Informe concluido. Caso resuelto. ¡Por fin!
Nos costó entender sus razones. Yo todavía no termino de comprender cómo alguien pudo matar así a una mujer inocente. Y solo para inculpar a Adrián. Solo por el placer de ver hundido a un hombre con el que tuvo una pelea en su adolescencia.
Varios psiquiatras le han hecho valoraciones y todos coinciden en que Álvaro no está loco. Si se le puede diagnosticar de algo, es de obsesión por Adrián.
Le observaba. Estudiaba con quién salía, qué es lo que hacía. Cuando descubrió que se había apuntado a la agencia, se alistó él también. Quedó con Rebeca y antes y después la vigiló. Supo que se había acostado con Arthur y con Adrián porque les vio entrar juntos en su casa. Probablemente, se sintió rechazado y eso desató su rabia. Cuando ella lo llamó para preguntarle por su hermano, ató cabos. Fue a la consulta, buscó en sus datos y encontró la razón del porqué ella, se había citado con tres hombres, en un fin de semana. Empezó a elaborar su plan. La mañana del asesinato, todo estaba calculado y la suerte parecía estar de su lado. La compañera de Rebeca había abandonado la casa el día de antes y la víctima volvía a estar sola. Adrián al entrar en la cafetería no le reconoció y los dos se tragaron su historia. Con la ayuda involuntaria de Arthur, Adrián decidió ir a hablar con Rebeca. Le echó un sedante, un hipoglucemiante y un laxante, en el café, para que le fuera sencillo dejarle inconsciente.
Se llevó un susto importante cuando vio que Arthur acompañaba a Adrián hacia el hogar de Rebeca, y otro cuando después de despedirse, en vez de ir a la cita, se dirigió a su coche. Pero se calmó al verle tomar el móvil y salir tambaleante hacia la casa. Álvaro corrió para resguardarse en su coche, que justo estaba aparcado frente a la casa, en una calle sin cámaras, y cogió el puño americano y la pistola —comprada por Internet en el mercado negro—. Antes de que se cerrase la puerta entró, golpeó a Adrián, que cayó al suelo sin mucho esfuerzo, y después, a sangre fría, disparó a Rebeca.
Tiró varios cajones, con la intención de fingir un robo mal simulado, y limpió sus huellas. Puso el arma en manos de Adrián y abandonó la casa. Desde allí pensaba llamar a la policía, asegurando que había oído gritos y disparos, pero todo se truncó al divisar a Arthur entrando en la escena del crimen.
Arrancó el motor y se fue alterado. Después recibió la llamada de Arthur exigiéndole silencio. Y eso hizo, pero con la firme creencia de que llegaríamos a Adrián.
El sabía que yo era policía y que les estaba investigando. Por eso exageró sus dolencias e incluso el día del interrogatorio se tomó la misma mezcla que le había preparado a Adrián. Hasta el desmayo y la brecha fueron fruto de su plan.
Espero que cumpla toda su condena, que no le resten ni un día, porque es la persona más maquiavélica que me he echado a la cara.
Termino de arreglarme. En cinco días vuelvo al cuerpo. He estado estas dos semanas de vacaciones forzadas. No me han dejado hacer nada, más que elaborar el informe y preparar la fiesta de despedida de Enrique.
«So wake me up…».
Descuelgo mi móvil.
—Hola, cansino. Ya es la quinta vez que me llamas.
—Hola, pequeña. Seguro que estás guapísima.
Río. Adrián ignora mis borderías como nadie.
—Dime.
—Estoy en el mar, con un gin tonic fresquito.
—No me das envida, soy de cacique limón, a lo sumo.
—Jajajaja… Pues eso, frente al mar, viendo la puesta de sol.
—Pues yo, frente al espejo, viendo qué me pongo.
—¡Uff! ¡Qué dilema! Aunque creo que prefiero verte a ti… frente al espejo, sin saber qué ponerte. ¿Vas a venir? Te echo de menos.
—¡Ojalá pueda! Adrián te tengo que dejar o llegaré tarde.
—Vale, pero envíame una foto, para que vea lo guapa que estás con vestido.
—Tú no te acostumbres a verme en plan chica, que yo soy de pantalones.
—Pequeña, a mí me gustas de todas formas —me interrumpe.
Me río. Le echo de menos. Adrián tuvo que salir de Madrid para que la prensa le dejara en paz y lleva más de diez días en su barco… Sí, en su yate. Mi novio tiene un yate —es como para escribir una canción—. Y aunque le he dicho que no sé, mañana mismo estoy allí. Ya tengo la maleta preparada; he metido poca ropa, es que presiento que no me va a hacer falta.
