Odio los hospitales, es una frase hecha, pero en mi caso, es verdad. Nada más poner un pie, percibo ese olor tan típico que consigue revolverme el estómago; no entiendo cómo la gente puede trabajar allí sin vomitar a diario. Antes de lo de mi madre ya me gustaban poco, pero su horrible enfermedad, lo remató. Pasé muchos días junto a ella, sintiendo cómo perdía la vida con cada respiración.
La amplia sala de espera del quirófano en la que me encuentro acumula nuestros nervios. Aguardo con dos compañeros, Juan Pedro y Raúl, y con la familia de Rubén, sus padres y su hermana Vera. Nos han informado de que sufre un traumatismo craneoencefálico grave, varias costillas rotas y el brazo izquierdo hecho un desastre, no con esas palabras, pero en resumen era eso. Le están operando por lo del brazo y me ha parecido entender que los neurocirujanos iban a valorar su cerebro, por si sufría daños graves.
Llevan varias horas, o eso creo, el tiempo no pasa. Cada vez que cierro los ojos vuelvo a oír sus gritos. Ya hay varios compañeros investigando el accidente y de momento sé que el otro coche se ha dado la fuga, y que están buscando por las cámaras de tráfico. Pero, vamos, a mí me da que no ha sido un accidente, alguien ha ido a por él y no ha parado hasta sacarle de la carretera. Le vamos a pillar, no voy a descansar hasta averiguar quién le ha querido matar y cuando le encuentre, voy a ser de todo, menos justa y legal.
—¿Tú eres Aridane? —me pregunta su hermana—. ¿Su compañera, verdad?
—Sí, soy yo.
—Rubén habla mucho de ti… mucho.
—¿Sí?
—Sí. Yo me llevo muy bien con él, siempre nos contamos todo. Yo no quería que fuera poli, me daba mucho miedo.
—Pues es muy buen poli.
—Eso dice él de ti… entre otras cosas. —Vera emite un tímido quejido y yo le agarro una mano que encuentro más que helada, con razón tiembla la pobre chica. Como yo, desde esta mañana un estúpido temblor interno se ha apoderado de mí y no se me pasa. Quizás si llorase, pero no me sale ni una gota.
—Siempre repite que eres muy inteligente y muy divertida —me confía.
—¿Yo? —Me sorprende que Rubén hable así de mí, a menudo se anda quejando porque soy una sosa.
—Seguro que te dice lo contrario, ese es mi hermano, siempre expresa lo opuesto a lo que piensa. —Esta vez el quejido va acompañado de una lagrimita valiente que rueda por su mejilla—. ¿Vais a averiguar qué le ha pasado, verdad?
—Sí, Vera, no lo dudes.
—Va a salir de esta —afirma, mirando al vacío—. Mi hermano es muy fuerte, desde enano se ha dado un montón de golpes en la cabeza y nunca le ha sucedido nada. Va a salir de esta, va a salir…
—Claro que sí.
Las puertas de quirófano se abren al fin. Los médicos se dirigen a nosotros con gesto serio. Creo que ahora sí, voy a vomitar. Vera tira de mi mano para que vaya con ella y mis piernas se incorporan. Tengo miedo, mucho miedo. Oigo lo que dice el doctor, e intento memorizarlo porque no soy capaz de asimilar nada.
—Lamentamos decirles que vuestro hijo se encuentra en una situación crítica, muy grave, peor de lo que pensábamos en una primera valoración.
—No, no… —se derrumba su madre. Vera me suelta y llorando corre a sostenerla porque su padre parece ausente.
—Le hemos operado de las fracturas del brazo izquierdo —continúa el cirujano, como si no viera lo que está sucediendo a su alrededor—, y ha ido bien, pero me temo que el traumatismo craneoencefálico es severo y puede tener daños irreversibles.
—¿Puede? —me oigo preguntarle. El médico se dirige a mí, puesto que la familia de Rubén está desecha y yo soy la única que parece atender —. Hay que esperar, es joven. En el TAC hallamos una hemorragia intracraneal importante, y en cuanto pudimos, tratamos de disminuir la presión intracraneal, pero no sabemos si hemos llegado a tiempo y habrá secuelas.
—¿Secuelas? ¿De qué tipo?
—Coma, ceguera… pero es pronto todavía para aventurar, aunque sabemos que la zona más afectada es el lóbulo occipital. Como le digo hay que esperar.
—¿Pero va a vivir? —pregunta el padre.
—No lo sabemos, durante la cirugía ha sufrido varias paradas cardiorrespiratorias. Está grave, muy grave, no se hagan muchas ilusiones.