Recibo unos golpecitos en mi espalda. Me giro.
—¡Hola, Arthur! —Esta vez sí que le doy dos besos.
—Hola guapa.
—¿Qué tal? —Le echo un vistazo. Arthur es de colores fuertes, igual que su aroma. Lleva una apabullante camisa azul mecánico y un pantalón de traje oscuro.
—Bien, todo bien. Mejor desde que me has llamado esta mañana para quedar. —Suena sincero.
—Es que tengo unos días libres y he pasado por la puerta de un club tuyo… y me he dicho que era una señal.
—¿Una señal? —cuestiona pícaro.
—Sí…
—Espero que en las siguientes veces no te hagan falta señales para llamarme.
—Jajajaja. —Simulo reír. Estoy un poco intimidada por la cercanía de Arthur, invade mi espacio, y atasca mi olfato. Doy un paso hacia atrás—. Gracias por las flores.
—De nada.
—Nunca me habían regalado flores…
—¿No? ¿De verdad?
—De verdad, ya te dije que no es que haya tenido muchas relaciones en mi vida.
—Pues ellos se lo han perdido. Me alegra ser el primero que te compre flores. —Arthur adelanta ese paso que me alejaba y me da un beso en la mejilla. Vuelvo a comerme su aroma. A este chico le duran los perfumes tres citas. Se distancia un poco. Logro respirar aire puro y sonrío.
—Eres muy guapa, no entiendo cómo no se te han rifado los hombres.
—¿Guapa? ¿Yo? Seguro que has quedado con mujeres mil veces más guapas. —Voy introduciendo el tema en cuestión.
Nada, no saco nada. Arthur se ríe y me conduce de la mano por el parque. Hemos quedado en el Retiro, en la fuente del Ángel caído, que en sí es un homenaje a Lucifer… ¿Será casualidad?
Son las seis de la tarde y hace un tiempo tan perfecto que apetece caminar. No tengo ningún plan más y no me pienso ir hasta que no sepa si se acostó con Rebeca. Mañana he quedado con Adrián. Me va a llevar a conocer sus viñedos. Es probable que el miércoles me cite con Álvaro.
—¿Le has dejado mucha comida a tu gato?
—Sí, hoy sí.
—Me alegro, porque me gustaría que cenásemos juntos. —Mi cita se para y me contempla suplicante.
—¡Vale! —intento parecer animada. Arthur sonríe y continúa caminando.
—¿Qué tal tu semana de trabajo? ¿Has detenido a muchos ladrones?
—Yo no detengo ladrones —respondo.
—¿Ah, no? —contesta.
—No, ya me gustaría a mí.
—¿Y qué haces?
—Para empezar me dedico a la formación, yo enseño a futuros vigilantes de seguridad. Y en lo primero que insisto es en que nosotros no somos policías, por tanto, no llevamos a cabo labores policiales. Excepto en nuestro lugar de trabajo, no podemos detener, y si lo hacemos, debemos llamar a las fuerzas de seguridad del estado, para que hagan lo pertinente.
—¿Nunca has querido ser policía? —¡Jo! Parece que me esté interrogando él a mí.
—No, nunca. Sí que hay bastantes policías frustrados en mi sector, pero no es mi caso.
—Ya, me imagino. Bueno, para que te quedes tranquila no soy ningún ladrón.
—Vale, pero puedes ser muchas otras cosas, ¿no? Me refiero a que hay camellos, violadores, maltratadores, asesinos… —Dibujo una pequeña sonrisa para que no salga pitando.
Arthur se ha echado un paso para atrás. ¡No es para menos! Le he debido asustar con mi, poco oportuno, ataque verbal. Me esfuerzo para que esa sonrisa se haga más apreciable y le guiño un ojo.
—Vale, vale… no soy ninguna de esas cosas. ¿Te quedas más tranquila?
—Bueno saberlo. Gracias. El próximo día no echaré gas picante en el bolso. —«¿Se puede saber por qué estás siendo tan agresiva, hija?». No mamá, me sale solo, así me va.
—¿Será broma?
Niego con la cabeza y mantengo la boca cerrada, que estoy más guapa.
—¿Llevas gas picante?
—Sí, siempre voy con él. —Abro mi bolso y se lo muestro.
—¡La leche! ¡Eres tremenda, Ari! —Ríe—. ¡Ah, perdona! ¿Puedo llamarte Ari? Es que Aridane se me hace muy largo.
—Sí, no te preocupes, en la segunda cita ya me puedes llamar Ari.
—Uhmmm… me gusta. Oye, le podías añadir a tu kit unas esposas.
