CAPÍTULO 51

Me despierto del todo. Llevo un rato intentándolo, pero no lograba abrir los ojos y el sueño me volvía a vencer. Ahora que he logrado despegarlos, no reconozco dónde estoy. Las paredes son rosas. Miro a mi alrededor, distingo a una Peppa Pig y una colección de Monster High… Me sitúo. He dormido en la habitación de Nerea. Ahora recuerdo que me desplomé en casa de mi hermana. Estaba muy alterada y ella me proporcionó calma psicológica y farmacológica. Con esta familia los laboratorios de antidepresivos y somníferos se hacen de oro.

Me incorporo de la cama y subo la persiana. Es de día. ¿Cuánto tiempo habré dormido? Recuerdo que llegué a la hora del desayuno y hasta la comida no me serené. Me pasé toda la madrugada en mi casa testificando y ayudando a mis compañeros a recoger las pruebas. ¿Será esa misma tarde o el día siguiente? Por la vagancia que siento creo que es el día siguiente, debo de vestar igual que Blancanieves cuando la besó el príncipe después de llevar, vete a saber cuánto tiempo, dormida.

Bajo las escaleras. No escucho ni un ruido. Raro.

—¡Hola! ¿Cris?

Nadie me responde. Voy a la cocina. Se ve destartalada con cosas del desayuno. Vale, he dormido casi un día entero. Bebo tres vasos de agua y me preparo un café.

—¡Ah! ¡Ya estás despierta!

La voz de Cris por mi espalda me ha asustado y casi tiro el café. Se mueve en la silla de ruedas más silenciosa del mercado.

—¿De dónde sales? —le pregunto.

—De la terraza, de desayunar con Iván. Vente, te necesito. Estamos valorando posibles candidatas para asistenta, e Iván solo elige a las buenorras.

Sonrío. La calma vuelve a su hogar. Ayer me lo contó. Después del incidente con Samuel, Iván y ella hablaron. Él reconoció que se había alejado un poco del estrés familiar y que sus padres se habían convertido en una carga, más que en una solución. Cris le pidió mil perdones por lo de Samuel y aunque es algo que todavía le duele, y es difícil perdonar, estoy segura de que Iván lo hará, porque adora a mi hermana. Ella le hace ser mejor persona; ella nos hace ser mejor personas a todos. Es igualita a mi madre. Salgo a la terraza y saludo a mi cuñado. Iván continúa constipado, pero ya tiene la nariz de un color compatible con la raza blanca. Los niños se han escapado con Karina y mi padre al Retiro. Se han ido a dar de comer a los patos para dejar intimidad a los tortolitos. Parecen la pareja de antes de la invasión infantil. Ellos dos, los de la complicidad y las risas, los de los cuchicheos y las miradas provocativas de mi hermana.

«Tendréis baches, hijas, pero si los saltáis, afianzarán vuestra relación. Nadie sabe todo lo que hemos tenido que brincar vuestro padre y yo» Recuerdo a mi madre, como si fuera ayer. A ella le encantaba hablar del amor, de su historia con mi padre, de cómo se conocieron. En su momento, me parecían exageraciones, y pensaba que nunca me pasaría nada así. Estaba totalmente volcada con mi carrera. Ahora he perdido todo por lo que luché: mis horas de estudio, de entrenamiento, de soledad y mi esfuerzo, por defender a un hombre que me gusta; irónico. Parece que el que mueve los hilos me está haciendo elegir: o el amor o el trabajo.

—¡Ah! Ari, ha llamado tu nuevo compañero, Juan.

—¿Qué quería?

—No sé, no hay quién le entienda, habla en poligonero. Se ha puesto Iván porque a mí me daba la risa.

—Yo he descifrado —se explica Iván—, que Adrián continuaba detenido y que le están interrogando, pero algo de que unas fotos, de que tenías razón.

