Capítulo XXIII

 

Minerva entró al comedor de Peony House, se sentía colmada de energía después de un reparador sueño junto al amor de su vida. Esa vitalidad matutina contrastaba, por lejos, con su estado de ánimo de la noche anterior, en la cual había llegado de madrugada y agotada.

Pero eso no le importaba, porque predominaba la conformidad. Todo resultó tan bien como puede resultar la organización de un funeral. La colaboración de los sirvientes fue magnífica, quienes se sorprendieron al verla en la puerta de la casa del conde de Swindon. No era la primera vez que la veían, pero su personalidad distaba mucho de la marquesa de Somerton que visitó esa casa la última vez, hacía mucho tiempo.

Ya no quedaba nada de aquella mujer amarga, altiva, prejuiciosa… horriblemente infeliz.

El cambio ―evidente y para mejor― que vieron los sirvientes, fue suficiente para que creer en las buenas intenciones de ella y le confiaran la sorprendente intimidad de los últimos días de Alexander Croft.

August, quien ya estaba sentado a la mesa, hizo contacto visual con ella y le guiñó el ojo fugazmente. Ella se sentó frente a él, ante la mirada de todos los comensales; su hermano Andrew y su cuñada Olivia, Adam y su esposa Mary, que esperaban por su relato.

―¿Y bien? ―preguntó Andrew directo e impaciente.

―¿Y bien qué?... Andy, querido, tus modales ―reprendió Minerva socarrona―. Al menos saluda, recuerda que tus hijos y los míos imitan el comportamiento de los adultos ―continuó Minerva mirando a Marian y a William, hijos de Andrew, y luego a Frank, Ernest, Horatio y Justin, hijos de ella y August.

―Minnie tiene razón, querido ―concordó Olivia―. Sé que deseas saber todo en este instante, pero debemos predicar con el ejemplo… Además, no sé si será adecuado hablar de ello con los niños presentes.

―Los últimos días de Swindon, no son aptos para los inocentes oídos de los niños… hasta, por lo menos, unos cuarenta años más ―agregó Minerva alzando las cejas.

―Desayunemos entonces ―decretó Andrew a regañadientes.

Minerva miró de soslayo a August, que intentaba contener una sonrisa, divertido por su cuñado. Últimamente, su cuota de paciencia era mínima, y su humor no era de los mejores. Se desvivía preocupado por el embarazo de su esposa, que transcurría normal y sin complicaciones.

Al cabo de un rato, los niños terminaron de comer y subieron a jugar a la habitación infantil, dejando a los adultos a solas. En cuanto se esfumó la voz del último niño subiendo la escalera, Andrew miró fijo a su hermana.

―¿Y bien? ―insistió.

―¡Oh, Andrew, eres insufrible! ―exclamó―… Bien, hablaré ―anunció, haciendo una pausa a propósito para provocar el humor de su hermano, que la miró entrecerrando su ojo bueno, para luego resoplar y esbozar una sonrisa.

―Eres imposible, Minnie. ―Hizo una exagerada floritura con su mano y la conminó a hablar.

 ―Ayer pude hablar con el mayordomo de Swindon y su ama de llaves mientras preparábamos todo para las exequias… Estaban preocupados, principalmente, por sus trabajos, dudan que el pequeño Thomas, el nuevo conde, vuelva a pisar esa casa hasta que sea mayor de edad, dado que está viviendo con su madre y Michael en Clover House.

―Sus temores son con justos motivos ―comentó Andrew bebiendo un sorbo de té―. ¿Olivia, puedes hacerle una visita a Althea y Julia para ver si tenemos posibilidad de reubicar al servicio de la casa de Swindon? ―consultó a su esposa, quien lo miraba embelesada.

―Le enviaré un mensaje ―respondió solícita―. Mientras antes resolvamos esos problemas domésticos, menos tendrá que intervenir Margaret en esa casa.

―Gracias, querida. ―Dirigió su mirada hacia su hermana, debía volver al tema central―. ¿Habló contigo el señor Marcus Finning?

―Sí, tuve el placer de conocerlo e interrogó a la servidumbre y a mí, sobre los hechos previos al hallazgo de Swindon. Confirmé la presencia de August en Clover House y contesté algunas preguntas de rutina. La servidumbre contestó un poco más desconfiada, pero, finalmente, el señor Finning obtuvo la misma información que yo… En fin, según los empleados de la casa de Swindon, el motivo de la demanda era para obtener dinero, principalmente, y recuperar a Maggie y sus hijos para dar la apariencia de ser un hombre de familia, un caballero honorable y lleno de virtudes, y, de este modo, lograr ser el socio ideal para un inversionista italiano muy conservador que pretende expandir sus negocios aquí en Inglaterra… ¿Cómo era su nombre?

―Enrico Espositi ―intervino Adam―. El hombre del cual nos habló el conde de Wexford.

