Me encuentro algo inquieta, vamos nerviosilla. No tanto como para hacerme pis, pero tranquila, tranquila tampoco. Me intriga el comportamiento de los sospechosos al encontrarse conmigo en la sala de interrogatorios. Hemos optado por citar a Arthur el primero. Ya me han avisado de que ha llegado y ahora estoy en el baño, intentando serenar esta inquietud…
Voy a la sala contigua y por el cristal observo a Arthur. Sí, mi comisaría tiene una de esas salas con un cristal-espejo, para que podamos divisar los movimientos y gestos de los interrogados. No es lo usual, salvo en las series de EEUU, pero se ve que el arquitecto era forofo de CSI y nos diseñó una. A mí me encanta, le otorga más glamour a mi trabajo. Aún recuerdo la cara que puso Cris cuando se lo conté, le faltó pedirme un autógrafo.
—Este es el primero con el que quedaste, ¿a qué sí? —me pregunta Juan, mi nuevo compañero suplente.
Juan tiene veintiséis años, es el más joven de la comisaría. Y odio decir esto, pero en ocasiones, juraría que Juan no está terminado, le debieron de faltar unos días en su desarrollo. Eso sí, el pelo como un dandi, músculos hasta en el codo y ropita guapa, guapa, como dice él. Todavía no entiendo cómo pudo pasar a la academia de policía, siendo el número dos en la oposición. Debe de tener algún talento oculto, intelectualmente hablando, porque en directo, tratando con gente, parece un memo de libro. Rubén y yo le llamamos el «Jochaval», ya que repite esa interjección, un tanto informal, a cada comentario.
Como está tan verde, que dudo yo que pase algún día de ese color, mi jefe le obliga a rotar de compañero, para ver si aprende, y me ha tocado a mí ahora. Sobra explicar al detalle la cara de perro que le he puesto a Enrique cuando me lo ha endilgado. Él lo fichó, al saberle el número dos de la oposición, y cuál fue nuestra sorpresa al conocerle…
—Sí, es el primero —respondo a Juan.
—¡Jo, chaval! ¡Está mazao el tío! Este te pone mirando para Huelva.
Oteo a Enrique, con resquemor, y él me lanza, sin necesidad de hablar, un soberbio «es lo que hay»… Yo le contesto, al igual que él, desde la mímica gestual:«¡¡¡Si es que no hay ná!!! ¡Quítame a este tío!», a lo que él me responde: «Son lentejas… Y se acabó. Lo digo yo».
Me queda claro. Enrique sabe hacerse entender.
Arthur viste fiel a su estilo —antes muerto que sencillo—, vaqueros verdes y camiseta amarillo limón. Su semblante parece relajado. Juguetea con su reloj. Es el momento de entrar. Allá voy.
—¡Joder, Aridane! ¿Qué haces aquí? —Se levanta sorprendido.
Arthur se acerca para darme dos besos, pero mi mano extendida le bloquea.
—Hola, Arthur, soy la inspectora Cuéllar.
Sus hombros se han adelantado en señal de asombro y parece que los ojos fueran a saltar de las órbitas. Yo no me inmuto y le mantengo la mirada para que se acostumbre a esta nueva situación. Poco a poco se recupera de la sorpresa y con un gesto cargado de reproches, me tiende la mano:
—Buenos días, inspectora…
La consternación de Álvaro se ha hecho más que evidente. Tampoco se esperaba que fuera yo la que le apareciera por la puerta y su aspecto, si es de por sí frágil, ha empeorado al decirle que yo era inspectora y que quería hacerle unas preguntas sobre el asesinato de Rebeca. Preguntas que he repetido a ambos y estas han sido sus respuestas:
«¿Conocías a Rebeca Sanz?».
Arthur: Sí, ya te lo dije, quedé con ella mediante la agencia.
Álvaro: Sí, de la agencia.
«¿Sabías que la han asesinado?».
Arthur: No. No sabía que era ella. (Expresión mínima de asombro).
Álvaro: Sí, me lo dijiste tú. (Pálido, pero seguro).
«¿Cuántas veces quedasteis?».
Arthur: Una.
Álvaro: Una.
«¿Qué te parecía Rebeca?».
Arthur: Pues una mujer muy atractiva, inteligente, algo seria… normal.
Álvaro: Muy guapa, y muy natural. Una chica introvertida. Muy segura de sí misma…
«¿Tuviste relaciones sexuales con ella?».
Arthur: …ejem…. Sí. (Cierto rubor).
Álvaro: No. (Como un templo de rotundo).
«¿Sabías que estaba embarazada?».
Arthur: No… ¿estaba embarazada? ¡Dios mío! (Gesto de conmoción bastante sincero).
Álvaro: No, pero a veces lo pensé. Me pidió los datos de la consulta de mi hermano, es ginecólogo. Aunque ella no me dijo nada. Hablamos por teléfono en un par de ocasiones. (Palidez extrema).
«¿Crees que puedes ser el padre? ».
Arthur: No, ni de coña. (Expresión de total firmeza).
Álvaro: Yo no me acosté con ella, inspectora. No sé de qué manera podría haberle dejado embarazada. (Dice la verdad).
«¿Qué hiciste la mañana del 25 de agosto, sobre las 11 de la mañana?».
Arthur: Pues no sé, supongo que dormir. Trabajo por las noches en mis locales. (Aparente tranquilidad).
Álvaro: Trabajar… aunque creo que por esas fechas estuve enfermo y trabajé desde casa. (Más pálido. Este chico tiene muy mal color).
«¿Desayunaste en esta cafetería esa mañana?». Muestro una foto.
Arthur: No. (Respuesta demasiado rápida).
Álvaro: No. (Ídem).
«¿Tienes armas?».
Arthur: No.
Álvaro: No.
«¿Disparaste a Rebeca Sanz esa mañana?».
Arthur: (mirada fija a los ojos, pausa, trago de saliva sin quitarme atención, suspiro y vocalización). No, inspectora, yo no disparé a Rebeca.
Álvaro: ¡Por Dios, no! (Piel pálida y sudorosa).
«¿Sabes quién lo hizo?».
Arthur: ¡Y yo qué sé! (Enfado, pero recula al ver mi cara irritada). No, inspectora, no sé quién demonios mató a Rebeca. Yo sé que no fui yo. La conocí un día, me acosté con ella y si te he visto no me acuerdo. ¿Por qué iba a querer matarla?
Álvaro: No, yo no sé quién lo hizo. Podemos parar, no me encuentro muy bien. (Piel más sudorosa).
«¿Conoces a estos hombres?» (Muestro fotos de Adrián y del otro sospechoso, Álvaro o Arthur).
Arthur: (Las mira detenidamente). No.
Álvaro: Creo que no.
«¿Estás seguro?».
Arthur: Sí. (Mirada amenazante).
Álvaro: Uff... (Rugido totalmente audible de su intestino). No me encuentro bien, Aridane, me estoy… (Como siga se lo hace encima, pero me queda una última pregunta).
«Hay un testigo que dice haberte visto con estos dos hombres desayunando la mañana del asesinato en esa cafetería. ¿Qué tienes que decir?».
Arthur: ¡Se acabó! Quiero un abogado. (Muy, pero que muy chulito, como para darle un sartenazo).
Álvaro: No, no… ¡Cataplum! (Desparramado por el suelo).