CAPÍTULO 46

Para centrarme en otro asunto e intentar olvidar este desasosiego que me traigo, bajo a narcóticos para hablar con Roberto y explicarle la nueva situación de mi hermana. Se halla en una planta más baja donde funciona bien el aire acondicionado ¡qué gusto! Me alivia saber que me han respetado y han encontrado otro método de hacerse con los documentos. En principio, quieren que esta tarde Karina los fotografíe y en cuestión de horas ejecutar la redada. No puede pasar mucho tiempo hasta que la información se filtre, esa gente tiene oídos hasta en el infierno.

Es otro tema que me trae por el camino de la amargura. Puesto que levantaría sospechas, Karina no ha dejado a mi padre, así se lo han recomendado mis compañeros, y yo veo que a cada minuto que pasa, más riesgo corren. Así que, estoy conforme con que sea esta noche, mañana o cuanto antes. Sepa Dios, lo siguiente que se le puede ocurrir al tal Paul cuando se entere de que a pesar del robo en su casa, mi padre insiste en seguir la relación con su hermana. Si se atrevió a reventar el coche de un policía, con él dentro, solo por entrar en su local, qué hará con un jubilado padre de una inspectora… «Madrecita, protégele».

Llamo a Cristina y nos confirma que Karina ya está al tanto y se está despidiendo de mi padre para irse al club. Mi padre se va a hospedar estos días en su casa. Padecen la maldición del suegro, si no son unos, son otros, pero Cris e Iván siempre comparten su hogar con un jubilado.

Me adentro en mi caluroso despacho. No sé qué hacer, estoy atacada por tantas razones, que el infarto de miocardio está comprando, ahora mismo, un sinfín de papeletas en mi rifa de posibilidades de cómo acabar el día hoy. Como mi instinto me haya fallado en el caso de Rebeca, desde luego que me da el tabardillo.

Rebusco entre las fotos del homicidio. Leo de nuevo esas letras que escribió con su sangre: A... ¿Álvaro, Arthur, Adrián? Álvaro no creo, las cosas como son. Me ha parecido bastante sincero en el interrogatorio y aunque es un liante y ha encubierto un asesinato, no me parece que sea nuestro hombre. ¿Adrián? Lo que me ha contado hasta el momento concuerda con lo de Álvaro y hay un detalle importante: ¿de dónde sacó el arma? Él fue directamente hacia la casa de Rebeca y no es un hombre de ir con armas, ¡no llevaba ni el móvil! ¿Arthur? Apuesto por él. Si es cierto que tiene dos hermanos con una alteración cromosómica y no quiere tener hijos, probablemente se cabreara mucho al enterarse y perdiera la cabeza. Me cuadra. ¿O serán subterfugios de mi sentimiento de culpabilidad para exculpar a Adrián? Es probable. Uno quiere ver lo que quiere ver, y yo al soñar reiteradamente con él, he perdido toda la visibilidad.

«Rebeca, lo siento. Te he fallado. No soy neutral. Pero te prometo que si las pruebas indican que es Adrián, yo seré la primera en detenerle».

Decido telefonear a Nacho. Hace días que no hablo con él.

—Hola, Nacho, soy la inspectora.

—Hola, inspectora, espere un momento. —Oigo cómo se alejan los zumbidos de los secadores de mi oreja—. Es que estoy currando, ¿qué tal?

—Trabajando, ya sabes. Quería comentarte que hemos avanzado mucho y que aunque no te digamos nada, estamos cada día más cerca.

—Ah, vaya… bien, o eso creo.

—¿No te alegra?

—No, un poco, es que estoy muy off. La echo de menos tanto. El caso es que no está y que detengan al culpable no me la devolverá.

Por primera vez entiendo a la perfección a este chico.

—Bueno, pero alguien pagará por lo que ha hecho, y espero que por mucho tiempo. Por lo que tú estás pasando es normal, Nacho.

—Sí, me imagino… soy un alone, ya no tengo con quién discutir, a quién contarle mis cosas; me aburro, inspectora, me aburro mucho. Yo siempre andaba enfollonándome con ella, para que despegara, y ahora no sé qué hacer.

—Cuando todo pase, me voy a pasar por tu pelu, te dejaré que te metas conmigo.

Oigo cómo moquea.

—Gracias, Eridene, siempre me has recordado a ella. Espero verte por aquí.

—¡Hecho! Aridane, me llamo Aridane.

