CAPÍTULO 41

No ha sido fácil salir airosa de la comisaría y sortear el cabreo de Enrique. Cree que mi plan anterior ha sido un desastre total y ha conducido a que los sospechosos se rían de nosotros, sobre todo Adrián. Estoy en parte con él, pero me he defendido como he podido.

Así que, merecidamente, al llegar a casa me he dado una ducha de veinte minutos para arrastrar mi mal humor, y después de una pizza calentita, ya estoy con mi pijama esperando que me entre algo de sueño y sea capaz de descansar. Vale, reconozco que me he tomado de nuevo dos melatoninas, pero es un producto natural que no crea adicción y que el propio cuerpo genera, no me compares con el típico Bruce Willis en una de esas pelis que hace de poli yonki. Yo nunca he tenido facilidad para dormir, y este trabajo no me ayuda en nada, pero siempre me he negado a usar relajantes. En una revisión médica, me hablaron de la melatonina y decidí comprarla. Hasta esta semana no la había probado y hay que aceptar que es bastante efectiva. Ya noto la modorra…

Se me aparece la cara de odio de Adrián al salir de la comisaría, y eso me sobresalta. Su desdén no me deja indiferente, y eso es signo de que al final logró seducirme; un poquito, lo voy aceptando. Después de la insistencia de Rubén y Cris, he recapacitado y quizás sí que es cierto que la pobre sardinilla —yo— sucumbió a las argucias del astuto delfín —él—.

Mi jefe está convencido de que él es el asesino. Todas las pruebas le señalan. Yo todavía no entiendo por qué mienten al decir que no se conocen. Es obvio que sí, los tres se han puesto nerviosos al hacerles la pregunta, hasta Álvaro se ha desmayado, pero ¿por qué ninguno dice la verdad?

Cojo mi móvil. Ha sonado un mensaje. En una bajada de defensas en toda regla, he deseado que fuera de… ¡Es él! Doy un respingo en el sofá. Lo abro inmediatamente.

No puedes negar que quise hablar contigo o ¿tienes tan mala memoria?

Ni lo dudo. Le contesto rápidamente.

¿A qué ha venido el numerito de la abogada? Eso te inculpa más

¿Más aún?

¿A qué te refieres? ¿Por qué no has contado la verdad hoy? No lo entiendo

Le pregunto, abriendo la veda de una conversación por mensajería.

¿Y tú? ¿Por qué no has esperado como prometiste?

No tardo en responderle.

¿Qué más da eso? Di la verdad. Olvídate de mí, pero si no eres culpable, demuéstralo.

Aridane, NO SOY CULPABLE, ¿me crees?

Me gustaría, pero lo que yo crea no es lo importante. Adrián, defiéndete. Cuéntanos qué pasó.

No puedo, ya no

¿Por qué no puedes? No te entiendo

Has puesto en alarma a mi familia. He de hacer lo que quieran mis abogados.

Tú tienes que hacer lo que sea mejor para ti, y te aseguro que no es callarte y parecer culpable

Esa es tu opinión

Sé que esto que voy a hacer se sale de todo protocolo, es altamente peligroso, pero he de saber la verdad. Mis dedos teclean:

¿Dónde estás? ¿Quieres que quedemos? ¿Tú y yo?

¿Sin Gabriela? Jajajaja

Jojojojo, que es más gordo

No puedo, Ari. Me pierdes

¿Y qué crees que estoy haciendo yo más que perder mi carrera?

Ya, pero ahora eres la poli que me investiga.

Esta noche prometo no investigarte, solo te escucharé y te aconsejaré. Ven a mi casa. Me estoy jugando todo, Adrián. No me falles

Acabo de poner toda la carne en el asador, y me parece que va a oler a quemado.

La respuesta tarda mucho menos de lo que esperaba:

Espérame en veinte minutos.

Vale. No te dejes ver. Cúbrete con una gorra o algo, asegúrate de que nadie te vea entrando en mi casa

Es mejor así, no quiero tener que andar dando explicaciones a Enrique y así, además, aparento que estoy de su parte. «¿Lo estás, hija? ¿Estás de su parte? Yo creo que un poco». Es probable, mamá, un poco sí, es que Adrián parece sincero.

