CAPÍTULO 12

¡Como una cuba! No ha hecho falta mucho esfuerzo. Arthur se ha entregado al vino de la cena y a los tequilas de después, y le tengo tiritando. Yo no he bebido ni la cuarta parte, estrategias que tiene una, pero algo sí, necesitaba apoyo moral. Estamos en uno de sus clubs y ya me ha presentado a todos sus subalternos.

No me ha esperado, lleva toda la noche besándome. ¡Arjjh!

Pero por fin, lo he conseguido, acaba de admitirme que se acostó con la chica de la agencia; es más, la ha llamado por su nombre, Rebeca, pero me ha confesado que no la volvió a ver. No sé qué creer. Arthur me resulta hoy más sospechoso que el primer día. Es un tipo celoso. Casi se tira a por Rubén porque me estaba mirando. Mi compañero se adentró en el club para vigilarme de cerca y Arthur le pilló observándome. Se le puso cara de mala leche y casi fue a por él. Menos mal que con otro beso se le olvidó y Rubén escapó hacia el coche más rápido que su sombra.

Me despido de Arthur. No quiere que me vaya, pero le digo que estoy agotada y salgo tan deprisa que con su borrachera le es imposible alcanzarme.

Nada más entrar en su coche, Rubén cierra con el dispositivo de seguridad y sin esperármelo, se me abalanza cual torbellino.

¿Rubén me está besando? ¿Estoy soñando?

—¡Ahhh! ¡Quita! —Le aparto. No, no estaba soñando. Ahí le tengo partiéndose de risa.

—Era para quitarte el mal sabor.

—¡Tú eres tonto!

—¡No, la tonta eres tú! Que te has tenido que pasar toda la noche morreando a ese Tarzán hortera. Me estaba poniendo malo.

—Y yo… ¡pero tenemos confesión! Se acostó con ella —resuelvo alegre, obviando su bromita de mal gusto.

—Muy bien, pero de verdad, Ari, creo que no merece la pena. Has tenido que dejarte manosear por un tío. ¿Estás bien?

—Sí, tonto. Estoy bien, no te preocupes. Solo eran cuatro besos. Por Dios, no cuentes nada —le ruego. No me quiero imaginar a mis compañeros.

—Sí, me callaré.

—¿Me llevas a casa? Por favor.

—Sí, te llevo y me quedo. No vaya a ser que aparezca el cansino ese —dice con gesto pesaroso.

—¡Ni en broma! Sé cuidar de mi misma, Rubén.

—Si quieres que sea una tumba…

—Vale —acepto. En el fondo es buena idea. No hay que olvidar que Arthur es un posible asesino—. Pero ni se te ocurra tocarme un pelo.

—Se me ocurrirá, pero no lo voy a hacer, te lo dije el otro día.

—¿Pero a ti qué te pasa últimamente? ¿Estás falto de cariño?

—Es que desde que te vi con tacones… pero me aguantaré, Ari. —A Rubén le apasiona tomarme el pelo.

Llegamos a mi casa. Rubén ya sabe dónde están las sábanas y se prepara el sillón-cama bajo la atenta atención de Queca. Le observo desde el pasillo, es mucho más apañado de lo que, a priori, podría parecer. Me pongo mi pijama y salgo al salón. «¡Joé con Rubén!». Se ha deshecho de su camiseta y está desnudo de cintura para arriba, ¿por qué serán tan sexys los hombres vestidos únicamente con los vaqueros? Creo que debe de ser cosa del subconsciente y Leyendas de pasión, pero en este caso he de admitir que Rubén rivaliza con Brad Pitt. Tanto gimnasio ha surtido efecto y exhibe un tren superior fibroso y blandito, una debe apoyarse allí y perder el sentido. Se gira al sentirme y me lanza una mueca cómplice. Entiendo a qué se refiere y le digo que no con mi mano; pero Rubén me ignora, camina hacia mi mueble, abre el botellero y coge la botella de tequila con dos chupitos. Queca escapa a la cocina.

Otra vez la noche promete ser larga.