CAPÍTULO 6

Como siga con este ritmo de vida voy a engordar como los famosos cuando van a los centros de desintoxicación, que sanarán su organismo, pero salen todos rodando. Me duele la cabeza. Anoche Rubén y yo nos pasamos con el tequila. Me vienen flashes de la fiesta, ¿hicimos que mi pobre gatita Queca diera un mitin sujetándola de las patitas? Va a ser que sí. Creo que me tronché de la risa, las agujetas en mi tripa lo corroboran.

Rubén se quedó a dormir —en el sillón—, pero sin ningún indicio de peligro; somos unos profesionales. Esta mañana cuando he amanecido estaba roncando en el salón. Es extraño no estar sola en mi casa, pero me ha gustado. Hemos desayunado juntos y como hoy me toca la tercera y última cita, me ha ayudado, con un aplomo digno de mencionar, a decidir qué ponerme entre mi escaso ropaje, que es menos sexy que el de cualquier «Sor». Decidido el look, hemos partido a la acción. Llevo un vestido de tirantes fresquito para una mañana de domingo de septiembre calurosa, y el pelo recién lavado y suelto.

Me bajo del coche a dos calles del restaurante. Adrián, el tercero, no puede verme llegar con mi compañero. Voy a pasear un poco para despejarme y ponerme en situación. He quedado en un mexicano. Esta vez lo he elegido yo. Adrián, al contario del noventa y nueve coma nueve por ciento de los españoles, es rico. Pertenece a una de las familias más acaudaladas de nuestro país. De hecho, hace años fue famoso porque salió con una actriz, aunque lleva mucho tiempo sin aparecer en la prensa rosa. Lo he sabido ahora, cuando le he investigado, si no, ni idea. Yo voy a simular que no le conozco de nada. Me encuentro algo más nerviosa que ayer; de los tres, Adrián es el más diferente a mí y es probable que nada más verme me deteste. Cuando una se estanca en la clase media por mucho que se arregle, se le nota. Yo opino que el aire que tienen los «de alta cuna» es imposible de imitar. Rubén me ha estado halagando toda la mañana para subirme la autoestima, pero ni con esas…

Me suena el teléfono. Es mi hermana. Descuelgo.

—Hola Cris.

—Hola Ari. He dormido fatal. No puedo parar de pensar en papá con esa foca monje.

—Ya, y yo… es horrible.

—¿Y tú? ¿Qué tal ayer?

—¿Con el segundo? Bueno, pues un tipo bastante feo y bajito. Un pelín friki y no creo que sea culpable.

—¿Por?

—Porque está muy delgado, mucho, y tiene algo como fibromialgia. No creo que vaya matando por ahí.

—Lo mismo sí. Para disparar no hace falta ser Hércules, ¿no?

—Sí… oye ¿sabes algo de papá?

—No, esperemos que no se haya casado.

—¡Cris! No exageres.

—¡A la velocidad que va! Que no te extrañe que no ande ahora en las Vegas.

—Anda, calla, pava. ¿Qué tal los peques?

—Les oigo gritar desde aquí, supongo que están vivos.

—Te dejo que voy a llegar a la tercera cita.

—Ten cuidado hermanita. Llámame luego.

—Ok. Chao.

Vislumbro el restaurante. Veinte minutos tarde, cinco más que los otros, se lo merece por niño rico. ¡Oh, no! Comienza la taquicardia, y eso que todavía no he entrado. El coche de Rubén está… ¿eh? No lo veo. Busco una explicación en mi móvil.

Sospechoso en mesa. Yo dentro del restaurante. No te pienso dejar a solas con este guaperas; y no podía aparcar

Vale. Mucho más nerviosa. Ahora encima Rubén va a estar vigilándome de cerca. Me entra el canguelo. No tengo fuerzas para abrir la puerta.

«¡Vamos, Ari, tú puedes! No te amilanes por un niño rico», gracias mamá. Me adentro en la cantina.

«Si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida. Si nos dejan nos vamos a vivir a un mundo nuevo…». ¡Vaya!, ¡qué apropiada la canción! Logro mirar hacia la zona de las mesas y lo primero que me encuentro es la cara de mi compañero. Se está tronchando —por dentro—, pero tronchando, lo sé. Sus guasones ojos me señalan a un tipo que se sienta de espaldas a la puerta y parece que toquetea su móvil. Ese es Adrián, bueno, su dorso.