Ok

¿Qué estoy haciendo? Le acabo de dar la oportunidad de entrar en mi casa a las tantas de la noche y encima de incógnito. Respiro y cavilo si esconder el arma en el sillón. Llámame loca, pero sé que no hace falta, que Adrián no me va a hacer daño, no me preguntes por qué, pero lo sé y punto.

No me molesto en quitarme el pijama, únicamente me vuelvo a cepillar los dientes y peino mi pelo. Arreglo un poco el jaleo que tenía en casa, con las fotos e informes del caso, y suena el timbre del telefonillo.

Cuando abro la puerta, un Adrián cubierto con una gorra y con un gesto más serio de lo normal se adentra en mi casa.

—¿Te das cuenta de que estás invitando a entrar a un posible asesino a tu casa? ¿Estás chiflada?

Cierro la puerta. Adrián se apoya en la pared del pasillo y suelta la gorra en el perchero, además de su inconfundible aroma que activa mis feromonas melatonizadas. No sonríe mientras me echa su particular ojeada.

—Sí, muy bien de la cabeza no estoy, lo vengo notando desde que te conocí —bromeo. Me apoyo en la pared de enfrente y le miro. Nos separan algo más de las tres baldosas del pasillo. Viste como esta tarde, con vaqueros claros y camisa de cuadros remangada hasta los codos. Muy sexy. Adrián es irresistible. Se me seca, un poco, la boca—. ¿Me vas a matar? —le suelto, más bien creo que ha sido mi madre, hasta yo me he sorprendido al escucharme.

Se hace un silencio incómodo, me parece que el primero desde que le conozco. Cuando creo que su gélida mirada me va a doblar las rodillas, Adrián rompe el invierno que he provocado con mi preguntita y con tono sincero dice:

—Aridane, yo no soy un asesino y nunca te haría daño. Estoy enfadado contigo, mucho. Mucho más que mucho.

—Estaba haciendo mi trabajo —me justifico y al momento me pregunto por qué.

—Ya, pero me mentiste y te dije que odio las mentiras.

No me siento cómoda ante la indiferencia y rencor con que me habla. Me empequeñezco. Decido dejarme de disfraces y mostrarme sincera; que pase lo que tenga que pasar, pero por una vez quiero ser la verdadera Aridane ante él. Esto conlleva que una pequeña capa de agüita salada cubra mis ojos. No he sido franca con él, pero menos conmigo. Su frialdad me ha hecho reiterar que no soy inmune a sus encantos, que no lo he sido en ningún momento.

—Perdona… —No logro seguir; o me callo o me echo a llorar ahí mismo. Mis emociones están exaltadas, creo que las melatoninas me desinhiben.

Siento como Adrián da un paso y luego otro, y en un instante me tiene entre sus brazos, acariciándome el pelo. Me apoyo en su hombro, huele tan bien…

—No, perdóname tú a mí. Soy un bruto, encima que tú me quieres ayudar, perdóname, Aridane. Esto es un desastre. La culpa es mía.

Me dejo acariciar y arropar por él. Me susurra más de diez perdones y yo intento frenar las lagrimillas que estaban a punto de saltar al vacío. Es más fácil hablarnos así, abrazados, sin mirarnos.

—¿Qué tal está Rubén? —me pregunta.

¡Jo! Si se enterara Rubén de lo que estoy haciendo…

—Mejor, mucho mejor.

—¿Y tu padre y su novia?

—¡Uff!, paso palabra.

—Jajajaja —se ríe, y adquiere fuerzas para separarme un poco de él y anclar su mirada en la mía. Mis candados se derriten ante sus ojos azules y sus hoyuelos—. ¿Por qué es todo tan difícil?

—Es lo difícil que lo queramos hacer nosotros —contesto con la típica frase.

—Hombre, partiendo de que estoy abrazando a la poli que me investiga, fácil, fácil, no es.