Me imagino que ya habrán descubierto que las fotos son de Paul. Debería llamar a Juan para que me proporcione el teléfono de la abogada sexy, de Gabriela. Y también debería acercarme a la comisaría para recoger mis enseres, pero prefiero cualquier cosa: que me inflen a coliflor, pisar descalza una cucaracha, cualquier cosa, que ir a la comisaría… pero no me queda otra.

—Cris, tengo que ir a la comisaría. No lo puedo dejar.

—Vale, esta tarde te acompaño. Ahora ayúdame a ponerle cara a tu Adrián.

—No hace falta que me escoltes. Además no puedes andar.

—Ari, para eso están las muletas. Ven, es que he metido el nombre de Adrián en Google, por pura casualidad, y me han salido varios.

Iván nos tiende el portátil.

—Yo os dejo. Voy a preparar la comida. —Se incorpora mi cuñado.

—¡Así se habla! ¡Mi marido, el cocinillas!

Iván se ríe y le da un beso antes de evaporarse y dejarnos a solas.

Efectivamente hay muchas fotos con la búsqueda que ha hecho mi hermana: Adrián C famoso guapo treinta años español

Me mearía de la risa si no me doliera todo el costillar al hacerlo.

—¡Es que no me acordaba del apellido, pava!

Ni una es la de Adrián. Le sigo el juego y ahora sí, introduzco su nombre y apellido y le doy a la búsqueda por imágenes ¡Y voilá! Un montón de fotos de un Adrián mucho más joven se me aparecen.

—¡Madre mía, Ari! Pero, ¡qué bueno está!

—Pues no es por chulear, pero yo juraría que ahora está mucho mejor. Adrián ha ganado con la edad. —Una sonrisilla de orgullo se me dibuja en la cara.

—¡Trae para acá! ¡Que estás babeando! —Mi hermana gira el portátil y va viendo las fotos con detenimiento y apostillándolo todo. Por cada imagen que abre, repite comentarios del tipo: «¡Madrecita, este ángel caído del cielo es imposible que haya matado a nadie!». Varias versiones de esta misma oración me hacen sonreír. Cristina quiere enviarme todo su apoyo y lo hace como ella mejor sabe, en tono de humor.

Respecto a lo que curioseamos, son casi todas imágenes de revistas, de Adrián entrando en clubs y en fiestas. Pero después de las primeras, le veo en una portada con Enma, la que fue su novia. No me detengo mucho en mirarla, no creo que me haga bien. Hay hasta las instantáneas de la pelea en el bar. Paso de curiosear en su pasado. Cris, por una vez, está de acuerdo conmigo y clausuramos la búsqueda.

—Hermanita, tengo que conocer a ese dios en persona. Esta tarde vamos para la comisaría.

—Vale.

Mientras conduzco hacía la comisaría, Cris y yo hacemos resumen de la comida. Por primera vez ha sido una delicia. La cordialidad y el buen rollo han regresado a mi familia. Karina ha cocinado junto a los peques unos blinis, con mermelada de arándanos, para chuparse los dedos. He conversado con ella, y aunque parece triste porque su hermano está detenido de por vida, y es huérfano de padres y de un testículo, su alegría por poder continuar su relación con mi padre le da fuerzas. Cris y yo le hemos dado la bienvenida a nuestra familia, ahora sí. Todos hemos brindado con zumo, por la nueva pareja. Karina hace feliz a mi padre, es obvio y aunque es todo lo contrario a mi madre, ambos han demostrado que se quieren, y ante eso, el tiempo dirá.

Mi hermana no tiene mucha práctica y a paso lento de muleta nos adentramos en la comisaría. El olor, el clima… lo voy a echar tanto de menos. He hablado con un abogado del sindicato y cree que pronto volveré al cuerpo. Que puedo alegar que mi relación con Adrián era parte de la investigación, pero eso sí, que pida cambio de destino. Ya veré lo que hago.

—Hola, Ari, ¿qué tal? —Juan ha venido en mi búsqueda y me está abrazando.

