CAPÍTULO 25

—¿Tú estás bien de la cabeza? —me pregunta muy serio Rubén. Ha logrado que Adrián, después de cenar, se marchase, insistiendo en que teníamos que hablar de trabajo.

—Rubén, yo… lo siento —murmuro.

—¿Qué es lo que sientes? —reclama y percibo que su voz, aunque habla en un tono bajo, está cargada de reproche.

—Haberte asustado y haberte hecho venir.

—¿Eso es lo que sientes? ¿Solo eso? ¿Y lo de enrollarte con Adrián? ¿Eso no? —su tono, ahora sí, va subiendo—. ¡La madre que te parió, Ari! Estás flipada con el rompebragas ese, y no te quieres dar cuenta.

—No, no, es que… —intento explicarme, ¿ha llamado rompebragas?

—¡Que no! ¿Me vas a decir que no te gusta? Ari, he estado aquí, ¿recuerdas? Este tío te tiene agilipollada… Y no me digas que es por la investigación, porque no cuela. Estabais a punto de montároslo cuando he venido.

—No exageres —respondo sosegada.

—¡Estoy harto! Mira que sabía que el guaperas te había molado. Lo noté al ver la cara con que lo miraste el primer día, pero ¡ostras! confiaba en tu sentido común. —Rubén lanza un suspiro al aire y con tono hiriente continúa—: Visto lo visto, lo has perdido.

—No te pases.

—¿Que, qué? ¿Que no me pase? —grita alterado—. Tendría ahora mismo que hablar con Enrique y mandarlo todo al carajo. —Es la primera vez que veo tan ofuscado a Rubén.

—No lo hagas, por favor —le suplico.

—Pues tú no te acerques más a ese idiota. ¿No ves que pierdes el control?

—¿Y tú no ves que estás exagerando un poco? —Vuelvo en mí. Rubén está muy cabreado y tengo que convencerle de que no diga nada.

—No, Ari, no estoy exagerando. No vuelvas a quedar con él o lo mando todo al traste.

—¡Pero cómo quieres que no quede con él! Tengo que investigar, no seas absurdo. Y te informo de que vale ya de órdenes, aquí mando yo.

—¿Mandas tú?

—Sí, yo. Y te prohíbo que hables con Enrique.

Me arrepiento al momento de decirlo, jamás había hablado de esta forma a Rubén. Soy su superiora, él es subinspector, es verdad, pero nunca hemos trabajado así Aprieta su mandíbula y su rostro se endurece antes de hablar.

—Muy bien, jefa —dice con retintín—. Pero yo estaba preocupado por ti, solo eso.

—Pues no me hace falta, sé cuidar de mí misma —espeto.

En sus ojos vislumbro decepción y rabia. Lo entiendo. Estoy siendo una tirana y una déspota, pero no puedo permitir que la jorobe.

—Y ahora si no te importa, me gustaría dormir. Mañana es un día largo.

—Muy bien, te dejo, jefa.

Rubén se encamina a la puerta. Me quedo sentada en el sillón en silencio. Tengo un nudo en el estómago. Odio discutir y más con alguien al que considero mi amigo. Rubén me importa mucho, y sé, en lo más profundo de mi ser, que algo de razón tiene, pero no tolero que me griten, ni que me ordenen; me encorajino y digo cosas de las que luego me arrepiento. Me espera una noche dura, no debería haberme comportado así.

—¡Ah! —Regresa y disimulo mi alegría porque haya vuelto—. Me voy al club ese. Ya sé cómo entrar.

—Déjalo, Rubén. Son temas familiares, si quieres vete a casa —le digo suave, sin levantar, del todo, la cabeza.

—No. Se lo he prometido a tu hermana. Voy a echar un vistazo.

—Como quieras…

Rubén se acerca a mí, se acuclilla y sin esperármelo me abraza.

—Perdona, Ari.

—No, perdóname tú a mí. Tienes razón, estoy idiota. —Arrastro mi cuerpo para abrazarle con fuerza.

Lloraría, pero me contengo.

Rubén se aleja un poco para mirarme a los ojos.

—No quiero que te pase nada, no me lo perdonaría nunca.

—No me va a pasar nada, tonto. —Le sonrío—. Vamos a resolver este caso y todo volverá a la normalidad, ya lo verás.

—Eso espero. No, no me gusta verte con él, así.

—Ya, me imagino.

—¡Ay, Ari!... Bueno, me voy al club. Mañana te cuento.

—Ten cuidado.

—Y tú, cabezona.