Capítulo XVIII

 

―Yo... Solo me pagaron, milor... ―confesó el sujeto, casi chillando al verse rodeado de todo el servicio de Clover House. Creía que estaba hablando con lord Bolton.

―Esa no fue mi pregunta, ¿qué estabas buscando? ―interpeló sin sacar de su error al sujeto―. Si hubieras querido robar, hubieras empezado por meterte al bolsillo ese tintero de oro y no lanzarlo para defenderte ―presionó John implacable, mirando subrepticiamente el objeto señalado que estaba tirado en el suelo manchando la madera.

―Solo me dijeron que trajera cualquier papel que tuviera una firma rara y un sello con dibujos de una serpiente y leones ―explicó el sujeto.

Fields, desconfiado, entrecerró sus ojos hasta el punto que solo eran dos rendijas.

―Solo una firma y un sello… ¿Acaso sabes leer?

―No, no sé. Solo me mostraron la firma, el sello y los memoricé ―respondió avergonzado.

―¿Quién te contrató? ―interrogó Fields teniendo a solo un sospechoso en mente. A sus espaldas, Elizabeth alzó más la sartén con un gesto amenazante.

El intruso abrió sus ojos asustado. Se suponía que era un trabajo sencillo, pero no contaba con que los habitantes de la casa fueran de sueño ligero. A las tres de la madrugada nadie despierta.

―Un hombre elegante, no me dio su nombre... Me dijo que el papel podía estar aquí.

John alzó una ceja, el sello, según las características indicadas, bien podía pertenecer a lord Swindon, como a un par de aristócratas más. Pero, de ellos, solo el conde tenía interés en Michael. ¿En serio ese hombre pensaba que lord Bolton era tan torpe y descuidado? Se le ocurrió una idea de lo más divertida, solo para hacerle pasar un mal rato.

―Asumo que no sabes dónde vive el hombre elegante. ―El intruso negó con la cabeza―. Yo te daré una dirección y tu misión solo será entregar un mensaje ―sentenció curvando sus labios con malicia.

Elizabeth dio una risita nerviosa, Fields la miró de soslayo.

―Veo que le causa mucha diversión este asunto ―señaló severo.

―Pues sí. Sin duda, ese Swindon está desesperado. Piénselo, si estuviera tan seguro de ganar, ¿para qué perder el tiempo robando la única defensa de lord Bolton?

―Tiene razón. ―Centró su atención en el intruso, que los miraba alternadamente en su confuso diálogo―. ¿Cuánto te pagó el hombre elegante?

―Dos guineas ―respondió―. Por adelantao

―Entonces te pagaré dos más si cumples con tu misión... Y, pobre de ti que no lo hagas o te pases de listo, porque te encontraré y te degollaré.

Al sujeto no le importó la amenaza, la tarea a cumplir era simple, mucho más que la encomendada por el señor elegante.

―Lo que usted diga, milor.

 

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Todos estaban en el salón principal, lugar donde convergían todos los visitantes de Rosebud Manor después de la cena. Minerva tocaba el piano, animando la velada y August bailaba con Olivia; Andrew, que no lo hacía por su cojera, se limitaba a observar a su esposa disfrutar de una contradanza. También bailaban al son de la música, lord Hastings, haciendo pareja con Julia Cameron, madre del conde de Wexford.

Entretanto, Michael leía un libro sentado cómodamente en una otomana, mientras que, a su lado, Margaret bebía un chocolate caliente. Las voces de los niños que jugaban por doquier, se escuchaban diáfanas y felices. Thomas, Alec y Lawrence, se habían olvidado de sus padres casi por completo, era mucho más divertido jugar con sus primos y amigos.

―Lord Bolton ―llamó Althea, condesa de Wexford y amiga íntima de Olivia, plantándose delante de él con una postura altiva―. Se convoca vuestra presencia en la mesa de juegos, es hora del whist.

Michael alzó una ceja con picardía, y cerró el libro que dio un sonido seco.

―Mi estimadísima condesa, es tentadora su oferta, ¿qué apostaremos? ―preguntó interesado.

