Capítulo 1

 

 

El aire frío de la noche se colaba por las fosas nasales de Yeison. A las tres de la madrugada, las calles estaban inmersas en un manto de densa neblina que humedecía el asfalto, otorgándole un halo de incertidumbre de no saber qué había veinte metros más adelante.

—Yeison, es hora, el guatón[13] Menares nos espera —indicó Danilo, expulsando el humo del cigarrillo que estaba fumando. Pisó la colilla y empezó a caminar.

—Ese hueón me tiene aburrío con sus hueás. —Yeison pateó una piedra y empezó a caminar con las manos en los bolsillos.

No solo estaba aburrido del guatón Menares, hacía rato que estaba aburrido de esa población, de ver la miseria, los círculos viciosos, de ver generaciones de jóvenes que se perdían en las drogas, el alcohol, la delincuencia. De trabajar incesantemente para mejorar esa parte del mundo, pero los resultados eran casi invisibles. Intentaba animarse a continuar con esa vida, recordándose a sí mismo que alguna vez fue uno de ellos, y que estuvo a punto de ser uno más del montón y de alguna estadística macabra. Debía ser paciente, constante…

Todos los días agradecía que Ángel hubiera intervenido en su vida, fue el padre que nunca tuvo, a pesar de ser solo seis años mayor que él. Desde aquel día, habían pasado doce años, y ya no quedaba casi nada del chiquillo rebelde e impulsivo que alguna vez fue.

Caminaron rápido para espantar el frío, el vaho salía tibio por sus bocas y narices. Yeison estaba inquieto, ese tipo, Menares, estaba jugando con fuego, sus hombres habían intentado hacerle quitadas de droga sin resultados favorables, y el ambiente en general, estaba caldeado desde hacía un par de días.

Se encontraron en una calle estrecha, pero iluminada, cosa que no tranquilizaba en absoluto a Yeison. Su instinto estaba alerta, apretó la mandíbula, y de manera discreta tanteó su arma.

Todo estaba en su lugar. Pero eso tampoco sosegó esa sensación de que las piezas no encajaban del todo.

A medida que avanzaban se iba revelando la figura oronda de Menares. El tipo era grande de todos lados, era como un gorila obeso. Estaba solo, o al menos, eso parecía. La neblina podía ocultar a más hombres sin levantar sospechas.

Quedaron frente a frente, midiéndose con las miradas. A Yeison le aburrió el estúpido juego.

—¿Pa’ qué me llamaste, Menares? —inquirió altanero, pero sin alzar la voz.

—Quería pedirte disculpas por lo que hicieron mis cabros[14] la otra vez.

—¿Ah sí? Agradece que no le di un tunazo[15] a uno de tus hijos pa’ que amaneciera pintao en el suelo[16].

—Mira, sé que la hueá está brígida[17]. Por eso te llamé po’h, loco, pa’ no seguir agrandando la hueá.

—¿Me querí ver las hueas[18] de colore’? —increpó harto de que lo tratara como si fuera estúpido—. Tus cabros hacen lo que vo’h les mandai. Hace rato que vení echándome el ojo. No soy hueón.

—Sí. Sí lo eri. —Sonrió Menares de una manera siniestra—. Eri entero hueónconchetumare[19]

Yeison solo escuchó el estruendo de tres disparos a sus espaldas y dolor. Trastabilló y cayó aparatosamente al suelo azotando su cabeza contra el pavimento.

No podía ser. Yeison estaba confundido, parpadeó con dificultad, todo era borroso. De inmediato notó que la cabeza le sangraba y formaba un charco tibio alrededor de ella. Sintió miedo, porque no quería morir en ese lugar. No así, ni siquiera había vivido su vida como él deseaba, sin máscaras.

Lo último que vio fue a Danilo, su mano derecha, apuntando una pistola humeante sobre su pecho diciendo:

—Chao, jefe.

Después de eso, se desvaneció, todo se fue a negro.

 

*****

La luz entraba a raudales incluso a través de sus párpados entornados. El olor aséptico entró directo a sus pulmones y le provocó mareos y nausea. Luego, fue consciente del sonido constante de un pitido que le dio a entender que su corazón aún latía. Le dolía todo el cuerpo, pero era soportable. Intentó moverse, mas sus extremidades no le obedecían. Llenó sus pulmones de aire, abrió los ojos, y lo primero que vio fue el techo blanco y los tubos fluorescentes apagados. Era de día.

