CAPÍTULO 42

Un mes antes

Su tripita no aumenta, pero percibe que su «habichuela» está ahí, creciendo, multiplicándose. Trasteando por internet, se apuntó a una página de futuras madres y cada semana le envían por mail el desarrollo, según la edad gestacional, de su bebé. En esta, lo compararon con una nuez y le aseguraron que ya tenía un latido rápido.

Jamás se imaginaba que estar embarazada le iba a emocionar tanto; se quedaría así para siempre, sintiendo que está generando una vida. Lo malo es cuando le entran dudas porque nota algún pinchazo o molestia más fuerte de lo habitual, pero no lo suficiente como para ir al médico. La solución es volver a hacer pis en el palito. Le va a costar un dineral, porque la obsesión le ha hecho gastar varios Predictor, advirtiendo que probablemente no sirva de mucho, pero es ver la rayita y estremecerse. Sí, sus emociones andan exaltadas, eso cuando no está dormida, porque es un cesto, podría pasarse todo el embarazo así. Por lo demás —aparte de que sus pechos han crecido una talla—, no siente nada especial: no huele mejor, ni tiene náuseas, puede beber leche… La libido sí que está por todo lo alto, pero cree que eso no se debe al bebé; el culpable es Adrián. No logra sacarle de su cabeza. En cientos de ocasiones le han entrado ganas de llamarle, pero ese hombre no es para ella; desde luego, la que se lo lleve va a disfrutar largo y tendido.

A final decidió que no iba a volver al Doctor Perea, nunca le había gustado mucho y prefería no tener que reconocerle que no tenía novio. Además, recordó que uno de los tres chicos de la agencia, Álvaro, tenía un hermano ginecólogo, así que le llamó y le pidió sus datos. El doctor Pollos le encaja mucho mejor, parece un hombre más profesional y discreto, aunque todavía no le ha hecho nada, excepto pedirle una analítica y una ecografía para la semana doce.

Solo lo sabe Ruth. Por casualidad le pilló tomando el fólico y en seguida ató cabos. Es muy buena chica y confía plenamente en su discreción. Rebeca siempre ha sospechado que Ruth estuvo intentando quedarse embarazada hace ya algún tiempo. No lo han hablado a las claras, pero su compañera, en alguna conversación, se lo ha dejado entrever; aunque cree que ya ha desistido. Mejor, porque con el idiota de marido que tiene, cargaría ella con el bebé, con la casa y con el trabajo.

Todavía no se lo ha contado a Nacho, necesita estar plenamente convencida de que todo va bien; pero en cuanto tenga en sus manos la ecografía le va a preparar una cena sorpresa y se lo desvelará. Sabe que le va a hacer muy feliz, Nacho será el mejor padre, sin serlo, que puede tener un bebé.

Llevaba un tiempo rondándole un asunto, y después de quedarse embarazada lo ha agilizado y ayer fueron al notario a firmar un testamento. Ella le deja todos sus bienes a Nacho, y le ha nombrado tutor de sus posibles hijos —el pobre no sabía a qué venía eso—, y lo mismo ha redactado él, y ella lo firmó. Se tienen el uno al otro, eso estaba claro, pero es mejor dejarlo por escrito. Rebeca es feliz porque no todo el mundo puede contar con un amigo así.

Ha hecho una lista y se prepara para ir a la compra. El tema de las comidas es muy complicado, de momento es lo único molesto del embarazo. Ayer se llevó un susto tremendo porque leyó en una página que no se puede beber poleo porque es abortivo y ella estos días, por prescindir de la cafeína, se había estado tomando un poleo en la universidad. Se metió en un chat, del que salió a los diez minutos, con mucho más miedo y acabó llamando al doctor Pollos para preguntarle. Le dijo que es cierto, pero si te bebes un tanque, al igual que la manzanilla. El caso es que le ha cogido un asco… ahora lo aborrece. No sabe muy bien qué comer, la verdad es que su dieta ha sido siempre muy sana, pero ya es que duda de hasta de las frutas. Pero lo que sea por su bebé, porque tiene más que claro que no quiere perderle por nada del mundo.

Suena la puerta de casa. Debe de ser Nacho. Es sábado y muchos sábados después de trabajar se acerca para incitarla a salir.

—¡Amorcito! ¡Ya estoy free for you! —Efectivamente tiene ante ella a un Nacho ojeroso, pero sonriente.

—Hola, free for me, ¡qué mala cara traes! —exclama.

Nacho se adentra en su casa y en menos que canta el gallo famoso ese, se lanza al sillón.

—Estoy vampiro total.

