Capítulo 16

 

 

Otro lunes más sin novedad. Día flojo en las ventas de la librería, y hacía un calor sofocante. Jason estaba inquieto, necesitaba moverse, hacer algo. Se había comunicado con las personas que quedaron de averiguarle si tenían el registro de las cámaras del asalto de Ana y Arturo. Pero esta vez no tuvo suerte. No había registro. Lo cual lo tenía bastante desanimado, solo debía dejar que el tiempo pasara sin novedad o tener algún golpe de suerte.

Lo único que lo tenía animado era la situación con su madre y sus hermanos. Ya había arreglado con Rossana que retirara el anuncio del único departamento amoblado que tenía disponible para el arriendo que, afortunadamente, estaba en el mismo edificio donde vivía él. Dos pisos más arriba. Si todo salía bien, sus hermanos podrían empezar a vivir ahí con Carmen desde el miércoles de esa misma semana.

¿Qué harían con esa casa en la población? Todavía no lo conversaban abiertamente, pero cada uno pensaba que deberían venderla y tal vez comprarle a Jason el departamento que les estaba cediendo temporalmente.

Ramiro estaba sepultado, pudriéndose solo en el cementerio metropolitano. Después de aquel llamado del día sábado por la mañana, Lidia y Bernardo se alojaron en el departamento de Jason, al igual que Carmen. Esa noche conversaron los tres hermanos acerca de todo, de los buenos recuerdos, poniéndose al día y descubriendo que todo lo que sabían de Jason, era la versión de Ramiro, comprendiendo que la autodestrucción de él en sus años de adolescente era la consecuencia de la falta de cariño de un verdadero padre.

Fue una noche de llanto y a la vez de consuelo… de esperanza. Esperanza que renació en cuanto vieron a Carmen renovada, sin importar su rostro golpeado. Era como si hubiera rejuvenecido con ese vestido y sandalias que compró Ana para ella. Carmen estaba encantada, incluso la ropa interior le calzó como guante. Y Ana, mujer sabia, le compró un par de cambios más aparte del que usaron ese día para que la madre de Jason saliera del hospital.

Carmen se dio cuenta de que no se veía como puta, se veía joven, atractiva, demostrando mucho menos edad que la que tenía. Se sentía linda. Un simple vestido la hizo sentir mujer.

Todo aquello recordaba Jason cuando miró a Ana que, inusualmente, estaba usando un vestido. De hecho, lo estaba estrenando ese día. Lo había comprado junto con la ropa de su madre, según le contó. Pero Jason al ver la boleta, solo estaban los vestidos de Carmen, por lo que dedujo que Ana lo compró con su propio dinero, y eso demostraba que ella era una persona que apreciaba su independencia económica y se sentía orgullosa de ello.

Aunque debía reconocer que de haber sabido que Ana se vería tan hermosa y provocativa, la hubiera mandado de vuelta al centro comercial con su tarjeta para que se comprara treinta. Y pobre que ella le reclamara ofendida en su independencia económica.

Habría encontrado una forma placentera de convencerla en aceptar su regalo.

Mientras Jason fantaseaba, Ana estaba absorta haciendo varias cosas. Había recibido en su correo electrónico los resultados de sus exámenes ginecológicos y, afortunadamente, todo estaba en orden. Aquello fue una luz verde que inesperadamente estaba causando estragos en ella. Se sentía febril.

Y en ese estado febril, también realizaba una orden de compra de libros para el mes siguiente, y buscaba un par de títulos para ella. Intentaba concentrarse, pero el calor de ese día era desesperante, y más aún, sabiendo que tenía tan cerca a Jason y que podía lanzarse a la vida gracias a que el imbécil de Joaquín había tenido la delicadeza de usar protección en sus infidelidades.

Jason la miraba de soslayo mientras leía una novela histórica para matar el tiempo. Cada vez que sus ojos se posaban en ella, la veía absorta en su trabajo, al tiempo que mordisqueaba un lápiz y apoyaba su mentón en la palma de su mano. Siempre se veía elegante, delicada, suave… como si fuera la más exquisita de las sedas.

Y como si hubiera sido hechizado, se acercó con sigilo al mesón y lo rodeó sin que ella se diera cuenta. Jason estaba detrás de Ana observando su silueta a consciencia, y ella ni se inmutó, lo cual le confirmaba que estaba realmente concentrada.

