CAPÍTULO 33

La puerta entreabierta y la casa hecha un desastre. Me he desplomado de rodillas cuando he encontrado todos los cajones del salón arrancados de su habitáculo, degradándose en el suelo. Han entrado a robar, pero gracias al hado…, o al hada pechugona, mi padre no se hallaba en casa. No hay signos de forcejeo, ni restos de sangre, y para mi alivio, la cama estaba hecha. Ha sido Adrián el que se ha dado cuenta de ese último detalle, que me ha devuelto algo de calma. Yo no podía pensar con claridad, resulta difícil hacerlo cuando el miedo se proclama líder de tu cerebro. Los latidos de mi corazón martilleándome en el pecho y el fuego de una interminable náusea ocupaban el resto de mi juicio.

Poco a poco me he ido serenando, no suelo acelerarme mucho, pero visto lo visto, lo que atañe a mi familia me turba hasta niveles insospechados. Adrián apenas ha hablado, únicamente seguía mis pasos, creo que apostaba porque en algún momento se me iban a doblar las rodillas e iba a tener que sostenerme.

Después de avisar a la policía, he llamado a Cristina y le he convencido de que no viniera. No ha sido fácil, la entiendo, pero aquí lo único que iba a hacer es ponernos más nerviosos. Cuando Cristina está asustada no para de hablar. Todos esos pensamientos fatídicos que a uno se le pasan por la cabeza en los malos momentos —pero no los expresa por no atosigar ni preocupar a los demás—, ella los suelta sin reparos, uno tras otro, como un taladro cenizo en tu oído. Encima es una gran narradora, debe de ser de contar tanto cuento, y visualizas a la perfección lo que ella se está temiendo. Al final, apencas con tus miedos y los de ella. Yo, sin embargo, presumo de mártir, y suelo sufrir mis angustias en silencio.

Intentado tocar lo menos posible, Adrián y yo aguardamos en los taburetes de la cocina a que aparezcan los detectives. Cada dos por tres marco el móvil de mi padre, pero no me da señal. Eso no me preocupa tanto, mi padre suele amanecer mínimo a las once. La cuestión es dónde carajos va a amanecer porque en su casa desde luego que no.

—Eres peor que Fiona.

—¿Quién?

—La de Shameless, la serie… ¿no la ves?

—Ah, sí. —Por un instante he pensado que se refería a la mujer de Shrek y la comparación, por muy mal aspecto que tenga, no era aceptable.

—Tienes tantos problemas como ella y sin embargo sigues tranquila.

—Aparentemente. Los nervios van por dentro, Adrián.

—Pues los disimulas muy bien. ¿Y ahora qué? —Me acaricia las rodillas.

—¿Que qué voy a hacer?

—Claro.

—Voy a aguardar a que me coja el teléfono y si no tendré que hablar con su nueva novia, la rusa, pero tampoco sé su número, debería ir al puticlub de su hermano. —Me explayo. Entiendo que no es lo apropiado… ¡Pero a alguien se lo tengo que contar! ¡Aysss! Soy la policía menos seria de la historia. Adrián me mira con gesto confundido; no ha entendido nada. De perdíos al río (me estoy haciendo una forofa de esta teoría y al final la corriente me va a llevar, como si lo viera). Se lo explico con pelos y señales, hasta lo del intento de investigación detectivesco de mi hermana. Seguro que después de todo lo que me está pasando podría alegar locura transitoria y no me echarían del cuerpo.

La espera a la policía se me hace mucho menos larga junto a él. Adrián intenta entretenerme y gasta bromas sobre mí y mi vida estresante, mientras que trata de hacer café en la famosa y vieja cafetera italiana de mamá. Le ayudo y me parto de risa cuando por el ruido del agua al hervir se ha sobresaltado. Está claro que no tiene mucha maña con los fogones y que es un niño rico que no cocina a diario. Le hago burla, y él la acepta, e incluso creo que exagera su torpeza para hacerme reír.

En algún instante nuestras miradas se han encontrado y he vuelto a experimentar algo de atracción, lo reconozco. Pero que conste que llevo todo el tiempo manteniendo las distancias. Él también. Lo de la otra noche no va a volver a pasar. Ha reiterado que me tiene que contar una cosa muy importante y se está comportando como un verdadero amigo… un amigo que tiene el mejor culo, huele a inolvidable y es más atractivo que Beckham, Brad Pitt y el de ladrón de guante blanco, vestidos en plan anuncio de perfume. ¡Aysss! ¿Por qué la vida será tan difícil y tan enrevesada? ¿Cómo es posible que estando en la casa recién robada de mi padre, con mi mejor compañero casi en coma, mi hermana engañando a su esposo y mi padre desaparecido, pueda pensar en que el posible asesino de Rebeca es un tipo sexy, simpático, agradable, divertido y amable, aunque no sepa hacer ni un mísero café? ¿Me lo explica alguien? Ves, locura transitoria, de libro.

Y por fin aparecen la policía y me invaden a preguntas que no sé responder porque llevo varios días sin hablar con mi padre. Me he sentido muy, pero que muy culpable. Parece que el destino ha querido ponerme en mi lugar y mostrarme lo que podía doler su pérdida.

