—¡Tita Ari! —Nerea parece sorprendida al verme. Me agacho para abrazarla.
—¡Hola, preciosa! ¿Qué tal está mi princesa? —Nerea me estruja la cara y me invade su perfume a niña. Necesitaba sentir a mis sobrinos. Sus caritas despreocupadas y sus juegos inocentes son lo único que puede curar mi estrés mental.
—Tita, ¿estás malita? —me pregunta preocupada.
—No, cariño, estoy bien, ¿por qué?
—Tita, tienes que ir al médico, estás malita y no te has dado cuenta.
—Que no cariño, que estoy bien. He dormido poco y tengo mala cara.
—Pues corre, yo te curo. Vamos a mi camita y yo te cuento cuentos para que te duermas.
Me río y la vuelvo a estrujar. Cada día me sorprende con algo. La verdad es que no me vendría mal dormir un rato más. Ayer, después de llamar a Enrique y hablar con Vera, me fui a mi casa a intentar descansar. Pero mi cabeza iba a mil por hora. Leí y releí los antecedentes de los tres sospechosos para intentar entender de qué se conocían. El único nexo de unión era la agencia. Adrián me estuvo llamando y no le contesté. Desactivé Whatsapp y me tomé varias copas de vino para relajarme y conciliar el sueño. Normalmente me suelen funcionar, pero no fue el caso. Las pesadillas me despertaban, y cuando no, creía que me llamaban al teléfono por algo de Rubén.
Saludo a los suegros de Cris y beso a todos mis sobrinos. Están sentados viendo dibujos animados, excepto Simón que descansa como un bendito en su cunita. Definitivamente es el niño más bueno del mundo y su hermana, Nerea, la más insistente, porque tirando de mi mano me lleva a su habitación y me obliga a tumbarme en su cama.
—Tita, ¿sabes qué? —pregunta mientras se sienta en el suelo y sus ojos, que bien podrías ser canicas azules, me atienden.
—No, dime.
—Papi y mami están enfadados y a lo mejor se divorcian.
—¿Y eso quién te lo ha dicho? —le respondo desconcertada.
—Nadie. Lo sé yo. Ya soy mayor.
—Nerea, tienes cinco años…
—¿Ves? Soy muy mayor, casi como tú. Tita, si se divorcian yo me voy contigo.
—¿Pero por qué dices eso? Papi y mami no se van a separar. Están juntos pasando el fin de semana, porque se quieren mucho.
—¡Ah! Mami no te lo ha contado… está muy enfadada con papá porque no nos cuida y se va al fútbol.
Debo tener una charla con mi hermana para que tenga más cuidado. La niña lo ha oído todo.
—Pero, eso son cosas de mayores a las que tú no tienes que dar importancia, cariño. Papi sí que te cuida y mamá le quiere mucho. Créeme. No te preocupes, cariño.
Sus ojos miran hacia otro lado y su boca se tuerce. Hasta juraría que veo sus pensamientos cruzarse por su cabecita. Tras unos segundos, continúa:
—Ya, pero tita, mamá estaba muy triste. Lloraba. Y si lloras estás triste porque te vas a separar, ¿a que sí?
—Cariño, se puede llorar por muchas cosas… ¿O tú siempre lloras por lo mismo?
Nerea mueve su cabecita con gesto negativo.
—Claro, princesa, estaría triste ese día, pero por otras cosas. Mamá y papá se quieren mucho, y cuando papá se va de viaje, ella le echa de menos. Tú hazme caso, que soy un poco más mayor que tú.
—Me ha dicho mi yaya que si como más fruta el año que viene seré como tú.
—¡Claro!
—Y voy a ser policía, para detener a todos los malos.
—¡Muy bien! —Aunque tiene solo cinco años, tengo una fan declarada. La adoración que siente mi sobrina por mí siempre me sube el ánimo.
Tras nuestra profunda charla, juego con ella a policías y a ladrones y al escuchar las risas, Lidia e Izan se unen a la aventura y paso una mañana entre cosquillas, intentos de peluquería, dibujos, cocinitas y partidos de fútbol con pelotas de esponja. ¡Los adoro!
Aproximadamente a las dos, llegan los padres de las criaturas. Primero saludo a mi cuñado. Iván me agradece que haya pasado la mañana con sus hijos, pero no nos da tiempo a charlar porque es arrollado por los peques que le arrastran al jardín para continuar el partido que habían empezado con su tía. Mi hermana ha entrado en la cocina y está llamando al servicio de comida a domicilio para encargar el catering de hoy. Es domingo, y los domingos siempre se come en casa de Cris. Me acerco a ella y cierro la puerta.
—¿Qué tal?
Cristina se da la vuelta para mirarme. ¡Ufff! No me gusta su gesto.
—Les he dicho a los del catering que a las tres. Papá viene con Karina, vamos a tener que acostumbrarnos a ella —responde seria.
Vale, lo pillo, no quiere hablar.
—Ayer discutí con él. No te lo conté.
—¿Y eso?
