CAPÍTULO 13

—Hola Ari, me tienes abandonada. —Son las 9.10, he dormido cinco horas y veo a Simón, en brazos de mi hermana, berreando en la puerta de mi casa. Les hago pasar. Amarro al enano, que se tranquiliza al sentirse mimado por su tía y aparto a Queca de la puerta. Mi gata es más de salir que yo; si me descuido se me va de viaje y me manda fotos como el enanito de Amelie, con tal de no verme, ¡mira que es despegada la jodía gata! Cuando yo entro en una habitación, ella sale, y viceversa; a veces creo que me tiene manía.

—¿De dónde vienes a estas horas, Cris?

—Hermanita, para las que nos sois madres y vivís en un universo alejo y repleto de emociones, ha empezado el cole.

—¿Ya? —Cada año comienzan antes. Los padres están desesperados por dejar a sus hijos en manos de los extraños profesores. Para mi hermana es el mejor día del año. Lo que siempre me hace preguntarme: ¿para qué tendrán hijos? Deberían haberse conformado con los Furbies, o los Tamagochis.

—Sí, estoy tan contenta. Por fin tengo tiempo para mí. He traído cupcakes para celebrarlo. Cógelas, están en el carro. Voy al baño.

Mi hermana me deja con el pequeñín en la entrada y desaparece. Simón es divino. Tiene el pelo rizadito y es muy moreno, como su padre. No sale en nada a Cris. De los cuatro hijos de mi hermana, Simón es el más amoroso; se pasa el día dando abrazos y besos, y ya empieza a hacer ruiditos. Su preciosa risa es mi despertador. Mi hermana le grabó un día riéndose, me lo mandó y la seleccioné como alarma; no se me ocurre ningún sonido tan energizante. No como la ensordecedora carcajada de Arthur… ¡Ajjhh!

—¡Ahhhhhhh! —Cris ha emitido un grito espeluznante. Corro despavorida hacia ella. Antes de llegar me imagino qué es lo que le ha hecho gritar. Se me había olvidado.

Efectivamente, Rubén salía del baño cuando Cristina se disponía a entrar, y si no es por el bendito bóxer, desnudo. Él la mira sonriente. Ella que casi se mimetiza con la pared, de lo pálida que está, me grita:

—¿Pero quién es este? Podías haberme avisado, ¡por Dios, casi me muero!

Simón le señala con una manita, pero con la otra me agarra mucho más fuerte el cuello.

—Es Rubén, mi compañero, y no es lo que piensas.

—¡Oh, sí! —interrumpe Rubén, consiguiendo que le mate con mi mirada—. Tú no sabes lo que está pensando —recula.

Cristina me mira incrédula.

—No es lo que crees, Cris —le explico con tono aburrido. Estoy harta de las bromas de Rubén—. Se ha quedado a dormir en el sillón. Trabaja en el mismo caso, el de las citas.

—Ahhh… —emite Cris, y ni corta ni perezosa se gira para echarle una ojeada al único hombre desnudo que ha habido en mi casa—. Encantada, Rubén, soy Cristina, la hermana de Ari. —Y se acerca para darle dos besos. Mi hermana nació sin pudor.

—Me lo imaginaba, aunque no os parecéis en nada —responde Rubén, divertido por la situación. A él no le importa que le miren, para eso se pasa las horas muertas cultivando su cuerpo. Y parece ser que a mi hermana le encanta mirar. Estoy por dejarles a solas.

—¡Bueno, tú, vístete! —le pido mientras vuelvo a la cocina con mi sobrino en brazos.

—¿Para qué? Si está bien así —bromea mi descarada hermana.

—Más que nada porque hay niños delante, en concreto tu hijo, guapa.

—¡Pero si Rubén es un ejemplo a seguir! Simón tiene que aprender de él. Mira, cariño, mira que abdominales tiene el señor policía, no como los de tu padre, que son bultos de butifarra.

Rubén y mi hermana se tronchan, yo no les hago ni caso y me marcho tapando las inocentes orejitas a mi sobrino.

Después del incidente desayunamos los tres juntos. El pequeño angelito se ha quedado frito en su carro y nos permite entablar una conversación tranquila. Mi hermana y Rubén se entienden a la perfección y no paran de gastar bromas sobre mí y mi estilo de vida. No entro al trapo, prefiero disfrutar del sabor de la tercera muffin en mi boca. Sí, tres… ¡y que no haya una cuarta! Estoy nerviosa, he quedado con Adrián, y estoy atacada. Cuando los nervios se apoderan de mí, no me da por el ayuno absoluto, como al resto de los humanos, a mí se me abre el estómago y podría tragarme lo que ingiere un luchador de sumo sin aspavientos. Cada vez que me acuerdo de la cita de ayer con Arthur y su invasión de mi espacio vital… ¿Y si a Adrián le da por lo mismo y también me besa? No, no puede pasar. No he de permitirlo. Soy una profesional y sé que Adrián desestabilizaría mi cordura, es demasiado guapo. Me mantendré alejada y si intenta algo, le haré la cobra. Le haré una cobra de libro, de las que no se olvidan y te mantienen enganchado. Porque claro, no puedo ser desagradable, en teoría he quedado con él porque me gusta. Bueno, ya improvisaré. Cada vez se me da mejor.

