La mañana de interrogatorios se me ha pasado en un santiamén y excepto por el momento angustioso de Álvaro, no me he sentido muy nerviosa. Pensaba que se nos moría allí mismo. Han llamado a un SAMUR y menos mal que no han tardado mucho, porque al caerse redondo al suelo desde la silla, se ha hecho una brecha en la frente y no paraba de sangrar. Este chico es muy, pero que muy flojo… Más le vale no ser el culpable, porque en la cárcel con los salvajes que hay, no dura ni dos duchas.
Arthur ha pedido un abogado y se ha negado a seguir hablando. Tiene derecho. Pero eso le hace sospechoso, más que sospechoso… ¿A que es él?
Esta tarde me toca Adrián, le haré las mismas preguntas, pero antes voy a comer con Cris. Hemos quedado en un restaurante cercano a la comisaría. Necesitaba ver a solas a mi hermana, para saber qué tal le va con Iván, pero con tanto jaleo en la comisaría creía que no iba a tener ni un momento. Cuando Enrique me ha dicho que Adrián venía por la tarde, me he tomado el mediodía libre y la he llamado. Si Cris está mal, yo también. Mi hermana es el ser más importante para mí y sé que yo soy una pieza imprescindible en su equilibrio vital.
Acabo de llegar, entro.
Cris me espera meneando el carro de Simón. Como me temía, tiene mal aspecto.
—¡Hola, Cris! —Me acerco y le doy un abrazo. Oigo a Simón berrear desde su carrito.
—¡Ayss! Coge a tu sobrino, por favor. A ver si se calla de una vez. Lleva un día insoportable, parece que me huele.
Le obedezco y saco a Simón del carro. El bebé me agarra del cuello y me sonríe agradecido. Me lo como a besos.
—¡Eso es lo que quiere! ¡Brazos, todo el día en brazos! Tengo yo tiempo…
Me ahorro el decirle que Simón es de los niños más buenos que conozco y que casi nunca se queja. Advierto que mi hermana está francamente mal. Me siento en mi silla y en seguida el camarero nos toma nota. Cuando se va, le pregunto. Apostaría a que no ha dormido más de dos horas.
—¿Qué tal, Cris?
—Cansada, Ari, muy cansada. Los niños no paran. Esta mañana Nerea me ha obligado a hacerle tres trenzas. Se las he tenido que repetir cuatro veces, porque no estaban lo suficientemente equilibradas. Izan se ha cargado con un pelotazo el jarrón chino de la entrada. Lidia ha desparramado el desayuno en su vestido y a última hora la he tenido que cambiar. ¿Mis suegros han ido a recoger? ¿Me han ayudado con los desastres de mis hijos? No, para eso está la menda lerenda.
—Cris, te lo vuelvo a repetir, ¿qué tal?
Cris levanta la cabeza para mirarme. No hace falta que me conteste.
—¿Se lo has contado?
Asiente.
—¿Y qué ha pasado?
—Pues de primeras me mandó a la mierda y se fue. Me quedé sola cinco horas en el hotel esperándole. Regresó borracho como una cuba, le ayudé a acostarse y él me tendió una servilleta en la que había escrito zorra como cien veces, y en el medio, quiero el divorcio.
—¿Eh? ¿Y eso cuándo pasó?
—El viernes. Fui un poco bruta y se lo solté nada más llegar. Pero no podía aguantarme más.
—¿Y qué hicisteis todo el sábado?
—Yo, intentar hablar, Iván, pasarse pantallas de Candy Crush… creo que se gastó el sueldo de un mes en vidas.
—¿Y no hablasteis?
—Pues el domingo en el coche, me dirigió por fin la palabra.
—¿Y qué te dijo?
—Pues resumiendo: que tiene un cabreo de mil demonios, que ya no confía en mí, que no quiere verme ni en pintura y que tiene que pensar mucho.
—¿Y tú?
Nos callamos un momento porque vienen nuestros primeros platos. Simón se ha quedado dormidito en mis brazos, y le tumbo en la silla.
—Yo, yo no dije nada… aguanté el chaparrón.
—Pero Cris, esto no consiste en que te pongas un chubasquero. Tú has tomado la salida fácil, hasta ahí tienes la culpa, pero lo has hecho por algo.
—Ya, se lo intenté explicar, pero nada, como un burro, que a él no le echara la culpa de mis pifiadas.
—Si es que no consiste en echar culpas; consiste, vamos creo yo, en que decidáis si lo queréis arreglar, si merece la pena arreglarlo.
—Ya… ¿pero y si te digo que no sé si quiero arreglarlo?
—Pues te diría que lo pensaras bien.
—Ya, ¿pero y si te digo que no tengo tiempo para pensar?
—Pues te diría que lo encuentres.
—¿No lo entiendes? Es como si mi alma se hubiese congelado. Solo puedo atender a los niños, no me da para más. Si Iván me quiere dejar, pues que me deje, me da igual…
—¡¿Tú sabes lo que estás diciendo?! —Me cabreo.
—Sí, Ari, y sé que suena irracional, no me he vuelto loca, o sí, pero es que estoy sobrecargada, al límite. Creo que necesito que pasen los días.
—Tú lo que necesitas es que alguien te ayude. Contrata una asistenta ya, echa a tus suegros de casa, y verás como los pensamientos juiciosos van apareciendo.
—¡Ni que fuera fácil!
—Si no lo intentas y dejas pasar los días, no solucionarás nada, Cris. No quiero ser pesada.
—Ya, hermanita, si te entiendo, yo a ti te diría lo mismo, pero no puedo enfrentarme con Iván por sus padres, eso le terminaría de rematar.
—¡Pues que se aguante! Él es el que te ha endilgado a esos jetas. Estoy convencida de que gran parte de lo que os está sucediendo, recae en ellos.
—Es probable, no tenemos intimidad.
—¡Ves!
—Bueno, dejemos de hablar de mí.
—No, no, espera. ¿Y Samuel?
—Samuel, nada. Me llama, pero no le cojo el teléfono.
—Vale, bien.
—No sé yo…
—Cris, hagas lo que hagas, te apoyaré.
—Lo sé, brujilla. Ahora, por favor, cambiemos de tema, háblame del caso Karina, y de lo de Rebeca.
Mi hermana casi se atraganta cuando le he desvelado lo de que los tres se conocían, pero nada que ver a cuando le he contado lo de la proposición de Rubén. Le ha faltado llevarme a rastras a por un vestido de novia. Le encanta el poli macizorro para mí, aunque es más lianta que la Celestina y me ha soltado a bocajarro que intuye que con Adrián tengo una especial atracción. Por supuesto, igual que a Rubén, se lo he negado rotundamente. Yo con ese mentiroso no tengo ni atracción ni pepinillos en vinagre, quizás antes, un poco, pero ahora cero patatero, más bien diría que le detesto.
Nos despedimos al terminar los postres. Se nos ha echado el tiempo encima y me va a tocar correr. Aceleradamente, le cuento que todavía no sé nada de Roberto, pero le digo que se ponga en contacto con Karina y le comente que en breve tendrá noticias de ellos; ya están elaborando los planes para la redada.
Camino a la comisaría, voy armándome de valor. Me toca Adrián. El sospechoso que parece más culpable. No pienso fallar, ni dejarme llevar por su atractivo. Eso pasó a la historia, ahora va a conocer a la verdadera Aridane, a la policía sin escrúpulos. Se va a enterar…