DULCE MISTERIO

Serie Dulce Londres 05

Aún se oían las risas de los invitados a la boda del vizconde Bradford y lady Daisy Hamilton, provocadas por la nada tradicional partida de los novios hacia su noche de bodas, cuando Ethan Withe decidió ponerse en marcha también. Luego de saludar a los duques de Stanton y prometer a Nicholas y Steven mantenerlos informados de sus avances en la investigación, pidió su carruaje y, minutos después, se dispuso a tomar asiento en el interior del amplio coche, el cual permanecía a oscuras, pues ya había comenzado a desaparecer la luz del atardecer.

Entonces su cuerpo se paralizó y sus sentidos se pusieron en alerta. Había alguien, un intruso agazapado en el interior del carruaje. Su primera reacción fue retroceder para intentar descender y así impedir quedar a merced del intruso, pero el sonido metálico del arma siendo martillada por este le impidió llevar a cabo el movimiento.

—Bien pensado, su excelencia, cierre la puerta y dé la orden al cochero de que ponga en marcha el coche —le ordenó, desde el rincón, el secuestrador sin dejar de apuntarle. Su voz era peculiarmente ronca y parecía relajado.

El duque acató su orden con rigidez y comenzaron a alejarse de Sweet Manor.

—No sé qué pretende, pero no se saldrá con la suya. Baje esa arma y márchese, o aténgase a las consecuencias —le advirtió Ethan con su tono más letal. Entrecerró sus ojos para intentar vislumbrar alguno de los rasgos del hombre, quien, además de permanecer en la penumbra, llevaba el rostro cubierto por un pañuelo oscuro y un sombrero en su cabeza.

—Muy valiente de su parte, milord, pero me temo que una vez mas tendré que negarme a obedecer una de sus órdenes. No es personal, créame, aunque al parecer se ha vuelto una costumbre —dijo, con tono de fingido pesar, el delincuente.

Ethan comenzaba a darse cuenta de que era demasiado elocuente para resultar ser un malhechor corriente y de bajo fondo, y también excesivamente irritante. De hecho, su actitud le parecía bastante familiar.

—No entiendo de qué demonio está hablando. Mejor déjese de tonterías y dígame de una vez qué quiere —contestó, impaciente, Ethan, irritado porque, a pesar de que había tratado de distraerlo con la conversación, el intruso no había mermado el agarre sobre su arma ni corrido un milímetro el objetivo al que apuntaba, que no era otro que su propio pecho.

—¡Que decepción, su excelencia, lo creía mas avispado! —se mofó el otro, y tras encoger un hombro, levantó su mano libre y corrió el pañuelo que ocultaba su rostro; el sombrero que había mantenido su cabeza cubierta siguió el camino del pedazo de tela.

—No… no puede ser… ¡Usted! —balbuceó, incrédulo, Ethan cuando la luz de la luna iluminó la cara de su interlocutor. Anonadado, solo pudo quedarse contemplando la expresión de burla de la última persona que esperaba ver.

No podía dar crédito, estaba siendo secuestrado por nada más que el demonio Hamilton. La única mujer que detestaba tanto como deseaba poseer y de la que, al parecer, no podría escapar.