—¡Yeison, mi niño! —Escuchó una voz femenina que era capaz de reconocer en cualquier parte.

—Mamita —susurró con voz pastosa, giró un poco su cabeza y posó su mirada en los ojos castaños de su madre.

Carmen lloraba aferrada a la mano de su hijo y le acariciaba el cabello y el rostro. Los doctores le habían asegurado de que Yeison estaba fuera de peligro y que dormía por los efectos de los calmantes. Pero ella era desconfiada, solo les daría la razón si lo veía despertar.

Y había despertado, después de dos días en que sintió que moriría de la pena.

—Ya te vai a poner bien, hijito —afirmó Carmen sollozando y limpiando sus lágrimas—. Allá toos creen que estai muerto.

A Yeison le pareció que eso era lo mejor que había escuchado en años. Ya no se sentía capaz de seguir por ese camino tan ingrato.

—Mamá, no voy a volver a la población —articuló con dificultad, la boca la sentía seca—. Dame agua, por favor. Tengo mucha sed —pidió sintiéndose todavía un poco atontado por haber dormido demasiado.

Carmen contempló estupefacta a su hijo. Era como ver un fantasma, hablaba igual que el amor de su vida, con buena dicción, sin saltarse ninguna letra, con un tono comedido y grave. Era la voz de Frederick, aquella que no escuchaba hacía más de treinta años.

—Mamita… —insistió Yeison sin entender la reacción de su madre.

Hablai como Freddy —susurró sin salir de su asombro.

—¿Quién? —interrogó descolocado.

—Frederick… —De nuevo las lágrimas volvieron a emerger de los ojos de Carmen, y Yeison notó la melancolía y el dolor de su madre.

—¿Quién es Frederick, mamá? —insistió.

No hubo respuesta, en ese momento entró el médico a cargo haciendo su ronda por las habitaciones. Al ver despierto a Yeison, sonrió.

—Despertó antes, señor Barrios —señaló de buen humor—. Si me disculpa, señora, le haré un chequeo de rutina a su hijo.

Carmen, limpiándose las lágrimas, se apartó de la cama para permitir que el médico hiciera lo que había anunciado. Observaba a la distancia cómo le hacían preguntas a Yeison y cómo él las contestaba. Era impresionante el cambio de su hijo, no había hablado directamente con él desde que el Rucio se lo había llevado de su casa. Había perdido la cuenta de los años, se conformaba con verlo a lo lejos. Se sentía tan culpable por todo lo sucedido, si tan solo no se hubiera casado por desesperación… si tan solo se hubiera ido de casa y le hubiera puesto el pecho a las balas… si tan solo…

No podía llorar sobre la leche derramada.

—Bien, Yeison. —El médico empezó a escribir algunas notas en la ficha médica—. Tuviste mucha suerte, tres disparos fueron contenidos por el chaleco antibalas. —Alzó una ceja inquisidora como si estuviera preguntándole donde consiguió uno—, pero uno dio en tu brazo derecho, no hubo huesos astillados, fue una herida limpia. Lo de la cabeza fue otra cosa, no hubiera sido nada del otro mundo si no fuera por una piedra que acentuó la contusión y provocó un corte que te hizo perder bastante sangre y hubo que hacer una transfusión. Si se hubieran demorado veinte minutos más, tal vez estarías muerto. Unos días más de descanso y estarás como nuevo para darte el alta. ¿Sabes quién te disparó?

Yeison negó con la cabeza, delatar a Danilo sería un gran problema para su recién estrenado anonimato.

—¿Cuántos días llevo aquí, doctor? —preguntó sin saber qué día era.

—Dos días.

—¿Sabe quién me trajo?

—Esa información no la manejo. Pregúntele a su madre, tal vez ella pueda responderle.

Yeison se quedó en silencio e hizo un gesto afirmativo con la cabeza. El doctor anotó un par de cosas más, se despidió y se marchó.

El silencio reinó por un momento, pero fue suficiente para que Yeison empezara a recordar lo sucedido, a atar cabos, a ver con perspectiva en qué había fallado, si por algún error lo habían descubierto. Intentaba hallar respuestas, indicios.

