Cinco meses antes
—¿Seguro que estás en forma?
—Sí, Nacho, de verdad. Muchas gracias por llamarme, pero me encuentro bien, créeme.
—¡Jo! Es que ha sido tan gris todo. Pobre prima tuya y Javier, el duendecillo, era tan bonito.
—Ya, parece que mi familia esté maldita.
—Nenita, ¿quieres que me pase?
—No, tonto. Ve a trabajar.
Le cuesta convencer a Nacho, pero al final consigue que no vaya a casa. Mejor. Le apetece estar sola. Se encuentra bien, triste, pero es lo normal, se acaban de morir su prima Reyes y su hijo, no es para andar de celebraciones. Conservaban menos contacto del que ahora, a posteriori, deberían haber tenido, pero Rebeca la apreciaba mucho.
Otro entierro en el pueblo, como el de sus padres, le ha empujado a desenterrar su dolor. Menos mal que hoy es fiesta en la universidad y se va a coger puente, porque no tiene ánimo de aguantar las dudas y quejas de sus alumnos adolescentes. Cuando uno tiene taras, como ella llama a la trágica muerte de sus padres, por mucho que se empeñe en esconderlas, en algún momento de bajada de defensas, salen a la luz. Antes de las navidades, cumpleaños y días señalados Rebeca se prepara porque suele llamar a su puerta la tristeza; aunque cada vez llama menos fuerte, puede que porque conviva habitualmente con ella, puede que se haya convertido en una huésped habitual, más silenciosa que al principio, pero una huésped al fin y al cabo. Para esto no estaba preparada, le ha pillado totalmente por sorpresa y su pesarosa invitada le está destrozando por dentro.
La vida es tan injusta, se ceba con algunos. Hay familias que les toca el cáncer, y se les va llevando uno a uno; y a los que no, les machaca con la eterna duda de si el siguiente será él. Otras familias se esfuman en un mismo viaje, en tsunamis, tornados y demás desastres. Y otras están tocadas por la varita de los accidentes. Esa es la suya. Nunca sabes cuándo le va a suceder algo a alguien y le vas a dejar de ver para siempre. Su abuela falleció porque le pilló un tractor, un hermano de su padre se cayó de un andamio, sus padres murieron por una estufa y su prima y el bebé en un accidente de coche. ¿Qué más les puede pasar?
No puede evitar recordar las dos cajas fúnebres; la pequeñita le ha desgarrado el alma. Era su ahijado Javier, solo le había visto en dos ocasiones, pero parecía un bebé sano y feliz. Se le escurre una lágrima. No es muy llorona, pero su mente salta incesantemente entre dos horrendos pensamientos: en el del presente de Javier, enterrado, solo, bajo la tierra y en el de su interrumpido futuro, en el que ya no hará pedorretas, ni aprenderá a leer, ni reclamará la atención de sus padres por tener pesadillas; en definitiva, no crecerá. Se ha ido acompañado de su madre, eso sí.
Enciende una vela por ellos. Es algo que hacía su madre cuando alguien estaba muy enfermo o había fallecido. Ahí la tiene encendida en su recuerdo. La contempla durante un rato. Rebeca no sabe rezar, hace años que no lo hace, pero en cierta manera les dedica sus pensamientos a ellos y ruega que exista algo más para que su prima esté ahora mismo abrazando a su hijo.
Decide limpiar la casa, está limpia, pero ya encontrará algo donde descargar su rabia y su pena. Cuando termina, a pesar de que es temprano, se dirige a la cama, a ver si logra dormirse pronto.
No hay manera. No consigue pegar ojo, cada vez que sus párpados se cierran y comienza a divagar le interrumpe el llanto de un bebé. Asume que debe de estar en su cabeza porque ella no tiene vecinos, vive en una casa independiente.
Ya intuía que no iba a ser nada sencillo conciliar el sueño, debería haber salido a correr para estar cansada, pero se veía tan carente de energía que no podía ni ponerse las zapatillas. Ahora no hay quien le diga a su cabeza que pare y le deje descansar. Va a intentarlo con un libro.
Desesperada a las seis de la mañana, se levanta y enciende la tele del salón. Nada más aparecer la imagen ve a otro bebé y luego a otro. Son anuncios de pañales y de potitos, ¡pero ya está bien! Va a estallar. Rebeca se esfuerza por volver a llorar, todo el mundo dice que es lo mejor, pero no le sale ni una lágrima. Enciende otra vela.
Con el sonido de la tele, entra en esa modorra tan necesaria y por fin se rinde.
Está agotada. Ha dormido horrorosamente mal y siente el cuerpo molido del hartazgo que se asestó limpiando la casa. Mantiene el ánimo por los suelos.