Cojo aire profundo. Cojo aire profundo. Cojo aire… y no consigo moverme, ¡qué vergüenza! A Rubén se le escapa una risa, este no entiende el concepto «de incógnito». El cuello de mi cita se gira y busca lo que al de la otra mesa le hace tanta gracia: yo. Me encuentro con su cara…

¡Virgen Santa! ¡Madrecita! ¿Qué hago aquí? ¿Se me ha doblado una rodilla? ¡Sí! ¡No me jorobes! ¡A que me pongo a convulsionar! ¡Ay, Dios! Se está levantando y viene hacia mí… ¡Me meo! ¡Me meo toda! Pero ¿de dónde ha salido este tipo?… ¿Es un ángel? ¿Es un dios?... ¡No!, es el superhombre más guapo de… de… ¡del mundo! ¡Y me quedo corta! Está a tres pasos, se acerca sonriendo, ¡qué dientes! ¡Por Dios!

—¿Eres Aridane? ¿Verdad? —¡Qué voz más bonita! Y me está cogiendo una mano. ¡Chincha rabiña! Me está cogiendo una mano a miiií… «¡Aridane! ¡Vale ya! ¡Compórtate!» Ok, mamá, tienes razón.

Asiento con la cabeza puesto que no me sale ni una pizquita de voz. Los ojos azules, con un halo interior de color miel, se arrugan un poquito al sonreír.

—En tu ficha ponía que eras tímida, pero no imaginé que tanto.

—Jijiji…

—Jajajaja… —se carcajea. ¡Qué vergüenza! Adrián se acerca. Me invade su aroma, ¡qué bien huele! ¿Qué va a hacer? ¿Me querrá coger en bloque y cargar conmigo hasta la mesa? Siento su voz en mi oído—: pero también ponías que eras una chica normal, y lo que yo tengo delante es una preciosidad. Una preciosidad con la que me encantaría tener el placer de comer. ¿Vienes conmigo, Aridane?

«¡Hija mía! Ve ahora mismo con ese chico tan educado. ¡Hombres así, escasean! ¡Vamos, espabila!».

—Hola Adrián —reconozco mi voz. Distingo cara de sorpresa al escucharme—. A mí también me encantaría comer contigo… pero mis pies han decidido no moverse.

—Jajajaja —ríe. Escucho una risa preciosa, y altamente contagiosa.

—No es gracioso, estoy pasando muy mal rato… —le imploro. Adrián cesa su carcajeo para compadecerme, pero de mis entrañas sale un espurrido, y él lo imita al instante. Los dos reímos a la par. Prácticamente se nos caen las lágrimas y así medio tiritando de risa y medio de nervios, noto cierto calorcito escurriéndose en mi entrepierna… ¡Ah! ¡Me estoy haciendo pis encima! ¡Tierra apisóname! Mis risas cesan abruptamente, tan abruptamente que Adrián se calla y me pregunta preocupado:

—¿Te pasa algo?

—No, nada… solo que… que… ¿Dónde está el baño? —El bochorno es el que me hace tartamudear.

—¡Ah, el baño! Allí —Adrián señala a una puerta que hay a mi espalda. Está cerca, ¡gracias! Salgo despavorida.

—¡Aridane! —me llama.

—¿Qué? —Me giro avergonzada antes de abrir la puerta del servicio. ¿Habré dejado un charquito en el suelo y lo ha descubierto?

—Te espero en la mesa. —Me sonríe… ¡Ahh! ¡Que me meo! Asiento con la cabeza y entro en el aseo.

No ha sido para tanto, bueno me he visto obligada a quitarme las braguitas y ahora llevo un fresco vestido de verano… y ya. Sinceramente, dudo de quién es más fresco si el vestido o yo. Me estoy mirando en el espejo, el rubor de mis mejillas va palideciendo. He de concentrarme, he venido aquí para resolver un asesinato. Es muy probable que ese tipo tan guapo que me está esperando haya matado a Rebeca, así que he de dejarme de chorradas e ir al grano. El espíritu policial se apodera de mí y esta vez abro la puerta y me encamino, del todo decidida, a entrevistarme con Adrián.

—Hola de nuevo —le digo.

—¿Has llegado? Pensaba que ibas a huir y saltar por la ventana —bromea.

—Ese era el plan, pero es un baño interior —secundo la guasa—. Además tengo mucha hambre y me encanta la comida mexicana.

—A mí también me gusta, güey —imita el acento mexicano. Sonrío.

—¿Pues a qué estamos esperando, pinche? ¡Dale a los tacos, compadre! —continúo la parodia. Me complace darme cuenta de que he vuelto en mí.

Los dos reímos, de nuevo. Miro de soslayo a Rubén; está flipando con nuestro buen rollo… Y yo.