—Bueno, bien. Un poco cansada. Gracias por llamarme.

—¡Jo, chaval! Me parece fatal lo que ha hecho el jefe contigo.

—Gracias, aunque su parte de razón tiene. De todas formas necesitaba descansar.

—Pero es que estás en lo cierto… ese tío es inocente.

—¿A que sí, macho? —Se cuela Cris.

—Yo estoy seguro —le responde Juan—. Pero el comisario se ha obsesionado. No lo entiendo.

—¿Y para ti, quién mató a la chica? —le pregunta Cris en tono colega.

—Va, está claro, el flojeras. Ese es el que lo lió todo.

Sonrío. Juan es un buen chico y reconozco que me ha sorprendido que tenga opinión propia y no se deje llevar por el jefe. Con razón dicen que es un flecha estudiando. Sus expresiones son lo peor, pero hasta creo que las exagera para parecer más guay. Al final, sí que va a estar terminado, le falta habilidad social, eso es todo.

Aunque no estoy de acuerdo, dudo que haya sido Álvaro. Yo apuesto por Arthur. Alguien que se echa tanta colonia tiene algo que ocultar. He de buscar la razón, pero todo concuerda. Esta es mi hipótesis: Adrián va a hablar con Rebeca, inducido por él y a sabiendas de que Álvaro conocía la inminente visita de Adrián, no la suya. Arthur le acompaña y a dos calles se despide. Mientras que va a buscar un arma llama a sus hermanos y al colgar se dirige a la casa de Rebeca para asesinarla cuando salga Adrián. Piensa que él ya estará dentro puesto que no sabe que Adrián primero pasó por su coche para coger el móvil. Pero al llegar, justo le ve aparecer y se le enciende la bombilla. Le va a culpabilizar. Los acecha mientras se saludan y al adentrarse se cuela, le golpea en la cabeza y dispara a Rebeca. Después le despierta y se hace pasar por el buen samaritano, ayudándole en todo, dando la vuelta a la tortilla, consiguiendo así su silencio. Rebeca escribe en el suelo: A… porque quería decir que era Arthur el asesino. Solo falta averiguar cuál fue el móvil y de dónde sacó el arma.

—¡Ari! —exclama una voz familiar. Me giro. Es Rubén.

—¡Rubén! —Corro hacia él. Nos fundimos en un abrazo. Evidentemente tengo cuidado con su brazo. Luce mucho mejor. La cara todavía con algún hematoma, pero en estado de recuperación.

—¡Qué bien que hayas venido! Te iba a llamar ahora. —Me sonríe.

—¿Qué tal estás?

—Bien, mucho mejor. A base de calmantes, pero bien. ¿Y tú? Ya me han contado que ayer fuiste aplastada por un gigante.

—Ahh… el mismo que te aplastó a ti. ¡Qué asco de hombre! Me estaba vigilando el muy depravado.

—Ya, ya me han dicho. De momento ha testificado que es cierto lo del robo en casa de tu padre, lo mío todavía no.

—Pues que le aprieten en cierta zona dañada… ya verás cómo canta.

—Jajajaja, ¡qué bruta!

Rubén me sisa por un brazo y me aleja de Cris y Juan.

—Lo que ha hecho Enrique contigo no tiene nombre, y lo va a tener que deshacer o se va a montar una gorda.

—Bueno, bueno. No sé qué sabes Rubén.

—Todo, lo sé todo. Que Adrián y los otros dos están detenidos por encubrir un asesinato. Que ayer el rompebragas, perdón, Adrián, te salvó la vida, esterilizando al gigante ruso, y lo de las fotos en las que te lo estás montando con él en el sillón.

—Rubén, yo… —No puedo continuar por el sofoco.

—Ya, hasta las trancas, has caído como una idiota. No te culpo, el tío es majo. He hablado hace un rato con él. Me ha preguntado mil veces por ti.

—Lo siento —me disculpo— ¿Qué tal está?