—Y yo Ignacio, le dejo llamarme como quiera, porque su nombre no saldrá por mi boca ni aunque me lo tatúe en mi cerebro.

Reímos. Después de varias bromas más, le cuelgo, con la firme promesa de ir a su pelu. «Jochaval» se aparece ante mí, para informarme de que Arthur ya está esperando en la sala de interrogatorios y que a Álvaro se le han llevado a un despacho. Antes de salir miro otra vez la foto en la que Rebeca yace muerta… «Te lo prometo, Rebeca, lo detendré».

—Buenos días, Arthur.

—Hola inspectora. —Esta vez no le he sorprendido. Arthur me esperaba sentado en la misma silla que ayer. Me encuentro algo inquieta. Presiento que lo que responda Arthur hoy va a ser crucial. Me cuesta respirar, pero por los tres litros de perfume que se ha echado (¿no se duchará este muchacho?).

Mantenemos una charla informal para limar asperezas. Advierto que el nivel de resquemor de Arthur hacia mí ha mejorado con respecto ayer. Se ha debido hacer a la idea de mi verdadera identidad. Llega el momento de preguntar.

—Arthur, voy al grano. Sabemos que os conocíais y sabemos que quedasteis en esa cafetería para hablar de Rebeca.

Me mira a la cara y sin rastro de alarma, responde.

—Muy bien, me alegro.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Lo reconoces?

—Quiero decir lo que he dicho, que me alegro. —A veces me gustaría haber nacido en otra época y meter un sopapo a los que me chulean en los interrogatorios sin que me pudiesen echar del cuerpo.

—Pues a mí me alegra que a ti te alegre, nos podemos pasar así toda el día, ¿te apetece? ¿O me vas a contar tu versión?

—¿Qué versión?

—Vale, te lo pongo fácil. ¿Por qué quedasteis los tres en esa cafetería?

Arthur me mira desafiante, y se echa para atrás en la silla. Se toma un tiempo vergonzosamente largo antes de hablar.

—Porque alguien nos citó. Y sí, los conozco, solo de ese desayuno.

—¿Quién os citó?

—Álvaro.

—¿Y qué pasó? Arthur, me lo puedes contar de seguido, me aburre tener que sacar las cosas con sacacorchos.

Arthur se carcajea. Su estruendosa risa, que hoy me suena maquiavélica, retumba en la sala. Hasta el espejo tirita.

—Muy bien… Álvaro me llamó. Me dijo que tenía algo muy importante que contarme. Acepté y fui a la cafetería. Me sorprendí al encontrarme con Adrián. Le conocía de vista, de haber venido a algún club mío, pero nunca habíamos hablado. Al que no conocía era a Álvaro. Nos sentamos, él nos dijo que nos había llamado porque sabía que habíamos quedado con Rebeca hace tres meses. Nos contó una movida de que se metió en su perfil para averiguar sobre ella y descubrió que tenía dos citas más. Después nos preguntó si mantuvimos sexo con ella. Yo flipé y recuerdo que Adrián también, de primeras ninguno le respondimos, pero cuando soltó la bomba de que ella estaba embarazada los dos confirmamos que sí, que nos habíamos acostado con ella. Álvaro nos contó todo lo que sabía y que por la fecha probablemente uno de los dos fuera el padre… —Arthur hace una pausa, frunce el ceño—. No sé, fue un poco caótico. Lo he pensado muchas veces. Yo me sentí manipulado por Rebeca, Adrián creo que también. El chico estaba pálido, decía que si la historia se repetía y se filtraba a la prensa, su familia se la iba a montar de nuevo. Lo animamos a que hablara con ella.

—¿Y tú? ¿Tú no te pusiste nervioso?

—No, yo no. —Se adelanta en el respaldo con actitud arrogante.

—¿No te importaría ser padre?

—Por supuesto que me importa, nunca seré padre. Tengo dos hermanos con una alteración genética, yo soy un milagro.

—¡Ah! Según lo cuentas parece que solo le afectó a Adrián.

—Bueno, ¿me dejas terminar? Quizá lo entiendas.

—Perfecto, prosigue.