―Él mismo ―señaló Minerva―. Swindon quería tener una reputación impoluta para generar dinero en el corto plazo, a través del inversionista italiano, para eso necesitaba una fachada muy conveniente. Pero, en el fondo, seguía siendo incorregible, de hecho, estaba volviendo a sus viejas costumbres, pero siendo mucho más discreto y exceptuando los juegos de azar. Visitaba burdeles tres veces a la semana, hacía reuniones privadas semanales con algunos amigos donde llevaba «señoritas» de dudosa reputación para entretenerlos… supongo que no debo ser explícita sobre el tenor de esas reuniones.

―Vaya ―susurró Olivia, pensando en que Swindon tenía un serio problema para contener sus instintos primarios―. Qué fortuna para Margaret… Literalmente, se salvó de volver con un sujeto que es una abominación para el género masculino.

―Él siempre fue así… ―«Al igual que Somerton», pensó Minerva para sí misma, volviendo al pasado por un par de segundos―. Como iba diciendo, su plan era el descrito hasta el día anterior al juicio. El mayordomo me comentó que Swindon había llegado a casa muy perturbado, lívido, a eso de las cinco de la tarde. Tal era el extremo, que hablaba solo, mientras buscaba todo el dinero que poseía en su cofre. El ama de llaves pensó que estaba volviéndose loco, sobre todo, en el momento que exigió que prepararan su equipaje para salir de viaje hacia Francia.

―¿Francia? ―preguntaron todos al mismo tiempo.

―Así es… Nadie de la servidumbre entendía ese brusco e irracional cambio de planes, parecía que Swindon había perdido la cordura, o tal vez escapaba de algo que parecía ser superior a su voluntad. En una hora, estaba listo para partir, alquiló un carruaje y emprendió su camino hacia el puerto. Al otro día, apareció muerto flotando en el Támesis ―concluyó Minerva su relato.

Nadie dijo una palabra por largos segundos, analizando los hechos.

―¿Qué habrá sido? ―se preguntó Andrew rasgando el denso silencio―… La lógica dicta que alcanzó a llegar a destino, pero nunca se embarcó. Algo o alguien hizo que no lograra su objetivo ―conjeturó.

―El asesino debió perpetrar el carruaje ―intervino Adam―, o tal vez se las arregló para seguirlo, si lo conocía bien, era posible que adivinara a dónde iría ―añadió―. Puede que, incluso, el puerto sea el lugar donde se llevó a cabo el crimen.

―Adam, esta tarde iremos a averiguar con tu padre acerca de los barcos que van a Francia ―determinó Rothbury― y si alguna vez Swindon viajó a ese país los últimos meses… o a cualquier otro, siempre hubo rumores que se había marchado del país.

―Excelente, mi padre estará feliz de colaborar. También tengo amigos en el puerto que pueden ser de mucha ayuda.

―Muy bien, ya tenemos por dónde empezar…

 

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Al día siguiente, Marcus Finning entraba en la quinta casa de empeño para hacer indagaciones. El dependiente, al verlo entrar se puso nervioso, como siempre. Ya debería estar acostumbrado, pero el runner tenía una mirada que le hacía sentir que le leía el cerebro.

―Buenas tardes, señor Miller ―saludó Marcus quitándose el sombrero.

―Buenas tardes, señor Finning… ¿Qué lo trae a mi negocio?

Marcus sonrió irónico, siempre visitaba esa casa de empeño por un solo motivo. Se apoyó en el mostrador y miró a los ojos al señor Miller, que ya empezaba a sudar.

―Lo mismo de siempre, respuestas. He visitado cuatro casas de empeño que reciben objetos robados, y solo queda usted, por lo que espero que me dé lo que necesito.

―Usted solo me hace perder clientes, señor Finning.

―No sea dramático, Miller. Hagamos esto rápido. ¿Alguien, en los últimos días, ha empeñado en su negocio ropa elegante de caballero?

El señor Miller entornó sus ojos. Maldición.

―Pagué cinco libras por un cofre de viaje de buena calidad, con ropa en su interior.

Marcus sonrió.

―Ropa… sea más específico, por favor. Era de mujer, niño, varón… ¿un payaso? ―satirizó Marcus, mirando sus impecables uñas buscando alguna suciedad. En el fondo, le provocaba diversión el pobre Miller.

―De varón… ropa elegante ―respondió de mala gana.

―¿Había alguna marca en las prendas de vestir, algún blasón, iniciales?

―¿En serio pretende que recuerde cosas así? ―espetó el señor Miller, rogando al cielo que Finning se fuera pronto.

―Tiene una casa de empeño, es su trabajo recordar ―replicó dándole un leve toque en la sien al señor Miller―. El magistrado de Bow Street podría tener el súbito interés en recuperar algunas posesiones robadas de casas empeño como la suya.