—Bien, para ser un finolis, se adapta bien al calabozo. ¿En serio crees que es inocente?

—Sí. Rubén, él no fue. Si tenía alguna duda, ayer se disipó al verle disparar. Cerró los ojos, gritó como una nena y después, tenías que haberle visto.

—¿Y aun así te gusta? —se asombra.

—Más, me gusta más. No sé cómo explicarlo. Adrián es real. No finge. Rubén, él no ha sido.

—Ya, ya… Ven. Tengo que enseñarte una cosa.

Le indico a mi hermana que se siente en una silla y me espere. Ella me hace un gesto de que me marche tranquila que se lo está pasando «a tope» con Juan.

Rubén y yo entramos en el que era mi despacho. Me quiere mostrar algo del ordenador. Me acerco.

—No se lo he presentado todavía a Enrique, pero mira.

Rubén clica en una pantalla y se abre un vídeo de una calle. A los segundos aparece Adrián caminando… ¡Es el vídeo de la cámara donde tenía el coche aparcado! Está estacionado justo delante del objetivo y se le distingue a la perfección. Me acerco mucho más a la pantalla del ordenador. Adrián saca una llave del bolsillo y abre la puerta del copiloto de un Audi Q7. Sin comentarios. Después se sienta. Se lleva las manos a la frente unos segundos y se toma un tiempo para mirarse en el espejo retrovisor. Acto seguido, destapa su guantera. «¡Dios mío que no saque una pistola!» Se le vislumbra al detalle extraer un objeto, solo uno, y no es una pistola, no. ¡Es un móvil! Suspiro feliz.

—Tienes razón, Ari. Él no ha sido. Todo lo que cuenta concuerda.

—¿Le crees? —le cuestiono nerviosa y a la vez feliz por lo que acaba de mostrarme.

—Creo en ti. Eres mi compañera. Si tú estás segura, te ayudaré a demostrar su inocencia.

—Gracias.

Rubén finge unas toses y después prosigue:

—Respecto a lo que te pregunté en el hospital, olvídalo… eso no ha pasado.

—¿El qué? ¿Lo que me dijiste cuando estabas totalmente drogado?

—Eso, eso… —Me guiña un ojo.

Le vuelvo a abrazar. Rubén es el mejor compañero que jamás tendré. No le puedo perder.

—Otra cosa, Ari, Enrique se jubila. No nos lo había dicho, pero ha venido su hija, Fátima…

—¿Fátima? —le interrumpo— ¿De qué me sonará ese nombre? ¡Ah! ¿No te liaste hace poco con una Fátima?

—¡Calla, calla! Aquí las paredes hablan… El caso es que me lo ha contado porque le van a dar una fiesta sorpresa.

—Pues creo que no estoy invitada —bromeo.

—Pues no, probablemente no, pero no por lo que tú crees. ¿A que no sabes quién conoce a Adrián, ha ido al mismo colegio y estuvo enamorada como una quinceañera?

Me quedo de piedra.

—Sí, querida compañera. La hija de nuestro comisario estuvo enchochada cual adolescente de tu finolis. Cuando su padre se dio cuenta la mandó a Suiza de Erasmus.

—Osea, que ¿Enrique ya conocía a Adrián?

—Pues sí. Fátima ha visto las fotos en el periódico y me lo ha contado. La familia de Enrique y la de Adrián son del mismo círculo social y nunca se han llevado muy bien. Por eso te he dicho antes que no le va a quedar otra a Enrique que devolverte a tu puesto; tú no serás neutral, pero él tampoco. Y se lo voy a decir. Aquí se va a liar, pero que muy gorda.

—No, Rubén, déjalo estar. Le queda poco para jubilarse. No me apetece ser la que le arruiné su impecable vida laboral.

—Y mientras, tú…

—Yo, yo descanso. Necesitaba unas vacaciones. ¿Te puedo pedir un favor?

—Claro.

—Quiero ver un momento a Adrián.