CAPÍTULO 15

—¿Por qué te hiciste vigilante?

—La eterna pregunta…

—¿Te molesta?

—No, perdona. Es que esa y de dónde viene mi nombre, son mis clásicos.

—Bueno, pero la del nombre yo no la he hecho…

—Ya, por eso te mereces que te responda. —Sonrío.

—¡Qué suerte! —El trasero de Adrián repta con la intención de acercarse un poco más. Estamos disfrutando de un picnic, con manta y todo, en un montículo desde donde se ve el viñedo en su totalidad. Este chico se ha leído algún artículo de esos de revistas para preadolescentes, tipo ¿cómo conquistar a una chica?:

  1. Llévala de paseo por un viñedo. Alquila un bonito coche, si es posible, de alta gama.
  2. Ofrécele un picnic desde un buen paisaje. Sirve un buen vino y no permitas que la copa esté vacía en ningún momento.
  3. Muéstrate cariñoso, atento y comprensivo. Mírala a los ojos, si es posible, sin pestañear. Halaga su buen gusto vistiendo o su peinado, omitiendo cualquier intento de poesía. Tampoco cantes.

¡Pues va listo conmigo! Soy menos romántica que los comentaristas de deportes. Adrián está recostado de lado, mirándome, y yo, cual estatua de estuco, permanezco sentada impávida, sujetándome las rodillas. Simón aguanta dormidito en su carro. Antes, Adrián, nos llevó en un jeep por todas las viñas y me fue explicando los tipos de uva que tienen sembradas.

—Mis padres se fueron de luna de miel a Tenerife, cinco años después de casados. Mi madre era una aventurera y no quería regresar a Madrid sin conocer el volcán de Teneguía, en La Palma, y contrataron una excursión. Hubo un temporal que les dejó aislados tres días, así que no les quedo más remedio que visitar la isla, que les encantó. Mi madre estaba segura de que me concibieron allí, y de que fue un milagro, porque los médicos le habían dicho después del nacimiento de Cristina, mi hermana, que sería muy difícil que se volviera a quedar embarazada.

—¿Y eso?

—No sé… el caso es que visitaron una capilla en los Llanos de Aridane y ella le pidió a la Virgen un segundo hijo. Cuando se enteró de que estaba embarazada quiso ponerme el nombre de la Virgen, pero como era Angustias, se les ocurrió cambiarlo por Aridane.

—A mí me gusta mucho tu nombre, y ahora que sé la historia, más. ¿Tienes más hermanos?

—No, nunca volvió a quedarse embarazada.

Se hace un silencio mágico, en el que Adrián y yo nos miramos. Él eleva las cejas, otorgándole a esa Virgen la posibilidad del milagro. Sonrío y le retiro la mirada para dedicársela al maravilloso paisaje.

—Podría acostumbrarme a esto. Es genial la tranquilidad que se respira —le digo para agasajarle.

—Me alegro de que te guste. Es mi rincón de paz. No lo conoce mucha gente.

—¿De verdad? —Me vuelvo de nuevo para mirarle.

Adrián tira de mi brazo que ahora estaba apoyado y logra tumbarme a su lado. No me resisto, si le tengo que sacar información de esta forma, pues así haré.

—Ya te he dicho que no me gusta que me mientan, por lo que yo tampoco lo hago. No lo conoce casi nadie.

—¿Pero habrás traído a alguna chica, no?

—A una.

—¿Solo? —¡Será mentiroso!¡Venga, hombre! ¡Este es su picadero, como si lo viera!

—Sí, y fue hace años.

¡Vaya, no sería Rebeca!

—¿Y qué sucedió? —Ya que estamos, voy a indagar. Me obligo a concentrarme en la investigación porque reconozco que tenerle tan cerca me despista. Me perdería en sus ojos y en su olor. ¿Qué pasa? ¡No soy de piedra!

—¿De verdad quieres saberlo?

