CAPÍTULO 30

Es viernes por la tarde. Trascurridas varias horas desde que Rubén salió de quirófano, sigue vivo. Me acabo de marchar del hospital. Estoy desecha. Solo he podido acceder a la UVI una vez y mejor no haberlo hecho. No parece él. Repleto de tubos, vendajes, aparatos y con los ojos cerrados. La mirada de Rubén es de las más imponentes y chispeantes que conozco. A menudo bromeo con las caras que ponen las mujeres al hablar con él, las mira de tal forma que las primeras veces tartamudean impactadas. Le han inducido el coma. Todos insisten en que hay que esperar y que las primeras veinticuatro horas son cruciales.

Mis compañeros me acaban de confirmar lo que me temía, que no ha sido un accidente. Un Audi, con matrícula falsa, ha ido golpeando el coche de Rubén, hasta que le ha sacado de la carretera. Numerosos testigos lo afirman y yo no entiendo nada, ¿quién le ha hecho esto? ¿Por qué?

Por primera vez no deseaba entrar en la soledad de mi estudio, me ahogaría, así que me he dirigido a la comisaría, allí estaré mejor. Antes había decidido pasar por la casa de mi hermana, pero no está. Sus suegros me han informado de que Cris e Iván se han ido a pasar el fin de semana a una casa rural. Me parece valiente por los dos. Sé que se quieren, pero el día a día no les ayuda a demostrárselo. Mañana la llamaré. Le he dejado un mensaje de ánimo y he preferido no relatarle lo sucedido.

Los pocos polis que quedaban se me han acercado a preguntar conmocionados por el estado de Rubén. Esto es como una familia, se sufre mucho cuando a un compañero le pasa algo, como si te sucediera a ti. Resulta imposible no morirse de miedo cada vez que hieren a un colega.

En mi mesa han dejado, metidos en una bolsa de plástico transparente, los objetos que tenía Rubén en el coche. Todos salpicados de sangre. Un escalofrío, desde la puntita de mis pies, acaba de traspasarme, y al paso por mi cabeza ha encendido una bombilla interna que llevaba todo el día apagada por la conmoción. Recuerdo lo que me estaba contando justo cuando le empezaron a golpear, algo de que había estado en el bar donde habían llamado a Rebeca por última vez. Abro la bolsa. Rubén estaba eufórico, me dijo que era una bomba y que me lo quería soltar en persona, pero alguien se ha encargado de silenciarle, quizás para siempre, ¿habrá sido por eso?

Su móvil roto, su reloj, la pistola, su placa y una carpeta con datos del caso, es lo único que hay en la bolsa. Abro la carpeta. Una hoja impresa con la imagen y dirección de un bar, que me imagino que será del que hablaba, y varias fotos; las voy pasando: Rebeca, Arthur, Álvaro, Adrián y Nacho. Nada más. Rubén descubrió algo importante solo con eso. Ni me lo pienso, voy ahora mismo a averiguar el qué.

El bar dista varias calles de donde vivía Rebeca, eso ya es un dato. ¿Y si el que la llamó lo hizo para encontrarse con ella y eso es lo que descubrió Rubén? Podría ser… Se me acelera el pulso, es muy probable que por eso pareciese tan contento, ¿había resuelto el caso? Encuentro un sitio cerca del local, no me arriesgo y aparco, en esta zona no suele haber huecos y además no me vendrá mal andar un poco.

Mi móvil recibe varios mensajes de Whatsapp. Son de Adrián. Le he adjudicado un sonido diferente al de los demás. No los leo, prefiero hacerlo luego, me desconcentraría y ya estoy llegando.

¡No es posible! ¡Rayos, sapos, culebras! El maldito bar está cerrado, ¿cómo es posible? ¡Un viernes por la noche! Es que es una cafetería de desayunos y meriendas. No me lo puedo creer, debe de ser la única que cierra en todo Madrid. ¡Qué rabia! Se me va a hacer la noche eterna. ¿Y ahora qué hago?

Saco mi móvil involuntariamente y leo lo que me ha escrito Adrián.

¡Hola preciosa! ¿Qué tal tu día?

¿Recuerdas que tenemos que hablar?

Decido contestarle mientras regreso a mi coche. Parezco una de esas personas que no saben andar sin móvil en mano.

Sí… mi día regular.

¿Y eso? Necesito hablarte, Ari.

¿De qué? Estoy un poco cansada.

Me imagino, pero es muy importante. ¿Puedo ir a tu casa?

Recuerdo que le prometí a Rubén que no me citaría con Adrián a solas. Se me había olvidado mi compañero por unos segundos, una punzada de dolor me golpea. Contesto:

No, mejor en otro sitio, pero ¿qué es tan importante?

Ok, pero que no venga tu compi… jeje

¿Jeje? ¡Uy, uy, uy! ¿No habrá sido él? ¿No?

