(…) He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados (…).
1 Corintios 15:51
La boca del vizconde selló los labios de Daisy, ahogando su airada queja y convirtiéndola en una masa débil y anhelante. Por un momento, disfrutó de esas caricias y se dejó llevar, pero cuando el beso creció en intensidad, pudo saborear el alcohol en la boca de Andrew y lo apartó de un empujón.
—¡Estás borracho! —le recriminó furiosa.
—Noo, solo bebí uno que otro vaso de whisky —se defendió él que, habiendo aflojado su agarre durante el intercambio amoroso, por poco sale despedido de la cama.
Daisy bufó incrédula, se levantó del colchón y puso distancia entre ambos. El cuerpo le temblaba y el palpitar de su corazón todavía no había regresado a la calma.
—Está bien, estoy algo bebido. Pero, a decir verdad, siempre he preferido un buen brandy. Mas últimamente me atrae el whisky porque esa bebida me recuerda a ti, a tus dorados ojos y a lo que siento cuando te tengo en mis brazos. Eres como ese licor: adictivo, penetrante y aniquilador —confesó Andy, se sentó en la cama y la miró fijamente.
—¿A qué has venido, Andrew? —inquirió Daisy, tragando saliva. Su confesión había calado muy dentro de ella y temía cometer alguna insensatez.
—Yo… quería saber qué te sucedió en el baile. Mi madre solo me dijo que le pediste volver a casa por un malestar —explicó él, algo vacilante.
La joven suspiró y se giró para sentarse bajo la ventana. Había salido corriendo del jardín de lady Harrison justo cuando las campanadas de media noche anunciaban la finalización del ridículo juego que la anfitriona había preparado. Afortunadamente, nadie la detuvo ni prestó atención a su deplorable estado, pues prácticamente todos los invitados jóvenes se encontraban amontonados en el vestíbulo que daba a la biblioteca. Al parecer, habían hallado al conde de Lancaster in fraganti con una de las hermanas Thompson, y esto la había ayudado a pasar desapercibida y refugiarse en la entrada hasta que un lacayo fuese por la duquesa viuda y su hermana. Cuando las mujeres la vieron, se quedaron atónitas y Daisy había tenido que inventar que se había caído intentando dar con el tesoro. Algo ridículo y poco creíble que de seguro ninguna de ellas se tragó. Pero la duquesa no dijo nada al respecto y Violett estaba pensativa y ensimismada y, además de lanzarle una mirada que decía que no le creía una palabra, no comentó nada más.
El vizconde parecía haber salido airoso de la pelea con West. A pesar de que ella había sido testigo de que su cara había recibido varios golpes bastantes fuertes, mas no se había quedado para ver cómo se mataban. Luego de gritar que se detuvieran y no recibir reacción por parte de ellos, había abandonado el lugar, dejando a los caballeros que se dieran puñetazos y se revolcaran en el césped.
—Ya le dije que me caí —respondió ella, volviendo al trato formal. Deseaba deshacerse del vizconde antes de que alguien los descubriera.
—No mientas. ¿Quién te atacó? —la interrogó, con ansiedad, Andrew, se puso en pie y caminó hacia ella, donde se arrodilló y tomó sus manos entre las suyas—. Déjame ayudarte, Daisy. Puedes confiar en mí —le pidió con tono apremiante.
Daisy se debatió mirando sus ojos azules suplicantes. Su mente le decía que todo era un error y que estaba llevando las cosas a un extremo peligroso, teniendo en cuenta que estaba enamorada de un hombre que no conocía en persona, que había intimado con su vecino y rival de la infancia y que le atraía el mejor amigo de este. Todo un enredo caótico al que debía agregar que esa noche habían intentado asesinarla. Sin embargo, su instinto le decía que Andy era confiable y la persona indicada para ayudarla en su aventura.
—De acuerdo —claudicó ella, enderezándose—. Alguien quiso matarme en el baile —soltó de sopetón.
El vizconde se quedó lívido y soltó sus manos, impactado.
—¡¿Qué?! ¿Cómo sucedió? —graznó, conmocionado, él, se paró y se pasó las manos por la cabeza como lo había visto hacer también al duque de Stanton—. ¡Dios! ¿Estás bien? ¿Te hizo daño? Tendría que revisarte un doctor —dijo, angustiado, Andy, se acercó nuevamente y la aferró por los hombros para examinarla con aprensión.
—Estoy bien. No alcanzó a causarme ninguna lesión, aunque sí logró aterrorizarme —lo tranquilizó Daisy, procediendo a relatarle el episodio.
—Entonces, ¿ese mapa que el delincuente te pedía, existe? —preguntó, con el ceño fruncido, el vizconde.
—Efectivamente. Es de lo que quería hablar con usted desde hace dos días. Lo tenía conmigo en el momento del ataque, pero ni siquiera lo recordé por el terror y la necesidad de escapar —confirmó Daisy, dirigiéndose hacia su escritorio donde había guardado el mapa.
Mientras le contaba cómo lo había encontrado, evadiendo obviamente la parte que tenía que ver con las cartas, le entregó el antiguo papiro. El vizconde la observaba con una ceja alzada y expresión intrigada, tomó el papel y se acercó a la ventana para, tras abrirlo, inclinarlo hasta que los destellos de la luna alumbraron el mapa. Su cara se tornó asombrada y sus ojos volaban por el documento.
—¿Y bien? —inquirió ella cuando no soportó más la incógnita.
—Es… Kernewek [2] a primera vista —vaticinó Andy con entusiasmo—. Aunque debo cotejarlo con mi registro de lenguas.