—¿Tan horrible es?

—Algo.

—Cuenta. Yo te he dicho lo de mi nombre.

—Éramos jóvenes. Veinte años yo, y ella dieciocho. Era conocida por una serie en la que trabajó. Bueno realmente es la hija de un actor muy famoso. Me enganché como un tonto. Enma era muy loca, muy divertida, siempre tenía ganas de más, vivía la vida a mil. Yo la seguía. Nos creíamos la pareja de moda, salíamos en todas las revistas. ¿Te suena la historia?

Le digo que no, y continúa:

—Enma se quedó embarazada. Me lo dijo aquí. En el único sitio donde conseguía pararla, donde se relajaba y se olvidaba del personaje. Yo acepté mi culpa y le prometí que la ayudaría. Ella no sabía qué decisión tomar. Me volvió loco, un día quería al bebé y otro no, así pasó un mes y todo se fue emborronando. Enma se emborrachaba todas las noches. Yo le decía que no lo hiciera, que primero supiera qué iba a hacer con el bebé, porque si al final decidía tenerlo, le iba a dañar con tanto alcohol. En una de esas peleas nos grabaron los paparazzis y lo filtraron a la prensa. Yo salí fatal, con las manos en alto, parecía que la arrinconara. —Adrián hace una pausa para tragar saliva, se nota que le duele verbalizar este recuerdo—. No tardaron en acusarme de maltratador. Mi madre me obligó a separarme de ella, casi me envía a París a trabajar en una empresa familiar, apartándome de mi vida aquí. Me dejó quedarme con la promesa que me separaría de Enma. Acepté.

—¿Y lo hiciste?

—Sí.

—¿Sí? —Me extraña que me cuente un acto tan deleznable, sin ningún pudor.

—Me separé de Enma, pero no por lo del bebé, ni por la promesa a mi madre… La pillé con otro. Tardó una semana en engañarme. Me arriesgué, saltándome todas las normas, en ir a verla y me la encontré con otro, montándoselo en un garito donde solíamos ir. Él y yo nos peleamos, Enma intentó separarnos y en un golpe cayó al suelo.

—¡Ah! —Me llevo la mano a la boca porque sospecho la última parte.

—Perdió al bebé esa noche. Mi madre me envió a Italia y a Francia por dos años. Yo no quería, aunque ahora se lo agradezco porque aprendí todo lo que sé, hoy por hoy, de vinos. Cambié mi estilo de vida. Fue duro. Hasta que no pasas por ello, no sabes lo inseguro que te sientes cuando todo el mundo habla mal de ti, aunque sean verdaderas calumnias; llega un momento en que te las crees, o al menos piensas que te las mereces.

—¿Por eso odias a los paparazzis?

—Sí, y a las mentiras.

Me da una patadita la vergüenza en mi estómago. Estoy mintiendo a este chico que se acaba de abrir a mí. Yo no suelo ir engañando a la gente… «¡Pero es un posible asesino, hija! ¡No te sientas culpable! ¡Tú estás haciendo tu trabajo!» Es cierto, mamá.

—¿Qué pasa? Te ha cambiado la cara, Aridane. —Se me ha debido notar.

—No, nada…

—¿Hay algo que quieras decirme?

¡Pues mira, sí! ¿Has matado a Rebeca?

—Pues te diría muchas cosas, Adrián, pero no puedo, espero que no lo consideres mentiras.

—No, yo también me guardo algunas…

—Me quedo más tranquila. —Sonrío cortada. Adrián se ha deslizado un poco más hacia mí y nos hallamos casi cuerpo con cuerpo. ¡Cómo sabe medir los tiempos, es todo un profesional! (Al contrario que Arthur que ataca a la que pestañeas). Percibo su aroma, es fresco pero permanente. Clava sus enormes ojos azules en los míos. Se acerca hacia mi cuello y por extraño que parezca, me huele.

—Me encanta tu olor.