Rebeca sonríe, su mente traduce instantáneamente el idioma particular de su amigo; «vampiro» significa que está agotado porque se ha pegado una fiesta la noche anterior, como los personajes de True Blood. Por el contrario, si su cansancio se debiera a haber dormido mal por sus rayaduras varias, que le suelen provocar insomnio, diría que está hecho un búho.

—¿Y eso? ¿Con quién saliste anoche?

Nacho pone cara de circunstancias, gesticulando esa media sonrisa ladeada que tanto asusta a Rebeca.

—Nacho, Nacho… ¿Qué me tienes que contar? —se sienta frente a él.

—Nanai.

—¿Cómo que nanai? ¡Venga suéltalo ya! ¡Que te conozco!

—Si es que te vas a poner leona, y no me apetece cortarte las garras.

—¡Me voy a poner como una fiera como no me digas ahora mismo con quién saliste ayer! —espeta.

—Oky, oky. Te lo digo, pero yo no tengo la culpa de que la vida juegue con nosotros al miau y al mouse.

—¿Con Rodrigo? —Se acaba de dar cuenta de que ese gesto de atontado es el que siempre trae cuando está con él.

Nacho no contesta verbalmente, pero asiente con sus hombros y sonríe feliz.

—No entiendo a qué viene esa cara, ya has quedado con él más veces y no estabas así. ¿Habéis vuelto? —Se le atropellan las preguntas.

—¡Eh, eh! Que yo no soy tan fácil, ¿por quién me tomas?

—Entonces, ¿a qué viene ese gesto?

—Pues a que ayer la pasé con él, hablando, de todo, de la existencia, del futuro, de pavadas, de él, de mí, de millonésimas cosas y el tiempo se escurrió y cuando me quise dar cuenta tenía que irme a trabajar. No me he desenchufado, pero no puedo estar más despierto. Rebeca, le quiero. Estoy irresistiblemente atravesado por Rodrigo, y no lo voy a negar más. Es absurdo.

La cara de Rebeca debe de expresar sin máscaras lo que su corazón acaba de sentir, porque Nacho prosigue para intentar calmarla:

—No, Rebe, no te asustes, no estoy con él. No. Ni por el momento voy a estar. Rodrigo tiene que madurar y aunque está en ello, todavía tengo heridas abiertas. Yo solo estoy feliz porque puedo morirme tranquilo.

—¿Ehhh?

—Si, Rebe, ¿no lo pillas? Yo he vivido y he amado. Sé lo que es el amor. Lo que yo siento por Rodrigo es true love, rollo Cata y el Duque. Y eso me hace feliz. No voy a empeñarme en que nuestro libro crezca, si hemos de estar juntos, lo estaremos, pero eso no es lo importante. Lo trascendente ahora es que sé que nadie me va a llenar tanto como él.

—Bueno, eso está bien. —Rebeca respira tranquila.

—Es que, es estar con él y el entorno se desdibuja, mis sentidos aumentan para captarle más que a nadie, ¿me entiendes?

—No mucho, pero vale.

—¡Eso es lo que quiero decirte! ¡Tienes que enamorarte, Rebeca! ¡Eres una amish!

—No exageres.

—¡Cómo que no exagere! ¿Qué ha pasado con los agenciaos? Sé que uno te atravesó, y no has vuelto a quedar con él. Estás huyendo, Rebeca.

—No. Ninguno me gustó. Y para tu información el amor no se busca, se encuentra. Tú tienes la gran suerte de haberlo hecho, pero yo, hasta el momento, no. Aunque te advierto que tampoco es que me vuelva loca el tema. Yo soy feliz así. —Rebeca se lleva las manos a la tripa. Le está mintiendo a Nacho. Sí que ha encontrado el amor; lo que siente por su «habichuela» es lo más grande que jamás sentirá.

—¡Pero qué sosa! ¡No se puede ser más sosa! Menos mal que me tienes a mí para salsearte la vida…

—Vale, lo que tú digas. Oye, pesado, me tengo que ir a comprar, ¿te vienes?

—No, paso. Prefiero desenchufarme un rato aquí, además que últimamente estás de un retiquismiquis con la comida que se hace eterno el market.

—Vale, desenchúfate. Compro algo para hacer cena.

—Oky —le dice mientras se tumba cómodo en su sillón—.Yo te invito luego a una peli de Nubeox.

—Vale. No sé por qué me da que me va a tocar una romanticona hoy.

—Por descontado. Creo que the winner es: Friends with kids. ¡Good night! —se despide antes de cerrar los ojos.

Rebeca sale y cierra la puerta del salón para facilitarle la siesta a su amigo. Se mira al espejo de la entrada. Cree que está viviendo el momento más feliz de su vida. Falta, para completar su felicidad, que Nacho lo sepa, pero ya no queda nada.