¿De qué quieres hablar? Necesito que me lo digas.

De ti y de mí y de que sé quién eres.

No te entiendo…

Ari, sé que no eres vigilante… ¿Dónde quedamos?

CAPÍTULO 31

Soy el ser más tonto de esta ciudad —iba a decir del mundo, pero hay cada uno por ahí, que me salva de fijo—. No sé a qué narices voy, pero su mensaje me ha dejado a cuadros. El tío tiene la desfachatez de confirmarme que ha descubierto que no soy vigilante y encima me obliga, prácticamente, a quedar. La verdad es que después de lo que ha pasado hoy, uno le da más importancia a la vida. La lista de prioridades existenciales se me ha alterado y he decidido que estoy harta de jueguecitos, de investigaciones y de chorradas. Si se me presenta la oportunidad le voy a ser sincera y espero que él lo sea conmigo.

Por supuesto, le he pedido que nos encontráramos en el lugar más concurrido que conozco a estas horas: Callao, concretamente en la puerta del Rodilla. Me niego a arriesgarme un pelo. Por más cábalas que hago, no acierto a saber qué es lo que tiene que decirme, no creo que sea una confesión, o por lo menos, eso espero. Que Adrián me confiese que es el asesino de Rebeca, a unas horas de haberme enrollado con él, pondría la guinda a uno de los peores días de mi vida.

Me llega un mensaje suyo confirmándome que ya ha llegado y que me está esperando. Yo circulo por Plaza España y tengo que aparcar. Un minuto después me suena otro mensaje, ¡por Dios qué impaciente! Mira, paso, no estoy para agobios; no miro el móvil más, faltaba otro accidente.

¡Oh, no! No era él. Acabo de aparcar y al ir a guardar el teléfono he visto que el último mensaje era de Vera:

Mi hermano está peor. Se lo han vuelto a llevar a quirófano. No nos dicen nada

Retorno a mi coche temblando. No puedo hallarme en otro sitio que allí, junto a Rubén. Mientras salgo del parking llamo a Adrián, sin saber muy bien qué decir.

—¡Hola, preciosa! Ahora voy, me he acercado a la Fnac.

—No, no vayas, Adrián. Me he tenido que marchar, lo siento.

—¿Cómo? ¿No vienes? —Me parece avistar enfado.

—Lo siento, en serio, pero debo ir al hospital. Han pasado cosas. Ya te contaré.

—¿Pero tú estás bien? —Ahora suena preocupado.

—Yo sí, pero… —El estado de ansiedad en el que me encuentro no me permite diferir lo que puedo o no contar. Por primera vez mis ojos se cubren de una fina capa de agua salada.

—¿Qué ha pasado, Ari? ¿Puede ayudarte?

—Rubén, mi compañero, está muy grave. —Lo he soltado.

—¡No, jorobes! ¿Qué le ha pasado?

—Ha tenido un accidente esta mañana, con el coche, y me acaban de decir que le están operando de nuevo. —Percibo como una lagrimilla desciende por mi mejilla. Decirlo en alto lo hace real.

—¿Vas para allá?

—Sí, siento que debo estar cerca de él. Nos lo han puesto muy negro.

—¿Quieres que te acompañe?

¡Uysss! ¡Estaría bueno!

—No, no hace falta. Gracias, Adrián. Retrasamos nuestra conversación para otro día, ¿vale?

—Normal, no te preocupes. Me gustaría estar allí contigo. De verdad que lo siento mucho. Ayer le conocí y hoy… ¡qué fuerte!

—Bueno, te dejo, que estoy un poco nerviosa y voy conduciendo.

—Sí, ten cuidado.

—Chao.

—¡Ari!

—¿Qué?

—Llámame con lo que sea.

—Sí. Chao.

Por fin he roto la piñata. No puedo frenar a las lágrimas, ni a la rabia, ni a la pena; y debo hacerlo porque al final me la pego.

Llego sana y salva a la concurrida sala de espera de la UVI.

—¡Ari!

Vera corre hacia mí al verme aparecer. Busco algún signo en su cara, pero no me da tiempo.

—¡Ya ha salido! Ha ido todo bien.

Me relajo entre sus brazos que me sostienen con energía.

—¿Qué le ha pasado? —le pregunto con voz tomada por la emoción.

—El brazo, creo que estaba sangrando, algo de la medicación que están usando para la cabeza, que le ha provocado una hemorragia. Yo no les entiendo, pero salían mucho más tranquilos, y nos han dado esperanza. Dicen que Rubén es muy fuerte. Te lo dije.

Nos separamos y saludo de nuevo a sus padres. Un atisbo de optimismo les hace respirar de otra manera, más fuerte que por el día. Me contagio. Rubén va a sobrevivir… Y yo no me pienso mover de aquí.