CAPÍTULO 4

«So wake me up when it’s all over… lalalala lalalalalala…». Llevo toda la mañana tarareando la canción de Avicii, ya ha pasado de moda, pero a mí me encanta. La elegí de tono de llamada del móvil, y aunque mis compañeros, en concreto Rubén, me digan que soy una carca, paso de ellos. Me proclamo fiel a mis canciones favoritas, con deciros que vacilé durante toda una semana para pulsar el botón de aceptar y suplir a mi anterior tema: Cry cry de Oceana. Para mí la fidelidad es algo muy valioso, por eso cuando otra canción me gusta y me apetece sustituirla en mi teléfono, lo paso realmente mal. Siento como si desterrara a la antigua al cajón del olvido musical, donde ya nadie nunca la escuchará y me odio por ser tan Judas. Luego, cuando en otro sitio la oigo me da como un latiguillo de culpabilidad en el corazón acompañado de una vocecilla rencorosa que me instiga «mira, aquí sí que me valoran y tú no, tú pasaste de mí, ¡que te zurzan, traidora!». A ver, cada uno se toma las cosas a su manera, acepto que en este sentido podría parecer que estoy «para que me ingresen»… en algún otro tema también, pero como la media nacional, tampoco voy a preocuparme en demasía.

Es sábado, en principio, día libre, hasta la noche, que tengo de nuevo cita.

El día de ayer aconteció cual pesadilla en la comisaría. Rubén exageró, hasta la saciedad, lo sucedido en la puerta del restaurante, y para sumarle más morbo, poseía fotos del momento… y las enseñó. Como era de esperar, se fijaron más en mi atuendo que en el sospechoso y me vi obligada a escuchar un montón de absurdos comentarios.

«¡Joer, Ari! ¡Sí que estás buena!».

«¡Podías venir así a trabajar!».

«¡A ver qué te pones el próximo día!».

No les hice ni caso. Sabía que poco a poco se les pasaría y el ambiente volvería a la normalidad. Pero cuando a media tarde se apareció un chico trayendo un ramo de flores para mí, el jaleo fue de boda gitana. Les faltó subirme en hombros o hacerme la ola… ¿O sí me la hicieron?

A través de la agencia, Arthur me hizo llegar un ramo con tarjeta incluida. No me atreví a abrirla delante de tanto ser insensible y me escondí en el baño. Mi rincón de paz; donde me aíslo de todos ellos cuando me ponen la cabeza como un bote.

Espero que te hayas acordado de mí en algún momento. Me gustaría verte pronto. La próxima vez te regalaré un saco de comida de gatos para que no te aleje de mí tan pronto…Besos.

Arthur

Sin quererlo —anótese: sin quererlo—, una sonrisa se dibujó en mi cara. Hacía tanto tiempo que nadie me halagaba, que inevitablemente me gustó. Me miré en el espejo. Mis mejillas se veían sonrosadas por el rato de vergüenza ante mis neandertales compañeros. Hasta que no se me pasó el rubor permanecí allí, no podía tolerar otro rato de chistes a mi costa.

Cual meticulosa detective, investigué de qué floristería procedía el ramo y cuando obtuve la dirección, me acerqué para averiguar si ese cliente había mandado flores hace tres meses a Rebeca. Negativo. Era un nuevo cliente.

Hoy todavía me dura el subidón post-ramo. Y me alegro porque me he limpiado la casa con mucha más energía que otros sábados. Entiendo que no es profesional, que no debería afectarme, pero nunca me habían regalado flores, ¡joe! Además, no hay peligro. Jamás me enamoraría de Arthur, principalmente porque es sospechoso de asesinato y después porque no es mi tipo, demasiado macho.

Antes de irme a casa de mi hermana a comer, termino de redactar el informe que detalla todas las conversaciones que mantuve con Arthur. Después, vuelvo a ver fotos de la escena del crimen. Me las voy a aprender de memoria, pero verlas me concentra, mi mente se pone en acción. Es un caso difícil, no hay huellas, ni testigos, ni motivo… bueno, en mi cabeza se empieza a formar una teoría, pero hasta que no conozca a los tres sospechosos, no la quiero formular. Soy muy precavida, si me centro en un móvil, puedo saltarme pistas.

