—¡Vaya horas, guapa! Tengo que bañar al enano. Más te vale ayudarme con la cena, porque con todo el lío no me ha dado tiempo.
Siempre me sorprende el cuajo que tiene mi hermana. Me ha endiñado al crío y no piensa hacer referencia ¡Pues yo sí!
—Cris, lo que has hecho hoy…
—¿Yo? ¿Que yo he hecho? ¡Pero si has sido tú la que se ha llevado a mi hijo con un asesino! —Me guiña un ojo.
No estoy de humor. Cristina me saca de quicio.
—En primer lugar, Cristina, te has largado y no me has llamado. Te avisé de que tenía que trabajar y te lo has pasado por el forro, y en segundo lugar Adrián no es un asesino.
—¿A no? ¿Ya lo has descartado? —Cristina muestra todo su interés—. Cuéntame.
—Quería decir que es un sospechoso, todavía no sé… yo creo que no, aunque a veces me parece que sí… Es que es encantador, y nunca nadie así se había fijado en mí y eso le hace muy sospechoso, pero a la vez parece tan sincero —me embarullo—. Tenías que haberle visto con Simón, cómo jugaba con él. Pero un tío normal hubiera huido al verme con un crío.
—No todos, Ari. Además, mi hijo es precioso y lo único que genera es cariño y ganas de arrumacarle —bromea—. Anda, ven aquí, tonta. Sabía yo que este caso…
Me acerco a mi hermana. Todavía sigo enfadada con ella, pero es verdad que necesito un abrazo puro, de alguien que oficialmente sí que me lo puede dar.
—¿Crees que ha podido ser él? —me pregunta después de que nos separemos.
—Es muy posible, Cris.
—¿Te gusta?
—No —resuelvo rápido.
—Ya…
—Mira, Cris, ahora que estoy aquí, en mi mundo real, no me gusta, soy capaz de racionalizar; pero es tenerle cerca y me distraigo un poco. En cierta manera, consigue que se me olvide el verdadero fin. No soy Ari, la poli, soy un corderito a sus pies. Lo reconozco. Y eso le hace muy sospechoso.
—¿Te has divertido?
—Mucho… —le soy sincera.
—Entonces él no es, Ari. Nunca podrías pasártelo bien con un asesino, fíate de tu instinto.
—¿No te das cuenta de que puede ser su estrategia? Que quiere engatusarme para convencerme de que es inocente.
—¿Por qué? —me replica—. ¿Sabe él acaso que eres poli? En teoría tú eres vigilante, guapa.
—Ya, pero quizás lo intuye, o… no sé, es que es tan majo que no parece real.
—Si sé lo que quieres decir, hermanita, pero te sorprenderías al averiguar que en el mundo hay gente buena. Con tu trabajo te crees que todos son asesinos. Yo solo te digo que confío en ti, siempre aciertas, y me extrañaría, muy mucho, que te divirtieras con un homicida.
—Ojalá fuera tan fácil… ojalá.
Preparamos la cena a los peques y le ayudo a acostarlos. Sus suegros se han ido unos días a Murcia, con el IMSERSO, y mi hermana está sola. Cuando la casa se queda en silencio bajamos al salón; sin que yo le pregunte, ella empieza: —Ari, te debo una explicación.
—Pues sí.
—Espero que no te lo tomes a mal.
—Pareces tonta, ¡anda que me duran a mí los cabreos contigo! Venga cuenta.
—Pues es que cuando he salido del cole y me he cruzado con Samuel…
—¿Samuel? —No sé quién es.
—Sí, Samuel, el profesor de gimnasia… ¿No te había hablado de él? —Aunque lo intenta disimular, mi hermana responde azorada.
—No, nunca —contesto tan normal, como si no me diese cuenta de su estado.
—¡Ah! Pues es el profe de gimnasia. Muy majo. Le conocí el año pasado. El pobre tiene media jornada. —Odio reconocerlo, pero le tirita la voz y se le están ruborizando las mejillas—. Bueno, que estaba charlando con él cuando he visto en la otra acera, ¿a que no sabes a quién? —me pregunta entusiasmada.
Niego, deseando que siga. Por el tono, tiene que ser alguien del tipo Alejandro Sanz. Cris siempre se cruza con los famosos más guays del planeta, no sé cómo lo hace. Ha visto a Federer en un aeropuerto, Xavi Alonso llevaba a las niñas a su cole el año pasado —antes de su deserción—, se encontró en la misma farmacia de guardia con Javier Bardem y Penélope Cruz…
—A Karina. Salía del local que está frente al colegio.
¡Qué desilusión!
—Pues vaya.
—¿No te acuerdas, Ari? —me pregunta consternada por el chasco que me acabo de llevar.
—¿De Karina? Pues sí, la novia de papá. ¿Y qué?
—No, tonta, de eso ya ¿del local? ¿No te acuerdas de que el año pasado varias madres me contaron que allí, en ese local, entraba gente muy extraña?
