Le miro, su rostro está irresistiblemente relajado y respira profundo y tranquilo. ¡No ronca! Todos los hombres con los que he dormido han acabado resollándome en la oreja, pero él no. Levanto la sábana y observo su físico desnudo con minuciosidad. He elaborado un ranking de su cuerpo, pongo en el top tres a su glúteo (a ambos por igual), en el dos, sus abdominales, y en el uno, su pectorales, del tamaño perfecto, marcaditos, pero sin exagerar… Eso sí, el cum laude lo tienen sus manos, que son preciosas y además saben cómo dar placer.
Saco la cabeza de la sábana.
—Buenos días, fisgona. —Me asusta.
—¡Buenos días, dormilona! —repite, pero parece otra voz, como de otro lugar—. ¡Ari, despierta! ¡Aridane! ¡Venga dormilona! —Percibo un zarandeo, me despierto abruptamente y ahí le tengo frente a mí, al protagonista de mi sueño, con el que acabo de hacer el amor toda la noche… ¡La leche! ¡Oh, no! ¡Lo he soñado!
Adrián percibe mi conmoción y se arrodilla a los pies de mi cama para acariciarme la frente.
—Te quedaste frita anoche. No había manera de despertarte. Debías de estar agotada.
¡Madre mía! ¡Lo que he soñado! ¡Ha sido súper real! No me sale ni la voz. ¡Qué vergüenza!
—Necesitas a alguien más que a Queca en tu casa. Por tu manera de dormir pueden entrar a robar y tú ni enterarte —bromea, y al sonreír su boca se torna de bonita a espectacular, mucho más que en mi sueño.
Le intento pillar el hilo, pero las imágenes del sueño se me repiten. Creo que estoy colorada.
—¿Puedes hablar? Todavía tengo que sacarte a rastras. —Me sonríe.
—He…, he dormido muy bien… ¿te, te has quedado aquí? —le pregunto, igual no ha sido todo un sueño.
—No, no, en el sillón. —Pues sí, sí lo ha sido—. Es que me daba apuro irme sin despedirme. Te traje a la cama, pero te prometo que no me aproveché de ti.
¡Vaya por Dios!
—Es que me había tomado unas pastillas para dormir, por eso caería así.
—Semiinconsciente, parecías muerta —bromea.
—¿Sí? —le pregunto confusa, no recuerdo mucho—… ¿has dormido algo?
—Sí, tu sillón es muy cómodo, y Queca me estuvo haciendo caricias hasta que me amodorró.
¡Qué fuerte! Mi gata ha sido la que ha disfrutado de él, y va y yo me conformo con un sueño.
—He soñado contigo —digo incorporándome.
—¿De verdad? —Abre mucho los ojos.
—De verdad.
—Pues no te voy a preguntar con qué, porque tenías una cara y hacías unos ruiditos de lo más seductores.
¡Tierra trágame! ¡Pero trágame entera! ¡Quiero desintegrarme! ¡Qué corte! ¿Para qué le habré dicho yo nada?
—Jajajaja —se monda —. ¡Estás coloradísima!
—No, si te parece… Colorado ibas a ponerte tú si yo te contara.
Adrián, como un resorte, se levanta para hacerse un hueco y sentarse en mi cama.
—Cuenta, cuenta. ¿He estado bien? —intenta preguntar serio, pero se le escapa una risita.
—Insuperable —le afirmo, aceptando su mirada.
—¡Vaya! Pues me lo vas a poner difícil, no es fácil sobrepasar a los sueños.
—¿Quién te ha dicho que tú y yo vayamos a tener algo? —le apunto.
—Nadie, no me lo ha dicho nadie, pero yo lo voy a intentar —propone mientras que a la vez su mano me acaricia el pelo, introduciendo un mechón por detrás de mi oreja—. Cuando se demuestre mi inocencia te pienso acosar.
—Pues te denunciaré por acoso… —Le guiño un ojo.
—Vale, vale. Entonces te lo pondré difícil, muy difícil, tan difícil que me vendrás rogando desesperada para que haga realidad tus sueños.
—Jajaja… ¿y lo harás?
—Hasta que no estés desesperada no lo sabrás.
Le doy un golpe en el pecho, que en vez de alejarle, le acerca a mí y me abraza. Huele tan sexy como siempre, yo sin embargo debo de estar horrible. Sus labios acarician mi cuello y le regalan un suave beso.
—Me encantaría cumplir tus sueños, pero tendremos que esperar —pronuncia con voz ronca y sincera, totalmente ausente de broma.
Le abrazo más fuerte. Me encanta tener a este hombre al despertarme y que me diga cosas tan bonitas.
