CAPÍTULO 55

Unos minutos antes de la muerte

—¿Qué pasa? ¿Qué haces?

—Hola Rebeca.

Álvaro trae la cara desfigurada. Apenas se le reconoce. Acaba de golpear con un puño de acero en el cuello a Adrián. Rebeca, más que asustada, da varios pasos hacia atrás.

—¿Por qué le has hecho eso?

—¡Oh! Pobrecito, ¿te da pena? ¿Tú también has caído en sus redes, verdad?

—No te entiendo, Álvaro. ¿Qué haces aquí? —Empieza a sentir mucho miedo. Cree que jamás ha sentido tanto.

Álvaro saca una pistola de detrás de su espalda. Le está apuntando con ella. Rebeca no puede gritar, le tiembla todo el cuerpo. Es la primera vez en su vida que ve un arma.

—Todas caéis a sus pies. Ya estoy harto. Se acabó. ¿Te acostaste con él? ¿Verdad? ¿Le elegiste a él como padre de tu hijo? ¿A que sí? A mí nada más verme me desestimaste. Como hacen todas, todas menos ella.

—No sé de qué hablas.

—Sí lo sabes, sí. Elegiste a tres hombres para quedar con ellos, bueno a mí no me elegiste, te busqué yo. Toda la vida he estado detrás de él. No sé qué le veis. Os maneja a su antojo —le recrimina.

Todas las mujeres son repugnantes y unas hipócritas para Álvaro. Por mucho que digan que prefieren a los hombres sensibles, al final, solo les importa el físico y el dinero. En todos estos años, ha seguido de cerca a Adrián, y ha visto cómo las mujeres actuaban con él. Un idiota que no tiene más mérito que ser guapo y rico. Todas excepto Enma. Ella y él fueron juntos al instituto. Es cierto que al principio, Enma solo se le acercaba para pedirle los apuntes, pero poco a poco, se fueron haciendo amigos y él se enamoró de su sonrisa, de su manera alocada de vivir la vida y de su frescura. Era su complemento perfecto y esperaba que algún día ella se diera cuenta. Enma le empezó a confiar todos sus secretos y le hablaba de su relación con Adrián. Antes de conocerle, ya le odiaba, pero cuando le contó lo del embarazo, le quiso muerto. El día que se pegaron, ella le había llamado llorando, lo estaba pasando fatal. Álvaro decidió decláresele ese día: él sería el padre de esa criatura y Enma y él vivirían felices para siempre. Pero apareció Adrián y lo jorobó todo. Enma, después de perder al bebé, huyó y nunca volvió a ser la misma. El niño bonito no iba a quedarse indemne. Álvaro, todos estos años, estuvo aguardando en la sombra al momento de poder vengarse. Rebeca se lo sirvió en bandeja.

—Por favor, no me mates. Estoy embarazada —le ruega. Siente cómo se le escurren las lágrimas. Es el único movimiento consciente que hay en ella. El cuerpo entero le tiembla, no tiene fuerzas.

—Ya, ya te he dicho que sé que estás embarazada. Lo siento, pero ese hijo es suyo, y no va a ver la luz.

—A lo mejor no es suyo, puede ser de otro hombre —intenta explicarse.

—Sí, del otro idiota, pero no puedo esperar, ese bebé no verá la luz, igual que el de ella.

—¿Quién es ella? ¿Qué dices? —Es muy probable que el culpable de que no se entere de nada sea el miedo, que se le ha colado dentro, que no le deja pensar ni argumentar con claridad.

—Ella es la única mujer que me ha preferido. La única que me eligió a mí. La única que se había cansado de niños bonitos pero estúpidos. Y él la destrozó por ello. Lo siento, pero te toca a ti pagar por sus errores.

Las lágrimas de Rebeca corren a raudales. Cree que la va a matar. Su vida se acaba y lo que es peor, su hijo no va a nacer. Tiene miedo, mucho miedo. Se lleva las manos a la tripa.

—Siento no poder darte muchas explicaciones, pero no tengo tiempo. —Ha de ser rápido.

Una llamarada de fuego atraviesa el hombro de la asustada Rebeca. No ha sentido en su vida tanto dolor. Grita. Grita a la vida que es tan injusta. Grita incrédula. Grita para darse cuenta de que esto es real… no puede estar pasando.

—Él va a pagar por esto. Lo tengo todo arreglado, todos creerán que ha sido él. Lo siento, Rebeca.

—¡Ahhhh!

Otro disparo la traspasa. Se queda sin aire. Ha alcanzado a su bebé, a su inocente bebé. Cae al suelo. El disparo del brazo le abrasa pero no es comparable al dolor que siente en su tripa. Quiere morirse ya, no puede experimentar más sufrimiento. Si el corazón de su bebé ha dejado de latir el suyo quiere apagarse también.

—Él pagará por esto. Él es el culpable.

No puede oír más al asesino de su hijo. Se arrastra hacia su cuarto. Apenas avanza, está perdiendo mucha sangre. Ya le oye de lejos. Sí, se está muriendo. Hay un gran charco rojo a su lado que proviene del primer balazo. Tiene que escribir que no ha sido él. Adrián es inocente. No ha sido Adrián. Su brazo le da un calambre al moverlo, sin casi fuerzas traza la A y continúa: LVARO

Se acabó. Dos corazones se apagan a la vez.