—No te di las gracias por lo que hiciste el sábado —sentenció Jason, obteniendo un respingo y una cara de asustada por parte de Ana que él no vio pero sí imaginó—. Lo siento, no quise asustarte. —Le abrazó la cintura por la espalda y le besó la sien.

Ana rio por el susto y echó la cabeza para atrás para recibir mejor las atenciones de Jason. No había advertido la presencia de él, se movía silencioso, como si fuera un gato.

—Fue un placer —aseguró Ana con timidez, recordando a la mamá de Jason. Le hizo sentir bien que él le permitiera ser un pequeño aporte en esas horas difíciles—, Carmencita es una mujer que necesita sentirse bonita, que es apreciada, que vale… solo que no lo sabe. Tendrán mucho trabajo ustedes para hacerle saber que ella no es solo su mamá, también es una mujer, un ser humano.

Jason asintió, dándole la razón a Ana, deshacerse del yugo de Ramiro no bastaba con solo poner distancia física, también había que hacerlo desde la mente y el corazón.

—Ramiro la hizo pedazos durante treinta años… Y no solo él, mi abuelo, viejo machista y retrógrado, la empujó a casarse por desesperación… Ella lo hizo por mí… No sé cómo puedo arreglar todo ese daño, si al final mi existencia lo provocó —declaró sintiéndose culpable.

—Nunca digas algo así, los hijos siempre serán lo más importante para las madres, y por ellos ningún sacrificio es grande. A ustedes tres les queda por hacer un trabajo largo y arduo por ayudar a tu mamá a recuperarse, pero tienen lo principal. Mucho amor y voluntad de parte de ustedes. Dejen que descanse, que haga lo que desee. Llévenla a terapia sicológica, si ella lo desea —aconsejó mientras se giraba levemente para poder mirarlo—. De a poco podrá ir recuperando su vida, su autoestima. Ten fe en ella. Es muy fuerte.

—Sí, lo es. —Jason se quedó unos segundos en silencio, mirándola fijo—. Gracias, Ani.

—¿Y por qué son las gracias ahora?

—Por existir.

¿Cómo un hombre como él podía ser tan dulce?, se preguntaba Ana. Cuando se trataba de asuntos del corazón, Jason simplemente decía las cosas, sin importarle si se estaba exponiendo demasiado rápido. Tal vez, no era consciente de ello… Tal vez no lo sabía, pues nunca le habían roto el corazón, al menos no en el sentido amoroso.

En otros sentidos estuvo destruido.

Él parecía no tener miedo, y Ana se recordó a sí misma que ella no tenía miedo la primera vez que tuvo novio. Antes de Joaquín. Duró apenas treinta días exactos, y la relación se fue a pique solo porque a ella se le ocurrió decir «te quiero» en medio de un beso. Todavía podía recordar la cara horror de él… Como si hubiera dicho «te odio», en vez de «te quiero».

Ana nunca entendió cuál era la relación entre el tiempo y los sentimientos, las personas parecían tener una fijación en ello. Aquel muchacho le dijo que era muy pronto decir esas palabras y no deseaba nada serio… En ese momento ella fue informada que no era serio. Ilusa. Inocente. Torpe. Así se sintió.

Y un par de años después apareció Joaquín y su frialdad. Ana nunca más se atrevió a decir esas palabras, al menos no antes que él, y él tardó tres meses en decirlo… El «te amo», llegó un año después, quizás un poco más… Y desde ese entonces, rara vez lo decían. Joaquín la hacía sentir fugazmente feliz cuando le decía «te amo». Y ella nunca sintió correcto decirlo demasiadas veces para no ser tildada de cursi, sentimental o, derechamente, mamona. Así que, de forma inconsciente, solo lo decía como respuesta cuando Joaquín lo decía.

Jason nunca había pasado por aquello, ninguna mujer que no fuera su madre le había dicho «te quiero», y menos «te amo». Y tampoco él había pronunciado esas palabras. Nunca había vivido la decepción de no ser correspondido de la misma manera, con la misma intensidad.

Y ahora, él le agradecía a ella solo por el hecho de existir. Jamás le habían dicho algo tan dulce en su vida. Ana se preguntaba cuáles eran los verdaderos sentimientos de Jason hacia ella. Si era solo una gran atracción física, o si había algo más… profundo. ¿Jason sabría de verdad lo que se siente estar enamorado? ¿Conocía el sentimiento?

