CAPÍTULO 24

Ten fe no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.

Santiago 1:6

La suerte había querido que el duque regresara con él a casa, pues la suya no quedaba demasiado lejos, y que, desde el carruaje, Ethan advirtiera la luz de las velas alumbrando tenuemente una de las ventanas laterales de la casa. Rápidamente, se pusieron en alerta, ambos sabían que la mansión estaba sin personal, por lo tanto, había uno o varios intrusos y Andy sospechaba que quien estuviese allí dentro, venía buscando el mapa antiguo.

Una vez que trazaron un plan de acción, Andrew dio la orden al cochero de dirigirse a las cuadras, allí se bajaron y de inmediato notaron la puerta de la cocina apenas abierta. En la oscuridad, se separaron; Ethan se dirigió hacia el cuarto donde habían visto la luz y él decidió revisar su alcoba, donde seguro, de haber un cómplice, habría optado por requisar.

Cuando subía con sigilo la escalera que daba al piso superior, oyó un sonido agudo rompiendo el silencio nocturno y se apresuró por los escalones, sospechando que lo habían descubierto y que, donde estaba, quedaba expuesto a un posible disparo. En un parpadeo, estuvo ante la puerta de su cuarto, que estaba entornada. Con el arma en la mano, se coló en la estancia en penumbras, sin hacer ruido alguno y repasó el lugar en busca del bandido. Sus sentidos exacerbados captaron un movimiento a la izquierda y, en dos zancadas, estuvo tras la silueta del ladrón apuntando a su nuca con su pistola.

—Quieto o disparo —le advirtió en un murmullo a la figura, que se tensó y se paralizó notablemente aferrada al ropero.

A esa escasa distancia, pudo percibir que el intruso era mucho más pequeño que él y que su cuerpo temblaba. Su ceño se frunció al respirar y captar un aroma familiar.

Decenas de maldiciones resonaron en su mente al reconocer la exquisita fragancia a margaritas y, ya con la vista acostumbrada a la oscuridad, confirmar la identidad del supuesto ladrón.

«¡Por un demonio! ¡Qué diantres hace Daisy Hamilton aquí! ¡Seguro intenta recuperar el mapa, pues Steven y yo hemos acordado no exponerla más y apartarla de la investigación! Está demente… ¡Pude haberle disparado! Pero ya me encargaré de darle una lección que no olvidará…».

La mente de Daisy era un revoltijo, una y otra vez buscaba alguna vía de escape. Después de reconocer la voz del vizconde, se había relajado un poco, ya que sabía que no le haría daño. Pero luego recordó que en esa penumbra él no podía saber que se trataba de ella y que podía dispararle o golpearla. Temerosa, abrió la boca para hacerle saber su identidad, mas la cerró al recordar algo importante. Si se descubría, tendría que dar alguna explicación para justificar su presencia allí y perdería su chance de recuperar el mapa. Y eso no sería bueno, ya no confiaba en Andrew, no ahora que sabía quién le había robado las cartas del caballero desconocido.

Se sentía confundida y también dolida, pues temía que el vizconde se hubiera acercado a ella con una intención oculta, era probable que supiera que tenía el mapa y, al no hallarlo en su cuarto, decidió fingir interés en ella para ganarse su confianza y lograr que le diera el documento. Ahora comprendía su cambio radical de actitud y su repentino interés. Todas esas palabras, esas confesiones, los besos, todo había sido parte de su estrategia para hacerse con el mapa. Andrew Bladeston era un canalla que no había dudado en usar algunas palabras de esas cartas para confundirla y engañarla vilmente.

—Aléjese lentamente del ropero y no intente nada —volvió a gruñir Andrew a su espalda.

Furiosa, Daisy obedeció, retrocedió dos pasos y dejó caer los brazos a los costados.

—Levante las manos y no se mueva —ordenó el.

Ella lo hizo, esperando que él se distrajera un segundo para poder huir. En esa nueva posición, un resquicio de luz crepuscular iluminó parte de su cuerpo y Daisy se envaró, sabiendo que el vizconde advertiría que no era un hombre.

—Vaya… vaya… ¿Qué tenemos aquí? —ronroneó Andy, pasando la punta de su arma por la espalda de tafeta ámbar de su vestido, lo que causó que el vello de ella se erizase.

—Ahora mismo me dirá quién es, quién la envía y qué busca —siseó él hombre, se pegó a su espalda y gruñó esas palabras en su oído derecho, sin dejar de apuntarle.

Daisy se estremeció y su cuerpo fue consciente de su cercanía y de cada parte en donde sus anatomías se rozaban.

—¡Vamos, encanto, hable! No me obligue a tener que ser más brusco —la apremió el vizconde, soplando su aliento cálido en la piel expuesta de su nuca.

Ella cerró los ojos y tragó saliva. No soportaba la tensión y se estaba arriesgando demasiado. Necesitaba salir de ahí desesperadamente.

—Bueno… usted así lo quiso… —alegó Andrew con voz ronca, rodeando su cintura con un brazo.

