CAPÍTULO 37

—¡Hola guapo!

Me acaban de dejar pasar a mí sola a la UVI. Les he explicado que debía interrogar a mi compañero y no han puesto ningún pero. Me he encontrado con un Rubén despierto del todo, y sin aparentes secuelas; sus sentidos están perfectos y no presenta amnesia. El número de tubos ha descendido considerablemente. Diferencio sistemas por los que pasa la medicación, un manguito de la tensión y una pinza luminosa en el dedo que informa sobre las pulsaciones y el oxígeno que hay en sangre. Comparado con lo del primer día, eso es pan comido. Aunque a sus ojos todavía les falta algo de su habitual brillo, cruzarme con su mirada traviesa me ha alegrado el día.

Rubén amaga una sonrisa.

—¡Hola Ari!

—¿Qué tal estás?

—Pues creo que he vuelto a vivir, o eso dicen los médicos… yo me siento como si me hubiese cambiado de cuerpo.

—¿Tienes dolores? —le pregunto al sentarme en una banqueta a su lado.

—¡Qué va! Me paso el día colocado con los calmantes, aunque la sensación es extraña, mi cuerpo está como acolchado.

—¡Qué mal lo pasamos ayer, Rubén! —se me escapa por el relax de encontrarle tan bien.

—Ya, me imagino… me lo ha contado Vera, por cierto, le caes muy bien a mi hermana.

—Y ella a mí, es muy simpática.

—Ari… —cambia el tono jovial—. Alguien vino a por mí. No fue un accidente.

—Lo sé.

—Se lo he contado a Enrique, ha estado aquí antes —me explica.

—Muy bien. Creo que sé quién ha sido —le digo a la vez que me acerco para acariciarle el brazo.

—Y yo.

—¿Le viste? —pregunto intrigada.

—No, no… pero, y siento decirte esto, ha debido de ser Adrián.

—¡¿Adrián?! —exclamo.

Rubén se intenta incorporar un poco, pero su cuerpo maltrecho no se lo permite.

—Ari, descubrí algo en la cafetería, es lo que te iba a contar cuando el coche.

—Ya lo sé, que los tres se conocen y que Adrián es el que llamó por teléfono.

Rubén sonríe.

—Vale, ya lo has averiguado tú solita.

—Claro, estuve siguiendo tus pasos. Se acabó el incógnito —le informo—, mañana les interrogaremos.

—Me alegro. ¡Me quedé flipado cuando la dependienta me dijo que conocía a los tres! No me lo podía creer.

—Y yo —reconozco.

—Me parece muy bien que te dejes de chorradas. Esos tíos tienen que pagar por lo que han hecho.

—¿Por qué acusas a Adrián de ser el responsable de tu accidente? —le pregunto intrigada, no se me había ocurrido.

—Pues porque me conoció el día antes y querría silenciarme. Se pondría celoso…

—¡Anda ya, Rubén!

—¿Y por qué no? Es obvio que le gustas.

—¡Pues va listo! Pero vamos, que creo que no ha sido él, al menos lo de tu accidente, lo de Rebeca es otra cosa. Pero lo tuyo va por otro derrotero.

Le expongo todo lo que me ha revelado Karina y después de oírlo, Rubén acepta que es lo más probable y que su anterior teoría cojeaba más que una silla vieja. Recuerda que fue él, el que saludó a Karina en el local y reconoce que su hermano, un armario cuatro por cuatro, (¿cómo será para que lo reconozca Rubén?), no le quitaba ojo de encima.

—Vamos a ir a por él. Ya he hablado con Roberto. No se puede creer la suerte que hemos tenido con Karina. Es muy arriesgado porque son gente muy vengativa y ella corre peligro, pero está convencida. El caso es que ellos llevaban tiempo detrás de Paul, pero el muy mafioso tiene una red infranqueable.

—Y de pronto, hay una fisura, ¿te cae ya mejor la rusa?

—No sé. Mi padre ha estado en peligro por su culpa; bien, bien, no me cae, pero ha progresado en mi estima bastante, lo reconozco.

—Así me gusta, Ari. Cuando me recupere y todo lo del caso de Rebeca acabe, me gustaría… —No le salen más palabras. Le ayudo.

—¿El qué? ¿Vas a pedir cambio de inspector? —le interrumpo. Me dolería, pero entiendo que mi actitud de esta semana ha dejado mucho que desear y si alguien me conoce es él.

—¡Qué dices atontada!

—¿Entonces?