—¿Por qué le dijiste a tu mamá que soy tu novia? —preguntó Ana con interés y hambre de saber más, volviendo a girar su cuerpo, fingiendo que era solo una pregunta casual. En su espalda sentía el calor que desprendía el torso de Jason.

—Porque lo eres —respondió natural, sin romper el contacto—. ¿Debía decir otra cosa? ¿Una amiga especial, a la que beso de vez en cuando? —ironizó besándole el cuello con suavidad—. O tal vez compañera de trabajo. —Depositó otro beso, ahí, en ese punto donde se unía su hombro y el cuello—, la hija de mi nuevo socio… Yo no tengo por qué ocultar o dudar quien eres. Ahora, si no te gusta, bueno, estamos en un predicamento.

—Fue solo curiosidad. El común de las personas suele tardar un poco más en definir una relación —aclaró Ana sintiendo cómo Jason le erizaba la piel con sus besos.

—Como dice mami Rossana, «el tiempo es irrelevante cuando se trata de amor», y ella lo sabe muy bien. Conoció a Ángel en Italia, y diez días después ya estaban casados —resumió la intensa historia de amor de sus amigos.

—¡Diez días!

—Llevan siete años juntos —continuó con suficiencia.

—Impresionante… Si no es por la pequeña Gloria, pensaría que solo llevan unos meses juntos.

—Yo también pienso lo mismo. Por eso ella dice eso, el tiempo es irrelevante… Lo único importante es que el sentimiento sea verdadero y que cada día sea cultivado… ¿Qué es lo que sientes, Ani? —preguntó Jason, sintiendo una repentina angustia, a causa de su inexperiencia. ¿Entre ellos había algo más que esa innegable atracción? ¿Era normal sentirse tan tranquilo y cómodo con ella, a pesar de tener unas ganas locas de quitarle la ropa y hacerle el amor? ¿Ella sentía algo más, o simplemente todo lo que hacía correspondía a su forma de ser, tan amable, cariñosa, cálida?

Y ella no vio venir aquella pregunta, su intención era saber qué era lo que sentía él por ella. Esta vez Jason se adelantó a la jugada.

—¿Quieres saber lo que siento por ti? —replicó para asegurarse. Jason afirmó solemne.

Ana, hasta ese momento, no había analizado en profundidad sus sentimientos hacia Jason. Solo se dejaba llevar por sus impulsos, y no le ponía nombre a aquello que ella sentía por él. Solo de una cosa estaba segura, era algo enorme lo que él le despertaba en ella… Como nunca antes, se sentía libre, sin miedos, sin que la coartaran, sin tener que forzar nada.

Decidió entonces, que iba a seguir con su nueva religión; decir lo que su corazón le dictara, seguir sus impulsos, sus instintos. Estaba segura de que Jason no pondría cara de espanto al escuchar…

—Siento que quiero estar siempre contigo —declaró sintiendo como si se hubiera lanzado de un puente. El corazón estaba que se salía por su pecho y que la sangre fluía frenética en todas direcciones y la euforia multiplicaba esa sensación por mil—. Me gusta ser parte de tu vida, que tú seas parte de la mía. Tú cuentas conmigo, yo cuento contigo —continuó, sintiéndose más valiente, sin miedo a decir todo lo que había en su corazón—. Adoro tus detalles; que me des chocolate en las mañanas, que sepas cuanta azúcar echarle a mi café. Me gusta tu sensibilidad, tu vulnerabilidad, tu capacidad de adaptación. Eres impulsivo, a veces malhablado y mal genio. No pides permiso, solo tomas o haces lo que crees correcto. Y no me gustaría que cambiaras nada de eso, porque cuando te equivocas, también sabes pedir perdón e intentas enmendar tus errores… No cambiaría nada de ti, porque todo eso te hace ser tú. Y así como eres tú, es como te quiero. Eso siento… amor. Te quiero, Jason.

«Te quiero»… resonó como una bomba atómica en la mente de Jason. Apenas podía creer que escuchó esas palabras; por unos instantes pensó que era un sueño, uno maravilloso.

Pero no lo era. Ese cuerpo, esa piel, esa voz, ese aroma era el de ella, el de Ani.

Su Ani.

Era real. Todo, todo era real.

Y sintió que explotaba algo en su pecho, una inefable sensación que no podía identificar del todo, pero que, sin temor a equivocarse, siempre había estado ahí. Esperando. Como una pequeña llama, viva, constante y que, de pronto, al escuchar esas palabras se transformó en una hoguera que lo consumía por completo.