La verdad es que no. Cris cada día viene con un texto que le relatan las madres para que yo investigue. El año pasado tuve que ir tras los pasos del bedel. Se le antojó a una de las súper y aburridas mamis, que no tenía casa y que dormía en el colegio y se comía la comida de los niños. Es lo que tiene llevar a los niños a colegios de pago (hasta el agua del grifo), que algunas de sus madres tienen pocos quehaceres.
—Pues es cierto, hermanita, de allí sale gente muy extraña. Hay un hombre en la puerta y antes de entrar hablan con él. Es como si fuera el portero. Yo creo que pasan drogas o algo así.
—Bueno, bueno, se lo preguntaré a mis compis de narcóticos. Pero no creo que frente al colegio más pijo de Madrid haya un club.
—¿Y qué tendrá que ver? Ni que tuvieran comprada la calle.
—Pues por lo que os cobran por cada enano, podrían comprarla y Serrano y Velázquez también, con boutiques incluidas.
—¡Qué pesadita eres con el temita! ¿Pagas tú el colegio? No, verdad, pues deja que Iván se deslome para que sus hijos vayan al mejor colegio de Madrid. —Sonríe. A ella tampoco le complace en exceso, pero mi cuñado se obcecó y no hubo manera de bajarle de la burra—. Pues de allí, salía Karina esta mañana acompañada por un hombre de su edad y cuatro veces más grande. Lo más parecido a King Kong que he visto yo fuera de las pantallas, te lo prometo, y con una cara de pocos amigos y muchos enemigos.
—¿Y qué?
—Pues que además de salir de donde salían, me ha llamado la atención que parecía que la llevara a rastras.
—¿Eh? ¿En plena calle?
—Bueno, a rastras, rastras, no… pero forzada sí. Y entonces los he seguido.
—¿Tú estás loca? ¿A quién se le ocurre ponerse a perseguir a nadie sin tener ni idea? —Me va a dar algo—. ¿Tú te das cuenta de que tienes una familia? ¿Que yo soy policía? Podrías habérmelo dicho. Júrame que nunca más te vas a exponer así. Solo se te puede ocurrir a ti —sermoneo—, ir sola por ahí, jugando a los detectives…
—¡Pero que no iba sola! —espeta.
—¡Ah, no! ¿Y con quién ibas?, ¿con Castle?
—¡Anda la otra! Con Samuel.
—¿Eh? —Ahora sí que me ha dejado sin habla.
—Pues como estaba hablando con él y ha visto la cara que he puesto, me ha preguntado. Cuando le he dicho que estaba resuelta a seguirlos, se ha empeñado en que no podía ir sola y me ha acompañado. Es un tío muy majo…
No sé qué narices me quiere contar mi hermana, si es que le gusta Samuel o lo de la novia de nuestro padre.
—Pues muy bien. ¿Y qué ha pasado?
—Pues primero han ido a una tienda de esas raras que hay por Lavapiés, después al polígono ese, que está lleno de chinos y más tarde la ha dejado cerca del centro de mayores donde va papá.
—¡La leche!
—¿Qué me dices ahora? —Cristina me mira satisfecha.
—Pues que no me gusta, Cris. Pero no me gustaba de antes. Esa mujer no es trigo limpio. Pero tú no puedes andar detrás de ella. Déjame a mí.
—¡Y una caca de la vaca! ¡Es mi caso!
—¿Qué dices, Cris? —Definitivamente, se ha vuelto loca.
—Pues que me he divertido. Necesito emociones en mi vida, Ari. No estoy pasando por un buen momento. Esta mañana me he sentido más viva que en el último mes.
—No te entiendo, Cris.
—Pues es sencillo. Cambiando pañales, preparando papillas y durmiendo tres horas no es que se descargue mucha adrenalina.
—Pero es lo que tú has querido.
—Y lo que quiero, no te equivoques. Mi familia es lo más importante y lo más bonito que tengo en la vida. Pero eso no quita que el día a día se haga duro, rutinario y aburrido. Además, lo hago por papá, yo soy la mayor y no puedo permitir que esa mujer le haga daño.
—¿A consta de no saber dónde te estás metiendo?
—Hemos tenido mucho cuidado, Ari. Y Samuel es profe de artes marciales, estoy segura con él.
—Ah… me quedo mucho más tranquila —ironizo—. Deja las cosas como están, Cris. Papá es mayorcito, coméntaselo, pero no te inmiscuyas más. Por lo que cuentas es muy posible que sí que forme parte de alguna mafia. Y a esa gente no le importa que tú seas madre de cuatro niños y que les persigas porque estás aburrida. No juegues con fuego, Cris, prométemelo.
Parece que esto último le ha hecho recapacitar. Cris me mira desilusionada. La entiendo, pero no puedo permitir que vaya arriesgando la vida porque el inconsciente de mi padre se crea Richard Gere.
—Vale…
—¿En serio?
—¡Que sí, pesada!
—Así me gusta, Cris. Y ahora cuéntame qué te pasa y si Samuel tiene algo que ver.