—¡Upss! —Estoy tiritando. Si supiera lo que me gusta a mí el suyo…

—Aridane, ¿qué haces aquí conmigo?

Buena pregunta, eso querría saber yo, pero y por qué me lo cuestiona. ¿Me habrá pillado?

—¿A qué te refieres?

—¿Te gusto?

¿Qué le digo?

—Un poco… más, más que un poco. —Creo que ha sonado bastante bien, como si fuera verdad, pero, para nada.

—Tú a mí me gustas bastante más que un poco —ríe—. Me gusta ver cómo te sonrojas con cada cosa que te digo. —Adrián acaricia con su dedo índice una de mis ardientes mejillas. Debo de haberle provocado una quemadura de segundo grado. Sus delicados dedos son, como sospechaba, suaves—. Y con lo que hago. Pareces tan inocente y a la vez tan segura de ti misma.

Si tú supieras…

—Bueno, es que no he tenido muchas experiencias. ¿Se me nota mucho? Tú en cambio has debido de tener cientos, ¿o me equivoco?

—No… He salido con bastantes mujeres, pero con nadie me siento tan a gusto. Parece que te conociera, Aridane.

En eso le doy la razón. Jamás he hablado tanto con un hombre. Me pasaría las horas muertas escuchándole. Bueno, a lo que vamos…

—¿Has quedado con muchas de la agencia?

—No… algunas. —Sé, por lo datos facilitados, que ha tenido en un año cuatro citas, la última Rebeca.

—¿Te puedo hacer una pregunta? Es un poco rara. —¡Allá voy!

—Sí, hazla.

—Es que me da un poco de vergüenza…

—Venga, no seas tonta, dispara.

—¿Te has acostado con ellas?

—¿Con las de la agencia? —Su cara es para hacer un estudio del impacto de una pregunta, que no viene a cuento, en el ser humano.

—Sí, si no quieres no respondas. Sé que es un poco rara.

—Pues… —Está consternado. Se acaricia el mentón mientras me mira intrigado—. Con algunas sí.

—¿En la primera cita?

—Aridane, no te entiendo. ¿Por qué te importa eso? Es la primera vez que no te pillo.

Ya, es bastante forzado. No pegaba ni con cola sacar el tema, debería haberme esperado. He de improvisar algo: —No sé, cuando me apunté a la agencia pensaba que me iba encontrar otro tipo de hombre. Tú pareces perfecto, Adrián, el típico al que no le hace falta una agencia, a no ser que lo que busque es sexo. —¡Andá!, pues me ha quedado bastante bien la excusa, me estoy transformando en una espía con más salidas que la M40; voy a opositar para el CNI.

—¡Ah! Pues no busco sexo, bueno sí, pero eso lo tengo. Busco a alguien al que le importe y que me importe, y eso en mi círculo no lo he encontrado.

Se me va por las ramas. Le tengo que insistir.

—¿Me respondes a la pregunta?

—¡Ah! ¿Quieres que te responda concretando?

—Sí, por favor.

—Menos con la primera y contigo, me he acostado con todas. ¿Podemos cambiar de tema?

—¿Por?

—No me siento cómodo hablando de otras delante de ti.

—¿Tan memorable fue?

—¿Me estás interrogando, Aridane? —He perdido su chispa en los ojos. Adrián parece algo cabreado. Tengo que suavizar, ya he obtenido la respuesta, no sé por qué sigo con el temita.

—No, perdona…

—Aridane, ¿tienes algo que decirme?

—¿Yo? No, ¿y tú?