Nuevamente la había alcanzado, ella le había permitido entrar en su corazón, tal como era, sin pedirle nada. Ana lo quería, deseaba estar con él… Siempre.

—Yo también te quiero, Ani. —Pudo al fin responder a esa declaración. La abrazó más fuerte y aspiró el aroma de su cuello, del cual ya era adicto—. Mucho, mucho.

Ana sonrió y se dio media vuelta. Su mano izquierda se posó en medio de su pecho para sentir los fuertes latidos del enorme corazón de Jason, y con la otra, le acarició el rostro, y él, como siempre, respondió a su caricia entornando sus ojos y cargando su mejilla a ese contacto. Y se quedó ahí, disfrutando del calor que desprendía la palma de Ana.

—Te quiero, Ani —declaró abriendo sus ojos, mirándola y bebiéndose esa imagen, para recordarla siempre. Ella, sonriendo, con sus preciosos ojos de color avellana, grandes, brillantes y transparentes bajo esas cejas gruesas que no hacían más que resaltarlos, y esos labios que nunca dejaban de tentarlo. Todo aquello enmarcado en ese rostro de facciones suaves, delicadas y perfectas.

Jason acunó el níveo rostro de Ana entre sus manos, le encantaba sentir esa suavidad que contrastaba con la aspereza de su piel. Y la besó.

Y aquel contacto fue como romper una represa, porque ese beso no tuvo nada de suave, dulce y lento. Fue una fogosa batalla de labios, lenguas y aliento. En la cual ambos igualaban sentimientos, voluntades y deseos.

Sus cuerpos se atrajeron, se alinearon, se fundieron. Y las manos de Ana, inertes hasta ese instante, cobraron vida, dando un paseo sensual sobre el torso de Jason, deteniéndose en el ancho pecho, para luego descender, lento, lento por ese valle irregular que conformaban los músculos de su abdomen. Y a la postre, ascender por los costados hasta sentir esa espalda firme, dura, enterrando sus dedos con desesperación.

Jason estaba perdiendo la cabeza con esas caricias y su cuerpo se reveló indomable, al borde del dolor. Y para Ana, era evidente ese anhelo que se incrustaba flagrante en su vientre, provocando que su centro empezara a palpitar y a derretirse como cera caliente.

Estaba ardiendo, y Jason no hizo más que hacerle desear arder más en el momento en que sus enormes manos que, antes de abandonar su rostro, titubearon por un segundo. Una se ancló firme en su pecho, y la otra, en su trasero por sobre el vestido, atrayéndola más a él, arrancándole un gemido desde el fondo de su garganta.

Ana interrumpió el beso de un modo violento. Lo miró directo a esos ojos verdes, que le devolvían su reflejo con deseo. Ese deseo que él siempre reprimía, pero que esta vez estaba dejando correr libre por sus venas. Le besó de nuevo dejando que él hiciera de ella a su antojo. Tantos días anhelando que Jason la tocara, la poseyera… y que la quisiera. Ahora lo sabía, la lujuria había nublado su corazón. No era solo que Jason aplacara ese ardor, ella deseaba ser querida. Realmente querida… amada.

Y no quería esperar más. No le importaba la hora, ni el lugar. Solo el ahora.

Las manos de Ana descendieron más, llegando a las estrechas caderas de Jason, al tiempo que disfrutaba las voluptuosas caricias de él en sus pechos y sus leves pellizcos en los pezones que le hacían jadear. Sin olvidar esa mano que se perdía en su trasero. Jason tomaba con hambre esa carne firme y caliente. Todo sin dejar de besarla.

A Ana le parecía que él tenía cuatro brazos y no dos. Delicioso. Lo sentía en todas partes

Los dedos de Ana se deslizaron por la pretina del pantalón hasta encontrar la hebilla del cinturón como primer obstáculo. Jason lo notó, le sujetó las manos, pero en vez de impedirle el avance, se lo facilitó abriendo hebilla, botón y cierre.

No era el momento, no era el lugar. Podía entrar cualquiera a la librería. Pero ellos lo deseaban tanto. No les importó.

La mano curiosa de Ana al fin se dio el gusto de vagar dentro del pantalón de Jason, encontrándose con una abultada tensa, y dura erección confinada en la ropa interior de algodón. Ana acarició toda aquella longitud, Jason siseó ante ese primer contacto.