—Tita Ari, llegas 37 segundos tarde. —Mi sobrina Nerea vive obsesionada con los relojes. Sabe qué hora es en Nueva York, en Nueva Guinea y en cualquier uso horario del planeta. ¡Con tan solo cinco años! Va para controladora aérea. Me agacho para besar su preciosa carita. Aparto de su frente unos de sus maravillosos tirabuzones rubios, posee una melena de anuncio y unos coloretes que te pasarías el día pellizcando.

—Hola enana. Dale un arrumaco de oso amoroso ahora mismo a tu tía.

—No puedo tita, has llegado tarde. —Es más estricta que la señora Rotenmeyer.

—¡Ay, peque! ¿No sabes lo que me ha pasado? He tenido que frenar para ayudar a una abuelita a cruzar, si no habría llegado en punto… —Interpreto una mueca suplicante. No me cree, más lista que la hambruna nos ha salido la crieja.

—Pues tita, otro día sal antes. —Se larga y me quedo de cuclillas, sin beso ni abrazo. ¡Caray, qué seca es la piojosa! ¿A quién se parecerá?

Entro en el chalet de mi hermana. Es una casa espaciosa, llena de luz, de vida, de voces y de juguetes. Tienes que mirar por dónde pisas para no romper nada.

—¡Ari, ya era hora! ¡Ven a ayudarme, estoy en la cocina! —La voz de mi hermana Cristina suena desesperada, como casi siempre. La encuentro con el bebé en brazos y entre bandejas de embutidos, quesos, ensalada y al lado de una gran paellera. Huele fenomenal. No, no lo ha cocinado ella. Cristina tira del mágico teléfono ese, al que tú llamas y al rato te aparece un banquete. Diría que mi hermana es su clienta honorífica, con lo que gasta al mes les da para traer la comida en helicóptero y no en motillos ruidosas.

—Sujétame a Simón, Ari. Mi esposo no encuentra el abridor. Lleva el mismo tiempo que yo viviendo aquí y no encuentra el abridor… bueno de qué me extraño, ni el abridor, ni las servilletas, ni la licuadora, ni los malditos pañales. Lo que sí sabe es dónde están la cerveza y los panchitos, eso sí. Tú no le preguntes por dónde está la crema para el eccema de Simón, ni el inhalador de Lidia, ni el antihistamínico de Izan, pero la cerveza, ya verás como sí.

—Relaja Cristina, relaja —hablo con tono suave y comprensivo mientras estrujo a Simón, el más pequeño, entre mis brazos. Me invade el olor a bebé. Mi hermana se pasa el día quejándose, su mayor hobby. Es cierto que nunca tiene tiempo para ella, que ni sabe lo que es eso, pero no se puede ir a todos los sitios estresada. Siempre camina como si alguien la fuera siguiendo y de tanta prisa se le olvida respirar.

—Ya, perdona, Ari. Pensarás que soy una pesada, pero te juro que llevo una semana…

—No, tonta. Pero venga, vamos a disfrutar del día. Tú vete al salón. Yo organizo todo.

—No, no, que allí están mis suegros y los peques. Prefiero quedarme contigo aquí.

—¿Y papá? —le pregunto. Desde que Nerea habla no se permite llegar tarde, me extraña que no haya llegado ya.

—Le he llamado. Dice que ahora viene. Parecía un poco misterioso.

—¿Papá? ¿Misterioso? —dudo.

—Sí, te lo juro Ari. Fíate de mí. Bueno y tú ¿qué tal con la cita del jueves?

—No era una cita, Cris, era trabajo.

—Bueno, ya ¿pero qué tal? ¿Era mono, al menos?