Ensimismada en mis pensamientos, no me he dado cuenta de que mi hermana está hablando por teléfono. No le debe de estar gustando lo que dicen porque parece mosqueada. Rubén me susurra que cree que le han llamado del colegio. Cuelga.

—Me tengo que ir a casa un momento, Ari. Izan se ha hecho pis encima y a sus divinas y educadas profesoras no les apetece cambiarle de ropa. Así que me toca correr a casa, cogerle muda nueva y llevársela al colegio. Ahora vuelvo. —Cristina sale escopetada de la cocina. La acompaño—. ¡Un placer Rubén! Espero verte pronto —le grita desde la puerta.

—Lo mismo digo —oímos.

—¡Pero la próxima vez sin bóxer! Hazlo por esta pobre madre de familia…

—¡Cristina! —le reprendo—. ¡Vale ya!

—¡Qué callado te lo tenías, avispa, que eres una avispa! ¡Vaya tío! Y se nota que le gustas.

—¡Anda ya!

—Todas las mañanas, de siete a diez. Me encantan, me parto con ellos, me dan energía para todo el día.

—¿De qué hablas?

—De Anda ya, el programa de radio. ¡Ayss, Ari! Tengo más vida cultural que tú. Bueno que ahora vengo. No tardo.

—Oye, que te dejas a Simón.

—No, quédatelo, si no tardaré más.

—¡Pero que me voy en una hora!

—Tranqui, llegaré antes. Quiero ver cómo te vistes para tu paseo enológico.

—¡La madre que te parió! Date prisa —le digo esto a su espalda que marcha a toda velocidad hacia su casa.

Vuelvo a la cocina. El enano sigue durmiendo. Rubén está recogiendo la cocina.

—No te preocupes, ya lo hago yo. Debes irte a la comisaría. Has de hablar con Ruth.

—No, venga. Tú prepárate para el pijo ese. Cada vez que pienso que no te puedo acompañar… Solo a ti se te ocurre aceptar citarte en un viñedo solitario.

—Ya, pero ayer con las prisas de quedar, no caí. Pero no te preocupes, estaré bien. Llevo mi arma. Tú llámame como hemos quedado y yo te iré mandando mensajitos.

Rubén termina de fregar y se dispone a irse. Sé que está inquieto. Es el compañero más protector que he tenido jamás. Le acompaño a la puerta.

—Ari, prométeme que no te vas a acercar tanto. No me gusta Adrián.

—Lo intentaré. Pero sabes que tengo que saber si se acostó con ella. Me lo va a decir, sí o sí.

—Mira que eres cabezona… —Rubén me golpea, suave, en la cabeza—. Mantenme informado.

—Lo haré. Chao.

¡Me va a dar un patatús! ¡Mi hermana no me coge el teléfono! Ha pasado una hora y media y tiene el móvil apagado. Le he dejado ya diez mensajes y nada. Había quedado con Adrián hace diez minutos y no sé qué hacer. Según el GPS tardo media hora en llegar al punto de encuentro.

Y ni mi padre, ni el de la criatura, me descuelgan el teléfono. Iván está de viaje de negocios y papá… prefiero ni imaginármelo. Tengo que irme. Estoy hiperventilando. Yo suelo ser muy tranquila y ordenada, más que nada porque odio sentir este millar de nervios.

«Ari tranquila. No conduzcas así. Llama a Adrián». Oigo a mi madre. Es cierto. Le llamaré. No quería que tuviera mi móvil, pero no me queda otra. Marco los números un poco temblorosa.

—¿Si?

—¿Adrián?

—Sí, soy yo.

—Soy Aridane.

—¡Ah! ¿Dónde andas? ¿Te has perdido? —suena comprensivo.

—No, es que me ha surgido un problemilla y voy a llegar tarde. No me arranca el coche.

—¡Ahh! No pasa nada… ¿Quieres que te vaya a buscar?

—No, no hace falta. Ahora mismo cojo un taxi… —¿Pero qué estoy haciendo? ¿Y qué hago con Simón? La Ari lógica me dice que quede otro día, pero solo me quedan seis, y Adrián tenía dificultades para verme en otro momento de la semana, me lo dijo ayer por teléfono.

—¿Para qué te vas a coger un taxi? Te paso a buscar.

—No, no… —No puede saber mi dirección—. ¿Conoces la estación Méndez Álvaro?

—Sí, claro.

—¿Quedamos allí? ¿Donde los taxis? Yo estoy en veinte minutos. —¿Y qué hago con Simón?

—Yo también. Salgo ya mismo. Hasta ahora.

—Sí. Hasta ahora.

¡Maldita sea mi hermana! ¿Y ahora qué hago? Insisto en llamarla, pero nada. No da señal. Simón se despierta y al verme me sonríe…

—Peque, te vienes con la tita a investigar. Te juro que no te va a pasar nada.

Debo de estar loca de atar.