Y antes de que Daisy pudiese asimilar esa afirmación, fue girada velozmente y tuvo la boca de Andy abordando la suya. Por un instante, se sintió avasallada, perdida, conmocionada, y solo pudo recibir el brutal abordaje de esos labios. Su beso era hambriento, necesitado y demandante, diferente a todos los anteriores. Su cuerpo cayó por un interminable espiral de locura y deseo, y respondió aferrándose al cuello del vizconde y dejando que él reclamara su boca una y otra vez.

No sabía por qué su cuerpo estaba tomando autonomía propia, pues parecía rendido a cada demanda de ese hombre y cedía indecorosamente a su invasión y a las caricias de su mano libre en su cuello, espalda y cadera, mientras que su mente le gritaba enardecida que se alejara de ese ruin hombre, de ese cretino que le había estado mintiendo desde el principio. Pero su mente no tenía dominio del resto de su persona, Andrew la dominaba y parecía hacerse, con cada roce, dueño de su voluntad, de su deseo. Y su pecho ardía de resentimiento por ello.

Entonces, un ensordecedor sonido resonó por la mansión para detener aquel intercambio apasionado, bruscamente.

Andrew arrancó su boca y, sin mediar palabra, salió corriendo de la habitación de forma intempestiva. Aturdida, Daisy se tambaleó un poco y, luego, reaccionó siguiendo al caballero.

Al llegar al rellano, vio la puerta principal abierta y descendió con urgencia la escalera. Rosie apareció en ese instante y, tomándola del brazo ni bien puso un pie en el piso del vestíbulo, tiró de ella y salieron de la mansión.

—¡Rosie, espera! ¡¿Dónde está Violett?! —espetó, preocupada, a la espalda de Ros.

—Ella… huyó también. Debe estar aguardándonos para ingresar al baile —le informó, con el rostro pálido, su hermana, sin detener su paso urgido.

Una vez estuvieron lo suficientemente lejos de la mansión Stanton, Daisy tiró de su brazo y detuvo a su hermana menor.

—Dime qué sucedió. ¿Qué fue ese ruido y dónde se fue Violett? —la interrogó fuera de sí.

—Tranquila, no pude verla bien, pero por su libertad de movimientos, parecía ilesa —la calmó Rosie, reanudando la marcha con ritmo más tranquilo; solo restaban unas casas para llegar a su destino—. Desde la ventana del vestíbulo vi aparecer un carruaje negro, iba a advertirles, pero este no se detuvo en la entrada de la casa. Luego oí voces amortiguadas en el pasillo, apagué las velas y me escondí tras las cortinas de la ventana, junto a la puerta. Desde ahí, vislumbré y reconocí a lord Bladeston subiendo la escalera, por lo que hice el silbido de advertencia. Después me dirigí hacia la biblioteca, en busca de Violett, y escuché una discusión en el interior, pero la puerta estaba trabada por dentro. Había otro hombre con Violett, aunque no reconocí su voz. No sabía qué hacer, así que corrí a la entrada y destrabé la puerta principal para estar preparadas para huir. Un minuto después, se oyó aquel estruendo y me asusté mucho al darme cuenta de que provenía de la biblioteca. Entonces apareció Violett corriendo y, antes de que pudiese salir nuevamente de mi escondite, ella abandonó la casa. Creo que al ver la puerta abierta, pensó que nosotras también habíamos escapado —relató Rosie con expresión aterrada.

Daisy se sintió culpable de haber arrastrado a sus hermanas allí y haberlas expuesto de aquella manera. Aunque, en su defensa, no creyó que las cosas se saldrían de control así. Esperaba que Violett estuviese bien, o no podría perdonarse.

Al arribar a la velada de los condes de Henderson, hallaron a la gemela esperándolas en el interior, junto a las puertas de acceso al salón de fiestas. Daisy las guio hasta el cuarto de aseo y, afortunadamente, lo hallaron desierto. Un vistazo al espejo bastó para comprobar que las tres se veían terribles. Sobre todo Violett, que parecía haber sido arrastrada.

—¿Estás bien? —inquirió tomando a Violett por los hombros, pues ella parecía estar conmocionada aún. Su mirada esmeralda se fijó en ella y Daisy se preocupó al ver algo parecido al temor en los ojos siempre vivaces y determinados de la rubia.

—Letti… te ves… ¿qué sucedió? —preguntó, con suavidad, Rosie, tomando la mano de su gemela y llamándola por su apodo de la niñez. En ese momento, Daisy decidió que deberían inventar alguna excusa para volver a su hogar, no podían ingresar a la velada con aquel aspecto desastroso y delator.

—Sí… no… yo… —balbuceó Violett afectada, lo que logró que las hermanas intercambiaran miradas angustiadas, ya que no era normal ver en ese estado a su indómita hermana—. Yo… le… le disparé al duque de Riverdan y creo… que… que está muerto —declaró, finalmente, Violett, dejándolas impactadas.