—Sí, claro —le sigo el juego. Arthur es muy predecible.
—Pues mira, te voy a regalar unas, pero de esas de terciopelo que se atan a la cama y…
¡Lo sabía! ¡Será indecente! Le guanteaba ahora mismo, pero como tengo que parecer interesada, le interrumpo:
—Las aceptaré gustosa. Me encantará usarlas en mi trabajo —acentúo «mi trabajo».
—Ya, ya… no estamos pensando en lo mismo. —Ríe de nuevo. Arthur es el típico que se carcajea con sus propios comentarios.
—Pues como te dije la primera vez, entiendo cómo funciona vuestra mente. Sé en qué estás pensando, Arthur.
Como me temía, Arthur se anima y se gira para agarrarme por la cintura y pegarme a él. ¡Este chico es un pulpo exacerbado!, no sabe medir los tiempos. Mi sensible vejiga está empezando a estresarse con tanto susto. Estoy incómoda, no, lo siguiente, y me faltaba hacerme pis.
Le aparto un poco con mi mano en su pecho.
—Pero esas esposas, de momento, van a quedarse en la tienda. Es muy pronto para regalármelas, no te hagas ilusiones…
—Ohhh —bromea fingiendo pena.
—Entiendo que te aflijas, estarás acostumbrado a acostarte con todas tus citas el primer día —re-introduzco el tema.
—Bueno, bueno… no todas se dejan. —Vuelve la pesada carcajada. Me está torturando.
—No te creo. Estoy segura de que con la otra cita que tuviste en la agencia te liaste.
Arthur se aparta algo serio. Mi sentido del olfato se recupera y mis tímpanos sonríen felices, al no vibrar obligados por su estruendosa risa.
—¿Y por qué crees eso? —Lo ha preguntado en un tono grave.
—Por lo que dijiste el otro día, lo de que fue un poco raro… y por tu manera de comportarte.
—¿Cómo me comporto? —se extraña.
—Pues, si te viera mi madre diría que eres un fresco. —Me ha salido del alma—. Vamos, que se nota que estás seguro de ti mismo.
—¿Y de eso deduces que me acuesto con todas? —espeta, algo ofendido.
—Más o menos, ¿me vas a negar que te acostaste con esa chica?
—No te lo voy a negar, ni confirmar, no creo que venga al caso. —Si supiera él…
—Tu gesto te delata… pillín. —Ha quedado un poco ridículo, pero quería resultar divertida—. Pero que a mí me parece perfecto, yo solo te digo que yo no me acuesto con alguien así de fácil.
Esto se ha animado mucho antes de lo que esperaba. Arthur está pensando. Se toma su tiempo para responderme. Disimulo mi impaciencia mirando al suelo, pero inmediatamente, él, me eleva la cabeza para poder buscar en mis ojos. Hago de tripas corazón y obligo a mis ojos a sostenerle el envite.
—Pues haces bien, muy bien. —Sin esperármelo Arthur se abalanza hacia mí y sosteniéndome la cabeza pega sus labios a los míos ¡Me quiere morrear! No sé qué hacer. En mi cabeza se desata una guerra de enfrentamientos entre estas dos consignas: «¡Ajjj! No quiero», y a la contra «¡Te aguantas, tú te lo has buscado!». Me encantaría despegarme, pero entonces le dejaría en evidencia y tengo que averiguar más. Nada, no queda más remedio. Abro mi boca para permitir a su entrometida lengua pasar y Arthur se cuela dentro.
«Es solo un beso, Ari, solo un beso, no pasa nada».
Me concentro en hacerlo bien y de paso, practico; hacía varios meses que no me besaban. Arthur ha empezado salvaje, pero ahora su lengua se ha frenado y me está mordiendo los labios. Si este chico me gustara estaría a cien y subiendo; pero no es el caso, más bien me hallo por debajo, del bajo cero. Arthur no lo sabe, pero está morreando a una esquimala insensible. Por fin, se separa de mí.
—Al menos me dejas besarte. Me gustas, Ari. Eres tan diferente a lo que conozco.
—Y tú a mí… —susurro con voz casi inaudible.
—¿De verdad te gusto? —cuestiona incrédulo.
—Te acabo de besar —respondo.
—No, te he besado yo.
—¡Pero no me he quitado! —me quejo.
—No hubieras podido, te tenía bien sujeta. —Arthur se vuelve a acercar a mí, travieso—. Es broma. Pero la próxima vez, bésame tú. Sé que quieres ir despacio. Yo te espero.
¡Ay, Dios! Se está poniendo romántico y yo lo que quiero es averiguar si se acostó con Rebeca… Plan B: ¡a emborracharle!