Río y Adrián me contempla sonriente. Cuando termino, reparo en lo cerca que estamos. Ahora sí, me tiemblan las rodillas, pero mucho más cuando siento sus labios posarse sobre los míos, sin dudar. Su calor y su aroma me envuelven. Juega a darme varios besos castos, tímidos, sin querer avanzar, sin pretensión de ir más allá. Me relajo y advierto que él también. Ahora sabemos quiénes somos cada uno. Es la primera vez que no hay mentiras entre ambos y nuestra más que verdadera atracción se puede abrir camino.

De la mano le conduzco al sillón. Adrián se deja llevar y cuando nos sentamos, él me acerca consiguiendo que acabe acurrucada en sus piernas y que Queca maúlle de rabia porque quería ser ella la heredera de sus caricias. Es que es mecánico, es poner un pie Adrián en mi casa y Queca ronea y le sigue por donde va.

—Me encanta tu pelo. Me gusta acariciarlo, se me queda tu olor en los dedos.

Le sonrío abrumada. El clima de la habitación ha cambiado, Adrián lo altera. Con él cerca, de mi lado, todo es más fácil. Con una maña espectacular, saca sus gadcheto brazos y amarra varios cojines para incorporarme un poco y no estar tan recostada sobre él. Después me sigue acariciando el pelo. Me invade el sueño, estoy tan a gustito…

—A mí me gustan tus manos. ¡Ahh! Y odiaba cómo te las tocaba la abogada de esta tarde. —Se me ha escapado.

—Jajajaja ¿Gabriela? ¡Venga ya!

—¿Cómo que venga ya? ¿No me negarás que has tenido más que palabras con ella? Salta a la vista.

—No, si negártelo no te lo niego.

—¿Ehhh? ¿Te la has tirado? —Intento incorporarme, pero él me lo impide riéndose.

—Prefiero decir que me he acostado con ella, pero hace mucho. Éramos unos críos. No hay nada entre ella y yo.

—¿Hay alguien con la que no te hayas acostado? —pregunto irritada.

—Sí, muchas, entre ellas la chica que más he deseado en mi vida, tú.

—Buena respuesta, mejor que las de esta tarde… ¿Por qué no has contestado a nada?

—Te lo he dicho, mi familia se ha metido por medio y ya no puedo hacer nada más que lo que ellos me ordenen.

Debo convencerle de que su actuación de hoy le inculpa.

—Mira, sigue mi ejemplo, te voy a ser sincera. Antes de ayer descubrí lo del bar del desayuno, Adrián. Por eso no te contesté a los mensajes, ni te di la oportunidad de explicarte. Os he estado investigando a los tres. Sé que os conocéis.

—No puedo hablar de ello, Ari, ya no —niega, a la par con la cabeza.

—Por favor, dime algo, algo que me haga creerte para que cuando te vayas no me sienta tan mal, porque cuando te vas me siento fatal, Adrián, entiéndeme —le ruego.

—Es que está en manos de mis abogados —duda.

—Pero yo te juro que no saldrá de aquí, Adrián. —Y es la verdad—. Por favor, dime de qué los conoces —le insisto. Necesito saber esto.

Adrián se lo piensa un rato. Advierto cómo reflexiona, seleccionando lo que me va a contar, después, por fin, habla:

—Nos conocemos de ese día. Y ya. Yo quedé con Rebeca, fui a su casa, nos saludamos. Cuando iba a empezar a hablar, alguien me golpeó en la cabeza y me desmayé. Cuando desperté tenía una pistola en la mano y Rebeca estaba muerta en el pasillo, cubierta de sangre.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo lo que te puedo contar.

—¿Entonces sí que conoces a Arthur, y a Álvaro?

—Solo de esa mañana. No los conozco. Cuando pueda te contaré más, pero de momento tienes que conformarte con esto. —Se nota que ha soltado un lastre de una tonelada, su rostro se relaja—. ¿Y ahora qué? —pregunta, y advierto su inquietud—. ¿Me crees?