―¿Contra ti?, solo unos cuantos chelines, querido ―respondió socarrona―. Nada de sumas fuertes de dinero, ya sabemos qué es lo que pasa con ello, apreciaría mucho que mis joyas permanezcan donde están ―señaló tocándose un sobrio collar de esmeraldas y aretes a juego.

―Si saben que los dejaré en la ruina, ¿por qué me ofrecen jugar? ―interpeló guasón.

―Es emocionante saber si podemos derrotarte ―contestó.

―Por favor, no soy infalible, soy un simple mortal, me puedo equivocar ―replicó Michael subiendo un poco sus gafas―. Está bien, para que sea más estimulante, imaginaré que no son chelines, sino libras ―accedió poniéndose de pie, poniendo en flagrante evidencia la altura de él por sobre la condesa.

―Maravilloso, querido ―celebró Althea dando aplausos ligeros. Dirigió su mirada a Margaret que estaba atenta a aquel intercambio―. Lady Swindon, ¿se nos une? Nos falta uno más.

―Solo con la condición de que use mi nombre de pila, lady Wexford, mi título es algo que no aprecio en lo absoluto ―explicó Margaret, aceptando el reto de buen grado. Michael sonrió ampliamente, iba a ser muy interesante ver a su mujer jugar.

―Por supuesto, querida, no faltaba más. Usted puede tomarse esa misma atribución conmigo, es más, se lo exijo.

Margaret sonrió, dio un último sorbo a su taza de chocolate y se dirigió a la mesa de juegos.

James Cameron, conde de Wexford, los esperaba, barajando las cartas con una sonrisa lobuna. El hombre era casi todo lo que se esperaba de un caballero; alto, facciones masculinas, angulosas y toscas, nariz recta y prominente; ojos de un hermoso castaño claro, casi como la miel; abundante cabello negro rizado.  No llegaba a la perfección solo por el color moreno de su piel y su corpulencia ―heredado de su madre de ascendencia española―, características que detestaban la mayoría de las mujeres, quienes apreciaban una tez pálida, rayando lo enfermizo, y una figura más bien delgada. La mayor parte de la aristocracia decía a sus espaldas que parecía un pirata o un campesino, su aspecto en conjunción con su lengua mordaz y ser políticamente incorrecto, le daban el apelativo de «canalla», cosa que a él no le importaba en lo absoluto. Estaba casado con la mujer más hermosa del mundo ―para él, lógicamente―. Althea poseía una piel de alabastro, ojos verdes, cabello negro y un cuerpo curvilíneo, pero, de estatura demasiado baja como para ser tomada en cuenta por los caballeros que deseaban la perfección a la hora de buscar una esposa, situación que le provocó cultivar una personalidad tímida y retraída para sepultar su espíritu contestatario y darle en el gusto a su madre, hasta que conoció a James.

―Bien, esto será la mar de interesante ―pronosticó James sin quitarle los ojos de encima a su esposa.

―Por supuesto que lo será, James ―afirmó Althea.

Todos se sentaron alrededor de la mesa, Margaret frente a Michael, conformando el primer equipo; Althea y James eran el otro. El conde de Wexford repartió trece cartas a cada uno con destreza y rapidez. El juego comenzó cuando se exhibió el dos de trébol como carta de triunfo, para luego, guardarla entre las suyas. Margaret inició la mano, poniendo sobre la mesa, un rey de corazones.

―Empezamos a jugar con todo ―comentó Althea sin tener un as para superar esa carta―. No es un mensaje subliminal para Bolton, ¿no?

―Es un mensaje muy directo ―contestó Margaret impertérrita, sin quitarle los ojos de encima a sus cartas.

Althea lanzó un dos de corazón, Michael cinco de la misma pinta, James tres.

Margaret ganó la primera ronda por tener la carta mayor. Michael no demostró ninguna emoción, su rostro era como una escultura de mármol. Era apabullante el cambio radical de personalidad al jugar, y que a nadie le pasó desapercibido.

Así siguieron las rondas, hasta acabar todas las cartas, ante el estupor de los condes de Wexford.

