente lo daría él.
La cuestión era, ¿Ana estaría preparada para cuando eso sucediera?
*****
La respuesta llegó antes de lo esperado. Jason lo supo, cuando la vio a la entrada de la bodega, y más allá, podía ver con claridad que la puerta principal estaba cerrada y el letrero que decía «abierto» estaba dado vuelta hacia el interior de la librería.
La miró. Por un momento la expresión de Ana era indescifrable. Pero sin duda, ella se traía algo entre manos.
—Jason, ¿eres gay?
Bien, él no esperaba esa pregunta precisamente.
—¿Cómo? —replicó incrédulo.
—Lo que te pregunté. ¿Eres gay o no? —insistió determinada.
Para Jason la pregunta parecía un maldito déjà vu. ¿Por qué diablos todas pensaban que él era gay?
—Hasta donde sé, solo me excitan las mujeres —contestó torvo mirándola de arriba a abajo para graficar su respuesta—. ¿Por qué me haces semejante…?
No pudo terminar su pregunta. Quedó en el aire atrapada entre su boca y la de Ana que se subió a una caja para alcanzar la altura de él y besarlo sin aviso.
Jason abrió los ojos sorprendido, pero luego los cerró, se aferró al delgado cuerpo femenino y se entregó a todo lo que ella le diera. Los labios de Ana acariciaban los suyos con desesperación. Era un beso que liberaba toda esa ansiedad e incertidumbre de no saber si él estaba prohibido para ella. Si él iba a ser inalcanzable siempre.
La boca de Ana sabía a chocolate. Jason pudo saborearlo en el instante que el abrió los labios invitándola a entrar. No soportó estar demasiado tiempo pasivo. Ella lo tomó por asalto pillándolo desprevenido, pero no iba a permitir que ella tuviera el absoluto control.
—¿Te parece ahora que soy gay? —interrogó respirando agitado, interrumpiendo el beso. El aire le faltaba, pero eso no le impidió volver a besarla sin esperar su respuesta.
Estaba sediento de ella. Hambriento. Ahora que la había probado, ahora que ella había dado el primer paso, él no iba a dejarla escapar.
Era adictiva.
Jason acunó el rostro de Ana entre sus manos, incitándola, acariciando los delicados pómulos con sus pulgares, al tiempo que invadía con gentileza la boca de ella con su lengua. Ana respondió de un modo exquisito, acariciando, saboreando, tanteando, reconociendo, capturando la esencia de él y mezclándola con la suya. Ya se había ido esa ansiedad inicial, ahora disfrutaba de ese beso lento y a conciencia.
Ella no deseaba detenerse, no ahora que era consciente de que él la besaba con el mismo entusiasmo, con la misma pasión que ella y que, como lava espesa y ardiente, se tornaba voluptuosa e incandescente. Las piernas le flaquearon cuando Jason profundizó el beso y acercó aún más su cuerpo al de ella, abrazándola por la cintura, convirtiendo el intercambio en algo más incendiario. Las manos de ella se anclaron al cuello de él con fuerza, para no caer.
Ana podía sentir cómo sus senos se aplastaban sensibles sobre el duro y caliente pecho de Jason. Podía sentir cómo sus pezones se endurecían con aquel escalofrío que le recorría el cuerpo entero. Podía sentir que el deseo la invadía veloz con cada latido de su corazón que bombeaba sangre frenéticamente. Se sentía viva… Al fin tenía la respuesta de cómo se sentiría besar a Jason.
Él era adictivo.
Lentamente, Jason empezó a bajar la intensidad de aquel beso inesperado. Si seguía, probablemente perdería el control y la cordura. No deseaba que aquello se convirtiera en algo casual, carnal y pasajero. Quería que se perpetuara, quería hacerlo bien. Disfrutar cada momento, cada experiencia, vivirla, atesorarla, protegerla. Porque era la primera vez que tenía la oportunidad de tener algo tan simple, normal y sublime como esa hermosa mujer, tan inalcanzable, que le estaba dando el mejor regalo de su vida sin saberlo.
Alcanzarla.
—Me gusta que me llames Ani —susurró ella recuperando el resuello—. Es tierno.
—Entonces, solo te diré Ana cuando esté enojado… —declaró sin soltarla de su agarre—. ¿Qué te hizo pensar que era homosexual?
—Los lirios en tu departamento, tu afición a los tés de sabores, lees novelas románticas y eres muy sensible dentro de toda esa tosquedad que posees. —Enumeró aquello que se repetía millones de veces en su cabeza.
Jason rio, era increíble que ella creyera que era homosexual por solo esos indicios. Pero si los veía con objetividad, hasta él lo creería.
—La casualidad ha jugado en mi contra. Mi mamá cuando puede, me visita y me trae flores para darle el toque femenino a mi departamento, que parecía un frío antro de machismo, según sus propias palabras. Lo del té ya te lo expliqué… Y por último, no tiene nada de malo leer novelas románticas. Ángel es bien hombre para sus cosas y eso no le impide escribirlas... Leí su trabajo por curiosidad, pero de verdad me gustan —demostró cada punto con su respectiva explicación—. No sé si concederte lo de sensible. Tú me ves así, no tengo idea si lo soy.
Ana tenía el rostro encendido, sentía vergüenza por sacar conclusiones apresuradas. Todo hubiera sido tan fácil.
—Me gustas mucho, Jason —admitió Ana sin dejar de sentir que la sangre se arrebolaba en su cara—, me mortificaba pensar que sería una desgracia empezar a sentir cosas más profundas por ti, si ni siquiera me veías como alguien deseable. No soporté la incertidumbre… Por eso te pregunté, y bueno… Lo otro solo pasó. Fue un impulso.
—Me gustó ese impulso… Supongo que volverás a ser impulsiva, muy, muy impulsiva… —propuso con un tono más grave, e incluso seductor. Ana rio y asintió con la cabeza—. Tú también me gustas mucho, Ani. Quiero ir paso a paso… ¿podemos?
—Sí, sí podemos —afirmó con seguridad, acariciándole el rostro—. Quiero intentarlo.
Jason sonrió, aquel momento era singular y glorioso. Por fin sentía que la realidad se hacía presente en su vida y se dejaba caer sobre él, sin quitarle nada, sin pedir ningún sacrificio.
Ana estaba ahí, quería intentarlo… con él.