Me echo un último vistazo. Estoy contentísima con el corte de pelo y los reflejos que me ha echado Nacho. El chico tiene talento. Yo creo que es la primera vez que salgo satisfecha de una peluquería. Ayer fui a última hora y después tomamos algo. Nacho no ha mejorado, si me apuras, está peor. No le ha ayudado en nada conocer el motivo del asesinato de su amiga. Normal, es tan injustificado. Me dijo que no puede dormir, que la oye gritar, pedirle ayuda y se siente terriblemente culpable, no sabe por qué, pero se siente así, como si él la hubiera abandonado, la hubiera dejado sola ante ese criminal.
Le obligué a comer y después paseamos por el parque donde ella corría. Me contó un montón de anécdotas. Reímos, también lloramos. Los dos juntos, por ella.
Suena el timbre del telefonillo. Es Rubén. Hemos preparado junto a Fátima la cena de despedida de Enrique. Rubén leerá un escrito pensado entre varios, a la vez que visualizaremos fotos de su paso por el mundo policial. Un mundo del que estoy orgullosa de pertenecer.
25 de agosto. Un año después.
Día de la boda.
Suena el timbre de la puerta en casa de Cris. Estoy terminando de vestir a Simón. A mi hermana le ha dado por ponerle pajarita al pobre crío y él no hace más que quitársela. Menos mal que Nerea corre a abrir. La escucho gritar entusiasmada:
—¡Tito Adri! ¡Qué guapo!
—¡Tú sí que estás guapa, mi princesa!
Los dos aparecen en el salón. ¡Por Dios! ¡Es que es imposible ser más guapo! ¡Cómo le sienta el traje! Y eso que lleva pajarita, que nunca me han gustado, pero es que a él, hasta una riñonera le quedaría bien. —Bueno, igual me he excedido—. Adrián baja de sus brazos a Nerea.
—¿Has visto a tita Ari? ¿A que está guapa? —le pregunta.
Adrián no responde. Me echa una de sus ojeadas sexys que siempre me ruborizan y con un dedo me indica que me acerque. Le obedezco sonriente. Cuando estoy a su lado me agarra del brazo y me conduce fuera del salón.
—Niños, esperad un momento, que vuestra tía y yo tenemos que hablar. Portaos bien.
Abre la puerta del aseo y me mete dentro. Riéndome me dejo llevar. Me apoya en la pared.
—Aridane… estás preciosa —susurra a mi oído a la vez que sus labios contactan con mi cuello—, tienes que vestirte más veces de chica, me vuelve loco.
Le asesto un golpe en el hombro, más que merecido, pero a él no parece importarle, porque vuelve a la carga y esta vez abrasa mis labios.
—Tú también estás muy guapo —le digo al separarnos.
—Gracias, pequeña. En serio, te pienso llenar el vestidor de faldas.
—Tú haz lo que quieras, yo no me las voy a poner…
—Pues te castigaré todas las noches… y no, no vayas por ahí. Me refiero a que te tocará hacer la cena.
Me carcajeo. Vivir definitivamente con Adrián va a ser genial. Siempre está feliz y de buen humor. Es la persona más fácil que conozco. Hasta cuando le llegan malas noticias se lo toma con filosofía. Nunca se altera. Todavía está pendiente del juicio por encubrimiento de homicidio, en dos meses como máximo le llamarán; pero él no se perturba, dice que lo que tenga que pasar, pasará. Este tiempo que llevamos juntos ha sido el mejor de mi vida. Él me escucha, me protege, siento que a alguien le importa lo que le cuento, hasta lo más tonto, él siempre me atiende. Y lo más importante, me hace reír…
Nos miramos después de las bromas y la chispa se enciende. Adrián me empuja hacia la pared y me eleva las piernas ajustándolas a su cadera. El tiempo se para… Y la puerta del baño se abre repentinamente.
—¡Ahhh! ¡Joer, qué susto! —clama Cris—. ¿Pero qué hacéis? ¡Golfos! ¡Iván, ven! ¡Mi hermana y Adri se lo estaban montando en el baño! ¡Son como animales en celo! —grita a todo trapo.
Me descuelgo de Adrián bastante avergonzada. Él me ayuda a colocarme bien el vestido y después se gira para saludar a Cris.
—Hola, altavoz. Estás muy guapa.