—Desde este momento, dejo de ser considerado. A la bodega —ordenó con un tono grave de voz. La besó brusco atrapando su labio inferior entre sus dientes, soltándolo de a poco—. Ahora.

La tomó de la mano y con premura le hizo salir de la zona del mesón donde estaba ella trabajando. Volteó el letrero de «Abierto» a la pasada y se internó hacia su destino.

A Ana no le importó el lugar escogido —no había otro en realidad que fuera más privado—, solo deseaba dejarse llevar y saciar esas ansias de sentir a ese hombre en su interior. Estallar con él, una y otra vez.

Estaba todo en penumbras, cajas por doquier, y un fuerte aroma a papel envejecido. Ana y Jason entraron y él cerró la puerta tras de sí, poniendo seguro.

No era muy grande el lugar, pero había una vieja silla en un rincón. Jason dio unas zancadas largas en esa dirección, sin soltar a Ana, que lo seguía con el corazón desbocado, eufórico.

Jason se sentó en la silla haciéndola crujir con su peso. A Ana le pareció que él exudaba erotismo sentado con los pantalones abiertos, revelando a medias, su deseo.

Ana no necesitó instrucciones ni invitaciones. Se montó a horcajadas sobre él sintiendo el calor y la dureza de su miembro. Era una tortura para ambos, saber que solo unas cuantas prendas de ropa les impedía su unión.

Pero Jason pretendía tomarse su tiempo. Le importaba un pepino si perdían un par de ventas. Iba a tomar lo que le pertenecía.

Deslizó los tirantes del vestido, arrastrando al mismo tiempo los del sostén para liberar los pechos de Ana, se quería dar un festín con su carne firme. Los pezones rosados e inhiestos le daban la bienvenida y lo tentaban.

Lamió con suavidad, degustando el sabor de su piel. Ana arqueó su espalda ofreciéndose a ese deleite. Jason alternaba sus sensuales caricias entre un pecho y otro. Era deliciosa, única. Chupaba, mordía y erosionaba esa piel con su barba. Ana jadeaba, era enloquecedor escucharla.

Ella se sentía vacía… Deseaba ser llenada.

Le quitó la camiseta a Jason y se encontró con aquel torso musculado, sólido y a la vez, flexible. Nunca imaginó que tuviera vello, pero lo tenía en la medida justa. Era tener frente a ella a un animal salvaje e indómito, y solo deseó sentir el roce de aquel pecho en sus pezones.

Lo besó profundo saboreando su lengua, y él se entregaba y a la vez exigía. Era una batalla campal, y no se daban tregua. Lo abrazó y sus pezones sensibles acariciaron esa pared de músculos, piel y suave vello que la hizo gemir. Sus caderas se movieron con voluntad propia, obteniendo un vestigio de placer. Jason aferró sus manos a las caderas de Ana por debajo del vestido sintiendo esa piel tersa. Echó la cabeza para atrás, disfrutando como ella lo montaba. Podía sentir como el calor líquido de ella traspasaba la ropa, estimulándolo, llevando ese juego a cotas más altas de deseo. Todo era tan erótico, tan primitivo.

Iba a explotar.

—Quítatelos —exigió dándole un tironcito al elástico de la diminuta prenda que ocultaba su feminidad.

Ana obedeció. Se puso de pie, y mirándolo a los ojos se quitó la tanga húmeda.

—Dámelos —demandó estirando la mano, como si se tratara de una ofrenda. Ana se los dio con una sensación contradictoria, entre vergüenza y osadía. Jason la abrumaba, era otro hombre, demandante, posesivo, lujurioso… Uno que le encantaba—. Son míos —proclamó su trofeo inhalando su aroma, para luego guardarlos en el bolsillo de su pantalón.

—Fetichista —acusó Ana con una sonrisa lasciva—. ¿No quiere algo más el señor? —interpeló con atrevimiento.

—Desnúdate —ordenó, mirándola fijo—. Déjate esas sandalias. El suelo está polvoriento.

Ana en silencio se terminó de quitar el vestido y el sostén. Los dejó sobre unas cajas con cuidado, y se quedó a la espera, de pie. Se sentía expuesta, vulnerable, excitada… Todavía vacía. Se preguntaba si a Jason le gustaba lo que veía. No había previsto que estaría en esas circunstancias, no había depilado su pubis… Antes era requisito parecer una actriz porno. Ahora no lo sabía. La inseguridad la invadió y sus manos se fueron directo para tapar su monte de venus.