Nos miramos, investigando en los ojos del otro durante un rato. Entre Adrián y yo faltan datos, se hace evidente, como también que de los tres es el que menos se fía de mí; parece que pudiera leer en mi mente y sospechara que mis preguntas no son tan banales como las intento enunciar. Pero de alguna manera, poco a poco, después de sostenerle la mirada, lo que no es nada fácil, retorna la chispa a sus ojos; tras lo que, inevitablemente, el rubor vuelve a mis mejillas. No sé qué me sucede, pero no puedo desengancharme. Hay una emoción insana en mi interior, lo digo para luego recabar en ello, que está intentando silenciar al sentido común a golpe de: ¡Yupi, te va a besar! ¡Vamos, vamos, acércate! Adrián se incorpora sobre mí, obligándome a mirarle frente a frente. Los latidos de mi corazón palpitan más fuertes que en una carrera detrás de un sospechoso, pero porque puedo asegurar que nunca he tenido un rostro tan perfecto tan cerca, solo eso, no es que me apetezca, ¡qué va! Adrián dobla sus codos y lentamente se aproxima para besarme. Sus ojos me están avisando. Atiendo a su boca, sus labios se preparan. Va muy despacio, desesperadamente despacio. No puedo con tanta tensión… ¡Ari! ¿Qué haces? ¡Ari! ¡Para! ¡Arrea! Acabo de levantar la cabeza para besarle y conectarnos de una vez por todas. ¡Uhmm!¡ ¡Aysss! ¡Uysss! ¡Ala! ¡La leche, cómo besa este hombre! Su boca ejecuta una perfecta ecuación: Pasión³ + Suavidad² + Control² = Toco el cielo = Libido∞

Me deleito con su perfecto aroma y la suavidad de su piel en mi rostro. Adrián juega con mi boca, extasiada por sus cambios de ritmo y presión. Apuesto a que si no estuviera tumbada, me desmayaría del gusto.

—Guaaaa, guaaaa, guaaaa…

Nos despegamos ipso facto. Se me había olvidado dónde estaba. Me encuentro con sus traviesos ojos. Le señalo con los míos que he de ir a consolar al bebé, pero él vuelve hacia mí para rozarme con sus labios la punta de la nariz. Suspiro… Es un Dios. No, no, no ¡qué Dios, ni qué Dios! Es un sospechoso con una gran habilidad «besunesca»: delicado, atento, dulce y a la vez ardiente. Podría decir que ha sido uno de los mejores besos de mi vida, pero no lo digo porque es todo una mentira. A mí no me apetece enrollarme con ese perfecto varón, que parece salido de una novela. Lo que me ha ocurrido es que sus labios carnosos me han atrapado y me he dejado llevar… Se ve que hay unas bocas que conectan más que otras, y la mía, pues encaja con la suya, pero nada más.

—¿Pero qué te pasa a ti, pequeñín? ¿Te has asustado viendo a tu tía entre mis brazos? —le dice poniendo la típica voz con la que hablamos a los niños—. Pero si solo ha sido un beso, Simón, aunque vaya beso... —Me hace un guiño—. Pero esto entre tú y yo, no se lo digas a tu tita, la vigilante preguntona.

Me río. Es divertido. Adrián saca al niño del carrito, lo tumba entre nosotros y el pequeño dictador se calla feliz.

No volvemos a tener un momento íntimo, me cuido muy mucho de que así sea. Pasamos el resto de la tarde jugando, inocentemente, con Simón. Le damos a probar sabores y nos tronchamos con las caritas que pone el enano. Esto nunca se lo diré a mi hermana, me mataría. Antes de que anochezca, me lleva de nuevo a Méndez Álvaro. Nos peleamos por la música que queremos oír en el coche, pero al final obedecemos a Simón, al que parece que le gusta la emisora más fiestera y hasta da palmitas con un tema de los One Direction. Adrián bromea con que el siguiente cumple de mi sobrino lo vamos a celebrar en un concierto de Justin Bieber. Nos despedimos con un largo abrazo y una ráfaga de besitos castos.

Hasta que no entro en mi coche y miro en mi móvil —diez llamadas perdidas de Rubén—, no me doy cuenta de que durante más de tres horas se me ha olvidado la investigación… ¡Vale! Tengo un serio problema. Muy serio.