Mis compañeros de profesión se van a quedar en la casa, pero yo he decidido que me voy a acercar al local del hermano de Karina, por si ella está allí. Aunque es muy pronto, esos lugares promiscuos no cierran nunca. El infierno siempre es accesible.

No, no voy sola… no hace falta decir quién me acompaña.

—Déjame entrar a mí. Pregunto por Karina y salgo —me dice Adrián convencido.

—¡Sí, hombre! —espeto.

—¿Qué pasa? ¿Tan flojo me crees?

—No, no es eso, pero ¿tú qué pintas allí?

—¡Pintas más tú, no te digo! —Me sorprende esta expresión en boca de Adrián, suele ser más fino, se me escurre una sonrisilla—. Eres una mujer, Aridane, no te ofendas. Nadie te va a dar el teléfono de nadie. Sin embargo si entro yo, sí. —Lo ha dicho con un tono tan sosegado que se ha librado de mi acometida, porque cuando ha empezado con «eres una mujer»..., a puntito de probar el puño de una fémina en toda su masculina cara.

—Pues tú, a pesar de que eres un hombre —con un poco de retintín, lo reconozco—, hueles a niño rico.

—¿Pero bien, no? ¿Huelo bien? —bromea con una mueca pícara.

—Sí, muy bien, más que bien… —¡Ahí me ha dado! Sonrío atontada, no me estoy viendo, pero debo de tener pura cara de lela.

«¡Atenta, Aridane! ¡Ponte a buscar a tu padre ahora mismo y déjate de amoríos!». Menos mal que el ángel guardián de mi madre me devuelve la cordura… ¿O no? Porque os prometo que la oigo. ¡La leche! ¡Soy peor que Leonardo DiCaprio en Shutter Island! ¡A que me lo estoy inventando todo!

—Hacemos una cosa —interrumpe mis divagaciones—. Voy yo, me das tres minutos y si no salgo, entras tú.

—No puedes pasar, Adrián, como te pase algo, no me lo perdono jamás. Además hay que decir una clave.

—Ari, soy un hombre y eso es un club, lo máximo que me puede suceder es que me lleve algún sobo o alguna jovencita drogada se me enganche al cuello y me meta mano, sobre todo en el bolsillo. Respecto al gorila, tengo yo unos plátanos que saltan de mi cartera, que les ponen de contentos y accesibles…

—¿Tú has entrado en muchos clubs? —Se me ha escapado, pero es que le he visto tan resuelto que me ha dado que pensar.

—No, nunca —responde rápido, demasiado rápido.

—Ahh…

—Jajajajaja —se carcajea—. ¿Pero cómo no voy a entrar? Todos hemos ido alguna vez, al menos por curiosidad, y quien te diga lo contrario te miente.

—Pues me parece penoso —replico.

—Me imagino. Lo es. Pero es la verdad. Somos diferentes. Piénsalo así: a vosotras os apasiona la decoración, la moda, la repostería, los libros, el cine… En conclusión todo lo ajeno al género masculino, y sin embargo a nosotros nos apasionáis vosotras.

—¡Anda ya, qué mezquindad! ¡Nosotras, dice! ¡Nosotras en pelotas!

—Sí, las pelotas es otro tema que nos apasiona, mujeres y deporte. Nuestros puntos débiles. —Adrián me guiña un ojo, y al final logra que me ría. Tiene un humor muy rápido—. Bueno, ¿qué? ¿Voy o no?

—Haz lo que quieras, chantajista…

No he terminado la frase cuando Adrián sale del coche y cruza la acera. Le veo hablando con el portero y llevándose la mano al bolsillo de su pantalón. Funciona, porque instantes después, el gorila le acompaña a la puerta. Sonrío. Tenía razón.

Mientras aguardo, recuerdo que hoy debo ir a la cafetería para averiguar qué descubrió Rubén; y con respecto a Adrián, tengo una conversación pendiente. A veces pienso que debería contarle la verdad porque mi investigación ha perdido la razón de ser y ya no puedo aguantar las ganas de interrogar a Adrián y declararle culpable o inocente de una vez por todas. ¿Y por qué? Pues porque reconozco una nueva sensación altamente preocupante en mí: mi voz interior, alma o lo que sea, no quiere que el culpable sea Adrián. Y eso me alarma, porque es muy probable que tanta amabilidad se deba a eso, a jugar con mis sentimientos. Él me ha reconocido que sabe que no soy vigilante. ¿Y si ha averiguado que le estoy investigando y por eso me está intentando ligar? Si bebo los vientos por él, me costará más acusarle…

Admito que me entran ganillas de husmear en su guantera, pero las freno por decencia. Por cierto, este es otro coche, el del martes era un Audi, y el de hoy un Maserati descapotable. Seguro que si invirtiera en la bolsa española lo que hay en su garaje, el IBEX35 ascendía a llamarse IBEX38 y se acababa la crisis a nivel mundial.

Cuando estoy a punto de abandonar el auto, entre otras razones, para evitar cualquier ápice de husmeo, la puerta del local se abre y de allí sale Adrián. Se despide del gorila y viene hacia el coche con una sonrisa indicativa de éxito.

—Aquí lo tienes. El teléfono de Karina a tu disposición. Venga, llama.

—Gracias, eres un sol —le agradezco mientras marco el dichoso numerito y espero que ella sí que me lo coja, porque si no, me va a dar un tabardillo.