CAPÍTULO 14

(...) Nunca he experimentado la sensación de recibir un beso de amor, lo que no me libera de imaginarlo. Sobre todo, por las noches, cuando el insomnio es mi único compañero y tú, el protagonista de mis desvelos (…).

Dama anónima

Extracto de una carta enviada al Caballero desconocido.

Con expectación, Daisy abrió por entero la puerta y enfocó la vista en el cuerpo.

«¡Rayos, no veo nada! ¡Solo una mancha borrosa en el lugar donde debe estar la cara del hombre! ¡Necesito mis lentes! Ahora es cuando me arrepiento de haberle hecho caso a mi cuñada. Puedo estar más bonita, ¡pero estoy tan ciega como un murciélago!».

El sonido lejano de unas voces masculinas arrancó a la joven de su autorreproche. Alarmada, miró para todos lados en busca de una vía de escape.

«¡No pueden encontrarme en esta situación!».

Su mirada desesperada advirtió una puerta frente a la biblioteca. Sin más opciones, Daisy soltó la manija que aún sostenía y se dirigió a trompicones hacia el cuarto del frente.

Las voces se oían más fuerte. Probó el picaporte y este cedió sin problemas. Aliviada, empujó y se coló en la habitación, justo cuando los caballeros arribaban al pasillo.

—¿Oyeron eso? —preguntó, deteniéndose, el duque de Riverdan.

A su lado, Jeremy Asher negó con la cabeza.

—¿Has bebido más de la cuenta, Withe? —se burló Anthony West.

—No, cabrón, hagamos silencio, estoy seguro de que oí algo —contestó Ethan, frunciendo el ceño.

Solo unos segundos después, el gemido que Ethan había escuchado se repitió. Los tres hombres se miraron con las cejas alzadas.

—Creo que proviene de la biblioteca —anunció el duque, volviendo sobre sus pasos, seguido por sus acompañantes.

—¡Diantres! Es Bladeston —dijo, con sorpresa, Ethan luego de traspasar la entrada y dar con la figura tendida en el suelo.

Jeremy se dirigió a prender la vela apostada en un rincón.

—Pero… ¿qué te sucedió? —interrogó Tony al ver que su amigo se encontraba despierto.

El vizconde gruñó en respuesta y se incorporó con la ayuda de Withe.

—Te dieron fuerte, Bladeston —comentó, con sorna, Ethan.

Andrew no respondió. Con la mano en la nuca, se puso de pie. Por un segundo, el cuarto giró a su alrededor y tuvo que afirmarse a los estantes de la biblioteca.

—Tenemos que dar la voz de alarma, el atacante no debe estar lejos —afirmó Anthony.

—No, se produciría un escándalo. Estoy bien —negó, con la voz agrietada, Andy.

Tony lo observó con extrañeza, y los otros dos no dijeron nada. Aun así, Andy vio el entendimiento en los ojos del duque que, al parecer, había adivinado parte de lo sucedido. Él se enderezó y sacudió sus ropas, con su cerebro y emociones en pleno caos.

Esa malvada mujer se las pagaría. Primero, disfrutaba de su beso tanto como él, y luego, lo dormía de un golpe. ¡Maldita la hora en que había decidido regresar de Francia! Y todo por ayudar a Ethan en una de sus misiones. Esa mujer lo estaba volviendo loco con su transformación, ya no podía verla cómo el adefesio que siempre había sido. No lograba contener el impulso de tocarla, saborearla y olerla cada vez que la tenía cerca. ¡Parecía un animal en celo, por Dios! Y hasta le había sido infiel a la mujer por la que había vuelto a confiar en el sexo femenino. Era un ingrato que perdería hasta el honor si seguía por ese camino.

Una vez repuesto, Andrew se fijó en que Jeremy se agachaba para levantar el libro volcado, y tras acariciar la tapa, lo devolvió a su sitio. Entonces Andy abrió los ojos al percatarse del título del tomo. No podía creer lo que veía, definitivamente Dios se estaba divirtiendo mucho con el últimamente. Conocía ese ejemplar, era la misma obra que, siendo niños, él le había arrebatado a Daisy y lanzado al lago de Sweet Manor. A continuación, una carcajada brotó de su garganta y le siguió un irrefrenable ataque de risa, algo que provocó que sus amigos lo miraran como si hubiese perdido la cordura.