Cris se separa de él, para visualizarle, y como sospechaba, vuelve a exclamar:
—¡Qué barbaridad, hermanita! Mira que has tardado, pero cuando has elegido, lo has hecho a lo grande. ¡Chico, qué maravilla, pero qué bien te sienta el traje!… Si es que es normal que te lo lleves al baño, Ari. Yo no le dejaba ni a sol, ni a sombra.
Adrián, con un cierto rubor en sus mejillas, va a por ella y le pone una mano en la boca para silenciarla. Cris le ataca con una colleja y se acabó la paz… Adrián pide auxilio a Nerea y empieza, la cada día más frecuente, guerra de cojines en el salón.
Suena el timbre. Nerea corre a abrir. Son Rubén y Fátima. Llevan varios meses saliendo y nos hemos hecho muy amigos los cuatro… cosas de la vida. Cris e Iván se unen cuando pueden a nuestras quedadas, que cada vez son más comunes y ellos, gracias a la asistenta, se lo pueden permitir. Pero la estrella de nuestra nueva panda, el que nos hace mondarnos de la risa, es Nacho. El tipo más divertido, payaso, diferente y buena persona que he conocido nunca. Viene también a la boda. De hecho, ha sido el peluquero y maquillador de la novia. Y acude acompañado por ¡su prometido! Rodrigo. Nos soltó la bomba hace unos días. Rodrigo es un chico encantador, me apasiona cómo se miran, entre ellos dos hay una atracción brutal y congenian de maravilla.
—¿Pero dónde está el novio? Tenemos que ir a rescatar a la futura esposa —pregunta Rubén.
—Ya voy… —Mi padre baja la escalera. Aunque tiene sesenta y seis años, luce espectacular con el traje que le ha regalado Adrián (creo, pero no he querido saberlo, que es de firma, firma).
Miro a Cris. Ella también me busca. Está emocionada, en su línea. Nuestro padre se va a casar con nuestra nueva mami rusa, Karina. Ahora esta comitiva tiene que ir a su casa a «rescatarla» y de allí partiremos al registro civil.
—¡Gorko! —Grita Izan. Todos reímos. Llevamos varias semanas estudiando las tradiciones en las bodas rusas y el pequeñajo se ha adelantado al banquete.
—Venga, familia. Vamos a por mi mujer.
Adrián coge a Simón en brazos y yo le agarro por la cintura para salir.
—Te quiero, preciosa —me susurra al oído.
—Y yo.
—¡Hey! No cuchicheéis tanto —bromea Cris—. Os vigilo de cerca.
Miau miau
Me imagino, o eso espero, que ya os habréis figurado que no soy una gata… o al menos una gata normal. Yo pienso, recuerdo y reconozco. No vago por ahí, como otras de mi especie, sin ton ni son. Me gusta aventurar que fui una persona, que me he reencarnado en gato, pero lo ignoro, porque no sé desde cuándo maúllo. Aparecí una mañana en esa puerta y la inspectora me adoptó. Al principio no me caía muy bien, me parecía una mujer con la que me iba a aburrir mucho. Yo no sé leer y ella tenía todo el día papelujos encima de la mesa y fotos de esa pobre joven muerta. Pero la cosa se fue animando y varios hombres aparecieron en su casa. Primero el policía y después mi favorito, Adrián. No sé por qué, pero siempre que le veía sentía que le conocía de algo. Poco a poco me fui enterando de la trama, de lo que andaba investigando Aridane. Desde el principio supe que el culpable era Álvaro, el que salía en las fotos tan feo. Tampoco sé por qué, quizá tengo algún don, aunque de poco me sirve porque no puedo hablar. Pero al final, conseguí que ella me entendiera al lanzarme a por él, en el ordenador. Aridane es una chica lista y lo comprendió en seguida.
Me dio una pena perruna escaparme. No hay día que no me acuerde de ellos y eso que hace ya ocho meses, pero es que me lo pasaba tan bien cuando Adrián entraba en casa. ¡Qué hombre más divertido!, ya podría encontrar yo un gato que se le pareciera y así alegrar mis días y… mis noches. El secreto profesional del reglamento de los animales de compañía me impide desvelar más datos sobre la vida de los dueños, pero creo que no lo incumplo si digo: ¡qué nochecitas! ¡Para mí las quiero!
¿Por qué me fui? Porque mi espíritu gatuno detectivesco me dijo que ya había cumplido esa misión y que debía abandonar el hogar. Me quedan seis vidas. Si pudiera les mandaría fotos de los lugares a los que estoy yendo, pero solo soy una gata…
Ahora sí que sí…
FIN