—¡Y ahora a la ducha! Aunque debería ir yo antes, lo de tu sueño me ha puesto las pilas… —Cosas bonitas y apetecibles.
—Si quieres puedes ducharte —le informo.
—¿De verdad? ¿No te importa? Tengo pelitos de Queca por todo el cuerpo. A saber qué me ha hecho tu gata mientras dormía.
—No, no lo quieras saber. No es por asustar, pero tienes enamorada a mi gata, lo mismo…
—Jajajaja.
—Tiene sentido, te has acostado con todas las mujeres de Madrid, te queda el mundo animal —le tiro una pulla.
—Jajajaja. ¡Pero qué bruta! ¿De dónde has salido tú?
Reconozco que lo he dicho sin pensar y que ha sido un poco basto.
—La verdad es que ha sonado feo, ¿no?
—Sí, bastante, sobre todo porque no es cierto. No sé por qué piensas que me he acostado con tantas, ya me lo has insinuado en varias ocasiones y no te creas que es para tanto.
—¡Venga ya!
—Oye, que yo no miento… —dice serio—, lo que pasa es que el concepto numérico es tan subjetivo, lo que para ti es mucho, para mí seguro que es poquísimo. —De nuevo sonríe pícaro.
—¿Medio Madrid? —insisto.
Adrián se levanta y ni corto ni perezoso se deshace de su camiseta. Me quedo con la boca abierta contemplando su espalda.
—Medio Madrid es hombre. Así que no. Bastante menos —expone y se aleja para irse al baño.
No me puedo perder la cara A, tengo que ver su abdomen y sus pectorales, más que nada, para poder compararlos con el sueño.
—¡¿Un cuarto de Madrid?! —grito. Adrián ya ha dado al grifo y no sé si me ha oído.
Escucho cómo el agua se para y siento sus pasos acercarse. Ahí le tengo.
—No te pienso contestar, poli fisgona. Pero solo he salido para informarte de que te estás olvidando del resto de España —dice y se gira.
¡Ahhh! ¡Es mucho mejor que en el sueño! ¡Lo prometo! Está musculado y tiene los abdominales piramidales súper desarrollados. Cuando desaparece y vuelvo a escuchar el agua correr, me veo dando pataditas exaltadas en la cama, cual niña pequeña.
«Por favor, que no sea un asesino», le ruego al cielo.
Después de mi acaloramiento, pongo en orden mis ideas. Me dormí justo después de su confesión, cuando me hacía cosquillas en el pelo y me decía que le gustaba tocarlo. El resto se lo ha inventado mi mente, si estuviera vivo, llamaría ahora mismo a Freud, aunque intuyo que la conclusión sería esta: Te gusta más Adrián que al tonto un lápiz.
—¿Te voy a ver luego, Ari? —me pregunta mientras friega su taza. Yo todavía no he podido ni empezar a beber de lo caliente que está y él se lo ha tomado casi de un trago. Sabe que tengo prisa.
—Sí, si puedes venir luego…
—Claro —me sonríe y al instante se da cuenta —, siempre y cuando no esté detenido.
—No te preocupes, tengo la llave de los calabozos —me burlo.
—Jajajaja —ríe—.Ves cómo sé buscar a las mujeres, y mi madre dice que soy un patán.
—Tu madre tiene razón, eres un patán… mira que acostarte con Gabriela.
Adrián deja la taza en el escurridor y viene hacia mí. Se pone de cuclillas para mirarme de frente y me acaricia la cara.
—Olvídate de Gabriela, y del resto que tu traviesa mente imagina. Hoy por hoy solo me importas tú. Quiero despertarme y desayunar contigo cuando toda esta pesadilla acabe. ¿Y tú?
Trago saliva. Intento guardar este momento en mi retina, para cuando me asalten las dudas, que seguro que lo harán.
—Sí, siempre y cuando aclares las cosas con Queca.
Los dos reímos. Yo no soy de decir frases bonitas, ni románticas, generalmente lo enmascaro con chistes y los hombres me miran raro, pero creo que por fin hay uno que ha entrado y orbita a las mil maravillas en mi universo mental.
Suena mi teléfono y el clima se rompe. Es Roberto, el de narcóticos. Puedo descolgar delante de Adrián.
—Buenos días, pitufa. —Siempre me llama así.
—¿Qué tal, Roberto?
—Viento en popa… vamos a pillar a ese mamón. Le tenemos a punto.
—Me alegro.
—Necesito que hables con Karina. Tiene que intentar hacer fotos de los lugares y documentos que nos concretó, por si las moscas, no vaya a ser que desaparezcan en la redada.