Carmen se acercó al lado de su hijo, acarició nuevamente sus facciones. Había cambiado tanto, ya no era aquel chiquillo demasiado delgado y un tanto desproporcionado, ahora era un hombre hecho y derecho. Si antes se parecía a Frederick, ahora era su vivo retrato, pero con una barba a medio crecer, densa y descuidada. Sonrió y le besó la frente con ternura. Luego la expresión de Carmen cambió de manera brusca y se tornó seria.

—Como se supone que estai muerto —susurró en absoluto secretismo—, todos dicen que ese cabro amigo tuyo es el nuevo jefe y dividió el negocio con el guatón Menares, y los carabineros brillan por su ausencia. Está la escoba, balaceras por todas partes, ya no hay respeto.

Esa sencilla declaración le hizo atar cabos. No habían descubierto su fachada, solo se trataba de ambición, avaricia, sed de poder.

Danilo lo había traicionado. Yeison lo consideraba un gran amigo, ahora se daba cuenta que se había equivocado, tanto, tanto.

Una punzada de dolor en su cabeza se hizo presente. Yeison cerró los ojos, estaba cansado. Le vendrían bien esos días sin hacer nada…

—Mamá, me puedes ayudar a sentarme y darme agua, tengo mucha sed —solicitó con amabilidad. Para Carmen era tan extraño y tan familiar escuchar a su hijo hablando de esa manera tan… educado y culto. Hizo lo que su hijo le pidió, Yeison tomó un largo trago de agua, exhaló al sentirse saciado y se limpió la comisura de la boca con el dorso de su mano y dejó el vaso en la mesa de noche—. ¿Sabes quién me trajo? —interrogó susurrando.

—Don Chapa... Iba pasando por ahí cuando escuchó los balazos, y después vio como toos corrían y te encontró. Te subió a su furgoneta y te trajo. Luego me avisó. Es el único que sabe que estai bien.

Ahora todo tenía sentido, don Chapa era un viejo bonachón que de manera inocente lo proveía de información. Era dueño de un almacén de abarrotes y todo el mundo compraba en su local. Prácticamente había visto crecer al Rucio y luego a Yeison.

—Dile de mi parte que muchas gracias… Y mejor que todos crean que estoy muerto… Si te preguntan, tú solo di que no sabes nada, incluso a Ramiro… a él menos que nadie. Ya debe ser problemático para ti venir a visitarme. Gracias, mamita.

—Ay, hijo… No digai eso, ¿cómo es eso que quieres que crean que estai muerto? Te he echao tanto de menos, y ahora que de nuevo puedo hablar contigo, voy a tener que dejar de hacerlo otra vez. —Lo abrazó como pudo y empezó a sollozar con su rostro enterrado en el ancho pecho de su hijo.

—Mamá… —Yeison rodeó a su madre con su brazo bueno—. No puedo volver, no quiero hacerlo. Quiero hacer mi vida. No voy a desaparecer de nuevo para ti… Yo… yo no era narco de verdad. —Empezó a confesarle al oído—. Soy un tira[20] infiltrado, desde los veintitrés años soy detective de la PDI…

Carmen se incorporó en el acto, miró a su hijo con los ojos anegados sin poder creer lo que él decía, pero en el fondo le parecía lógico y explicaba los cambios en su hijo, sobre todo en su forma de expresarse. Yeison tenía un trabajo peligroso, pero no era lo que todos creían, incluso ella misma. Los había engañado a todos… hasta ahora.

Estaba orgullosa de su hijo. No necesitaba saber más en ese momento, algún día podría hablar con más tranquilad.

—Por eso me hablai así, tan diferente a mí o a cualquiera de la pobla. Hablas igualito como él…

—¿Frederick? —dedujo Yeison intuyendo lo que venía—. ¿Quién es, mamá?

—Era tu papá…

Entre sollozos, Carmen le reveló al fin la verdad a su hijo, consideró que era algo inútil de ocultar a esas alturas de su vida, ella ya no tenía dieciocho sino treinta años más.

Yeison no se esperaba esa historia, tampoco imaginó que él era el fruto de una relación en la que sí existió amor verdadero, y eso le dejó un sabor dulce en la boca, a pesar de su trágico e inesperado final. Él ya había asumido que su existencia se había originado en un descuido, pero nunca, nunca imaginó que hubo amor, cariño, y que su padre no lo había rechazado, al menos no en una primera instancia, pues era absurdo imaginar lo que hubiera pasado después.