—No hagas eso —dijo Jason, autoritario—. ¿Por qué lo haces? —preguntó con más tacto.

—No sé si te gusta… eso —respondió vacilante.

—Me da igual, pero prefiero una hembra en vez de una mujer que pretende ser una niña —sentenció con seguridad—. «Eso», te convierte en una hembra hecha y derecha. Así nos hizo la naturaleza, me importa una mierda la moda de tener o no vello púbico.

Ana esbozó una sonrisa, y con lentitud retiró sus manos y no se ocultó más.

Jason, sin decir nada más, se levantó de la silla para ponerse de rodillas frente a ella.

—Abre las piernas. —Fue el breve mandato que ella obedeció—. Quiero una probada de mi hembra.

Lo siguiente que sintió Ana fue que los dedos de Jason se abrían paso con delicadeza entre sus rizos. Su clítoris fue atrapado por los masculinos labios de Jason, que succionaron y juguetearon con la lengua, provocando oleadas de frenesí.

—Ay, Dios. —Logró decir Ana, con un hilo de voz. Enterró sus dedos en la cabellera de Jason. Él le hacía sentir como una diosa siendo venerada.

Jason absorbía la esencia de ella, buscando lo que a ella más le gustaba, no podía ir más allá, pero eso no le impidió usar otros métodos. Tanteó con sus dedos la hinchada y húmeda sedosidad de Ana hasta encontrar la entrada al paraíso. Hundió uno, sin dejar de estimular su clítoris.

Lentamente, ese dedo entraba y salía…

Entraba y salía…

Entraba…

Salía…

—Dios, Jason… —rogó Ana, moviendo sus caderas hacia adelante, buscando un contacto que la catapultara al éxtasis. Pudo sentir más esa boca, esa barba que le hacía sentir diferente, pero no por ello menos placentero.

Era exquisito, de hecho.

Otro dedo más y Ana jadeó. Jason pudo sentir como el interior cálido de ella, lo atrapaba, lo reclamaba, le exigía más. Pero continuó con la lenta tortura. Por mucho que él deseara enterrarse sin más en ella, prefería dedicarse a dejarla lista para que lo recibiera y estallar al instante. Porque estaba segurísimo que la abstinencia le iba a hacer una muy mala jugada.

En ese juego anterior en el que ella se restregó contra él de forma voluptuosa, casi le hizo acabar como si fuera un chiquillo virgen.

Al menos, debía tener consideración hacia esa mujer que le estaba entregando todo. No debía ser un imbécil, él no era un imbécil. Ana merecía a un hombre verdadero, uno que se entregara como ella.

—Dios, necesito más… —rogó Ana sintiendo que estaba al borde de la locura. Estaba tan cerca y Jason no le permitía alcanzar el placer—. Más… más, Jason.

Pero él no le dio más, en cambio se alzó frente a ella, enorme, un metro ochenta y tres de hombría. Se limpió la boca con el dorso de su mano y la besó profundo. Ana logró percibir su propio sabor en la lengua de Jason. Todo era tan diferente, tan desinhibido y natural a la vez.

Jason le hacía sentir que todo, todo estaba permitido entre ellos. No existían las barreras, lo bueno, lo malo, lo recatado, lo sucio, todo se podía experimentar.

El tintineo de la hebilla del cinturón la trajo de vuelta al momento. En diez segundos Jason se quitó todo quedando desnudo frente a ella. Soberbio, imponente fueron los calificativos que cruzaron la mente de Ana para definir el cuerpo de ese hombre. No había duda, ese hombre era el pecado mismo personificado.

—Ven —invitó Jason, sacándola de su admiración. Le mostró un preservativo que él siempre tenía guardado en su billetera.

—No —se negó Ana—. Todo está bien, uso pastillas y mis exámenes salieron buenos —informó—. Quiero sentirte piel con piel… por primera vez quiero hacerlo así —confesó de manera implícita que Joaquín siempre exigió la doble protección.

—Bien… —replicó nervioso—. Entonces, serás la primera con la que no use esto —admitió. Jamás había follado sin protección, y jamás había hecho el amor. Era su primera vez.

Irónico para ambos.

Ana se acercó a él, le acarició el rostro, al mismo tiempo que lo montaba a horcajadas.