Miller resopló. No había caso con Marcus.

―Pañuelos de seda con las iniciales A.C y el cofre tenía un blasón ―respondió.

―¿Me permite ver el cofre, señor Miller?

―Lo vendí ayer… El blasón lo quitamos… ya sabe… no es apropiado evidenciar ciertas cosas ―terció de inmediato y suspiró―. Espere, lo tengo acá.

Miller le entregó al runner un blasón con serpientes y leones…

Swindon.

―¿Quién empeñó esto?

―Brian McAllister ―respondió señalando a un conocido ladrón de la zona―… Dijo que no lo robó ―agregó nervioso.

―Se lo preguntaré yo mismo… Muchas gracias por su colaboración, señor Miller.

―N-no le diga a McAllister… ―pidió con un poco de desesperación―. El secreto profesional… ya sabe…

―Seré una tumba, pierda cuidado, Miller. Su reputación no está en peligro.

Marcus salió de la casa de empeño, ahora tenía que buscar a McAllister.

 

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«Susurros de Elite 26 de enero de 1819.

«Cuando pensamos que el escándalo del año no podría ser superado por nada más, nos equivocamos rotundamente, pues, en cuestión de horas, se ha transformado en el escándalo de la década.

»Mientras se desarrollaba el juicio por agravio entablado por el conde de S en contra del marqués de B, pudimos apreciar dos versiones diametralmente opuestas de un mismo hecho. Sin embargo, los testimonios de los testigos de la defensa ―independiente de su cuestionable reputación― fueron condenatorios acerca del comportamiento de lord S, previo a su milagrosa redención.

»Podríamos decir que el juicio iba viento en popa para lord B, pero, para sorpresa de todos, terminó súbitamente a favor del marqués por la inesperada muerte del conde.

»¿Cómo, cuándo y dónde? Debemos admitir que contamos con pocos antecedentes sobre este hecho. Lo único que podemos asegurar es que fue un asesinato brutal.

»Las exequias de lord S fueron realizadas el día 23 de enero, a la cual se congregaron cientos de curiosos que siguieron el cortejo fúnebre hasta el cementerio y que provocaron pequeños disturbios a causa de «amigos de lo ajeno».

»Pero lo que más nos llamó la atención fue que, entre los asistentes, familiares y amigos, fueron escasos, ―por no aventurarnos a decir que no fue ninguno―, los que acompañaron los restos mortales del malogrado conde hacia su última morada. Lo que nos hace suponer que mucho de lo que se decía de su inmoral fama, era cierto.

»Pero, nada ha terminado con el fallecimiento de lord S, este fatídico hecho ha abierto una investigación por parte de Bow Street para encontrar al asesino, que ya cuenta con un sospechoso como autor del crimen ―sin ningún tipo de prueba, lógicamente―, basado solo en rumores y los fuertes intereses que tenía en común con el conde, y es, ni más ni menos, que el mismísimo lord B. No obstante, nosotros no seremos tan irresponsables de apuntar con el dedo al marqués. La verdad será quien lo condene o lo libere, a través de los hechos y las evidencias irrefutables.

»¿Qué es lo que sucederá con la investigación? Esperemos que pronto haya respuestas, mientras tanto, estaremos atentos al desenlace de esta crónica roja.»

 

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Andrew se encontraba afuera de una taberna del puerto. Se estaba congelando, esperaba que saliera pronto su amigo y secretario, Adam Churchill. Eran las tres de la madrugada y, desde el interior del recinto, todavía se podía escuchar a los marinos interpretando, en un desafinado coro, una canción bastante obscena y graciosa, lo que le provocaba reír a pesar del frío y la neblina reinante en los bajos barrios de Londres.

Se abrió de golpe la puerta y salieron dos hombres ebrios trastabillando en un intento por caminar erguidos, reían felices bajo los efectos de la cerveza.

Detrás de ellos, salió Adam dando una risotada, despidiéndose de ambos hombres que respondían de igual modo.

Al llegar al lado de su amigo, su alegría se esfumó como si nunca hubiera existido.

―Vamos ―instó Andrew y empezó a caminar.

Adam lo siguió, bordeando la ribera del Támesis en la cual entraban y salían embarcaciones día y noche. Poco a poco se alejaban de la taberna, y el ruido iba disminuyendo hasta convertirse en un débil eco en medio del silencio. En la calle todavía había personas transitando, mendigos escapando del frío, algunos hombres ebrios, señoritas ofreciendo sus servicios.

―¿Algo útil? ―preguntó Andrew al cabo de un rato.

―Por supuesto ―afirmó con suficiencia―. Me encanta cuando se les suelta la lengua con unas cuantas pintas de cerveza. Nuestro sospechoso es un hombre rubio, vestido como caballero, pero olía como mendigo.