La pregunta del millón. ¿Le creo? Reflexiono. Lo que me ha desvelado suena a película, es muy raro, ¿pero por qué me siento tan segura con él? Desde el primer momento ha sido así. Mi instinto no me suele fallar, y Adrián siempre ha querido relatarme algo.

—Creo que sí, pero estoy bastante confundida, Adrián.

Él toma aire hondo y sonríe.

—Es un gran paso, que no salgas huyendo es un gran paso. Te juro que es la verdad. Yo no maté a Rebeca y te lo voy a demostrar.

—A mí y a los demás —le corrijo.

—Hoy por hoy, la única que me importa eres tú, Aridane. No pienso permitir que esto afecte a tu carrera. Tenemos que hacer ver que yo no he estado aquí, que no tenemos ninguna relación. De puertas para fuera nos llevamos fatal.

—Jajajaja —río. La cara de entusiasmo que tiene ahora Adrián me emociona. No puedo creerme que yo le atraiga a alguien así—. ¿Y de puertas para dentro? —pregunto.

—De puertas para dentro, pasará solo lo que tú y yo queramos.

Sonrío y me acurruco en su regazo. Ya no me va a decir nada más. Adrián continúa acariciándome.

No sé muy bien cómo, he debido de quedarme traspuesta por sus caricias, pero ahora le tengo acercándose a mi boca. Me va a besar… ¡Sí! ¡Por favor! ¡Le necesito! ¡Ahí viene! ¡Ayssss!

No puedo parar, es más me incorporo movida por una excitación animal —por tanto, del todo irracional— y me siento a horcajadas. De perdíos al río —mi nuevo lema, me lo voy a tatuar.

Resultado:

¡Camiseta del pijama fuera! Sus manos juegan con mi sujetador y sus dedos se cuelan por debajo de él. Empiezo a sentir contracciones de pasión.

¡Su camisa desabrochada! Con mucha menos habilidad que él, pero ya tengo su torso todo para mí. Beso hasta el último recodo. Juego a dibujar con mi lengua sus abdominales. Adrián ríe y yo creo que no he saboreado nada más ardiente.

¡Pantalón del pijama fuera! Momento susto: pensaba que llevaba braguitas horribles, pero me ha salvado que estaban tendidas y llevo una braga bikini aceptable, con florecitas, pero pasable. Adrián me tumba en el sillón y acaricia mis pechos adentrándose en el sujetador, me besa la tripa y sopla a la zona cubierta por las florecitas… me calienta tanto que sin pensármelo, paso al siguiente movimiento.

¡Desabrocho cinturón y tiro de sus pantalones para abajo! Salen encantados. Adrián se incorpora y se termina de quitar la camisa, mientras saca sus piernas de los jeans. Lleva unos bóxer holgados muy cortos. Sobra decir, pero lo digo, que su cuerpo es perfecto, que voy a acostarme con el tío más bueno del planeta.

Ahora me amarra y me eleva, como si fuera un peso pluma.

—Quiero tener todo el espacio del mundo. Llevo esperando este momento desde que te conocí. Prefiero descubrirte en la cama.

¿Ha dicho descubrirme? ¡Sí! Creo que he tenido un orgasmo solo de oírlo.

Llegamos a la habitación y Adrián, literalmente, me tira en la cama, para después con astucia darme la vuelta y sin darme cuenta…

¡Sujetador fuera! Sus manos masajean mis pechos y juegan con mis pezones pellizcándolos, mientras que sus labios y su aliento recorren mi espalda.

Cuando me doy la vuelta le beso con pasión, con sed, con tantas ganas que no sabía que tenía.

Sin prisas, nuestra ropa interior cae a ambos lados de la cama y Adrián se cuela dentro de mí, provocándome el mayor placer que jamás haya sentido. Los dos gemimos, nos hablamos, nos miramos seduciéndonos. Adrián me hace revivir el éxtasis con cada movimiento que inventa y su voz en mi oído diciéndome todo lo que le gusto y lo que quiere hacerme me garantiza que va a ser la mejor noche de mi vida…

Cierro la puerta, ¡buena noches!