Le relato todo a Cris. Mi vida se convierte en emocionante cuando hablo con ella. Al terminar observo su cara. Advierto cómo analiza mi resumen y cómo lo mete en su disco duro cerebral. Es mil veces más inteligente que yo, además de más guapa. Comparte la melenaza de Nerea y unos ojos azules que han deleitado al barrio entero. Piel perfecta. Figura extra delgada. Sin embargo yo soy castaña, con pelo lamido y ojos a juego con mi pelo. Eso sí, yo mido metro ochenta y ella uno con setenta y siete. Me siento orgullosa de esos tres centímetros de más. Y ahora luzco yo más flaca, pero la alegría me durará poco. Se recupera de los partos como las famosas. En resumen, Cris es clavada a mi madre y yo a mi padre, me falta el bigote.

Definitivamente, mi padre llega tardísimo. Nerea se prepara para echarle una bronca a lo Mourinho. Le aguardamos los demás en el salón. He saludado a Iván, mi cuñado, y a sus padres, los añadidos, como les apoda mi hermana. Son un matrimonio con una filosofía diferente a los de su generación, que generalmente dan todo por los hijos. Sin embargo, en ellos prima una doctrina más divertida: disfruta de la vida y juega al bingo hasta que te embarguen la casa y puedas vivir de tu hijo. Encima, se creen que ayudan a la familia numerosa de su vástago y que se han mudado por el bien de él y sus nietos. Ni se plantean que estorben, o al menos, eso aparentan. Llevan ya cerca de un año con ellos y Cris vive resignada. Yo no los aguanto. Mi trato es cordial, pero no soporto a la gente tan irresponsable y tan cara dura. No se lo digo a mi hermana para no calentarla más, pero si por mí fuera, les ponía de patitas en la calle.

Por fin, suena el timbre. Nerea sale disparada a abrir la puerta. Cris y yo sonreímos cómplices, la enana es todo un caso.

—Buahhh, buahhh, buahhh. —Nerea irrumpe llorando y temblando en el salón y va directa a abrazar a su mamá. Si no la hubiera visto antes pensaría que está padeciendo una crisis epiléptica. Me incorporo asustada para ir hacia la puerta. No entiendo qué le ha podido decir mi padre. ¿A que se ha vuelto a disfrazar con la careta del malo de Saw? Sí, esa rara con círculos rojos en las mejillas que hace temblar «al más pintao». Desde luego, es para matarle.

—¡Pero Nerea, no te pongas así! —Mi padre aparece en el salón sonriente y sin careta. Todos le miramos intrigados. La pequeña continúa con su berrinche.

—¿Puedo pasar? —Oigo una voz por detrás de mi padre.

Nerea se desgañita.

—Sí, cariño, pasa. —¡Ehh! ¿Mi padre ha dicho «cariño»?

Ante nosotros se aparecen unos pechos enormes y después su propietaria, una cuaren-cincuentona con más maquillaje que en un concurso de misses. Mi padre le agarra de una mano y tira de ella para situarla frente a nosotros.

—Familia, esta es Karina, mi novia.

«Pum pum pum pum pum». ¿Me están disparando? No puedo respirar, ni moverme, solo puedo mirar a ese engendro de choni de vete a saber cuántas décadas.

Los añadidos se levantan para saludar a la feliz pareja y después, Iván. Nerea sigue llorando conmocionada y mi hermana me está estrujando una mano. Nuestra cara de susto debe de ser similar.

—Hijas, venid a saludar. No seáis maleducadas. —Empiezo a creer que mi padre se ha tomado un tripi, o le han abducido. No puede ser él.

—Hola Karina —dice mi hermana—, si eso, te saludo luego. —Simula un gesto de que debe consolar a su pequeña.

—Hola… a mí me duele un pie… mucho, ¡qué dolor! —No pasará a la historia como mi mejor interpretación, pero no valgo para improvisar cuando me extenúo. Mi progenitor me lanza una mirada cabreada.

—Sentaos. Iván, pon un cubierto más. —Le ordena mi hermana a su marido.

Iván se levanta, pero antes de desaparecer por la puerta se gira.

—Cariño, ¿dónde está…?

—¡Lo buscas, Iván, maldita sea! —le interrumpe Cris.