—Ari, he estado a punto de morir y te aseguro que mis pensamientos sobre la vida ha cambiado… y me gustaría que tú formaras parte de ella.

—Y lo voy a hacer, no te preocupes, después de lo mal que lo pasé ayer, voy a ser tu sombra.

—No me entiendes, no quiero que seas mi sombra, quiero que seas mi novia.

—¿Eh? ¿Tú qué? —murmuro.

—Mi chica… lo de novia suena fatal. Me gustas, Ari. Me gusta todo de ti, hasta tu mala leche. Nunca he deseado tener una relación con nadie, hasta que te he conocido.

—Pero yo, yo… —Yo quiero que la tierra me trague ahora mismo. Nunca, ni por un milisegundo, pensé que yo podría atraer a Rubén.

—Ya, ya sé que no te lo imaginabas.

—¡Eso! Me has pillado por sorpresa. —Me asombra que se anticipe a mis pensamientos.

—Lo sé, te conozco. Tú piénsatelo. No te digo que me contestes hoy mismo, solo te pido que me mires con otros ojos. Tú y yo nos entendemos…

—Ya… —¡Madre mía! ¿Qué le digo? Yo no sé si Rubén me gusta. Me parece un chico muy divertido, y muy guapo, pero nunca he pensado en él de ninguna forma. Él es el buenorro de la comisaría y yo el bicho raro asexual, ni en un millón de años hubiera aventurado que le podría atraer. Es que conozco el tipo de perfil de chica que le gusta y yo no encajo ni con calzador.

—Ari, no te compliques… ya sabes lo que siento por ti. A mí me costó darme cuenta. Relájate, no pienses en una respuesta, solo eso, intenta mirarme desde otra perspectiva y quizás, espero que así sea, te pase igual que a mí. Yo te aseguro que te esperaré, porque si alguien merece la pena, esa eres tú. No he conocido a ninguna mujer tan increíble.

—Me vas a sonrojar, ¡para, para! —Me ponen nerviosísima los halagos.

Rubén se ríe, pero al instante se frena y se lleva la mano derecha a las costillas.

—¡Ten cuidado, tonto! —Su cara de dolor provoca que me acerque a él y le dé un beso en la mejilla, pero en el último instante, sucumbo ante un ataque repentino de «¿y por qué no?» y acaricio sus labios. Me separo rápido.

—¿Y eso? —pregunta animado.

—Te lo mereces, después de todo lo que me has dicho…

—¿Tengo alguna esperanza, Ari?

No puedo mentirle, pero es que no sé.

—Tiene que pasar algo de tiempo, no me lo esperaba —¿Pero te gusto, aunque solo sea un poquito?

—Hombre, Rubén, guapo eres un rato —me sorprendo diciéndolo en alto—, pero nunca te he mirado yo con esos ojos. Eres mi compañero.

—Ya, sin embargo al rompebragas sí le miras así —refunfuña.

—No, yo a Adrián no le miro de ninguna forma, Rubén. ¡Y deja de llamarle así! ¡Es horroroso!

—¡Venga hombre! Pero si no podías ni hablar el día que le viste. Te conozco y nunca te habías puesto así.

—¿Así cómo?

—Pues toda tú sonrojada, y con una sonrisilla alelada peligrosa.

—Rubén, eso fue porque me sorprendió que estuviera tan bueno.

—¿Ves?

—¿El qué?

—Que dices que está bueno y se te llena la boca.

—¡Joer, Rubén, es que lo está! ¿Qué quieres que diga? —le pregunto con sorna—. ¿El sospechoso tiene una fisonomía que sobresale de los cánones habituales?

—No es lo que dices, sino cómo lo dices —resopla.

—Eso es que te lo imaginas tú.

—Vale, vale, seguro. Entonces, ¿puedes mirarme a los ojos y prometerme que no te gusta?

—¿Como en las pelis? —bromeo, pero Rubén no sonríe—. Sí, claro —respondo firme.

—Venga, hazlo.

—¡No jorobes! Tengo que mirarte… —Rubén no me deja terminar y asiente serio—. Vale, vale. Rubén, te prometo que no me gusta Adrián —le digo sin problemas.

Rubén sonríe. La escena ha sido típica de película de antena tres por la tarde.

—Estamos fatal, ¿no? —bromeo.

—Ya te digo…

—Bueno, Rubén, me marcho antes de que pidas hablar con mi padre a solas. Tú pon todo tu empeño en recuperarte. Prométemelo.

—Pues claro, tonta.

Me despido de mi compañero, y desde hoy pretendiente, con una sensación extraña, diferente… ¿será amor?