―Y así, mis estimados condes, es cómo se hace un grand slam[9] ―se mofó Michael tomando las cartas de la mesa, manifestando, por primera vez en todo el juego, su estado de ánimo.

―Cielo santo ―protestó Althea negando con su cabeza―. No sé cómo esos pobres infelices se atreven a jugar contra ti, Bolton. Eres terrible.

―Los hombres que tienen una copa de vino en una mano y una mujer sentada sobre su regazo son fáciles de manejar ―reveló sin pudor, conocedor de lo liberales que podían ser los Cameron―, pero, he de reconocer que tuve algo de suerte e, indudablemente, la mejor pareja. ―Le guiñó el ojo a Margaret que esbozó una orgullosa sonrisa.

―¿Y esa mezcla de habilidad, sociedad y suerte la puedes aplicar a los negocios? ―interrogó James, reuniendo las cartas para entregarle la baraja a Margaret.

―Por supuesto, pero, para mi tranquilidad, el porcentaje que le doy a la suerte es ínfimo. Habilidad y saber con quién invertir es la clave.

James se quedó pensativo, Margaret empezó a repartir las cartas, atenta a la conversación, al igual que Althea. No era habitual que los hombres hablaran de ese tipo de temas en frente de las mujeres. Pero una de las grandes claves de la riqueza de Wexford era el criterio de Althea. Y, de este modo, pondrían a prueba a Michael y a Margaret.

―En Italia vive Enrico Espositi, un hombre de origen muy humilde y que ha construido su riqueza a base a esos tres preceptos que he mencionado. Lo conocí hace unos tres años, cuando Althea y yo hicimos nuestro viaje de boda… ―comenzó a relatar James, ordenando sus cartas, obteniendo el genuino interés de Michael―. Un hombre de gran carácter, católico hasta la médula y conservador en lo que respecta al matrimonio… Hace unos meses, me enteré que quería invertir en Inglaterra y está buscando socios respetables. Yo estoy dentro de sus opciones, y te podría presentar con él, pero tu reputación y situación actual es un gigantesco obstáculo y él no te consideraría, por lo menos en esta vida.

La carta de triunfo que puso Margaret sobre la mesa fue el as de corazones, Althea empezó la mano con un nueve de trébol. Michael lanzó un diez… y miró a James.

―Entonces, ¿por qué me lo comentas? ―interrogó mirando subrepticiamente a Margaret, quien también hizo lo mismo. Él consideraba que ella tenía un excelente sentido para administrar, ya sea con pocos o muchos recursos, lo sabía por el impecable trabajo que hizo en Clover House y Garden Cottage. Era una mujer a toda prueba, con la cual podía buscar consejo y para tomar decisiones. Esta oportunidad que se presentaba era ideal para medir el potencial de ella, llevándola a un terreno ajeno al doméstico.

―Porque las reglas se hicieron para ser quebradas ―argumentó James poniendo una jota sobre la mesa―. Necesito más capital, y puedes invertir a través de mí. Todos ganamos a manos llenas. En Londres, muchos caballeros están a la expectativa para cuando arribe Enrico a Inglaterra, en uno o dos meses. Cuando se trata de dinero, a muchos no les importa que sea católico.

―Es muy, muy interesante, lo consideraré. Envíame tu propuesta para revisarla con mis asesores ―respondió Michael, Margaret puso una reina de trébol sobre la mesa y se llevó la baza, esbozando una sonrisa de triunfo. Para él fue una señal.

―De hecho, ya lo he hecho. A Clover House, debería llegar en estos días, una carpeta con todos los antecedentes ―informó James con suficiencia―. Esta «reunión» de negocios solo era para confirmar nuestra decisión de hacerte la propuesta. ―James sonrió con malicia hacia Althea―. Tú eres uno de los pocos en lo que confiaría para este  negocio. Sé de buena fuente que esa reputación que ostentas es muy lejana de la realidad.

―Es muy halagador de tu parte. En cuanto tenga esa carpeta en mis manos, te daré mi respuesta.