Y no estarían tan errados. No recordaba la última vez que había reído. Daisy Hamilton acabaría desquiciándolo, eso era seguro…

Cuando Daisy descubrió que aquella estancia era el despacho de lord Richmond y que tenía una pared lateral de puertas ventanas, no tardó en escabullirse por allí y dirigirse por la parte exterior hacia el jardín de los duques. Cuando llegó al lugar donde se había citado con West, no le sorprendió hallarlo desierto, se había retrasado bastante debido a ese inesperado encuentro. Su cuerpo todavía temblaba por lo experimentado en esa biblioteca.

«¿Quién era ese hombre? ¿Por qué me ha abordado de esa manera? ¿Qué pretendía lograr conmigo? ¿Por qué estoy segura de que él me conoce? ¿Y por qué rayos mi cuerpo se ha derretido con su solo contacto, al punto de olvidar que mi caballero desconocido me esperaba?».

Esas y muchas más eran las incógnitas que amenazaban con hacer añicos su serenidad. Necesitaba tiempo y descanso, eso era todo. Tal vez estaba exagerando un poco los acontecimientos. Sí, era eso, estaba algo desfasada.

«¡Por favor, fue un beso robado, Daisy! ¡Solo fuiste víctima de los juegos de un bribón que te halló sola y desprevenida!».

Más tranquila, Daisy exhaló todo el aire que había retenido y se giró para volver al salón. Ya llevaba más de media hora fuera y algún chismoso se percataría. Y las gemelas la estarían buscando. Pero antes de poder dar un paso, una alta silueta apareció frente a ella, que la hizo sobresaltar.

—La estaba buscando, milady, me debe usted un baile —habló lord Andrew, clavando en ella sus pupilas azules.

Daisy se envaró de inmediato, incapaz de creer la desfachatez de ese hombre. Involuntariamente, su mirada se fijó en sus botas y constató que eran negras, pero la gran mayoría de los caballeros vestían unas de ese color. Además, su aspecto no tenía nada diferente del que había visto en su casa como para hacerlo uno de los sospechosos.

«¡Despabílate, Daisy! ¡¿Por qué querría besarte el vizconde de Bradford y en qué mundo tú le corresponderías y disfrutarías de esas caricias?!».

«En ninguno, nunca jamás, por la infinidad de los siglos…».

—Yo no le debo nada, milord. Ahora, por favor, ¡haga el favor de quitarse del medio, me están esperando! —contestó, con frialdad, ella.

—¿Olvida que su hermano me otorgó el puesto de guardián? —inquirió, con gesto indolente, Andy, sin mover un músculo.

—Lo libero de esa tarea. Ahora, adiós —rebatió ella y lo rodeó con intención de seguir su camino.

—No me deja más opción que informar al conde de su comportamiento, lady Daisy. No creo que le guste saber que, a diferencia de sus hermanas, quienes han seguido sus instrucciones al pie de la letra, usted ha desaparecido del salón con vaya a saber qué intención —afirmó, con falso tono de pesar, él. Daisy se frenó en seco y volteó lentamente hacia su detestable carabina.

—¿Qué pretende, milord? Además de incordiarme, por supuesto —espetó, con tono de fastidio, ella.

—Nunca has sido una belleza, pero debo reconocer que eres astuta, querida. Iré al grano, necesito un favor —anunció Andrew, girándose a verla.

Ella apretó las manos al oír su pulla, pero se negó a ceder ante su vil provocación. Iba a mandarlo al demonio cuando recordó que ella también quería su ayuda.

—Está bien, ¿qué quiere? —le dijo, suspirando resignada.

—Lo hablaremos mañana en su casa, aquí pueden oírnos —le respondió con voz firme.

—De acuerdo. Ahora buscaré a mis hermanas, deseo regresar a mi hogar —aceptó Daisy, empezando a girar.

—No tan rápido, milady. Todavía me debe una pieza, y creo que está sonando ahora mismo —contestó el vizconde reteniendo uno de sus brazos.

—Se equivoca, no me ha solicitado este baile. Solo tuvo el descaro de imponerlo —repelió Daisy rechazando sus exigencias.

—No es necesario, nunca lo hago —contestó el vizconde tirando de ella hasta estamparla contra su duro pecho—. No, cuando deseo algo, simplemente lo tomo —terminó él, con voz ronca, murmurando en su oído.

Daisy soltó un jadeo de impresión y, mientras Andrew la rodeaba y ejecutaba los pasos de vals, una idea avasalló su mente.

«¿Él había sido el atacante de la biblioteca?».

Su mirada atontada devolvió el intenso escrutinio de sus pupilas oscurecidas sobre su rostro sonrojado y descendió a sus delgados labios.

Solo había un modo de averiguarlo.