Ahora entendía la fijación de su madre por su nombre, y comprendía esas miradas cargadas de felicidad y tristeza que le brindaba Carmen, y el desamor por parte de su padrastro, a quien nunca lo sintió como un verdadero padre, y que se lo confirmaba cuando le decía guacho y le recriminaba sus actos a su esposa. Desde pequeño siempre lo supo, siempre, siempre…

No pudo evitar llorar, la emoción de todos esos años lo embargó desde lo más profundo de su ser. Sentía que todo el universo le estaba gritando que debía cambiar su rumbo, que era hora de empezar otra etapa, de ir a buscar su destino y tomarlo con sus manos y alcanzar su propósito.

Para ello era imperativo cerrar ciclos, dejar el pasado atrás y emprender un nuevo rumbo.

—Mamá… ¿cómo están mis hermanos? —preguntó Yeison cuando logró controlar su llanto.

—Están bien. —Sonrió orgullosa de ellos—. Bernardo trabaja y estudia contabilidad, y tu hermana trabaja en una notaría. Les va bien… Fuiste un ejemplo de cómo no debían echar a perder sus vidas —bromeó. Ahora podía reír sobre eso, antes le provocaba una profunda pena, porque en cierto modo fue así.

—Qué bueno, me alegro mucho… Ellos me deben odiar… ¿lo hacen?

—Esa noche, cuando pasó too… Ellos se asustaron caleta[21]. No volvieron a hablar de ti, hasta hace un tiempo. Estábamos almorzando, Ramiro no estaba en la casa, de pronto, no sé por qué, empezamos a hablar de ti… Ellos se daban cuenta de que Ramiro hacía diferencias entre ellos y tú, que solo tú recibíai insultos y golpes junto conmigo. Pero eran cabros chicos, comprendían too a medias, y ahora de adultos, muchas cosas cobraron sentido, sobre todo por el hecho de que a pesar de ser narco, teníai principios… Nunca te odiaron, ni siquiera cuando casi mataste a Ramiro… Sé que si se animan a juntarse y hablar…

Yeison sintió algo parecido al alivio, él también era un adulto, y con los años entendió que mucho de sus resentimientos hacia su madre, sus hermanos y a Ramiro lo enceguecieron cuando era joven, y que le costó demasiado caro. Tal vez, más adelante.

Debía ir un paso a la vez.

 

*****

 

Una de las lecciones más importantes que aprendió Yeison de parte del Rucio, fue que ser infiltrado en el narcotráfico era un trabajo que, aparte de ser ingrato, era muy mal remunerado en relación al costo personal. No se podía jugar a ser héroe sin recibir nada a cambio, porque a pesar de sus muchas virtudes, Ángel y Yeison no eran precisamente santos.

Vivir del narcotráfico, durante doce años tuvo sus ventajas, le daba lo básico para vivir, y además, logró comprar un departamento, nada ostentoso en el centro de Santiago. El sueldo que recibía por parte de la Policía de Investigaciones, no lo gastaba. Abrió una cuenta de ahorro y ahí fue a parar todo ese dinero que nunca utilizó, más algunos extras que le reportaba su actividad delictual.

No era lo más honesto, pero debía velar por su futuro. El «pago de Chile» no era necesariamente algo muy abundante.

Así pues, tenía muchos ahorros, pero tampoco se podía considerar millonario, solo tenía un buen piso para empezar su vida desde cero.

Cuando comunicó su retiro a su superior, a este no le sorprendió. Después de lo ocurrido, Yeison no podía volver al lugar donde, con el pasar de los días, se estaba convirtiendo en un campo de batalla, en que la lucha de poderes se estaba tornando incontrolable.

Sin ceremonias, sin despedidas, sin reconocimiento, Yeison se marchó, para no volver.

Al salir del edificio, inspiró profundo, sintiéndose libre, como si hubiera terminado de cumplir una condena para expiar sus pecados de juventud. El maldito invierno de ese año era más frío que el anterior. Estaba congelándose, pero eso no le impidió encender un cigarrillo. Aspiró profundo el humo del tabaco y luego exhaló.

No siguió fumando, asqueado tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó.

—Ya no son como antes —masculló. Se metió las manos a los bolsillos y emprendió camino hacia la búsqueda de su destino.

Pero primero es lo primero, debía buscar consejo, con un viejo amigo.