—Lo convencimos y la llamó para quedar con ella. Estaba inquieto porque quería saber qué intenciones tenía Rebeca. Después Álvaro se fue, cosa que me pareció fatal, el tío nos soltó la bomba y se largó tan contento. Adrián y yo nos quedamos un rato charlando, recuerdo que nos pareció raro el comportamiento de ese chaval. Adrián se tenía que ir y le acompañé varias calles, estaba bastante nervioso aunque él decía que le había sentado mal el café. Después nos despedimos. Pero cuando estaba en mi coche, me arrepentí. No les había dicho la verdad, y decidí ir a la casa de Rebeca para aclararlo…

—¿Cuánto tiempo tardaste aproximadamente?

—Pues aproximadamente media hora. Llamé a la residencia donde cuidan a mis hermanos. Todos los días lo hago y no se crea, es difícil colgarlos.

—¿Podemos confirmar esa llamada?

—Sí, claro. —Arthur se vuelve a recostar sobre el respaldo de la silla—. Nada más terminar fui a la casa de Rebeca. La puerta estaba entre abierta. Me extrañó. Golpeé con los nudillos, pero nadie abría, así que decidí pasar. Al adentrarme me encontré a Adrián tirado en el suelo del pasillo. Lo que se veía del salón era todo desorden. Me agaché para intentar despertarle, observé que tenía una pistola cerca de la mano. Le di una patada para alejarla. En seguida, Adrián despertó. Estaba mareado. Solo decía «¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?». Le expliqué que estaba en casa de Rebeca y que le acababa de encontrar allí tendido. Entonces él me dijo que le habían golpeado en la cabeza, que estaba hablando con ella y sintió un porrazo en la espalda.

«Eso es lo que me ha contado a mí».

—Llamé a Rebeca, pero nadie me contestó. Intuía que algo malo había ocurrido. Ayudé a incorporarse a Adrián y los dos juntos nos acercamos al pasillo. El salón era un desastre, fue lo primero que nos llamó la atención. Adrián dijo que eso no estaba así cuando él había entrado. De pronto al mirar a la izquierda, la vimos. Rebeca estaba muerta en el suelo. Había mucha sangre. Fue horrible. Parecía como de película. Yo no podía articular palabra y Adrián solo repetía y repetía que él no había sido. Le creí. Estaba totalmente conmocionado. Hay veces que uno se deja llevar por su instinto y no sabe por qué hace ciertas cosas. En este tiempo me lo he preguntado… El caso es que me hice cargo de la situación, cogimos la pistola, limpié lo que dijo que había tocado y salimos de la casa. Nos metimos en mi coche. Intenté serenarle. Le expliqué que tiraría la pistola, que nadie tenía por qué saber que él había estado allí. Poco a poco se fue calmando. A día de hoy sigo creyendo que él no fue, y si no es así, es el mejor actor del mundo.

«Eso mismo digo yo…».

—El caso es que para mantener el silencio faltaba que Álvaro, el que nos había metido en este lío, no dijera nada. Le llamé y le amenacé con acusarle. Él prometió silencio y así ha hecho, hasta me imagino que hoy, porque me da que ha sido él, el que se ha ido de la lengua.

Estoy impactada. ¿La gente cómo se complica tanto?

—¿No hubiera sido más fácil llamar a la policía?

—Sí, seguro, pero en ese momento se me ocurrió que no y después ya era tarde. En el encubrimiento yo soy el único culpable, lo acepto. Adrián quería llamaros, pero yo le convencí de que no… no sé por qué. Pensé que sería mejor. Todo le señalaba. Él era el padre del bebé. Es el único que tenía razones para querer asesinarla.

—O tú.

—No, yo no. Eso es lo que iba a decirles cuando fui a la casa. Que yo no podía ser porque tengo hecha la vasectomía desde los veinte años.

Una losa cae sobre mí. Me veo sentándome en la silla. Arthur no tenía motivos para querer a Rebeca muerta. Se me han acabado las preguntas. Oigo cómo la puerta de la sala se abre, miro y es mi jefe Enrique, le escuchó presentarse para después preguntarle: —¿Dices que cuando entraste en la casa Adrián yacía en el suelo?

—Sí.

—¿Había sangre?

—No.

—¿No tenía sangre en la cabeza?

—No, creo que no.

—¿Cuánto tiempo tardaste desde que llamaste con los nudillos hasta que entraste?

—Bastante, llamé varias veces. No suelo meterme en casas ajenas. Creo recordar que incluso a través de la puerta llamé a Rebeca.

—¿Y pasó bastante tiempo? ¿Tanto como para poder simular un desmayo?

Definitivamente mi corazón se para.

—Sí, es probable…