―La estaremos esperando…

―¿A quién le toca el turno? ―intervino Althea volviendo al juego. Estaba completamente abstraída en la conversación de ambos caballeros.

―Es el turno de quien pregunta, Althea ―respondió Margaret.

―Oh, cielos. ―Miró sus cartas y dejó el as de diamante sobre la mesa, provocando un ahogado reclamo de todos en el juego―. Continuemos, por favor…

 

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Lord Swindon desayunaba en la cama, mientras leía una excelente noticia en el periódico que, irónicamente, le provocó una horrible sensación de inquietud. Era la oportunidad que estaba esperando desde hacía varios meses. Masculló una blasfemia, le quedaba muy poco tiempo. Era imperativo recuperar a su inútil esposa, a sus hijos y sepultar los escándalos, o todo se iría al infierno, necesitaba más dinero.

Plegó el periódico y lo lanzó a un lado. Se refregó la cara con frustración. Nada, absolutamente, nada de lo que había planeado estaba resultando, partiendo por el hecho de que Michael Martin cobrara su apuesta. Le parecía imposible que un hombre como él pusiera sus ojos en una mujer frígida y tiesa como un palo. Lo descubrió en la noche de bodas, y grande fue su arrepentimiento. Margaret, como mujer, era inservible. Tanto esfuerzo que puso de su parte en el cortejo, y ni siquiera podría disfrutar de los placeres que otorgaba el cuerpo caliente de una mujer. Al menos no era estéril, y le dio el heredero que tanto ansiaba su difunta madre, y otro más por si el mayor era igual de inútil que su esposa…

Golpearon la puerta de su dormitorio, Alexander dio su venia de malhumor, y el mayordomo entró.

―Un mensaje para usted, milord. Se me señaló que le fuera entregado de inmediato, es de extrema urgencia ―comunicó flemático.

―¿El mensajero espera respuesta?

―No, milord, se fue en cuanto entregó el sobre.

―Muy bien, retírese.

En silencio, el mayordomo abandonó la alcoba. Swindon de inmediato abrió el sobre sin remitente, y desplegó el mensaje.

 

«Su excelentísimo, Alexander Croft, conde de Swindon:

»El documento que usted busca no se encuentra en Clover House, por lo que se le solicita, encarecidamente, que no envíe a nadie para revolver las pertenencias de mi señor, las cuales aprecia, por muy sencillas que sean.

»Es por eso mismo, es que me veo en la obligación de informarle que debe compensar sus pérdidas, dada la torpeza de su sirviente mientras ejecutaba sus instrucciones.

»En estos días, le haré llegar la factura por la reposición de los valiosos objetos que enumeraré a continuación:

»-Una licorera de cristal italiana.

»-Una botella de oporto de Portugal.

»-Los honorarios del orfebre que reparará una magulladura de un tintero de oro.

»-Una sartén de hierro.

»Sin nada más que agregar, y esperando que tenga una espléndida mañana, me despido.

»John Fields, secretario.

»Post Scriptum: Se le ruega no seguir enviando sirvientes de dudosa reputación a irrumpir en la noche. Somos humanos y merecemos dormir.

»Post Scriptum II: Debo insistir, que el documento que usted busca, no se encuentra en Clover House, al igual que lord Bolton, mi señora Margaret, y los niños.»

 

―¡Maldita sea! ―blasfemó Swindon iracundo, lanzando la bandeja con el desayuno al suelo, sin importarle el estropicio regado en el suelo―. ¡¿Hasta cuándo?!

 

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Andrew miraba ensimismado hacia el jardín, el invierno había desnudado los rosales de Rosebud Manor, extrañaba la fragancia de las rosas en pleno verano. Al día siguiente, sería Nochevieja, la mansión se encontraba en un maravilloso caos. Todos colaborando para la celebración con efervescente entusiasmo.

―Rothbury ―llamó August que estaba frente a él―. ¿Leíste el contrato?

―Perdón, me distraje. Sí, lo leí, no hay nada que objetar.

―Entonces, procedamos con la firma. ―August acercó el contrato a Andrew, mientras él entintaba la pluma para firmar.

