CAPÍTULO 53

Último día de Rebeca

En una semana le hacen la ecografía. No aguanta más. Su barriguita crece y crece. Hoy se lo va a contar a Nacho. Quiere que la acompañe a su primera eco. Luego le llamará para quedar.

Esta semana ha sufrido algunas náuseas, pero nada del otro mundo. No le importa. Sabe que son porque está embarazada y eso le hace feliz. Respecto al sueño, continúa cual oso, hibernando. Ha llegado dos días tarde a la universidad, menos mal que no han empezado las clases. Ha leído en un foro que lo del sueño se va pasando; eso espera, porque si no en alguna tutoría desfallece.

No puede ni imaginar la cara que va a poner Nacho. Le tendrá que contar toda la verdad, pero sabe que él no la va a juzgar. Lo van a pasar en grande comprando ropita para el bebé. Seguro que, en su línea, él se pondrá a buscar peinados de bebés famosos, estilismos, decoración de habitaciones… ¡No aguanta más! ¡Que llegue la noche!

Hoy se ha despedido de Ruth, y le ha dado bastante pena. Han estado viviendo juntas esta última semana y la experiencia le ha parecido mucho más positiva de lo que pensaba. Rebeca le ofreció su casa, al encontrarla una tarde llorando, a moco tendido, en el baño. Se fueron a tomar algo a una cafetería y Ruth se abrió a ella, revelándole cosas que le dejaron con la boca abierta.

Había discutido con su marido. Resulta que el famoso Francisco es alcohólico. Desde jóvenes ya bebía mucho y Ruth se fue adaptando a comprar cervezas todos los días, sin darle importancia. Ya había intentado dejar el alcohol en alguna ocasión, pero siempre regresaba, poco a poco, alegando que no iba a llegar a las diez cervezas diarias, pero a los meses las superaba. Cuando se fue al paro, hace cerca de dos años, todo empeoró. Francisco bebía a todas horas. Muchos días al entrar en su casa se le encontraba tirado en el suelo y encima le reprochaba que era culpa de ella. La semana pasada casi quema su casa. Se dejó la sartén con aceite en la vitro y se durmió. Por poco, se muere asfixiado. Los bomberos estuvieron rápidos. La tasa de alcohol se salía de rango y al inspeccionarle los médicos observaron que su hígado estaba seriamente dañado. Pues Francisco no hizo más que echar balones fuera, mentir, e insultarlos a todos. Al llegar a casa le montó un circo, con tintes agresivos y hasta ahí. Así que se fue y al verse comprendida por Rebeca, aceptó su ayuda y ha estado esta semana decidiendo su futuro. Le ha dejado y ha pedido el divorcio. Se ha alquilado un piso muy cerca de la universidad y se ha propuesto darle un giro a su vida. Está yendo a reuniones de alcohólicos anónimos, en las que hay afectados y familiares. La alivian y no le hacen sentirse tan mal por haberle abandonado.

Rebeca sabe que no le lo ha contado todo, que hay cosas que Ruth se guarda, y que no lo está pasando nada bien. La oía llorar muchas noches. Francisco no la llamó ni una sola vez y eso seguro que intranquilizaba a Ruth. Pero Rebeca le insistió en que no podía cargar más con él, que la gente así aplasta a cualquiera que esté a su lado y que si seguía con él, se apoderaría de su vida.

Ruth es muy buena persona, y desde esta semana otra de sus mejores amigas.

Suena el teléfono. Son las diez de la mañana. Es raro. Hoy iba más tarde a la universidad. Descuelga. Es un número desconocido.

—¿Si?

—¿Rebeca?

—Sí, soy yo.

—Hola, soy Adrián, no sé si te acuerdas de mí. —Su corazón late acelerado. Es él…

—Sí, claro… ¿Qué tal?

—Ehh, bien. Rebeca, me gustaría hablar contigo.

Se le seca la boca. Se sienta rápido en el sofá. Ha sido una sorpresa demasiado grande y no se encuentra bien.

—¿Estás ahí? ¿Rebeca?

—Sí, sí, perdona. Dime.

—¿Podríamos hablar?

—¿Cuándo?

—Ahora. Estoy muy cerca de tu casa. —Le encuentra la voz diferente. Le va bien. No cree que pueda parar hasta saber qué quiere.

—Sí, por supuesto, ven.

—Ok. Gracias. En un rato voy.

—Vale, aquí te espero.

No entiende qué es lo que quiere. Da igual. Corre a la ducha…

Ya está. Se ha puesto una de los vestidos que se compró para quedar con ellos. Quiere que piense que es así de sofisticada. Tiene mala cara, por lo que se pinta un poco y de paso perfila sus labios de rojo, en un intento de descentrar la atención en sus profundas ojeras. Por mucho que duerma, siguen ahí. Reconoce que está muy nerviosa. Había algo en su voz, parecía diferente… Suena el timbre. ¡Dios, se le va a salir el corazón!

Abre. Ambos se toman un tiempo para reconocerse. Le sonríe amable. ¡Qué guapo es!

—Hola, Adrián.

—Hola, Rebeca.

—Pasa.

—Gracias. Estás… muy guapa. Perdona mis prisas y la hora.

—No te preocupes. ¿Quieres un café?

—¡Uff! No, gracias. Me acabo de tomar uno y no me ha sentado nada bien. De hecho te agradecería una manzanilla. Me encuentro un poco mal.

Le mira. Es cierto que tiene mal color. Sin más preámbulos le hace pasar al salón y él la sigue.

De pronto oye un golpe seco. Se da la vuelta. Adrián yace en el suelo. Lo acaban de golpear. El agresor cierra la puerta de la entrada y camina hacia ella. Su cara está enrarecida, como alocada, no le reconoce. No entiende nada…

«¿Qué hace él aquí?».