—Pues porque le dije que no ha hecho las cosas bien, y que quizás se esté precipitando. Le repetí que no la conocía de nada.
—¿Le dijiste lo del local?
—No me dio tiempo, pero la llamé mujerzuela y ella justo entró en ese momento.
—¡Ah, pues muy bien! ¡Qué buen rollo vamos a tener hoy!
—Yo creo que no me voy a quedar, Cris. No me apetece verlos.
—¡Y una castaña pilonga! Tú te quedas. ¡Estaría bonito! ¡Si es necesario la rusa tetuda no entra!, o ¡qué leches! le sacamos una mesa al jardín, y si papá quiere que coma con ella.
—¡Buena idea, y mejor si programas los aspersores!
—¡Ayss! No sé, Ari… creo que no me apetece ver a Miss Pechos Descomunales con camiseta mojada.
Reímos, hasta que suena el timbre y sentimos a la pequeña Nerea correr hacia la puerta para abrir a su abuelo.
Durante la comida, Karina, fiel a su manera ordinaria de comer, nos ha regalado uno de sus momentos estruendosos, cuando casi se ahoga con un mejillón. Mi padre ha tenido que salir en su rescate —estará acostumbrado ya el hombre— y darle unos golpecitos en la espalda. Que precisamente creo que es lo que no hay que hacer, pero he decidido callarme. Es que era para verla: roja como sus labios, con los ojos desorbitados, haciendo un sinfín de aspavientos y empezando a tornar a azul… ¡a puntito de caramelo! Estoy acumulando mal karma y voy directita al infierno, lo sé. Además justo estaba contándoles lo de Rubén. Ninguno lo sabía y se han quedado un poco chafados, hasta que el huracán ruso se ha levantado para tosernos a todos.
No me he hablado con mi padre, pero ella sí que me ha saludado, de hecho parecía bastante cordial —lo que me ha sorprendido bastante—. Tampoco he conseguido charlar con Cris, pero me huele a que no han solucionado sus problemas porque no se han dirigido la palabra durante la comida.
Me marcho ya. Quiero pasarme por el hospital y después prepararme para los interrogatorios de mañana. Le conté todo —casi todo— a Enrique y le pedí que me permitiera dejar el caso, pero al contrario de lo que pensaba, me lo ha impedido y se ha obcecado con que debo ser yo la que realice los interrogatorios.
Cuando ya me he despedido y estoy abriendo la puerta, oigo a mi espalda:
—Aridane… perdona.
Me giro, tengo a la rusa con cara de muñeca hinchable reclamándome.
—¿Sí?
—Me gustaría hablar contigo un momento, a solas.
Pues mira, a mí, no. Preferiría cualquier otra cosa…
—Es que tengo un poco de prisa, Karina. Si eso, otro día.
—Es que es importante, de verdad, solo va ser un momento. —Me ruega con sus ojos que le haga caso. Y tan borde no me sale ser.
—Vale, vayamos a la cocina. —Sé que me va a pedir explicaciones y me preparo para excusarme.
Cuando entramos en la cocina, cierra la puerta y comienza:
—Aridane, estoy un poco preocupada…
—Bueno, mujer, no hagas un mundo de esto, no lo dije en serio, es que a veces me pierde la boca, pero son cosas entre mi padre y yo —le interrumpo.
—¿Eh? No… —Frunce el ceño.
—Vale, perdona, de verdad. Pero entiende que no sabíamos nada de ti y de repente apareciste.
—Aridane, no, no es lo que crees.
—¿El qué? ¿Qué creo? Tú no sabes lo que yo creo —salto a la defensiva.
—Pues eso.
—Porque lo que creo no me importa decírtelo, que conste, mira lo que pienso es que te quieres aprovechar de mi padre.
Karina me mira extrañada y cuando le estoy a punto de decir que no se haga la idiota, me pone una mano en la boca para silenciarme. ¡Y esta! ¿De qué va? ¡O me suelta o le meto un puño!
—No sigas por ahí, no es de eso de lo que quiero hablar. Entiendo que no te caiga bien, pero te aseguro que estoy enamorada de tu padre y que mi intención no es otra que hacerle feliz. Lo que yo quiero decirte es otra cosa. —Hasta parece que lo dice de verdad. ¡Esta mujer es una artista!
—¿El qué? —le reclamo cuando por fin me zafo de su mano.
—Es que no sé si me he vuelto loca, pero cuando has contado lo del pobre de tu compañero, han saltado las alarmas y no voy a permitirlo.
—¿A qué te refieres? —Estoy perdida, ¿se referirá a que casi se muere por un mejillón?
—Ayer, cuando entraron en casa de tu padre, tuve mis sospechas, pero cuando has contado lo del accidente de Rubén…
No entiendo por qué relaciona los dos casos.
—Vi a Rubén en el local de mi hermano y hablé con él. Mi hermano me preguntó después quién era ese tipo, y después de insistirme le confesé que era amigo tuyo. Por su cara entendí que no le gustó. Y ahora creo que él ha tenido que ver en el accidente y en el robo de casa de tu padre.