Andrew frunció el cejo. ¿Cuántos hombres en Londres correspondían a esa descripción?

Miles. Una aguja en un pajar.

―Tus informantes no son de mucha utilidad que digamos.

―Todavía no he terminado, estás muy impaciente, amigo mío.

―Quiero que termine esto pronto, la gente está empezando a hablar de más.

―La gente habla todo el tiempo, queramos o no, siempre tendrán un motivo para hacerlo ―replicó Adam relajado―. Pero tienes razón, debemos acallar los falsos rumores que acusan a lord Bolton… ¿Leíste el «Susurros de Elite»?

―Siempre recurro a la lectura recreativa. La única lección que valió la pena del antiguo duque de Hastings, según Michael ―respondió recordando al infame duque.

―¿No crees que, en el último ejemplar, han sido demasiado sensatos con sus declaraciones? ―interpeló con incredulidad.

―¿Te refieres a que no emitirán juicio alguno respecto a Michael?

―Así es… Me parece extraño.

―Extraño sería que no dijeran nada del asunto… En todo caso, estamos hablando de un asesinato, no de un pecado menor, como ser un granuja ―replicó Andrew restándole importancia―. No nos desviemos del tema, qué otra cosa te comentaron.

―Oh, sí. Además de lo anterior ―continuó―, dijeron que el hombre era, ¿cómo decirlo?... Inconfundible. Alto, y hasta hace poco tiempo, también era bien parecido. Pero ahora la cara la tiene llena de cicatrices, como si lo hubieran golpeado hasta el cansancio. ―Se quedó unos segundos en silencio y rio―. Ahora que lo pienso, es una versión más horrorosa que tú ―bromeó.

―Siempre hay alguien que está peor que uno, al menos tengo mi lado bueno ―replicó con su eterno humor negro―. Dios ha sido benevolente y generoso conmigo, ¿algo más?

―Oh, sí. Pretendía marcharse del país como polizón. Lo sacaron a patadas de un barco que se dirigía a Francia, el «Coeur Écarlate». No era la primera vez que lo intentaba.

―¿Y cómo diablos están tan seguros que fue el autor de la golpiza a Swindon?

―Aquí todo se sabe, y la gente tienen sus propios códigos. Como el muerto fue un caballero, decidieron no intervenir. Me aseguraron que vigilarán cada barco que zarpe.

―Excelente… bendito sea tu padre, gracias a él contamos con los mejores informantes.

―Tiene su fama, y es muy querido. Nos echará una mano en caso de que sorprendan a nuestro hombre intentando escapar por el mar.

―Mañana informaremos a Finning. Cuando estén sobrios, tus amigos podrán describirlo de mejor manera para que hagan un retrato.

―Pierde cuidado, con resaca piensan mejor.

Siguieron caminando tranquilos en medio de la noche. Pero no iban solos, un hombre que los reconoció, los seguía con extremo sigilo. Habían pasado por su lado, hablaban de lord Bolton, lo cual capturó su atención.

El sujeto maldijo su suerte, de un tiempo a esta parte, el vizconde Rothbury tenía demasiadas conexiones que estaba usando y ahora le obstaculizaban sus vías de escape, iba a ser más difícil intentar subirse a un barco sin ser descubierto. Se le empezaban a agotar las opciones.

Tal vez, si se iba caminando a Escocia… era peligroso, podría sobrevivir por un tiempo, pero debía admitir que, tarde o temprano ocurriría una desgracia. Su experiencia era mínima comparada con muchos hombres, y fácilmente podría morir en el camino, hambre, sed, o asesinado por algún maleante. Jamás había trabajado en su vida, por lo que estaba atado de manos para ejercer cualquier oficio que le ayudase a obtener dinero… y tampoco se iba a rebajar a cumplir las órdenes de nadie. Ser un ladrón era más viable, pero necesitaba tiempo para obtener un territorio, socios y la competencia era fiera. La pobreza era una selva indómita donde solo los más fuertes prevalecían y, gracias a Swindon, ahora estaba hundido hasta el cuello en sus arenas movedizas, intentando sobrevivir.

Estaba desesperado.

Sin dinero, no tenía opciones para escapar rápido.

Su venganza había sido muy satisfactoria, pero los problemas que causó Swindon después de muerto, fueron más de los que esperó. Jamás imaginó que Michael Martin iniciara una cruzada para atraparlo… El marqués debería estarle agradeciendo por abrirle el camino, no buscándolo.

Se sentía acorralado. Primero ese runner de Bow Street, husmeando en las casas de empeño y entre los mendigos y ladrones, y ahora Rothbury con su amigo, buscando información con los marinos y mercantes del Támesis.

Ya no tenía nada que perder. Debía acabar con la amenaza que era Michael Martin para ser libre.

Había matado una vez, podía hacerlo de nuevo.