Nacho, tan insistente como es él, la ha llamado en varias ocasiones, pero no ha descolgado. No le gusta dar guerra, ella prefiere pasar sus trances sola. Pero sabe que esta tarde cuando salga de la peluquería, su amigo se va a pasar por casa. Él siempre se preocupa por ella y se empeña en cuidarla aunque ella no se lo pida. En el fondo, Rebeca hace lo mismo con él. Como aquella vez que Rodrigo y Nacho rompieron… ¿Qué decir de Rodrigo? Pues que ha sido, hasta hoy, la mayor obsesión de su amigo. Estuvieron apenas un año, pero fue suficiente para tener una larga lista de rupturas y reconciliaciones. A ella, Rodrigo le caía bien, era un chico divertido, amable e inteligente, pero la pareja que formaban era totalmente incompatible, sobre todo porque uno de ellos no asumía del todo bien lo que significa la palabra fidelidad. Nacho pilló varias veces a Rodrigo con otros hombres. Acto seguido, le dejaba, y acto seguido, igualmente, el otro le suplicaba perdón. Muchas noches, Nacho iba a casa de Rebeca descompuesto, porque su novio había salido sin él y no se fiaba ni un pelo. Al final fue Nacho el que, harto de sospechas y quebraderos de cabeza, rompió. Como había sido él, el que había dado el paso, no quería hacer ver que estaba mal, pero comenzó a hablar como lo hacemos el resto de españoles, apenas dormía, no se metía con el pelo de nadie y no tenía ganas de empujar a Rebeca a salir. Todos los días ella, preocupadísima, le esperaba al salir de la peluquería y le preguntaba por cómo se encontraba, pero él no era capaz de aceptar su hastío y desgana. No sabe muy bien porqué, ni cómo se le ocurrió, pero se vio regalándole un viaje a Las Vegas de cuatro días, Nacho siempre había querido ir.
Además de cocerse como pizzas en un horno a doscientos grados, se lo pasaron en grande. Apostar, apostaron poco, muy caro; pero en el Hotel Circus, en el que había una especie de feria para niños, se dejaron los ahorros en colar aros en botellas de coca cola y en las carreras de caballos de plástico conectadas a los pinball. Paseando por la falsa New York de cartón piedra, la coraza de Nacho, falsa también, se disipó y se echó a llorar en sus brazos. Le confesó que añoraba a Rodrigo de todas las maneras posibles, que todos los días se peleaba consigo mismo para no llamarle, y que pensaba que no iba a encontrar a nadie como él. Después de esa confesión, Rebeca le arrastró al elevado parque de atracciones del Hotel Stratosphere para descargar adrenalina. Se tiraron desde la lanzadera que está a trescientos veinte metros de altura y cada vez que se acuerdan de sus gritos se mueren de la risa. Nacho en ese viaje volvió a sonreír. Cuando regresaron llamó a Rodrigo para admitirle todo lo que le había contado a ella y empezó a recuperarse. Desde esa sincera llamada, Nacho y Rodrigo son muy buenos amigos. Rebeca apuesta porque algún día, cuando Rodrigo madure, volverán.
Va a ducharse, pero al pasar por la habitación que hace los usos de despacho, le sorprende encontrar un papel en el suelo. Ayer lo dejó todo perfecto. Se agacha para recogerlo. Es la tarjeta que le dio la doctora del reconocimiento, la lee:
Dr. Perea. Ginecólogo y especialista en problemas para la concepción.
Se cae al suelo de culo y ahora sí que un mar de lágrimas salta del interior de su ser, pillándola totalmente desprevenida. «¿Por qué estoy llorando? ¿Qué te pasa, Rebeca?» La respuesta se le va encendiendo poco a poco en su torpe entendimiento. Ve la carita de Javier, vuelve a oír el llanto del bebé que le asaltaba la noche anterior, y los bebés de los anuncios de la tele, ¡eran señales! Ahora se visualiza a sí misma preparando papillas a un chiquitín sentado en una trona en la cocina, llevándole en carrito al parque, bañándole, siendo su madre…
¡Va a ser madre! Va a tener un hijo, cueste lo que cueste, en honor a su prima Reyes y a él. Va a ofrecerle la posibilidad a un niño de crecer, de tener una vida. Una oportunidad se le ha arrebatado a ese enano, pero ella se va a vengar de esa injusticia y va a traer al mundo otro ser.
No es una locura, no. La sensación de calma que ahora le invade se lo deja claro. A partir de ahora es su nuevo objetivo. Recuerda lo que le dijo la doctora del reconocimiento sobre sus bajas posibilidades de concebir… «¡Esa no sabe quién soy yo!» Está totalmente decidida, quiere que su casa huela a bebé, a no mucho tardar.
Marca sin pensárselo el teléfono. Concreta una cita para esa misma tarde.