Resulta curioso, después del flash del principio, me siento fenomenal con este chico. Es muy diferente a como pensaba. Me lo imaginaba estirado y repipi, y por el contrario es gracioso, ocurrente y muy cordial. Mientras aguardamos los primeros platos me pregunta si mi nombre procede de La Palma, porque él conoce Los Llanos. Me alegra no tener que explicarle lo mismo que a los demás. Además, me ha preguntado si puede llamarme Ari. Desde luego, educado es, se nota su clase.

Le contemplo, de verdad que no exagero cuando digo que es un dios. Tiene un ondulado pelo castaño, la tez bronceada, una mandíbula con líneas firmes y los labios más carnosos y brillantes que recuerdo. A cada lado de estos últimos destacan unos hoyuelos mágicos, como sus ojos azules. Su dulce mirada hipnotiza a cualquiera que tenga retina y funcione. Es más alto que yo y, a pesar de que lleva una camiseta innecesariamente holgada, intuyo que debajo hay unos abdominales de infarto. Lleva un look informal, vaqueros claros, niki blanco y zapatillas cómodas. Seguro que es todo de firma, yo de esas cosas no entiendo. Y lo mejor, que me lo he guardado para el final, al final de unos fibrosos brazos destacan unas manos preciosas, las estaría mirando una vida entera. Dedos largos acordes con el tamaño de su palma, uñas perfectamente cortadas; más que probable, de manicura. La piel parece suave, debe de tener un tacto sedoso.

—Me estás haciendo un repaso descarado, Aridane. Vas a conseguir que me ponga rojo. —¡Toma, pillada!

—Pues tú me acabas de poner roja a mí —le regaño.

—Aridane, llevas roja desde que has entrado —guasea. Pues si supiera que me he meado encima…

—Oye, ¿tú no te guardas nada? ¿Lo sueltas todo según te viene, no? —le pregunto simulando enfado.

—Sí, puede ser… a veces. Espero que no te esté incomodando —duda.

—No, tonto. Era broma.

—¡Ah! A veces me paso de listillo. Tú regáñame. —Se toma un tiempo para esperar mi riña y al no oírla, prosigue—: Bueno, ¿y qué te he parecido? Después del repaso me deberías dar el resultado. ¿He salido favorecido?

—Pasas raspado, pero pasas —le contesto seria. No se pensará este que le voy a bailar el agua.

—¡Uff! Menos mal, porque tú a mí me has encantado. Te pongo un sobresaliente.

—¡Anda, el otro! ¡No me hagas la pelota que no te pienso subir la nota!

Nos reímos con confianza. ¿Cómo puedo estar tan relajada con este tío bueno?... Un tío bueno que es un probable homicida. ¿Estaré perdiendo la cabeza?

Llegan los nachos y nos lanzamos a por ellos como abuelos a por churros.

—¿En qué trabajas Aridane? No viene en tu ficha.

Ahí va la primera mentira:

—Soy vigilante de seguridad.

Pues, al contrario que los otros dos, no ha puesto ninguna cara. Le estudio con más detenimiento y solo advierto picardía.

—Ya sabía yo…

—¿Por qué?

—¿Que eras vigilante? Por tu forma de hablar, se nota que estás acostumbrada a tratar con hombres. Vigilante, policía, arquitecta, topógrafa… eran algunas opciones.

—¡Joé! ¡Qué agudo! Creo que andan fichando nuevos talentos en el FBI —le respondo—. ¿Y tú? ¿A qué te dedicas? ¿Eres de la CIA?

—Jajajaja. ¡Qué más quisiera yo! Pero no, a mí me ha tocado ser niño rico.

—¿Eh? —Me ha dejado consternada su respuesta.

—Sí, eso es lo que me llaman hasta mis amigos —reconoce.

—Pero, ¿no trabajas?

—Entre tú y yo, mucho… —Adrián adelanta su cuerpo para acercarse a mí y me susurra —, pero es alto secreto. Sobre todo me ocupo de mantener a la familia fuera de jaleos, paparazzis, y demás escollos.

—¿Eh? —Me hago la tonta. Por cierto, su aroma es hechizante.

—Sí, mi familia es conocida. Hace unos años fui yo el foco de atención y ahora es mi hermana Macarena… ¿No te sueno?

—¿Me estás tomando el pelo? —Sigo simulando que no sé nada, y gesticulo que no; así quizás consiga que me cuente su enrevesado pasado.

—Ojalá te estuviera tomando el pelo, pero es verdad, Aridane. No sabes cuánto me alegra que no me conozcas. Estoy harto de la gente que se acerca a mí por mi apellido.

—¿Y aparecías en las revistas? ¿Tú?