―Adam y Mary morirán de la sorpresa cuando vean la casa terminada ―vaticinó Andrew rubricando el documento con una sonrisa diabólica.

―Ya me gustaría verles las caras, ¿ellos volverán directo a Londres, después de Año Nuevo?

Andrew asintió, entretanto que derretía el lacre con cuidado.

―¿Y ya pensaste en lo que te propuse? ―interrogó echando el lacre al papel, y estampó su sello.

August asintió con parsimonia.

―Hablé con Minerva, y ella está de acuerdo.

―Estupendo, así podrás manejar mejor mis asuntos y los del duque de Hastings estando en Londres durante la temporada.

―Sí, ese fue el motivo principal, Rothbury está demasiado lejos y no podría atender apropiadamente los asuntos que sean urgentes… Además, Minerva quiere estar cerca de su familia durante esa época.

―Entonces, Olivia y ella tendrán que buscar a alguien de confianza para que se haga cargo del proyecto comunitario.

―Ellas siempre están un paso adelante ―aseguró esbozando una sonrisa―. Creo que ya tienen ese flanco cubierto.

―No me extraña en lo absoluto ―declaró orgulloso de su esposa y su hermana. Eran las mejores.

―Acá están, al fin los encuentro ―intervino Michael entrando a la biblioteca, haciendo que ambos hombres voltearan a verle―. Necesito un abogado ―especificó acercándose a sus cuñados―. Urgente.

Andrew y August alzaron las cejas al mismo tiempo.

―No puedo imaginar por qué necesitas uno ―satirizó Andrew sintiendo una creciente intriga―. ¿Qué ha pasado?

―Ayer y hoy me llegaron dos cartas de parte de mi secretario ―explicó Michael―. En la primera, me informa que Swindon ha entablado una conversación criminal en mi contra, quiere una compensación de diez mil libras, y a su esposa e hijos de vuelta. El juicio será el dieciocho de enero.

―¡Diez mil libras! ¡Ese imbécil debe estar perdiendo la cordura! ―exclamó Andrew ofuscado―. ¡¿Qué se ha imaginado ese malnacido?! ¿Que mi hermana es un objeto que puede transar y reclamar cuando se le antoje?

―Es una jugada muy osada ―terció August serio―. Una buena defensa y el documento, que es completamente legítimo, son factores de peso a considerar. Lord Swindon debe estar completamente desesperado como para hacer un escándalo público, más de lo que ya es. Un juicio civil es un arma de doble filo.

―Indudablemente, está desesperado ―dio la razón Michael―. En la segunda carta, Fields me indica que un sujeto entró a Clover House e intentó robar el acuerdo. Es evidente que fue Swindon quien estuvo detrás de este hecho.

―Eso confirma mis conjeturas ―agregó August―, el conde sabe que el acuerdo tiene una importancia legal innegable y puede costarle caro, no solo perder el juicio, sino también, su reputación… o lo que queda de ella ―argumentó―. Desde que Andrew me comentó acerca de esto, he estado estudiando el caso y hay un precedente de un litigio similar, en el cual el demandado ganó el juicio. Lo cual es alentador.

―Es muy alentador… ―coincidió Michel pensativo, algo estaba motivando a Swindon a reclamar con tanta vehemencia a su esposa, y la causa, no era precisamente el amor. Tenía que haber algo más poderoso―. August, ¿te podrías unir a mi equipo de abogados? Creo que serías un gran aporte ―propuso, impresionado por la proactividad de su nuevo cuñado, era un muy buen augurio.

―Trabajo es trabajo, de eso mismo hablaba con Rothbury, pasaremos la temporada en Londres, por lo que podré tomar tu caso ―aceptó August contento, desde la llegada del vizconde, su suerte había cambiado para siempre.

―Entonces, ¿cuándo volvemos? ―preguntó Michael, sintiendo el entusiasmo emerger de su pecho.

―Al siguiente día del Año Nuevo, todos volveremos a Londres ―decretó Andrew―. Swindon no sabe en qué lío se ha metido.