—Ya, ¿pero cómo va a hacer eso? Es muy arriesgado, Roberto.
—¡Uy! Tú no conoces a esa mujer, la estás subestimando. Ya nos ha proporcionado un montón de archivos.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
—¡Ah! ¿No lo sabes? Nos los trajo tu hermana ayer por la tarde, no hemos dormido nada. Estamos desbordados.
—¡Mi hermana!
—Sí…
—¡Yo la mato! —Adrián me mira intrigado.
—Que no cunda el pánico, es muy seguro. Tu hermana viene a la comisaría a verte a ti, nadie puede sospechar.
—Da igual, no me parece bien. Mi hermana no es policía.
—Ya, pero es la única forma. Necesitamos ser rápidos. No tenemos tiempo para buscar mensajeros. Te prometo que tu hermana no corre ningún peligro…, por favor, pídele que cuando Karina reúna la información nos la traiga ella.
—¡Qué no, Roberto! ¡Mi hermana, no! O te la llevo yo, o ya veremos lo que hacemos, pero deja a mi hermana fuera de esto.
—Ari, te recuerdo que se ha metido ella solita…
—¡Pues la saco yo y punto! Luego hablamos que llego tarde. —Cuelgo cabreada.
Adrián no tarda en preguntarme a qué ha venido mi mal humor.
—¿Te acuerdas de Karina? Pues resulta que cree que lo que le ha sucedido a Rubén y a mi padre ha sido cosa de su hermano, Paul, el dueño del club al que entraste, un narcotraficante. Ella nos lo ha puesto en bandeja para que le detengamos.
—¡La leche! ¿Pero qué decías de tu hermana?
—Pues que como Karina no se puede acercar a un policía porque saltarían las alarmas, mi intrépida hermana les llevó ayer a mis compañeros de narcotráfico los documentos que tenía Karina guardados.
—¡Ah!
—Y ellos me han pedido que Karina les proporcione no sé qué fotos nuevas y que vuelva mi hermana a llevárselos, y no me da la gana. Mi hermana se está jugando la vida y no lo sabe —me caliento—, para ella esto es una emoción, pero ¿y si por ejemplo la descubren cuando los está llevando? —Me recorre un escalofrío de terror—. Cris tiene cuatro hijos, es mi hermana, no es poli y no tiene por qué arriesgarse.
—Estoy de acuerdo, tranquila. —Me abraza.
—Gracias. —Me dejo reconfortar—. A ver, si que entre ellas hablen, me parece bien, pero que mi hermana haga de mensajero, no. Eso, no.
Adrián se separa para mirarme de frente y una chispa se enciende en sus ojos al compás de su sonrisa.
—No imaginas cuánto me gusta que confíes en mí. Yo te puedo ayudar.
—¿Eh?
—Déjame pensar. Tengo muchos amigos que me deben favores y…
—No te preocupes, yo lo resuelvo.
—¿Cómo? ¿Exponiéndote tú? —me cuestiona.
—Es mi trabajo, Adrián. No te metas —le reprocho y me separo de él.
—¡Oye, oye! Que a mí me parece perfecto que seas poli, yo no me meto…, yo solo quiero que no le corten la cabeza a mi futura chica, o que la atropellen, por hacer una cosa que no la corresponde. ¿Eh? ¡Venga, no te enfades! —Me acerca a él—. A mí me encanta que seas una mujer valiente, y decidida, es de las cosas que más me atrajeron de ti, y no pienso inmiscuirme en tu trabajo, pero esto es otra cosa, Ari. Solo te quiero ayudar. Para mí es muy fácil.
—Nos podrían relacionar, Adrián… y me has llamado «tu futura chica» —le imito con retintín—. Te recuerdo que nos acabamos de conocer y que te estoy investigando. —Le guiño un ojo.
—Jajajaja… eres más seca que un cactus. No he visto una cosa igual en mi vida —dice mientras se carcajea.
Me intento separar de él, pero no me lo permite. Adrián se monda al ver mis intentos fallidos y yo al final río con él. Beso íntimo, y más que ansiado desde que me he despertado, en la encimera de la cocina.
Al final, antes de despedirme de él, quedo en que pensaré en su oferta de ayuda con la cuestión Karina, en que esta noche nos veremos de nuevo en mi casa y en que del caso que nos relaciona no le voy a contar nada. Adrián sale de mi casa, con su gorrita y unas gafas de sol cubriéndole el rostro. Yo llamo a la comisaría informándoles de que voy a llegar tarde porque he de pasarme por la casa de mi hermana y de paso debería ir a la iglesia a limpiar mi conciencia, pero yo creo que ni Dios me perdona.