Daisy lo miró sin saber de qué hablaba y se aproximó para echar un vistazo al mapa, pero seguía sin poder leer una letra. Andrew vio su confusión, cerró el papel y se lo guardó, en el bolsillo.
—Está escrito en Kernewek o, para nosotros, córnico. Es una lengua antigua celta britónica, hablada en Cornualles —le explicó Andrew.
—¿En Cornualles? Nunca oí hablar de ella —contestó, con el ceño fruncido, Daisy.
—Eso es porque se extinguió hace más de una década. Por lo que sé, solo quedan un par de habitantes nativos de allí que todavía la hablan —aclaró él, sonriendo ante su curiosidad.
—Pues eso explica el hecho de que me pareciera conocida, pero a la vez indescifrable. ¿Puedes entender lo que está escrito? —dijo Daisy muy motivada por el descubrimiento.
—Te parecía familiar porque, a pesar de ser una lengua que tiene su raíz celta hace más de mil años, también fue influida por el latín y el inglés. Con respecto a tu pregunta, solo pude leer un par de palabras que recuerdo de algunos manuscritos de hace trecientos años, que una vez estudie. No obstante, necesitaremos la ayuda de algún conocedor experto en Kernewek —le informó Andy, viendo la mueca desilusionada de la muchacha.
—¿Pero dónde encontraremos a alguien que hable córnico?, si dices que ya nadie lo usa. No entiendo cómo mi abuelo lo conocía, ni siquiera es de Cornualles —dijo, desalentada, Daisy; se había ilusionado con la idea dilucidar el misterio.
—Tengo un conocido que tal vez pueda ayudarnos. Hace años que no le veo, pero intentaré ubicarlo —respondió Andrew, resurgiendo la esperanza.
—De acuerdo, cuándo lo encuentres, quiero ir contigo, milord —aclaró ella resuelta.
—Ni lo pienses, por lo que me has contado, alguien muy peligroso quiere hacerse con este mapa. Por lo tanto, hasta aquí llegó tu intervención, no puedes ponerte en riesgo. Yo seguiré investigando y Riverdan me ayudará —negó, con el rostro tenso, el vizconde.
Daisy abrió la boca, alucinada por el descaro de ese hombre.
«¡Acaso pretende desplazarme de mi propia aventura, a mí, que soy quien he descubierto el mapa y quien decide quién participa!».
—¿Qué está diciendo? No pienso mantenerme al margen, ¡yo fui la que descubrió el documento y pertenece a mi familia! —enfatizó Daisy, comenzando a enfurecerse.
—Está loca si cree que le permitiré seguir involucrada en esto. No es un juego, milady, hay gente realmente mala deseando hacerse con este mapa. Y ahora que está en mi poder, es mi responsabilidad. Ya no tendrán motivo para hacerle daño —espetó el vizconde con resolución, se volteó y fue hacia la puerta.
—¡Pero qué se ha creído! ¡Usted no es nadie para permitirme nada! Si no va a obedecerme, mejor devuélvame el mapa y olvídese del asunto —exigió ella, siguiéndolo, airada.
—Lo siento, pero he de negar su petición. Además, no es la dueña de nada, le recuerdo que Ethan y yo llevamos meses investigando sobre algo muy relacionado con su hallazgo y ahora tenemos cómo solucionar este enigma —replicó sin detenerse.
—No me dejará fuera de esto. Quiera o no, seguiré involucrada, no puede impedírmelo —aseguró Daisy, cruzándose de brazos frustrada.
Andrew se giró y avanzó hasta pegar su rostro al de la joven, quien se envaró conteniendo el aliento.
—Puedo, cariño, no me pongas a prueba, pues me encantará demostrarte de lo que soy capaz cuando me desafían —murmuró Andy con voz ronca y obvia insinuación, rozando su boca cálida con cada palabra.
A continuación, besó su barbilla y descendió con sus labios por su palpitante cuello, aspirando su exquisita fragancia floral. Luego abandonó el cuarto, antes de materializar alguno de los cuadros nada decentes que su mente excitada recreaba, dejando a una Daisy demudada y embravecida.
La noche estaba avanzada y el silencio resonaba en la mansión donde no todos dormían. A pesar de su actitud hostil, realmente hablaba en serio cuando decía que Daisy debía apartarse de aquel asunto. Su corazón se había detenido al enterarse de que la habían atacado y sintió náuseas al pensar que, mientras ella había pasado esa horrible situación, él se había precipitado a suponer que había intimado con Anthony.
En ese momento, muchos sentimientos colisionaron en su interior; alivio y culpabilidad por descubrir que había malentendido su presencia en el jardín junto a su amigo; ira por el hecho de que West le había insinuado lo contrario, y angustia por pensar que podrían haberla lastimado gravemente.
En la oscuridad de la alcoba para visitas, la que ocupaba por primera vez, se desvistió y se acostó con el cerebro trabajando a toda marcha, incapaz de aquietarse para conciliar el sueño. Por ahora, se negaba a profundizar en lo que le estaba sucediendo con Daisy, ya que sentía que algo que no podía precisar estaba transformándose en su interior. No quería pensar en la ira ciega que lo había llevado a emprenderse a puños con su mejor amigo, y menos analizar lo que sintió al conocer lo cerca que la joven había estado de morir.
Mejor se concentraba en intentar resolver el enigma que rodeaba a ese mapa que, a pesar de no poder traducir del todo, estaba seguro de que era un plano con indicaciones para encontrar un tesoro escondido. Debía conversar con el duque antes de sacar conclusiones, pero creía haber entendido el secreto tras el misterio.