—Hubo una época… Me creí el rey del mundo, pero salí escaldado. Lo pasé mal, pero me recuperé y ahora empeño todas mis energías en proteger a mi familia de esos buitres. —Advierto a un Adrián más serio. Después de una pausa en la que parece estar recordando, vuelve en sí—. ¿Y yo, por qué te he contado esto? ¡Vaya drama! No suelo hacerlo, ¿nos conocíamos de antes?

Es curioso que lo cuestione, yo tengo la misma sensación.

—No te preocupes. Hemos venido a conocernos, ¿no? ¿Te puedo preguntar qué te pasó?

—¡Uff! Eso para mínimo la décima cita…

—Vale, perdona mi indiscreción —reconozco.

—No, tranquila, pero no me gusta hablar de ello. A cambio te cuento que también trabajo en los viñedos de mi familia y que me apasiona la fotografía. ¿Y tú? ¿Algún hobby?

—No sé, no mucho, leer, estar con mis sobrinos… un rato —rectifico—, el cine…

—¿Te gusta el fútbol? —me interrumpe.

—Sí, mucho. Mi padre me crió como al hijo que nunca tuvo.

—¿De qué equipo eres?

—Del Madrid hasta la médula.

—¡Bien! —Suena entusiasmado—. Pues dime que no tienes planes para esta tarde. Te va a sonar raro… pero ¿te vienes ahora conmigo al Bernabéu?

—¡Ehh! —Me atraganto con el vino.

—Ya, ya te lo he dicho, es un poco raro, pero iba a ir con mi hermana y me ha dejado tirado. Tenemos un palco y en un partido como el de hoy no me apetece estar solo. Yo voy a ir sí o sí.

¡Un palco! ¡En el Bernabéu! ¡Pero si hoy es el derbi por excelencia: Madrid-Barça! ¡No me lo puedo creer!

—Es que… no sé…

—Te prometo que esto no estaba calculado, pero ¿por qué no? ¿Tienes algo que hacer más importante? Barájalo Aridane, de verdad que me harías un gran favor si vinieras conmigo. —Suena tan de verdad.

«¡Aridane! No puedes aceptar. Es un sospechoso. Por mucho que te tiente, has de rechazarlo»… Es verdad, mamá, pero es que es un Madrid-Barça y podría seguir investigándole.

«¡Aridane! Ni se te ocurra. No te juegues la carrera, te ha costado mucho llegar hasta aquí, hija mía. Es solo un partido».

¡Y una castaña pilonga! Es el Madrid-Barça.

—¿Qué? ¿Te apuntas? —insiste.

—Es que no sé… me da… —No me salen las palabras; en el fondo, mejor, porque las palabras serían algo como: me da miedo ir contigo porque igual eres un asesino de mujeres, guapito de cara.

—Como veas, no te quiero presionar. Pero si te agobias porque esto es una cita y el continuarla puede dar lugar a confusiones, no te preocupes, te prometo que cuando entremos en el Bernabéu se acabó la cita y solo somos un par de amigos animando a su equipo.

—¿Seguro? —insto.

Adrián asiente y clava su mirada en mí, mientras que apoya una mano en su boca para esperar mi respuesta y yo no puedo evitar volver a reparar en lo bueno que está el sospechoso. Creo que se me ha escapado una sonrisita boba, (sin caída de baba; que conste en acta).

Busco disimuladamente a Rubén. Necesito su aprobación. Le veo escribiendo en el móvil. Siento el vibrar de mi teléfono. Lo saco para leer el mensaje.

¿¡Pero tú estás loca!?

Pido disculpas a Adrián por entretenerme con el móvil, pero le digo que es un asunto importante. Contesto a mi compañero.

Ya, pero es que…

¡Llévame contigo! ¡Un Madrid Barça! Ve, ni te lo pienses. Mantenme informado. Estaré por ahí cerca

Gracias, eres un sol

Un sol que sabe cuánto te gusta el fútbol

Sonrío. Mi compañero es el más grande.

Guardo el teléfono y vuelvo a disculparme ante Adrián. Odio a la gente que hace más caso al móvil que al que tiene delante.

—Vale, voy —le respondo resuelta y feliz, mucho más feliz de lo que debiera.

—¡Bien! —Se le ha iluminado la cara, lo prometo—. Lo vamos a pasar genial. Estoy convencido de que Isco va a fundir a Dani Alves.

—Me encantan Isco y James. ¿Crees que sacará a Casillas?

—¡Uff! No sé, la pregunta de la semana…

Estoy que no quepo en mí de gozo, voy a presenciar un partidazo desde un palco. Bueno, pero antes tengo que pasar por un sitio. Ya veré cómo me las apaño. Me niego a entrar en el Bernabéu sin bragas.