—Te quiero, Ani —declaró cerrando los ojos. Jason adoraba ese toque tan delicado, tan de ella.

—Yo también… —respondió empuñando sorpresivamente el miembro de Jason, provocándole un siseo. A Ana se le antojó que era del tamaño preciso, proporcional al cuerpo de él. Perfecto. Apretó levemente, y su mano subió y bajó con deliberada languidez. Una y otra vez…

Caliente, duro, suave.

Terciopelo y piedra.

—No sigas, Ani… —rogó tomándole la muñeca. Era demasiado—. Alza tus caderas —indicó mientras él guió a Ana para que le permitiera entrar en ella.

Lento, pausado…

Húmedo, suave…

Caliente… sintiendo cómo ella se abría milímetro a milímetro, dándole la bienvenida. Envolviéndolo, ajustándose a su tamaño como si fuera hecha a su medida.

La sensación lo estaba matando, la sentía en todas partes. Nunca antes había experimentado semejante placer. Era adictivo.

Ana se sentía colmada, llena de él. Al fin tenía lo que quería. Lo tenía todo, el cuerpo y el corazón de ese hombre.

Muovere, bella Ani —demandó en italiano. ¿Por qué lo hacía? Sabía que ella le gustaba cómo él lo hablaba. Últimamente sus libros solo trataban de italianos. Le iba a dar lo que fantaseaba. ¿Por qué no? Era como un juego, pretender que eran otros—. Muévete, bella Ani —tradujo de inmediato—. Muovere a tuo piacimento.

Escuchar esa voz grave hablándole en italiano le hizo estremecer todo su interior, y Jason pudo sentirlo. Ana empezó a moverse y el placer empezó a atravesarla como dagas. Era casi un orgasmo inmediato. Sus caderas tomaron un ritmo cadencioso, pero exigente.

Jason disfrutó ese sensual baile todo lo que pudo de manera estoica. Estaba perdiendo la cabeza, solo podía sentir que el éxtasis era inexorable. Necesitaba que ella lo alcanzara primero para dejarse arrastrar.

Cara mia, muovi duro, dammi a me! —exigió tomando parte activa en los movimientos que ella imponía, hundiéndose más profundamente.

Eso fue demasiado para ella, Jason estimulaba todos sus sentidos. Esa orden que entendió a la perfección, esa voz cruda de deseo, sentirlo duro en su interior, moviéndose junto con ella, dándole todo… Podía sentirlo. Él lo era todo.

Y estalló. En cada embestida, su interior se contraía más y más, extrayendo todo el placer que él le daba, y que le recorría todo el cuerpo, haciéndole perder la voz en quejidos que no era más que un desgarro de su voz. Siguió ese exquisito vaivén, anegada en ese éxtasis, potente, embriagador.

Ana se aferró al cuello de Jason lanzando un último gemido y echó la cabeza para atrás, tensando todo su cuerpo y su interior. Y él no soportó más y la siguió, abrazando su cintura, apoyando su frente entre los pechos de Ana y, enterrándose una última vez, lo más profundo que pudo, se dejó llevar, vaciándose hasta quedar seco, llenándola con su semilla, completando ese ancestral y primitivo ritual.

Sin saberlo de manera consciente, ellos se habían marcado para siempre, de manera indisoluble. No era una mera unión carnal. Sus almas, sus mentes eran una.

Ellos eran uno.

Entre el querer y el amar la distancia era demasiado corta. Ana y Jason en tan solo unos minutos la recorrieron, pero la prudencia ganó como para decirlo en voz alta. Les faltaba fortalecer aquel amor, asentarlo, abrazarlo y aceptarlo.

—Jason… —llamó Ana cuando pudo recuperar el resuello.

—Mmmm —contestó apenas. No se había movido ni un centímetro. Podía sentir como los latidos de ella todavía retumbaban en su pecho.

—No duramos nada —comentó de buen humor—. Pero me has hecho sentir el mejor orgasmo de mi vida. Casi me morí —confesó desvergonzada—. Te voy a violar todos los días —advirtió más desvergonzada todavía.

Jason rio a carcajadas, esa declaración le parecía un déjà vú.

—Pues, va a ser un gusto… Todo lo que quieras, señorita violadora.

Ana rio, más valía que buscaran un mejor lugar, sino pronto esa bodega iba a oler a sexo en vez de papel.