Tengo la boca seca.
—Él sabe que yo salgo con tu padre y no le hace nada de gracia, como a vosotras… y cuando se enteró de que tenía una hija policía, menos aún.
—Pues eso es que tiene mucho que esconder ¿no crees?
—¿Mi hermano? Paul no tiene nada escondido, es un narcotraficante y todo el mundo lo sabe. Gestiona varios locales ilegales de prostitución que son los que más éxito tienen de todo Madrid, algunos hombres han desaparecido después de estar con él y nadie hace nada.
—Ahhh… —¿Qué le digo? ¡Pues vaya con tu chache! Prefiero un tonto «Ahh» y que ella sola se entierre.
—Es lo que te quiero contar. Creo que mi hermano sospechó al ver a Rubén entrar en el local. Él y sus socios huelen a los polis. Yo no quería saludarle, pero él se me acercó. Después, Paul, me estuvo preguntando y no me quedó más remedio que admitir que era un amigo tuyo. Mi hermano es muy insistente y cuando quiere que le digas algo no para, sea cual sea el modo de extraer la información. Le intenté convencer de que había venido porque había discutido con su novia, pero…
—¿Me estás intentando decir que crees que tu hermano provocó el accidente de Rubén porque es poli?
—Sí, y lo de tu padre también.
Me siento en un taburete porque presiento que mis rodillas van a doblarse sin que yo se lo ordene. Estoy aturdida.
—¿Lo de mi padre también? ¿Por qué? —le pregunto como puedo, tengo la boca más seca que un palulú.
—¿No lo entiendes?
—Pues mira, no —concreto.
—La visita del policía abrió la veda. Paul no quiere que salga con tu padre, dice que le estoy humillando, lo del robo es una advertencia.
—¿Y no te lo puede decir sin destrozar la casa de mi niñez?
—Paul funciona así. Su vida son amenazas, chantajes, peleas… Él ya no habla. Es el jefe y los jefes no dialogan, ni desde luego tienen ninguna relación de parentesco con la policía.
Continúo en shock. Karina se ha sentado frente a mí.
—Lo siento… —expresa antes de que varias lágrimas salten al vacío.
—No sé qué decirte, Karina. —Le soy sincera.
—Ya, pero tú nos puedes ayudar.
—¿Yo? —exclamo.
—Estoy harta. No puedo seguir así. Le he perdonado muchas cosas. Nuestra vida no fue fácil de niños. Él era muy frágil, tenía un montón de alergias y apenas salía de casa, le he sobreprotegido porque, en ocasiones, sigo viendo a ese niño en él, disfrazando sus inseguridades con maldad; pero ya le he excusado bastante. Se le ha ido de las manos, y me da miedo que dé un paso más…
—¡Eh! ¿A qué te refieres? ¿Hacerle daño a mi padre?
—No sé… Me acaba de dejar muy clara su opinión, si no le hago caso se enfadará.
—¡Pues deja a mi padre! ¡Pero ya!
—Vale. Sí, sí. Antonio es un gran hombre y no se merece estar con una mujer como yo, pero te estoy ofreciendo colaborar para que detengáis a mi hermano y sus socios. Conozco muchas cosas, llevo mucho tiempo a la sombra.
Su arrojo me ha dejado boquiabierta. Nos va a tender a su hermano en bandeja de plata.
—Karina, yo no trabajo en narcóticos. Te prometo que hablaré con mis compañeros y estarán encantados de colaborar contigo. Es más, si puedo, yo también intervendré, pero por lo pronto tienes que dejar la relación con mi padre.
—Sí, estoy de acuerdo. Antonio no debe correr peligro. Pero yo no puedo ir a la comisaría, ni hablar con policías. Es probable que tenga el teléfono pinchado. Paul no se fía de nadie, ni siquiera de mí.
—Yo os ayudaré. —Cris ha entrado por la puerta trasera de la cocina sin que Karina y yo nos diésemos cuenta y ha debido oír la conversación—. Me parece muy valiente lo que vas a hacer. Puedo actuar de intermediaria. De mí no sospecharán, un ama de casa con cuatro críos…
Karina se echa a llorar y mi hermana, que es mucho más condescendiente que yo, se agacha para consolarla.
—Es muy doloroso. Nunca pensé que delataría a mi hermano. Yo le quiero, pero se ha convertido en un hombre malo, sin escrúpulos… aunque sé cuánto le dolerá saber que le he traicionado.
—Karina, él se lo ha buscado —le expresa Cris mientras le acaricia la cara y le seca las lágrimas.
—Ya, por eso lo hago, pero es mi hermano.
—Alguien tiene que pararle, quizás eso le haga recapacitar —continúa mi hermana.
—Ojalá… yo solo quiero vivir en paz, aunque no pueda ser con Antonio.
Mi hermana y yo nos miramos. Sé lo que está pensando: Karina le ha llegado al corazón.
Y ¿a mí?... un poco, lo reconozco.